Voz del sur

Julio Frank Salgado

¿Futuro “periodista universal”?

La economía neoliberal podría conseguir pacíficamente lo que no pudo la violencia de la dictadura: controlar la información. Para eso, ahora distrae a los periodistas incentivándoles generosamente a violar sus códigos de ética y simulando estar en lo correcto.

Un promisorio futuro para los “buenos periodistas” auguraba en 1966 David Randall. Aseguraba que, cualquiera fuesen los avances de la tecnología de las comunicaciones, la información siempre tendría que ser filtrada, investigada, comprobada, cuestionada, escrita y presentada en forma digna de confianza por alguien. ¿Quién? “El periodista universal”.

La predicción, sin embargo, no se ve en esa dirección, al menos en países donde la investigación profunda de la realidad social no pareciera indispensable, como Chile. Si bien son periodistas (aún) los encargados de esas tareas, éstas son, cada vez más abiertamente, descuidadas u omitidas.

La economía de libre mercado impone a moros y cristianos la meta de comprar, consumir y vender lo más rápidamente posible, de manera de acelerar permanentemente el ritmo de crecimiento. Esta exigencia diaria tiene opuestos efectos en la comunicación medial: mientras el periodismo es subvalorado por su capacidad de descubrir y revelar obstáculos reales en ese camino, la publicidad, que ayuda a construir y mantener un escenario acorde –menos real, pero afín-, es su sobredimensionada punta de lanza y voz cantante.

Nuevo escenario, ¿nuevo periodista?

Los anuncios comerciales se han expandido casi con desesperación e invadido áreas “no tradicionales”, como edificios residenciales, vehículos particulares, llamadas telefónicas, segmentos de la pantalla de televisión, pop-up de páginas web, spam en correos electrónicos y numerosos soportes más. El periodismo y los medios de comunicación, por su apetecido “producto”, las noticias, tampoco han escapado.

No basta ya auspiciar noticiarios u otros espacios periodísticos, sino que ahora los objetivos publicitarios apuntan directamente a los periodistas en funciones profesionales, tentándoles para que envíen simultáneamente mensajes comerciales o bien, presten su imagen personal para la promoción de productos. La idea, como se entenderá, no pudo provenir de un periodista, pues esa práctica es proscrita por el código de ética profesional (sobre esto se ha escrito periódicamente en este blog).

Lo cuestionable no es, evidentemente, que un periodista acceda a promover productos comerciales para obtener un ingreso mayor, sino que, a sabiendas de que se trata de una doble práctica éticamente prohibida, no renuncie, por ejemplo, a la función que está perjudicando. La fiscalización es una tarea fundamental en el periodismo y lo que se consigue aquí es reducir discrecionalmente el campo por fiscalizar.

Extraña “credibilidad”

La periodista Macarena Pizarro egresó de la Universidad Católica en 1999 y es una de las conductoras de noticias del canal abierto Chilevisión desde hace seis años. Junto a Alejandro Guillier, es la periodista de televisión más elogiada públicamente. Recibió un premio de la Asociación de Periodistas de Espectáculos, en 2004 figuró entre las mujeres más destacadas del país según el diario El Mercurio y al año siguiente apareció en una encuesta como la conductora de noticias femenina más creíble. “Mi trabajo me gusta porque a través de él aporto un poquito a tener un país más justo, más digno para todos, donde, como en las películas, ganen los buenos”, decía entonces.

Lamentablemente, se ha convertido en “pionera” de la polémica doble función. Es uno de los “rostros” institucionales de una empresa bancaria perteneciente a un gigante del comercio retail, el holding Cencosud, con más de dos billones de pesos en ventas este año (4.300 millones de dólares) y negocios nacionales e internacionales. Pizarro tiene una sección personal en el sitio web de la multitienda, donde se la puede ver en grandes wallpapers institucionales, ha actuado en comerciales de televisión y está apareciendo regularmente en la prensa en grandes avisos publicitarios. Sus ingresos extraperiodísticos son mantenidos en reserva, aunque se calculan en varias decenas de millones de pesos al año, según lo ofrecido a otros “rostros” periodísticos de la televisión chilena. Después de ser contratada, explicó:

Acepté ser el rostro (…) porque es una institución que da confianza, es serio. Además, cuesta negarse. No creo que esto afecte mi imagen o mi credibilidad; al contrario, la potencia. Si me tocara informar algo sobre este tema, tendría que inhabilitarme.

(¿Hubiese cedido brevemente su lugar a otro conductor?)

El arquetipo es seguido por Soledad Onetto, conductora de noticias de Canal 13, y otras figuras del periodismo televisivo, incluyendo al citado Guillier -aunque después se retractó-, también conductor de Chilevisión, ex presidente del Colegio de Periodistas de Chile y considerado el rostro masculino más “creíble”. En radio, donde ejercen paralelamente varias de ellas, con menor exposición pública, a muchas se les escucha además como locutores comerciales.

¿En qué consiste realmente la credibilidad que tanto se alaba? El periodista Angel Carcavilla -quien también ha incursionado con éxito en publicidad, aunque en forma privada- escribió en La Nación:

Los noticiarios de televisión son un show más y sus conductores son quienes los animan. La mayoría de los periodistas que se vuelven rostros reemplazan el trabajo en terreno por acaloradas jornadas en el Club Balthus, manejan autos caros, se visten como gerentes, pero sobre todo se preocupan muy bien de que nadie sepa lo que piensan.

