El diario El País sacude a la Industria Farmacéutica hasta en el velo del paladar

El diario El País sacude a la Industria Farmacéutica hasta en el velo del paladar

(PD).- El reportaje no tiene desperdicio. La tesis es que pagan para que se «inventen» enfermedades. Algunos medios de comunicación, de los que están a sueldo de Farmaindustria o doran la píldora a los responsables de comunicación de laboratorios como Pfizer -a cambio de generosos estipendios-, presentan la nota como un «ataque injustificado», pero los datos que desgrana Javier Sampedro en El País son abrumadores.

La multinacional biomédica creador del Viagra ha sacado con toda urgencia un comunicado en la que afirma que The New York Times y El País se han hecho eco de un sumario judicial, interpuesto en Boston por grupos de consumidores, compañías de seguros médicos y sindicatos, que acusan a Pfizer de “tergiversar las ventajas de Neurontin de manera fraudulenta”.

Como no podía ser de otro modo, Pfizer niega de forma tajante la acusación.

El asunto es serio y por su interés público, ponemos aqui todos los elementos, para que el lector juzgue.

El artículo de marras, titulado «Vendo enfermedades a la carta y remedios», sostiene que las compañías están detrás de informes médicos cocinados expresamente, para crear necesidades farmaceuticas y aumentar asi sus ventas, creando nuevos nichos de mercado.

El raloxifeno (Evista, de Lilly) reduce un 75% el riesgo de fractura en las mujeres posmenopáusicas. El ropirinol (Requip, de Glaxo) alivia el síndrome de las piernas inquietas, que afecta al 20% de la población, y el metilfenidato (Ritalina, de Novartis) mitiga el de hiperactividad, padecido por el 8% de los niños.

Prolifera la disfunción sexual femenina, crece el trastorno bipolar, arrecia la osteopenia.

Todo lo anterior es verdad. Pero no es toda la verdad, porque las estadísticas están anguladas: aunque sean técnicamente correctas, miran al problema desde una perspectiva artificiosa. Y son la clave del emergente debate sobre el «tráfico de enfermedades» (disease mongering).

«Tráfico de enfermedades» es una expresión muy cargada, y lo es de forma intencionada. Ha sido promovida por el periodista australiano Ray Moynihan, que ahora trabaja en la Escuela de Medicina y Salud Pública de la Universidad de Newcastle (Australia).

Y quiere denunciar «la venta de enfermedades mediante la ampliación de las fronteras de lo patológico, a fin de abrir mercados para quienes venden y administran los tratamientos» (PLoS Medicine, mayo de 2008).

Aunque la expresión disease mongering ha sido malversada por el movimiento antipsiquiátrico y la secta de la Cienciología, el debate es serio y ha llegado a la literatura técnica. Y también a los responsables de la salud pública.

La Consejería madrileña de Sanidad, por ejemplo, exigió el año pasado a las firmas Lilly y Procter & Gamble que suavizaran la promoción de sus fármacos (Evista y Actonel) para prevenir las fracturas.

«En Europa, las compañías farmacéuticas ya están comercializando sus medicamentos para prevenir las fracturas en mujeres con osteopenia [ligero déficit de masa ósea] y otras condiciones que, según sus cálculos, afectan a casi la mitad de las mujeres posmenopáusicas», afirma el médico Pablo Alonso, del departamento de Epidemiología Clínica y Salud Pública del hospital de Sant Pau.

Alonso es el autor principal de un estudio sobre el disease mongering y la osteopenia publicado este año por el British Medical Journal. Su conclusión es que «se han exagerado los riesgos de la osteopenia, y se han subvalorado los efectos secundarios de los fármacos».

Se refiere a cuatro principios activos: raloxifeno, alendronato, risedronato y ranelato de estroncio.

Estos fármacos han probado su eficacia para prevenir las fracturas en las mujeres con osteoporosis. La cuestión es si hay que extenderlos a la mucho más común osteopenia. La industria se apoya para ello en cuatro trabajos científicos publicados en los últimos años, como el que abría este artículo:

«El raloxifeno reduce un 75% las fracturas por osteopenia».

Parece un argumento contundente. Pero la estadística está sesgada. El matemático John Allen Paulos explica este tipo de sesgo en su libro Un matemático lee el periódico: hay una planta química contaminante en las cercanías, y un estudio concluye que el riesgo de un raro tipo de cáncer se ha duplicado en el barrio. Naturalmente, todo el mundo se larga de allí.

