La armonía de la naturaleza

Por José María Arévalo

( Almendros en flor. Acuarela de J. M. Arévalo) (*)

Una de las ventajas de estar jubilado es poder desayunar tranquilamente con –viendo en la prensa, y escuchado en la radio a la vez- las noticias del día. Especialmente me fijo en las novedades de la vida política, que tanto nos afectan, y en las del mundo del arte, que tienen aún mayor interés para los creativos. Así que cuando quedamos temprano, el grupito de acuarelistas jubilados, para salir a pintar al campo, me cuesta reducir la lectura de las noticias a una simple ojeada y selección de lo más interesante para verlo más despacio por la tarde. Eso me pasó recientemente con la noticia del mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma de este año, que tuve que verla después, tras quedarme intrigado con una frase suya que me llamó la atención.

Leí en el vistazo a la noticia: “… transfigura la vida… de los santos y estos alaban a Dios y, con la oración, la contemplación y el arte hacen partícipes de ello también a las criaturas”. La idea que se me quedó en la cabeza, y la necesidad de profundizar más en ella, antes de recoger los trastos para pintar, fue la de transfigurar también a las criaturas con el arte. Parecía un pozo sin fondo. Cambiar, a mejor, la vida de las personas con el arte es un desiderátum, pero cambiar también la naturaleza, ya me sugería un horizonte inalcanzable. Así que copié el texto para verlo tranquilamente por la tarde.

Cuando sales a pintar al campo y te queda un poco chula la acuarela, lo que no sucede las más de las veces, se crece uno, y aún sabiendo que aquello no es nada del otro mundo, todo el día se afronta con más optimismo. Esa mañana acerté con un tema de almendros, que tienen su dificultad, así que no me arredré al leer el texto del Papa, ciertamente complejo, que me había llamado la atención.

El párrafo entero decía: “Si el hombre vive como hijo de Dios, si vive como persona redimida, que se deja llevar por el Espíritu Santo (cf. Rm 8,14), y sabe reconocer y poner en práctica la ley de Dios, comenzando por la que está inscrita en su corazón y en la naturaleza, beneficia también a la creación, cooperando en su redención. Por esto, la creación —dice san Pablo— desea ardientemente que se manifiesten los hijos de Dios, es decir, que cuantos gozan de la gracia del misterio pascual de Jesús disfruten plenamente de sus frutos, destinados a alcanzar su maduración completa en la redención del mismo cuerpo humano. Cuando la caridad de Cristo transfigura la vida de los santos —espíritu, alma y cuerpo—, estos alaban a Dios y, con la oración, la contemplación y el arte hacen partícipes de ello también a las criaturas, como demuestra de forma admirable el “Cántico del hermano sol” de san Francisco de Asís (cf. Enc. `Laudato si´, 87). Sin embargo, en este mundo la armonía natural generada por la redención está amenazada, hoy y siempre, por la fuerza negativa del pecado y de la muerte”.

El párrafo está incluido en el punto primero del mensaje del Papa Francisco, que titula “La redención de la creación” en la que destaca que “Si el hombre vive como hijo de Dios, si vive como persona redimida, que se deja llevar por el Espíritu Santo (cf. Romanos 8,14), y sabe reconocer y poner en práctica la ley de Dios, comenzando por la que está inscrita en su corazón y en la naturaleza, beneficia también a la creación, cooperando en su redención. Por esto, la creación —dice san Pablo— desea ardientemente que se manifiesten los hijos de Dios [citado antes: «La creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios», Romanos 8,19], es decir, que cuantos gozan de la gracia del misterio pascual de Jesús disfruten plenamente de sus frutos, destinados a alcanzar su maduración completa en la redención del mismo cuerpo humano”.

