Un hombre de una pieza

Por Javier Pardo de Santayana

( Paco Ureña, durante una faena en San Isidro. Foto de Ángel Navarrete en Marca) (*)

Recién salido del hospital con la satisfacción de haber cumplido con mi responsabilidad para este blog, me dispongo a buscar un tema ya para el siguiente. El ambiente es húmedo y nublado, y mientras en la televisión nos muestran olas de seis o siete metros en la costa y escenas del nacimiento del Asón busco la inspiración en los recortes que seleccioné tan sólo hace unos días.

El tema poco tiene que ver con este ambiente escasamente acogedor. Se trata de una entrevista cuyo protagonista es un torero al que un morlaco arrancó un ojo de su órbita. Les aseguro que vale la pena conocerle. No es éste el primer caso de un valiente que me mueve a escribir sobre su torería. De tarde en tarde tuve ocasión de recoger actitudes parecidas; se ve que aún quedan héroes y que éstos son frecuentes entre quienes se ofrecen con su arte a las agudas astas de los toros. Recuerdo, por ejemplo, al Juli, que empezó a torear cuando era un niño y sostenía que un torero está obligado a comportarse como tal todos los instantes de su vida. O Ponce, quien, para mostrarnos su elegancia, se permitiría el lujo de lidiar simplemente enfundado en un esmoquin.

Y he glosado algunos gestos increíbles, como el de aquellos matadores que, cogidos por su primeros toros en el ruedo, saltaron luego de sus respectivas camas en la enfermería para seguir lidiando con pantalones “de paisano”. O el de aquel vasco de Orduña empitonado y muerto, en cuyo equipaje se escondía una misiva que, adelantándose a su muerte presentida, era difícil de leer sin conmoverse.

Ahora se trata de un torero – Paco Ureña – que dando un pase sintió como la vista se le fundía de repente. Y es que una de las astas le había penetrado un ojo que tristemente perdería sin remedio. Ahí comenzaba una angustiosa pesadilla de operaciones y situaciones de peligro que la sencilla exposición de nuestro hombre convierte en estremecimientos a medida que se avanza en la lectura. Así acabamos sabiendo del peligro de las sobrevenidas infecciones que obligarían a una intervención de urgencia; de que cada intervención iría acompañada por la incertidumbre. Y todavía está pendiente de una cuarta. Incluso estuvo a punto de enfermar de meningitis. Pero este caballero de una pieza se siente en la obligación de dar gracias a Dios de haber salido vivo del espanto.

He de añadir que Paco Ureña no profiere una palabra de rechazo para quien le mutilara para siempre. “Cero” responde cuando le preguntan si conserva rencor a quien lo hizo, y, además de aceptar humildemente el hecho y su propia condición de víctima, afirma sin ambages su amor al animal.

Así como les digo: nuestro torero llega a decir que, pese a todo, daría por él la vida. “Ya lo he demostrado, y así seguiré mientras el cuerpo aguante” dice. Y, claro está, nos deja con la boca abierta cuando repite la frase de José Tomás, pues para ambos “vivir sin el toro no es vivir”. Luego, instado por la periodista, nos confiesa que se disculpó ante el ganadero de no haber acertado en su intento de rematar la faena a la primera. Y confiesa algo que hasta el momento nunca contó a nadie: que un día, en plena ducha, le entró un ataque de ansiedad y decidió probarse toreando. Así que soltó un novillo, tomó la muleta, y aseguró dar el primer pase por el mismo lado de aquel otro.

Así que no es extraño que uno se pregunte de dónde puede salir toda esa fuerza. ¿Y saben ustedes qué responde? Pues que de su familia y de su fe: de esos valores esenciales. Los mismos que conforman su actitud cuando la astuta periodista le tira de la lengua con la intención de tantear su posición política. Porque este hombre cabal se atreve a responder que él no es de nadie, que es simplemente un español que está con quienes vuelven a lo que quiere España: a esos valores de toda la vida; a respetar y a no prohibir. A no pactar con el diablo. Y se pregunta cómo alguien puede prohibir la religión o el crucifijo en las escuelas y llamarte además facha o asesino por mostrar tu bandera, la de todos. Y se pregunta qué harían en Estados Unidos si un personaje se limpiara los mocos con la suya; dice que como poco le echarían del trabajo.

Respecto a lo que piensa hacer con vistas al futuro, les diré que el torero ya forma parte del cartel de las fallas, y que el sorteo ha decidido que se enfrente a la ganadería de aquel toro que le pudo dejar seco y le ha dejado tuerto de por vida. Y aún queda la cuestión de qué piensa del miedo, tema éste que bien merecería un nuevo artículo aunque al final nunca lo intente. “Ahora mismo es tan ilusionante que necesito que llegue”, contesta nuestro héroe. “Porque “volver a sentir miedo es recuperar mi vida”.

Desde luego esta gente de los toros supera cualquier modelo de valientes. “¿Mereció la pena tal calvario?” le pregunta al final la periodista? Y he aquí lo que responde: “Totalmente”.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
http://farm8.staticflickr.com/7816/47378844771_f39eba75e4_b.jpg

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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