Para que lo trabajara y custodiase. 8. Almorrones y frutales

Por Carlos de Bustamante

( Caseta. Acuarela de Rafael García Bonillo) (*)

El nuevo motor eléctrico Siemens -alemán- sustituyó a la caldera de vapor. La casa del vapor de la que les venía comentando en un artículo anterior, adquirió una personalidad nueva. Siguió siendo “la casilla”, pero todo parecido con la anterior era pura coincidencia. Los grandes tabiques de adobe en las paredes, cumplieron igualmente la misión de preservar del frío en las inclemencias por entonces muy duras del “ivierno” castellano; y cuando apretaba la calor del ferragosto en la terrible estepa (valle) castellana, era el refugio habitual para almuerzo, comida o descanso de los regadores que en gran número conducían los caudales que, con origen en la casilla, proporcionaban verdor y frescura a los cultivos sedientos. Sangre arterial que el corazón siemens y la bomba de paz enviaban a borbotones continuos por las arterias de los almorrones a las tierras de pan llevar. Fauces abiertas al líquido alimento en continuo caminar en corriente generosa.

Mas la Sabiduría Suprema, pese a expresar que lo creado “era bueno”, puso la condición de la obediencia a sus leyes. Y el hombre creado a Su imagen y semejanza, incitado por la astucia del diablo en forma de serpiente, traspasó la única línea roja con que el Creador puso límite a su recreo en el Paraíso. Límite que perdura, llámese manzana, pera, higo, membrillo, chirimoya, caqui… Y ayer como hoy, la misma serpiente sigue ganando en astucia a la heredada debilidad del hombre que, libremente y con orgullo, escoge el mal sin importarle un bledo el bien. Desobediencia y orgullo flagrantes hoy como ayer.

Digo tras este largo inciso, que si la frescura de la casilla era un paraíso para solaz de los regadores o de cuantos trabajaban en éste u otros menesteres, también en sus adentros era el origen del paraíso por el verdor y belleza de cuantos cultivos eran bendecidos con el agua que, procedente del padre Duero, la recibía en abundancia el canal del Duero. De éste, abundante también, al pozo excavado en el interior de la casilla. Y en el no va más de los trasvases, del pozo impulsada por la bomba que la succionaba en tragos de gigante al depósito dominante de cuantas tierras de labor las recibirían como lo que son: bendiciones.

Rebosante el depósito, por el “bujero” abierto a ras del borde, corría que se las pelaba por el almorrón “encachado” hacia el punto más lejano del gran cacho de la Roturación de lo que fuera monte en la Dehesa.

En la inmensa soledad del “cacho” donde sólo los regadores trabajaban silenciosos, la vida corría por el almorrón en aguas que la transmitirían a los diferentes cultivos.
Como hoy de éstos no se trata, he de hacer ahora mención especial de cómo las dos hileras de frutales que se perdían allá a lo lejos sin separarse del agua añadían mayor belleza que daba gloria al Creador que la hizo posible en este rincón del valle. Dehesa de Peñalba la Verde.

Para acudir a los diferentes “cortes” donde se afanaban los regadores, abriendo o cerrando “tornas” para una vez abiertas unas y cerradas otras, conducir las bendiciones por los surcos, se hacía el trayecto por senderos a ambas orillas de este almorrón principal. Si lo frutales estaban en flor, al paseo lo envolvían inenarrables fragancias; porque los aromas parecían proceder de otros mundos por descubrir. Quien sintiera en lo más hondo tanta belleza como creación no humana, le salía espontáneo el “himno de los tres jóvenes”: árboles y flores todas, “bendecid al Señor”. Y así, al tiempo de caminar hacia el trabajo por la estrecha vereda en sombra de perales, membrillos, manzanos… con las diferentes especies de cada uno, y sin queriendo, se oraba al Hacedor que dio tal incremento al trabajo del hombre.

Y ni que decir tiene que esta oculta oración se hacía más intensa cuando tras ver cómo las abejas y otros insectos voladores, se posaban de flor en flor, así obraban en ellas el prodigio natural de la polinización. Tras marchitarse las flores -variadas de forma, color y fragancia según qué especies de los diferentes frutales-, aparecía la vida en miniatura de lo que a su debido tiempo serían frutos sabrosos en peso, forma, color, sabor y propiedades alimentarias.

No era aquello, no, obra casual de la propia naturaleza, sino del mismo y único Dios que hizo tan bella la obra que, creada la tierra, la entregó al ser humano para que, lo trabajara y custodiase. Y a fe que lo hizo, porque por sendas, trochas, riberas, montes, pinares o cultivos regados, era tan evidente el mandato de dominarla, que el hombre hizo Paraíso de verdura y frescor esta porción del valle.

Digo pues, que el caminar por las sendas del almorrón, no dejó indiferente al amo por entonces de la Dehesa. Quizá ignorase en aquel momento el prodigio de cuanto vivía, crecía, florecía o se desarrollaba junto o por el discurrir del agua que repartía amores a la hermosura de cuanto dejaba a su paso, pero no, si al por entonces “amo” no se le ocurrió pensar en amores ni bendiciones, hoy al recordarlo, se une al poeta para cantar: “Dejó mi amor la orilla/ y en la corriente canta/, no volvió a la ribera/que su Amor era el agua//.

No es intención ser en exceso “troncoso”, porque mis amigos y únicos probables lectores de sobra saben el porqué el Amor referido va con mayúscula. No obstante y porque son innumerables las mercedes dejadas por las aguas del almorrón a su paso, será en los próximos, si Dios es servido, donde posiblemente puedan leer cómo repartía bendiciones el agua –cada vez más abundante según entraba el progreso en la casilla- al llegar presurosa a los diferentes cultivos.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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