Pero no deberían, porque ese cáncer es tan infrecuente (digamos que afecta al 0,0003% de la población general) que la duplicación de su riesgo (hasta el 0,0006%) es despreciable.

En el caso de las mujeres con osteopenia, su riesgo de fractura es tan bajo que reducirlo un 75% es poco relevante: habría que medicar a 270 mujeres durante tres años sólo para evitar una fractura, según calculan Alonso y sus colegas.

Pero hay más. Los posibles efectos secundarios del ranelato -causa diarrea, y hay dudas sobre sus consecuencias cardiovasculares y neurológicas- no se mencionan en ningún momento.

Tampoco los del raloxifeno, pese a que incrementa el riesgo de trombos venosos y ataques cardiacos. Ni las secuelas gastrointestinales del alendronato.

Para acabar, el trabajo sobre el fármaco de Lilly lleva la firma de tres empleados de Lilly; el del fármaco de Merck no sólo fue financiado por Merck, sino que tres de sus autores reconocen conflictos de intereses; el del medicamento que distribuye en España Procter & Gamble incluye a dos expertos de Procter & Gamble; y el del fármaco del laboratorio Servier lleva la firma de tres consultores de Servier, que además financió el estudio.

Hasta la misma definición de osteopenia está bajo el punto de mira de los expertos en tráfico de enfermedades. El criterio se basa en la densidad mineral de los huesos. Si es mucho menor de lo normal (2,5 desviaciones estándar bajo la media), se diagnostica osteoporosis. Si no tanto (entre 1,0 y 2,5 desviaciones estándar bajo la media), se diagnostica osteopenia.

En realidad, esos criterios fueron publicados en 1994 por un pequeño grupo de estudio asociado a la Organización Mundial de la Salud (OMS), y no pretenden ser una pauta de diagnóstico -sus propios autores los tildan de «algo arbitrarios»-, sino una mera ayuda para normalizar los estudios epidemiológicos. Alonso subraya además que el grupo de la OMS tenía financiación de los laboratorios Rorer, Sandoz y SmithKline Beecham.

La indefinición de los criterios diagnósticos es un asunto común en el debate del tráfico de enfermedades. Los investigadores Lisa Schwartz y Steven Woloshin, de la Universidad de Darmouth, afirman que la incidencia del síndrome de las piernas inquietas «se ha exagerado para abrir mercados a nuevos medicamentos».

Presentaron las evidencias en el primer congreso internacional dedicado al tráfico de enfermedades, celebrado hace dos años en Newcastle, Australia.

En la misma reunión, la psiquiatra de la Universidad de Nueva York Leonor Tiefer documentó el papel de la industria farmacéutica en «la creación de una nueva patología llamada disfunción sexual femenina». Y otro psiquiatra, David Haley, de la Universidad de Cardiff, certificó «la creciente promoción del trastorno bipolar, y de los fármacos para tratarlo».

La discusión se hace más delicada cuando afecta a algunos tipos de cáncer. Por ejemplo, el Gobierno español autorizó hace un año la comercialización de la vacuna contra el virus del papiloma humano para prevenir el cáncer de cuello de útero, y propuso a las comunidades autónomas su inclusión en el calendario de vacunaciones del Sistema Nacional de Salud (SNS).

Alemania, Reino Unido, Bélgica, Francia y Dinamarca ya habían tomado medidas similares. La vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega explicó que el cáncer de cuello uterino es el segundo tumor más frecuente entre las mujeres, y que provoca 280.000 muertes anuales en el mundo. En España surgen cada año 2.100 nuevos casos.

La mayoría de los especialistas avala esa decisión, pero no todos. El SNS «no ha tomado la decisión más racional posible», según un grupo de seis investigadores encabezado por Carlos Álvarez-Dardet, catedrático de salud pública en la Universidad de Alicante y director del Journal of Epidemiology and Community Health.

Estos expertos estiman el coste mínimo de la medida en 125 millones de euros anuales (cada vacuna cuesta 465 euros). Y calculan que, «para cuando se empiecen a prevenir los primeros casos de cáncer, dentro de 30 años, el SNS se habrá gastado 4.000 millones. Prevenir una sola muerte habrá costado entonces ocho millones de euros». Cada año mueren por este cáncer en España 600 mujeres, una tasa de dos muertes por 100.000 mujeres en edad de riesgo.

