Para que lo trabajara y custodiase. 12. La huerta de las hortalizas

Por Carlos de Bustamante

( Cercado. Acuarela de de José María García Fernández, “Castilviejo”. Colección de José Mª Revilla) (*)

La verdad es que, puestos a ver, admirar e incluso meditar los portentos sobre esta tierra que nos ha sido concedida a cuantos la habitamos, no sé a cuál de las maravillas prestar más atención. Así pues, y sin que guarde orden de preferencias, hago un alto en la huerta de las hortalizas.

En tierras de la estepa o páramos castellanos la agricultura es por lo general extensiva. No sucede lo mismo en los valles donde los acuíferos que se esconden bajo terrenos limosos, feraces, el regadío facilita la agricultura intensiva. El no va más de ésta, es la huerta. Huerta de las hortalizas. Antes de que el sol en verano, prenda de fuego sin llamas el valle del Duero, el niño que con el tiempo será el nuevo “amo”, emprende la ruta de la huerta por el camino que otrora fuera calzada romana. Las losas de piedra, traídas por entonces de “quisió ande”, son ahora el más rústico de los pesebres a ambos lados del más transitado de los itinerarios que parten del caserío y que, desviado de “la puente” hundida, tenía fin en Peñalba de Duero.

Pesebres, digo, en los que los pastores salgaban a las ovejas. Antes de hacerse senda por los adentros de la ribera, un ramal hecho a golpe de pisadas, condujo al niño a los manjares de la huerta. Espectacular el cacho, dominio de Fidencio el hortelano.

-¡Quihacer…. Hombre (o sea, niño), ¡la siete te vas a apañar! Esa sandía es pal ama, y entodavía está pepina, exclama el hombre enderezando el cuerpo que, plantando berzas, levanta más el culo (con perdón, que así reza el cantar) que la cabeza.

– ¡Aguardhombre (o sea niño), añade, que velahí ties otra una miaja pequeña, pero questá dulce como lamerones! Camina con cuidado sumo por el cantero del melonar y arranca una sin numerar que acaricia con mimo antes de “entriegarla” a la criatura.

Luego, y antes de que la criatura a falta de navaja la arpase contra el suelo, saca la suya del bolso, atada con una cuerda al cinturón. En “cuantis” que la pinchó se arpó ruidosa como “extrordinaria” sandía que era. Roja como la grana.

– ¡Jeringar…!, a vei crees que no sé ó que todas son de vusotros, pero tengo ó numeradas las mejores pa que no las marrotéis antes de conantes!, exclamó Fidencio al tiempo de mirar con “sastifación” las mejores contadas y marcadas.

¡Que es mucho Fidencio el hortelano Fidencio, pa que nadie se las mangue sin “premiso”!

Con la cara y hasta casi la nariz todavía untada del zumo que sangraba dulzores, Fidencio llevó al niño a visitar, orgulloso, otros canteros de la huerta, tanto o más cuidada que si fuera propia.

-No quedrás dar un tiento a los tomates que velihaí les tengo tan gordos y extrordinarios que páice que dicen comedme ¿verdad?, porque sigún tihas enveredau la sandía, pué que entodavía no te sihaya quitau la ansión de huerta…

Estaban tan lustrosos y rojos de madurez en su punto, que al niño se le iban los ojos a los tomates a cuál mejores en cada mata que trepadora en un entramado perfecto de palos y estacas, impedían rozar siquiera los frutos la tierra. ¡Que era Fidencio mucho Fidencio! ¡A ver…!

-Si aguardas una miaja, espérate, si puedes, que traiga del chozo un papelón de sal, pa que tihartes de una ensalada superior. Y como saladillos llaman mu bien al vino, le damos dispués un tiento a la bota pa que te quedes en la gloria. ¿De alcuerdo…? De acuerdo… ¡A ver!, que a nadie le amarga un dulce…

Cuando, navaja en ristre Fidencio volvió con la sal, el niño miraba ensimismado otro cantero con “acenorias”.

-No quedrás déstas pa postre ¿verdad?, le preguntó al tiempo de arrancar “mu bien dellas” con sus manos poderosas. Peló en un santiamén dos de las más hermosas y al tiempo de ronchar una, le ofreció la otra al hijo del ama.

-Superiores ¿eh?, le dijo sonriente. Y sin esperar respuesta:

-¡Cuál, ¿éstas…?!, no lo veas mejor, que ni en la capital hay género comuéste.

Y de allí, al cantero de los pimientos. -No serán picantes ¿verdad?, preguntó el niño al tiempo de llevarse a la boca uno cuasi como unas alforjas de grande. Como si le hubiera dado un perlético, salió corriendo hacia la ribera “ande” estaba la fuente de la Teja. De bruces en ella, se enjuagó, hizo gárgaras, introdujo en la friura del manantial hasta la cabeza. Pero hasta que no llegó Fidencio con la bota y un cantero de pan, no se le pasaron los ardores… guerreros.

-Áhura vamos a la huerta, que entodavía nuhas visto los canteros de cebollas, ni de lechugas, ni de calabacines, ni de calabazas, ni de espárragos, ni de… Y allí se quedó Fidencio “numeriando” tantos canteros, que ni en el Paraíso. Como alma que lleva el diablo, el niño corrió”agudo” camino arriba hacia el lavabo de su casa donde sacó “inclusive” brillo de la dentadura por los restregones en la “dentición ande “páice” que se le había quedado pegada la descomunal guindilla.

Pasó el niño las etapas más satisfactorias en cada una de ellas en la Dehesa de Peñalba; y como un soplo de aire fresco, le llegó la de la ancianidad. Fue como si al amanecer de cada día hubiera iniciado el libro de las memorias de su vida. Cada despertar comenzaba la escritura con la que rellenaba páginas en blanco. Páginas que, al atardecer, le aproximaban más al final del libro que era la miniatura de toda la existencia en un mundo que bien pudo no ser, sino el comienzo de otro definitivo y para siempre. Pensó y piensa en Fidencio el hortelano y la huerta de las hortalizas…

Verduras todas allí que no nacieron, crecieron y desarrollaron por vegetación espontánea, no. En terreno especialmente preparado, depositó Fidencio semilla buena, seleccionada. Semillero del que, como de todas las semillas, nacieron plantas según la especie; preparada, trabajada la tierra donde habrían de vivir y dar fruto, trasplantaba en ella con amor sumo los pequeños vegetales. Los que, cuidados, custodiados, con esmero, recogía luego gozoso el producto que nació pequeño. Como todo ser humano creado, presentaba luego al amo el libro donde, en forma de conachos, estaba el rendimiento del trabajo encomendado. Como la vida misma, piensa hoy el veterano con reminiscencias de niño. Y se le antoja que la guindilla que abrasa, es el borrón en la página mal escrita un día. Como la vida misma.

Pensamientos y obras escritas, que, si Dios es servido, seguirán en artículos sucesivos. Con un poco, pues, de paciencia, nos vemos…


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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