Para que lo trabajara y custodiase. 14. Girasoles

Por Carlos de Bustamante

( Van Gogh pintando girasoles. 1888. Óleo de Paul Gauguin) (*)

En la Dehesa de Peñalba – ¿les suena? – nunca se habían sembrado girasoles. Malhadado el día que el relator (brrrr…) lo hizo. El hombre no sabía de girasoles más que el sabor de las pipas consumidas con la que más tarde sería su esposa de por vida. Largas horas, que se hacían muy breves, sentados en un banco del Campo Grande, en la Acera de Recoletos, en las Moreras o en diversos lugares públicos vallisoletanos, donde por con solo una mínima parte de sus exiguas propinas, les permitían comprar una medida colmada del sabroso, saladillo y tostado fruto, o bien crudo de las enormes giganteas, compradas con tres perras. Las vendían por medias, cuartos o enteras. Estaban expuestas para la venta en muchas fruterías; o mejor, comprábamos pipas sueltas en el “puesto del señor Joaquín” de la Plazuela de san Miguel -nuestro barrio-, tostadas y más sabrosas que las crudas.

Poco tenían que ver éstas, con las sembradas en tan solo dos o tres hectáreas, en el cacho de los “máices”. La siembra de las pipas, estas negras como las moras, se hizo con la misma sembradora que para el cereal trajo el progreso. Fue preciso regular los engranajes, para que de la tolva cayera el mínimo chorro de sembradura. Aun así, por las botas se deslizaban tantas pipas, que, vista la nascencia, sobraban cantidad de pequeñas plantas del novedoso girasol.

Con excelente tempero, las primeras hojas, fuertes, vigorosas, en pocos días cubrieron el cacho de un verde intenso. Y con rapidez poco común, un vástago recio como las hojas que le arroparon al inicio de la vida. Tallo inhiesto como las velas de un Monumento, apuntó al cielo con auspicios de plantas que “prometen”.

Buena madre para ellas el cacho de los Máices; mas ¡ay!, que dar vida amamantar, cuidar y llevar a término tantos hijos, era misión tan imposible como pedir peras al olmo. Con binaderas o a mano, una cuadrilla de mujeres y chicos hubo de emplearse no pocos días para entresacar cuantas plantas sobraban en detrimento unas de otras. Perdió belleza el cacho, pero cuantas quedaron a espacios convenientes, ganaron en desarrollo a ojos vistas. Quedaron humilladas las hojas, pero el tronco crecía y crecía a pasos agigantados.

Terrible la terrible estepa castellana. Aunque bien entrada ya la primavera, no cayó ni una sola gota de lluvia. Modernizada la casa del vapor- ya mentada en artículos anteriores- el nuevo motor Siemens hizo vomitar caudales imponentes de agua con la que dar vida a los cultivos sedientos. Por el almorrón principal, también llegó a las ha poco nacidas plantas de girasol. Con la expectación que despiertan las muchas novedades en el buen hacer del campo, el relator (brrrr…) apenas podía creer lo que a diario veían sus ojos. Como nuevas torres de Babel “páice” como que los girasoles quisieran llegar “deseguida” al cielo.

Al alba de un día en el que “la calor aprietaba de firme”, el amo de turno penetró a duras penas por entre una amazonia de vegetación desbordante. Con el asombro de lo nunca visto, vio en el pináculo de muchas de las plantas el nacimiento indoloro de un nuevo color entre los verdores del cacho. Como en el parto de una primeriza, una niña de raza ambarina se abría paso “allí riba” de los altiricones mástiles, deseosa de vestirse al completo con ropajes de oro intenso en pétalos incipientes de una flor diminuta.

Durante unos días la primera atención era para el cacho de los Máices. Desde entonces de los Girasoles. El agua nuevamente obró el milagro. Crecían y crecían las plantas en su afán de lograr las cotas más altas. Hasta que, llegadas al cenit, el amarillo de flores, cuasi giganteas, se extendió por todo el cacho con rapidez de asombro. Éste fue el que se hizo palpable en el relator (brrrrr…), cuando vio cómo con en un nunca observado movimiento de torsión, las flores miraban al astro rey en todo el recorrido desde que salía hasta el ocaso. Multiplicado en miles de girasoles, el cacho de los Máices se hizo campo nutrido de son-soles. Sin interrupción el riego surco a surco, el tronco que fue endeble, se hizo pronto caña robusta.

Días más tarde, las flores palidecieron y el sol dejó de ser su ídolo al que mirar y girar cada nuevo día. Las cañas renunciaron a mayores alturas. Secas, la savia dejó de circular por las venas ocultas. Cayeron los pétalos. Y donde hubo un campo vestido con los más intensos colores iniciales, las que creyó el relator (…) ser giganteas, eran ahora sólo pequeñas cabezas de girasoles enanos en ellas. El amarillo cuasi insultante, se tornó negro por las pipas refugiadas en celdillas de colmena inclinadas, sumisas, hacia la tierra que las vio nacer. Mientras el astro rey seguía su curso, los pequeños soles, como ídolos-becerros de oro se abatían, en profunda reverencia a la tierra que las vio nacer.

Sentado el relator en el último sifón dominante para el riego del cacho, meditó: si esto es el resultado de la aparente belleza del dios sol, es que ese dios deslumbrante es un ídolo más falso que Judas. Y las riquezas, los placeres…, como las luces de bengala en los astros efímeros de las plantas. Flor de “un día”. Como nosotros. Como los pequeños girasoles.

Más aún, si alguno por desconocimiento pseudo ecologista, quiso hacer su dios a la Naturaleza, aquí pudo contemplar cómo sólo el verdadero Dios permanece, mientras los ídolos, llámense sol, montañas, ríos, mares, volcanes, girasoles…naturaleza, son perecederos, caducos. Obra, en fin, del Creador, para que el hombre lo trabajara, custodiase… y dominase.

Cuando el progreso trajo el medio mecánico con que recoger las pipas negras, con precio importante en el mercado para la industria del aceite- ¡qué cosas…! -, surgió la malhadada sorpresa: bandadas de aves en las más diversas familias, se cernían amenazantes sobre el cacho de los Girasoles. Fueron primero las tórtolas y palomas torcaces las que se abalanzaron sobre las frustradas giganteas y las pipas de las cedillas. Luego, gorriones, mirlos, estorninos, grajuelas…y cuantas aves tenían su hábitat en las frondosidades de pinares, montes, riberas y en la inmensa flora de la Dehesa.

Cazador, mas no carnicero, el relator (…) hubo de recurrir al espantapájaros extremo: tronó la escopeta muchas de las horas de cada día. Pero durante las forzosas ausencias, infinidad de supervivientes cosecharon el cacho “antes de conantes”. Pues como una y no más santo Tomás, nos vemos, si Dios es servido, en el próximo. El que hará más bella y más verde a la Dehesa de Peñalba “la Verde”.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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