Con un fármaco de probada eficacia, los argumentos económicos pueden ser secundarios, pero éste no es el caso de la vacuna contra el papiloma, según estos especialistas en salud pública. El cáncer de útero suele tardar décadas en desarrollarse, y el más antiguo ensayo clínico de fase III empezó hace cuatro años.

«La vacuna ha sido promocionada como una herramienta eficaz en la prevención del cáncer de cuello uterino», aseguran, «pero esa evidencia científica aún no existe».

Este virus, sin embargo, causa una de las infecciones de transmisión sexual más comunes. Suelen remitir antes de dos años, pero si persisten pueden evolucionar a un cáncer en 20 o 30 años. Hay más de 100 cepas del virus, pero las vacunas autorizadas (Gardasil, de MSD, y Cervarix, de GSK) previenen contra las que causan el 70% de los casos de cáncer de cérvix.

Un equipo de investigadores dirigido por Teresa Ruiz Cantero, del departamento de salud pública de la Universidad de Alicante, ha estudiado las estrategias de comunicación de los laboratorios, centrándose en los medicamentos para la menopausia y la disfunción eréctil.

También aquí, una estrategia común es «ampliar el rango de indicaciones», mediante «la extensión de la enfermedad desde cuadros graves a mínimos síntomas. Los fármacos ahora son consumidos por poblaciones sanas y fuera de las indicaciones iniciales».

Según Ruiz Cantero, se han emitido mensajes del tipo «más de la mitad de los hombres mayores de 40 años tiene problemas de erección», que son «una manipulación clara, unos mensajes sesgados y simplistas que aumentan la percepción de que el problema es muy prevalente, prácticamente epidémico».

Estos expertos recuerdan que el objetivo de la OMS es hacer un uso racional del medicamento, y que no se podrá cumplir si la industria eleva las prevalencias, o no incluye toda la información en la publicidad del fármaco. La OMS, por cierto, también habla de la «búsqueda de la verdad» en medicina.

«Debería propiciarse un concierto de las universidades españolas para regular el uso de su nombre en campañas de marketing de las empresas farmacéuticas», dice Ruiz Cantero. «Y para imponer transparencia sobre la financiación de las investigaciones universitarias». También las asociaciones de pacientes deberían difundir qué empresas las financian.

La web podría ayudar, pero está llena de información sobre fármacos difundida por sus propios fabricantes. Ruiz Cantero cree que el Ministerio de Sanidad tiene que liderar la información en Internet. «Así las demás páginas web institucionales tendrían que actualizar periódicamente su información». Las conclusiones del estudio han sido publicadas por el Instituto de la Mujer.

El director de la Federación Internacional de Productores Farmacéuticos, Harvey Bale, defendió el año pasado, ante una reunión de consumidores de 100 países, la capacidad de la industria para promocionar sus medicamentos de forma ética. Pero sólo después de admitir ciertos «ejemplos de sobrepromoción mayúscula».

La patronal farmacéutica británica ha editado un folleto para periodistas donde admite que el número de enfermedades está creciendo, pero argumenta que las empresas del sector no son las responsables de definirlas. Por su lado, Glaxo niega que la promoción de su fármaco para el síndrome de las piernas inquietas sea un caso de tráfico de enfermedades.

«Parte del problema», afirma Moynihan, «es que la industria se gasta en promoción cerca del 25% de su cifra de ventas, casi el doble que en investigación«. Las estrategias de mercadotecnia, según este experto, incluyen anuncios en televisión sobre «fármacos para el estilo de vida», campañas de concienciación pública sobre nuevas enfermedades y la «financiación de asociaciones de pacientes y médicos».

Pfizer manipuló datos sobre el Neurontin

A principios de los años noventa, los laboratorios Pfizer manipularon la publicación de los ensayos sobre su fármaco Neurontin, según ha revelado un sumario judicial en los tribunales de Boston, recogido ayer por The New York Times. El Neurontin es un medicamento contra la epilepsia, y el objetivo de la multinacional era extenderlo a otras indicaciones como el dolor neuropático derivado de la diabetes. Ello ayudó al Neurontin a superar los 2.000 millones de euros de ventas anuales.

Los expertos que han revisado para el juez miles de documentos de la compañía, incluidos correos electrónicos de sus directivos, muestran que Pfizer retrasó a propósito la publicación de algunos estudios que le iban mal -los que no encontraron evidencia de que el Neurontin sirviera para el dolor neuropático- y manipuló otros para mostrar los datos desde un ángulo más deseable para los fines de la empresa.