Para después, en un apartado 2 referirse a “La fuerza destructiva del pecado”. Como sabemos, la causa de todo mal es el pecado, que desde su aparición entre los hombres interrumpió la comunión con Dios, con los demás y con la creación, a la cual estamos vinculados ante todo mediante nuestro cuerpo. El hecho de que se haya roto la comunión con Dios, también ha dañado la relación armoniosa de los seres humanos con el ambiente en el que están llamados a vivir, de manera que el jardín se ha transformado en un desierto (cf. Gn 3,17-18). Se trata del pecado que lleva al hombre a considerarse el dios de la creación, a sentirse su dueño absoluto y a no usarla para el fin deseado por el Creador, sino para su propio interés, en detrimento de las criaturas y de los demás”.

Para concluir, en un apartado 3, que titula “ La fuerza regeneradora del arrepentimiento y del perdón”, que “Por esto, la creación tiene la irrefrenable necesidad de que se manifiesten los hijos de Dios, aquellos que se han convertido en una “nueva creación”: «Si alguno está en Cristo, es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo» (2 Co 5,17). […] Esta “impaciencia”, esta expectación de la creación encontrará cumplimiento cuando se manifiesten los hijos de Dios, es decir cuando los cristianos y todos los hombres emprendan con decisión el “trabajo” que supone la conversión.”

La idea de que la redención afectó no solo a los hombres sino a toda la creación no me resultó nueva, la he leido –y oido en directo- muchas veces en los textos del santo de los ordinario, san Josemaría Escrivá. Tomo del Diccionario de San Josemaría: “El Señor se lo dio a entender por una gracia especial, el 7 de agosto de 1931, entonces en Madrid fiesta de la Transfiguración del Señor: “Llegó la hora de la Consagración: en el momento de alzar la Sagrada Hostia, sin perder el debido recogimiento, sin distraerme –acababa de hacer in mente la ofrenda al Amor misericordioso–, vino a mi pensamiento, con fuerza y claridad extraordinaria, aquello de la Escritura: “«Et si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad me ipsum» (Jn 12, 32) (…) Y comprendí que serán los hombres y mujeres de Dios, quienes levantarán la Cruz con las doctrinas de Cristo sobre el pináculo de toda actividad humana… Y vi triunfar al Señor, atrayendo a Sí todas las cosas” (Apuntes íntimos, nn. 217 y 218: AVP, I, p. 381)”. La expresión “omnia traham”, ahora se suele traducir como “atraeré a todos”, pero entonces se usaba más “atraeré a todas las cosas”, sentido en que la usaba san Josemaría y aprovechaba para referirse a la redención de todo lo creado.

Pero yo seguía pensando en la primera impresión que me causó el texto del Papa sobre esta Cuaresma, aquello de transfigurar también a las criaturas “con el arte”, lo que me resultada muy nuevo. Así que me fui a buscar en el texto que tengo de cabecera, la “Carta del santo padre Juan Pablo II a los artistas”, de 4 de abril de 1999, Pascua de Resurrección. Ya de entrada me pareció encontrar una alusión en la dedicatoria, a cuantos “habéis admirado la obra de vuestra inspiración, descubriendo en ella como la resonancia de aquel misterio de la creación a la que Dios, único creador de todas las cosas, ha querido en cierto modo asociaros”.

Ya en materia, Juan Pablo II sigue expresando cómo “Dios ha llamado al hombre a la existencia, transmitiéndole la tarea de ser artífice. En la «creación artística» el hombre se revela más que nunca «imagen de Dios» y lleva a cabo esta tarea ante todo plasmando la estupenda « materia » de la propia humanidad y, después, ejerciendo un dominio creativo sobre el universo que le rodea. El Artista divino, con admirable
condescendencia, trasmite al artista humano un destello de su sabiduría trascendente, llamándolo a compartir su potencia creadora”. En ese “dominio creativo sobre el universo” puede quedar aludido aquel poder cambiar la naturaleza con el arte que vislumbré en el texto del papa Francisco.

