La perrita perdida

Por Javier Pardo de Santayana

( Perrita teckel, foto en Google) (*)

Si mi improbable lector me siguiera desde hace el tiempo suficiente conocería ya a la dos perritas que conviven desde hace más de dos años con nosotros. Son dos teckles hermanas gemelas pero muy diferentes la una de la otra. Maca tiene un morro más apuntado y unos ojos como achinados, mientras que el morro de Sol es aparentemente más robusto y cubierto por un pelo de color más claro; además sus ojos son redondos y miran con un gesto de tristeza que inspira compasión al más curtido. Pero no sólo las dos hermanas son distintas en lo físico sino también en el temperamento. Maca es como más de campo, más amiga de largarse y de irse a jugar por el jardín, mientras que Sol es muy casera; tanto que si la dejáramos hacer se pasaría el día entero en mi regazo. Quizás la haya influido haber estado a punto de morirse cuando ingirió unas flores secas de azalea (ver “La perrita drogada”, artículo publicado en este mismo blog el 8 de septiembre del año 2016). Sirva lo cual de introducción a lo que a continuación me dispongo a relatarles.

El caso es que la otra tarde nos dispusimos mi mujer y yo a dar un paseo por la urbanización para estirar las piernas y hacer un poco de ejercicio, y – como siempre que hemos de abrir las puertas que dan a la calle – metimos a las dos hermanas dentro de la cocina para evitar que pudieran escaparse en un descuido. Y la sorpresa fue cuando, a la vuelta, al disponernos a soltarlas de nuevo en el jardín observamos que faltaba una de ellas. Efectivamente, Sol había desaparecido.

Y no sería la primera vez, porque en nuestra casa montañesa debieron encontrar un agujero por la cual escaparse, y ambas se fugaron varias veces, una de ellas llegando casi a Treto y hasta parando la circulación rodada. Pero ahora la desaparición de Sol era otra cosa, porque se habría marchado sola, así que se trataba de un misterio. No estaba, desde luego dentro del jardín y mira que buscamos y buscamos incluso en un rincón de acceso difícil en el que a veces se introduce hasta quedar enredada entre las ramas. Incluso atendimos las posible insinuaciones de su hermana, que se plantó a la puerta de la accesoria donde se encuentra la caldera, como si fuera a hacer ver que pudiera estar en ella. Y recorrimos todas las habitaciones de la casa. Luego nos desgañitaríamos silbando y chillando su nombre por los alrededores de la casa; incluso nos alejamos de ella cuando oíamos ladrar aunque fuera a gran distancia; todo ello sin lograr nuestro objetivo.

Así que, ya desesperados, cogimos el móvil para avisar a nuestro hijo, y hasta informamos de la pérdida a la Guardia Civil para comunicarla nuestras señas e indicarla que la perrita portaba una pequeña chapa con un número de teléfono y su nombre. En fin, se trataba ya simplemente de esperar que no la atropellara un automóvil o se la quedara un amigo de lo ajeno.

Mas nuestro hijo llegó, y al entrar por el pasillo, mi mujer, que tiene mejor oído que un servidor de ustedes, oyó al parecer un leve ruido al pasar con él junto al armario donde colgamos los abrigos y otras muchas cosas que no dejan apenas espacio libre.

Sí, efectivamente, se trataba de Sol, la muy ladina, que no se había dignado dar señales de vida cuando pasábamos delante de su escondite. Allí estaba tal como a ella gusta: hecha un pequeño rosco y dormitando. O sea que cuando creíamos tener ya ambas en la cocina se había colado sobre la marcha en el armario aprovechando que uno de nosotros descolgaba un jersey o una chaqueta. y luego, mientras la imaginábamos corriendo desmelenada por las calles, ella permanecía plácidamente escondida y en silencio.

Entonces recordé una anécdota de la familia, cuando era niño un primo mío y desapareció un buen día sin que tampoco hubiera modo de encontrarle. Así que mi tío, que había ocupado cargos de mucha importancia y al parecer se las sabía todas, pontificó afirmando con cierta indignación que lo que pasaba a su retoño era que había desarrollado claustrofobia a fuerza de haber permanecido demasiado tiempo sin salir de casa.

¿Y saben ustedes donde acabaron encontrándole? Pues, efectivamente, tal como nosotros a nuestra perrita, es decir, escondido en un armario.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
http://farm8.staticflickr.com/7819/40514294083_fc5905f159_o.jpg

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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