La demanda fue presentada por grupos de consumidores, compañías de seguros médicos y sindicatos de Boston. Piden que Pfizer les devuelva miles de millones de dólares por prescripciones de Neurontin, y acusan a la compañía de «tergiversar las ventajas del fármaco de manera fraudulenta».

Pfizer niega la acusación y asegura que presentó los datos de una manera «objetiva, precisa, equilibrada y completa».

Se trata de «una estrategia de publicación que pretende convencer a los médicos de la efectividad del Neurontin, y para tergiversar o suprimir los hallazgos negativos», según Kay Dickersin, de la Escuela de Salud Pública de la Universidad Johns Hopkins. Un sesgo que se da en más de la mitad de los artículos sobre ensayos, según publicó en septiembre PLoS.

En 2000, el investigador principal de uno de los estudios negativos, el británico John Reckless, amenazó a la compañía con publicarlo por su cuenta si no lo hacía ella. En septiembre de ese año, un directivo de la firma escribió en un correo:

«El doctor Reckless tiene muchas ganas de publicar, pero ello tendrá varias ramificaciones. Creo que podemos limitar los inconvenientes de ese estudio retrasando la publicación tanto como sea posible».

El trabajo no fue publicado hasta 2003, y para entonces los resultados aparecían combinados con otros dos estudios, y los tres juntos indicaban que el Neurontin sí era útil contra el dolor neuropático.

En otro intercambio de mensajes electrónicos, un directivo de marketing de la compañía y un escritor profesional discuten cómo adornar unos resultados para su presentación en un congreso.

LA NOTA DE PFIZER

CONSIDERACIONES SOBRE EL ARTÍCULO PUBLICADO EN EL PAÍS

• Un sumario judicial interpuesto en Boston por grupos de
consumidores, compañías de seguros médicos y sindicatos acusa a
Pfizer de “tergiversar las ventajas de Neurontin® de manera
fraudulenta”. The New York Times y en este caso El País se hacen eco
de esta información titulando “Pfizer manipuló datos sobre el
Neurontin®”.

• Desde Pfizer negamos esta acusación en base a las siguientes
consideraciones:

• Actualmente sólo existe la recomendación de publicar los estudios, no
la obligación por parte de distintos organismos como la FDA
estadounidense, la EMEA europea e incluso en España, la Ley del
Medicamento hace la recomendación de que los estudios deben ser
publicados, pero no es obligatorio.

• Sin embargo, la política de Pfizer exige la publicación de todos los
estudios científicos y médicos que se realicen sobre nuestros
medicamentos, independientemente de los resultados que ofrezcan.
Así, todos los “studies report”, término empleado para definir el
sumario de resultados de un estudio, se publican en el registro
Clinicaltrials.gov. Además, nuestra compañía firma con todos los
investigadores un acuerdo para la publicación de todos los estudios y
en todos estos acuerdos está establecido que los resultados se
difundirán en los distintos foros científicos (congresos, revistas, etc…)

• Este compromiso de Pfizer con la publicación de los estudios, coincide
con la postura de las revistas científicas más prestigiosas, que exigen
un registro de todos los estudios que se comienzan. Una vez que los
estudios concluyen, la revista decide si publicar los resultados o no,
en función de su relevancia y el interés que pueda suscitar en sus
lectores.

• En este sentido, son las propias revistas científicas las que deciden
qué estudios se publican en sus páginas en función del rigor
metodológico y la relevancia de los resultados. Es el mismo ejemplo
que con las cartas al director en un periódico. Un lector puede
enviarlas a los principales medios nacionales, pero si no lo publican
tiene la opción de acudir a otro tipo de medios.

• Por otro lado, pese a no estar obligado a publicar los estudios, se han
publicado 318 estudios sobre gabapentina entre 1986 y 2008 (según
la base de datos PubMed -base de datos más utilizada por la
comunidad científica por la cantidad y calidad de las revistas
indizadas-) algunos con resultados relevantes y de elevado interés
científico y otros con resultados no tan relevantes, a pesar de su
dificultad de publicación por las revistas con más prestigio.

Sobre los estudios mencionados en el artículo

• Cuando adquirió Warner-Lambert en 2000, Pfizer estableció
procedimientos para garantizar que no había promoción fuera de
indicación de Neurontin®, de acuerdo a la política de Pfizer.

