Para que la trabajara y custodiase. 6. Ahora sí: La casa del vapor

Por Carlos de Bustamante

( Arriba la bota. Grabado de José María García Fernández, “Castilviejo”) (*)

Ahora sí; sin circunloquios, iré al grano. En muchos de los cachos que tenían denominación propia, había pozos y motores de explosión, para bombear agua de las profundidades más bien someras a la superficie sedienta. Cierto que la flora recibía agradecida esta bendición devolviendo el prodigio del agua oculta durante siglos, con largueza insospechada en flores y frutos. No pasó inadvertido al relator (brrr…) sin saber cómo ni el porqué de una semilla enterrada y difunta a la vista humana surgía el fruto deseado (trigo, cebada, patatas, remolachas, achicorias, alfalfa, maíces, legumbres en las distintas variedades) y otros que omito por no hacer la lista interminable.

Sin queriendo, comprendió que si humano fue el esfuerzo, el sudor y el cansancio, no pudo ser humano el incremento de cada especie sembrada, plantada, cultivada. Y así de forma natural e indiscutible planeó sobre cada cacho de tierra como la brisa, el viento, el rocío, la escarcha…, que sólo la obra de un Ser superior hizo posible el milagro de modos y tiempos de todo lo trabajado y cuidado-custodiado- por el hombre según su especie.

Ante lo evidente, pensó, meditó, que si no había un Dios capaz de tal portento, habría que inventarlo. ¡Cuidado…!, ¡que he dicho al grano! O sea, a la casa de vapor. Sólo una idea más: si ya duerma, vele, descanse o trabaje el labrador en otros menesteres, la planta, la semilla…, prosiguen sin saber cómo ni por qué, el proceso natural de cada especie, ¿a qué o a quién será debido? Y la pregunta tiene inmediata respuesta, para quien la quiera dar. Lo he dicho y repito gustoso: ni casualidad, ni gaitas gallegas…: el Creador o Sumo Hacedor. El labrador –el hombre-, trabaja y custodia, cuida, pero es Dios quien pone el incremento. ¿O no? Pues ya está.

Tal era el estrépito de las explosiones en cada uno de los muchos motores succionando agua, que hombres, aves…ganados, andaban soliviantados. El caudal escaso; y mermado de forma alarmante el caudal aún más escaso de las arcas (¿)del “amo”. El que hubo de cavilar la necesidad del progreso de “todos a una” `u sea se´ cinco, diez… o más motores de explosión en uno sólo y… silencioso.

El progreso vino en ayuda del que quiso resolver las mil y una dificultades. Como en las locomotores del tren, un ingenio similar vino al campo en auxilio de las medianas o grandes labranzas de regadío, de cultivo intensivo. Hubo por aquel entonces en estos lares un afamado taller-fábrica que adaptó el ingenio ferroviario para imprimir a un voluminoso volante el giro que, transmitido por un correón a una formidable bomba aspirante-impelente, succionaba e impulsaba al exterior un muy importante “burcio” de agua. Caudal, que suplía con creces a no menos de diez, o más, motores, diez, de explosión. Caudal tan importante como importantes fueron los cuartos a desembolsar por el “amo” de la Dehesa.

Para combustible con que dar vida al artilugio, no había problema. El carbón vegetal que producía el soberbio monte peñalbero (ocasión habrá para habla de él) , era más que suficiente para alimentar una y cien, locomotoras. Cuánto más para la novedosa “caldera de vapor”. La cuestión, nada de menor, era encontrar una vena de agua del inmenso acuífero del subsuelo capaz de suministrar las bendiciones juntas de los engorrosos motores que rompían la paz silenciosa de cada rincón del valle. Valle de padre Duero.

Nuevamente el progreso vino en ayuda (¿) del amo:

Construida una fábrica del azúcar contenido en las remolachas…azucareras, los mismos ingenieros españoles que la montaron en las afueras de la capital vallisoletana, apremiaron a la sociedad constituida para ultimar cuanto antes el ambicioso proyecto. El que para desde el lugar preciso de altura en el curso del río, un canal distrajese el agua suficiente para las imprescindibles necesidades de la fábrica.

En jornadas de sol a sol un ejército de obreros venidos de “quisió ande”, terminaron la obra faraónica en tiempo increíblemente corto.

Compró la sociedad a un alto precio los terrenos por donde con sólo pico y pala se haría la tumba de Ramsés y Tutankamón juntas. El amo, emprendedor y gastador a raudales, vio en la venta la ocasión única para sus ansias y necesidades de progreso.
Los ya menguados “cuartos” en el hondón apolillado de la bolsa quedó ahora tan vacía, que podía volverse del envés sin que cayera ni una perra gorda. Puso sin embargo a la sociedad creada la genial exigencia de que le concedieran algunas tomas de agua para el riego sin necesidad de motores por apertura de trampillas a lo largo del curso del canal, y otra mayor para que, con una conducción excavada y tubos de hormigón en ella, conducirla hasta un pozo donde instalar arriba la bomba accionada por la máquina de vapor.

¿Y los motores…? ¡buaah! los motores…¡qué atraso! En el silencio que nunca debe perder el buen valle que se precie de serlo, la casa del vapor (familiarmente “la casilla del vapor”) albergó pronto el desiderátum de los medios para el mejor de los regadíos.
Otra historia que, si Dios es servido y no tardando, llegará a mis amigos y probables únicos lectores.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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