Después de hacer un recorrido histórico muy completo, explica Juan Pablo II: “En el amplio panorama cultural de cada nación, los artistas tienen su propio lugar. Precisamente porque obedecen a su inspiración en la realización de obras verdaderamente válidas y bellas, non sólo enriquecen el patrimonio cultural de cada nación y de toda la humanidad, sino que prestan un servicio social cualificado en beneficio del bien común”.

Después aclara: “En efecto, el arte, incluso más allá de sus expresiones más típicamente religiosas, cuando es auténtico, tiene una íntima afinidad con el mundo de la fe, de modo que, hasta en las condiciones de mayor desapego de la cultura respecto a la Iglesia, precisamente el arte continúa siendo una especie de puente tendido hacia la experiencia religiosa. En cuanto búsqueda de la belleza, fruto de una imaginación que va más allá de lo cotidiano, es por su naturaleza una especie de llamada al Misterio. Incluso cuando escudriña las profundidades más oscuras del alma o los aspectos más desconcertantes del mal, el artista se hace de algún modo voz de la expectativa universal de redención”.

En esta expresión, “expectativa universal de redención”, me parece queda recogida una alusión a aquella idea del papa actual en favor de transfigurar también a las criaturas con el arte. “Todo ser humano –continua la Carta de Juan Pablo II a los artistas- es, en cierto sentido, un desconocido para sí mismo. Jesucristo no solamente revela a Dios, sino que «manifiesta plenamente el hombre al propio hombre». En Cristo, Dios ha reconciliado consigo al mundo. Todos los creyentes están llamados a dar testimonio de ello; pero os toca a vosotros, hombres y mujeres que habéis dedicado vuestra vida al arte, decir con la riqueza de vuestra genialidad que en Cristo el mundo ha sido redimido: redimido el hombre, redimido el cuerpo humano, redimida la creación entera, de la cual san Pablo ha escrito que espera ansiosa «la revelación de los hijos de Dios» (Rm 8, 19). Espera la revelación de los hijos de Dios también mediante el arte y en el arte. Ésta es vuestra misión. En contacto con las obras de arte, la humanidad de todos los tiempos -también la de hoy- espera ser iluminada sobre el propio rumbo y el propio destino”.

Estamos, pues, de nuevo en el meollo de la cuestión, a lo que se refiere ahora el papa Francisco. Quizá san Juan Pablo II incidía más en la iluminación que consigue la belleza, mientras que el papa Francisco va más en la línea de san Josemaría de poner a Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas, también en la creación artística. Es lo que ví en su mensaje para la Cuaresma de este año, con cuya primera lectura abría este artículo: “… transfigura la vida… de los santos y estos alaban a Dios y, con la oración, la contemplación y el arte hacen partícipes de ello también a las criaturas”.

Aunque el final de la Carta de Juan Pablo II a los artistas vaya quizá en la misma línea: “Los hombres de hoy y de mañana tienen necesidad de este entusiasmo para afrontar y superar los desafíos cruciales que se avistan en el horizonte. Gracias a él la humanidad, después de cada momento de extravío, podrá ponerse en pie y reanudar su camino. Precisamente en este sentido se ha dicho, con profunda intuición, que «la belleza salvará al mundo» (F. Dostoievski, El Idiota, p. III, cap. V). La belleza es clave del misterio y llamada a lo trascendente. Es una invitación a gustar la vida y a soñar el futuro. Por eso la belleza de las cosas creadas no puede saciar del todo y suscita esa arcana nostalgia de Dios que un enamorado de la belleza como san Agustín ha sabido interpretar de manera inigualable: «¡Tarde te amé, belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé!». Os deseo, artistas del mundo, que vuestros múltiples caminos conduzcan a todos hacia aquel océano infinito de belleza, en el que el asombro se convierte en admiración, embriaguez, gozo indecible. Que vuestro arte contribuya a la consolidación de una auténtica belleza que, casi como un destello del Espíritu de Dios, transfigure la materia, abriendo las almas al sentido de lo eterno.”


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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