• Por otra parte, Pfizer envió los resultados del estudio citado en el
artículo –sobre dolor neuropático derivado de la diabetes- a dos
revistas médicas (Medicina Diabética y Diabetología). Ambos
declinaron la publicación del estudio. Sin embargo la revista Clinical
Therapeutics los publicó en 2003.

• Otro estudio, el POPP, fue presentado en la conferencia de la
International Association for the Study of Pain. El abstract enviado
indicaba que gabapentina no reducía el dolor de una forma
significante en un análisis del endpoint primario. El abstract indicaba
que había diferencia en el uso de gabapenitina en un número de
endpoints secundarios, incluido la calidad de vida y supresión del
dolor, comparado con placebo.

Sobre el estudio del doctor Vieta

• Cuando se publicó en 2006, el estudio de Vieta mencionaba que
Neurontin® podría tener beneficios a largo plazo en pacientes con
desorden bipolar. No existe ninguna base para afirmar que Pfizer
manipuló ningún aspecto del estudio de Vieta. De hecho Neurontin®
perdió su patente un año y medio antes de la publicación del estudio.

• La acusación de que Pfizer y Warner-Lambert ocultaban
sistemáticamente los estudios relacionados con el trastorno bipolar se
contradice con la publicación de un estudio que mostró la falta de
eficacia de Neurontin® para el trastorno bipolar, publicado en la
revista “Bipolar Disorders” en septiembre de 2000.

• El estudio del Dr. Vieta se ha realizado sobre una base ética
intachable, y tal como afirma él mismo en la entrevista publicada en
el Wall Street Journal los cambios en el análisis se hicieron en base a
los requerimientos del Journal of Clinical Psychiatry. También de
acuerdo al citado artículo, y según reconoce el Doctor la
interpretación de los resultados es exclusivamente suya.

• El estudio mencionado en el artículo, se inició por Warner-Lambert
antes de su adquisición por Pfizer. El estudio se concluyó en 2004, y
es entonces cuando Pfizer redactó el Study Report. Por su parte, el
artículo fue publicado en el Journal of Clinical Psychiatry en 2006. Fue
entonces cuando a petición de la publicación especializada y de los
expertos consultados por la revista, se realiza un reanálisis que
permite interpretar las conclusiones del estudio de forma diferente y
que en este caso son positivas para Neurontin® .

• Según Vieta “los cambios en la técnica analítica del estudio, fueron
solicitados por la revista y se empleaba una técnica más
conservadora. En 2004 la comunicación del estudio por parte de
Pfizer tuvo una interpretación más amplia del concepto “intención por
tratar” por lo que fue apropiado excluir algunos pacientes del análisis
para el artículo de la revista.

Otras consideraciones

• La acusación de que Pfizer, por razones comerciales, influyó en la
publicación del estudio realizado por el doctor Eduard Vieta en 2006,
carece de fundamento. Es más, es importante destacar que la
compañía perdió la patente de este medicamento en 2004.

• Las acusaciones de marketing ilegal de Neurontin® se refieren a
prácticas realizadas años antes de que Pfizer adquiriese Warner-
Lambert y con ella, este medicamento. Desde que Pfizer se hizo
cargo de la gestión de la compañía, aplicó sus propios y exigentes
procedimientos internos para garantizar que Neurontin® no fuera
promocionado de una forma improcedente.

• Pfizer finalizó la promoción de este medicamento en 2004, cuando
aparecieron los genéricos del mismo. Ese mismo año, la compañía
pagó 430 millones de dólares para hacer frente a las reclamaciones
judiciales abiertas contra Warner-Lambert antes de su adquisición por
Pfizer en 2000. Warner-Lambert fue demandada en la década de los
90 por promocionar Neurontin® para indicaciones no aprobadas.

EL ARTÍCULO DE THE NEW YORK TIMES

Experts Conclude Pfizer Manipulated Studies

By STEPHANIE SAUL
Published: October 8, 2008

The drug maker Pfizer earlier this decade manipulated the publication of scientific studies to bolster the use of its epilepsy drug Neurontin for other disorders, while suppressing research that did not support those uses, according to experts who reviewed thousands of company documents for plaintiffs in a lawsuit against the company.

Pfizer’s tactics included delaying the publication of studies that had found no evidence the drug worked for some other disorders, “spinning” negative data to place it in a more positive light, and bundling negative findings with positive studies to neutralize the results, according to written reports by the experts, who analyzed the documents at the request of the plaintiffs’ lawyers.

