Sacando el alma a pasear

Por Javier Pardo de Santayana

( Dibujo de José María García Fernández, “Castilviejo”. Colección de José Mª Revilla) (*)

Enrique Ponce, maestro del toreo que, como consecuencia de una aparatosa cogida sufrida en la plaza de Valencia hace tan sólo siete días yace ahora con una fractura de rodilla catalogada como “catastrófica” y una cornada con doble trayectoria junto al glúteo – más una costilla y una tibia rotas – acaba de ofrecernos un hermoso e inteligente artículo sobre su pasión, que no es otra que la tauromaquia. “Tauromaquia, camino de vida” lo titula. Una lúcida, poética, y también inteligente y oportuna lección sobre el toreo.

No creo que nadie pueda rebatirle, porque nadie sabe más que él de este arte misterioso de la lidia, y porque lo que dice el autor brota del alma: ese alma que en palabras tomadas de Antonio Bienvenida, él “saca a pasear” cuando pisa la arena. Así que nuestro matador nos quiere recordar la frase porque así es como se ve a sí mismo cuando se enfrenta al toro y abre su capote, y porque “pasear el alma” es a lo que él sale cada tarde. Y lo hace porque ahí fuera lo que le espera es la emoción, y la emoción es la base del arte.

El hecho es que él la busca por encima de todo lo demás y para conseguirlo se basa en el tiempo, que él matiza manejándolo con tacto y procurando hacerlo lento, muy lento; que en esto reside la posibilidad del drama allá donde reside la emoción creativa; el lugar en el que, en palabras de Lorca, residen “las últimas habitaciones de la sangre”.

Pero Ponce no se quedará tan sólo en la poesía, ya que se atreverá a adentrarse en las esencias mismas de lo que es el arte, concepto que él ve en su más alto grado de excelencia cuando suscita emociones que son incomprensibles para el intelecto tal como sucede con la música; que en eso el arte del toreo reina sobre todas las otras en la medida en la que aporta dos elementos trascendentes que son el miedo y el peligro, generadores ambos de intensas emociones que el torero siente “desde la punta de sus dedos” y que exterioriza transformándolas en pura creación artística.

De ahí que la tauromaquia deba ser considerada cultura viva en el sentido estricto; cultura viva decantada por los siglos. Y también cultura nuestra. Tan convencido de ello está nuestro maestro, que ha buscado incluso la fusión de su pasión con otras artes: así se entiende su toreo cuando le añade distintos fondos musicales buscando la identificación de los gestos de la lidia con los estados de ánimo que aquéllos crean. O el gesto de torear enfundado en un esmoquin como expresión del refinamiento que merece esta interesante expresión de la cultura.

Así que no sorprende que el torero reclame el respeto a una expresión del arte como el suyo que nos provoca la emoción más allá de lo aparente y que genera sensaciones casi mágicas. Y – digo yo – bastante más profundas que las meramente estéticas, de forma que podrían equipararse a aquéllas que producen otras artes sublimes como la música, la danza o la escultura. En este caso con el plus que añade la presencia silenciosa del miedo e incluso del riesgo de perder la vida. Emociones tan sólo comprensibles para el alma y que difícilmente expresan las palabras.

Mas Ponce no se limita a convencernos de la dimensión cultural y artística del mundo de los toros, sino que se plantea la cuestión de su futuro, aspecto en el que se nos muestra como un hombre sumamente inteligente y con una excelente formación intelectual: algo patente cuando nos aclara que en su opinión no estamos en una “época de cambio” sino en algo bastante más vertiginoso: un “cambio de época” del cual aún no se sabe cuáles serán los resultados ya que todo está en cuestión. Así que cualquier cosa podría suceder.

En todo caso algo le parece claro y evidente: que ese futuro no se decidirá “metiendo papeletas en las urnas”, y que manipular nuestra cultura no es precisamente un buen camino. Como también que no es tarea nuestra alterar una cultura milenaria que ha sido herencia de nuestros antepasados, pero sí lo es cuidarla y entenderla.

Expresiones a las que yo añadiría también otra certeza: que, por lo que se ve, esto de ser torero es cosa que siempre imprimirá carácter, y que sólo corresponderá a determinada gente extraordinaria en el exacto sentido de este término.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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