En efecto, con excepción de Guillier -quien hace poco apareció promoviendo el modelo de salud privado-, no es común escucharles un análisis a fondo, personal, crítico, orientador, que cuestione los resultados del sistema político o el económico y sus efectos concretos sobre el ciudadano común, y que vaya más allá así de las informaciones oficiales, las de los propios medios o las de rutina. A pesar de las incontables y diversas fuentes informativas de hoy, esas pautas parecen seguir un patrón limitado, único y sesgado, en el cual abundan los dramas individuales y aislados de su contexto social, así como los intereses políticos puntuales, en el caso de la dominante prensa de derecha.

Retomando a Randall, se suele filtrar más por cantidad que por calidad, se comprueba y cuestiona poco, se investiga menos, se redacta elementalmente y se presenta la información en forma digna de confianza no tanto para el público como ciudadanía, sino más bien para segmentos de consumidores previamente seleccionados fuera de las redacciones, en oficinas comerciales dentro y fuera de los medios. Se nota un trabajo periodístico en favor de un objetivo publicitario, mucha entretención que vender y poca información de fondo o, en el caso de la prensa conservadora, equilibrada.

Ser “creíble” en esas condiciones cuesta entonces muy poco.

Plumas curtidas

En una de sus tantas entrevistas (como entrevistada), Pizarro admitió que le gustaría “ver mujeres con arrugas en las noticias”. Pues bien, muchos periodistas, varones y mujeres, curtidos por una larga, ajetreada y rica experiencia profesional, especialmente durante la dictadura, no tuvieron cabida en los medios de comunicación tradicionales, generalmente de derecha, o si la tuvieron, fue inestable e ingrata. La periodista Patricia Verdugo, Premio Nacional de Periodismo y famosa internacionalmente por sus investigaciones sobre violaciones de derechos humanos –la “Caravana de la Muerte”, entre otras-, relata así una experiencia personal:

Renuncié en octubre de ese año (1997) a TVN, porque no resistí la autocensura. Había cinco reportajes míos que estaban sobre la mesa del editor y llevaban semanas y semanas sin exhibirse. La excusa era siempre que hubo mucho deporte o accidentes. Era demasiado obvio que me censuraban, porque mis temas sí tenían que ver con los cimientos de la construcción democrática. En una nota sobre el proyecto de ley de libertad de culto me pidieron que la rebajara a dos minutos, y me señalaron que no había quedado suficientemente clara la posición del Derecho Canónico. A ver -comenté-, me están pidiendo que corte quince segundos y, a la vez, que agregue otros a favor de la Iglesia Católica. ¿Qué sugieren ustedes que debo sacar? ‘Muy fácil -fue la respuesta-, la cuña del obispo evangélico’. Pensé: soy católica, pero renuncio en este minuto. Acababa de obtener el Premio Nacional de Periodismo y me fui directo a la cesantía. (Por Vanessa Kaiser, en Hott y Larraín, Veintidós caracteres, Premios Nacionales de Periodismo, 2001).

Ella y otros destacados periodistas del período final de Pinochet y comienzos de la democracia no pudieron mantener –no por falta de calidad- su protagonismo profesional. Emilio Filippi fue nombrado embajador por el gobierno de Aylwin; Abraham Santibáñez pasó (como muchos otros) por la dirección del diario estatal La Nación; Ascanio Cavallo dirigió la revista Hoy y el diario La Epoca, ambos desaparecidos en 1997-1998; la periodista especializada en economía María Olivia Monckeberg ha estado al margen de los grandes medios; Mónica González, conocida particularmente por sus investigaciones sobre Pinochet, dirigió hasta mayo pasado el Diario Siete… cerrado a los catorce meses. Juan Pablo Cárdenas ha tenido un poco de suerte: dirige actualmente una radio local de FM, Universidad de Chile. Profesionales más jóvenes y promisorios, como María Irene Soto, ex editora política de La Epoca, también son echados de menos por el periodismo contingente. Muchos han devenido en actividades “salvadoras” ante la crisis: la enseñanza universitaria y/o las asesorías privadas.

Eso, por nombrar sólo algunos.

Un periodismo distorsionado por la mercantilista economía neoliberal y presionado por su publicidad, libre del azote de la violencia criminal y las amenazas de grueso calibre de países como México, Colombia y Brasil, por citar sólo Latinoamérica, pero quizá, y por paradoja, con mayor riesgo vital.

Si el dinero consiguiera finalmente lo que no pudo la violencia dictatorial -controlar totalmente la información pública-, los “rostros”, cual nuevo “soldado universal”, no del periodismo, sino de la economía, habrán aportado su granito de arena.

Julio Frank Salgado

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Autor

Julio Frank Salgado

Periodista y bloguero chileno. Reportero y editor en medios de comunicación escritos, radiales, televisivos y digitales. Activista digital por una Constitución democrática para Chile desde 2007. Autor de "Médicos en la Historia de Chile" (2005) e "Idolos de blanco" (2011). Año XIX en la blogosfera de PD.

Julio Frank Salgado

Periodista y bloguero chileno. Reportero y editor en medios de comunicación escritos, radiales, televisivos y digitales. Activista digital independiente por una Constitución democrática para Chile desde 2007. Autor de "Médicos en la Historia de Chile" (2005) e "Idolos de blanco" (2011). Año XIX en la blogosfera de PD.

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