One of the experts who reviewed the documents, Dr. Kay Dickersin of the Johns Hopkins Bloomberg School of Public Health, concluded that the Pfizer documents spell out “a publication strategy meant to convince physicians of Neurontin’s effectiveness and misrepresent or suppress negative findings.”

Pfizer issued a statement Tuesday denying that it had manipulated Neurontin data, saying “study results are reported by Pfizer in an objective, accurate, balanced and complete manner, with a discussion of the strengths and limitations of the study, and are reported regardless of the outcome of the study or the country in which the study was conducted.”

The expert reports, unsealed Monday in a federal court in Boston, add to accusations that the pharmaceutical industry has controlled the flow of clinical research data, blurring the lines between science and marketing.

In April, for example, a group of academic doctors questioned the validity of drug industry research after finding that Merck had hired ghostwriters to produce scientific articles about Vioxx, then recruited prestigious doctors to serve as their official authors. Vioxx, a painkiller, was withdrawn from the market in 2004 after research indicated it could cause strokes and heart attacks.

Last winter, Merck and Schering-Plough were criticized for delaying the release of a study on their best-selling cholesterol medication Vytorin that showed the drug did not slow the growth of plaque in arteries. In the case of Pfizer’s Neurontin, the negative studies would have increased doubts about the drug’s value for several unapproved uses — treating bipolar disorder, controlling certain types of pain and preventing migraine headaches, according to the expert opinions.

So-called off-label use of Neurontin for those conditions helped propel its sales to nearly $3 billion a year before it lost patent protection in 2004.

In one example, the experts concluded that Pfizer had deliberately delayed release of a study that showed the drug had little effect against pain that is a complication of long-term diabetes, even as the outside researcher who was a lead investigator for the study, Dr. John Reckless of Bath, England, pushed to publish the unflattering findings on his own. Dr. Reckless’s office said Tuesday that he could not be reached for comment.

According to one September 2000 e-mail message by a Neurontin team leader at Pfizer, “The main investigator in the U.K. (Dr. Reckless) is keen to publish but this will have several ramifications.” The team leader later wrote, “I think we can limit the potential downside of the 224 study by delaying publication for as long as possible.”

Pfizer said Tuesday that it had submitted the Reckless study to two journals which declined to publish it. The results were not published until 2003 and, according to plaintiffs’ experts, when they did appear they were combined with two other studies and together the findings concluded Neurontin was effective for treating neuropathic pain.

Another series of e-mail messages had the subject line “Spinning Serpell,” a reference to an investigator on the study, Dr. Michael Serpell of Glasgow, Scotland. In the e-mail exchange a senior marketing manager for Pfizer and a professional medical writer discussed how to cast the results in a more favorable light for a poster presentation at a medical conference, the experts concluded.

“If Pfizer wants to use, present and publish this comparative data analysis in which two of the five studies compared make the overall picture look bad, how do we make it sound better than it looks on the graphs?” the medical writer asked.

Pfizer discontinued its marketing program for Neurontin in 2004 after the drug became available as a generic. That same year, the company paid $430 million to settle federal criminal and civil claims that Warner-Lambert, which Pfizer acquired in 2000, promoted Neurontin for unapproved uses during the 1990s.

At the time, Pfizer said the illegal marketing had occurred before Pfizer acquired the company or drug. On Tuesday, Pfizer repeated that it had instituted procedures when it acquired Warner-Lambert to make sure there was no off-label promotion of Neurontin.

Despite that settlement, separate legal action involving the drug is still pending in Boston, where consumers and third-party payers including insurance companies and trade unions want Pfizer to repay them billions of dollars for Neurontin prescriptions. The plaintiffs accuse Pfizer of fraudulently misrepresenting the drug’s benefits.

Thomas Greene, a lawyer for the plaintiffs, said the documents in the case revealed that even after the Neurontin settlement.

“Pfizer continued with the medical marketing firms and planted marketing messages in journal articles that Neurontin was effective while they knew that their own clinical trials had failed to demonstrate it was effective,” Mr. Greene said.

Dr. Dickersin, the Johns Hopkins expert, said that of 21 studies she reviewed, five were positive and 16 negative, meaning they did not prove the drug was effective. Of the five positive studies, four were published in full journal articles, yet only six of the negative studies were published and, of those, two were published in abbreviated form.

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