Creer lo que no vimos

Por Javier Pardo de Santayana

( El abuelo Luis) (*)

Imagínese, improbable lector mío, que tiene usted mi edad, o sea que pasa ya de sobra los ochenta, y que un buen día se encuentra a uno de sus abuelos dispuesto a acompañarle en su quehacer diario, cuando usted sabe que, para un observador externo, poca es la diferencia en tiempo entre ambas vidas – la suya y la de su antecesor – en una perspectiva que desde la eternidad contemple la entera historia de los hombres.

Imagine, sí, las caras que el buen hombre pondría por ejemplo al abrir cautelosamente la nevera, porque él utilizaba la fresquera. O sea que guardaba la comida simplemente al aire y separada de él por una malla para evitar que entraran los insectos. Luego se asombraría al ver el microondas y no digamos la cocina eléctrica, porque él – o mejor, su mujer o su criada – lo primero que harían en su caso sería encender el fogón y cuidarse muy bien de que no se apagara en todo el día, ya que de entrada lo necesitarían para calentar el agua. Nada de ducha caliente desde luego; tan sólo el agua suficiente para las manos y la cara, antes de lo cual iría a vaciar el orinal repleto de la noche, y le llamaría la atención ver un rollo de papel higiénico donde siempre encontró unas cuantas hojas de periódico.

Supongo que enseguida intentaría – puesto que estamos en invierno – ocupar su puesto en la camilla. Mas no la encontraría, y echaría de menos el brasero y, por supuesto, el carbón y la badila. Y se pondría los mitones por si acaso. Habría por tanto que explicarle que en tiempo frío gozamos ya de una calefacción que suple todo aquello con ventaja y que en verano disfrutamos de un aire acondicionado que a veces es incluso demasiado fresco.

Luego es posible que tocara ir a la compra, donde seguramente le agarrara a usted para evitar perderse, pues no sabría ni por donde tirar entre la enorme abundancia de letreros, luces y artefactos circundantes. Y se vería superado por los muchos avisos existentes que tendría que leer para desenvolverse, pero que no llegaría a entender; que de eso estoy seguro. Y habría que ver la cara que pondría al ver pasar la compra delante de la cajera a toda mecha, hasta que, como resultado de esto apareciera un papelito con los nombres, cantidades, precios y otros muchos datos sin importar la posición en que pasaron. “¡Imposible!” diría el hombre, que además se asombraría viendo la comida empaquetada y con su precio.

Quizás en el camino viera cruzar un avión de línea por el cielo. Entonces se preguntaría cómo demonios no se venía abajo el aparato y cómo podría orientarse el vuelo por la noche. Y casi le daría un patatús al verlo, como también al contemplar la miriada de luces encendidas. Y se agobiaría viendo circular por nuestras calles más coches que personas como si fuera una invasión de selenitas, y a tantas mujeres al volante. Se diría entonces: “¿Y quien se ocupa de la casa y de los niños?” Y abriría de par en par los ojos viendo cómo cambió la moda de su tiempo: esa mujer con pantalones y aquella con la minifalda, o aquel hombre con el faldón de la camisa fuera y hasta quizá con sus perneras hechas trizas. Y probablemente se escandalizaría.

Entonces sonaría un tono musical y usted, acompañante suyo, sacaría su móvil del bolsillo. ¿Qué es lo que está pasando, y qué será esta cosa tan pequeña? nos preguntaría entonces el abuelo. Y no se podría creer lo que veía. “Es fulanito de tal que quiere hablar conmigo desde Ciudad del Cabo” diríamos nosotros. “Pero eso es imposible – comentaría nuestro abuelo – por mucho que se haya avanzado en este tiempo”. Y moriría del susto. Así que, por favor, no intente usted explicar a quien regrese del pasado que algunas de estas cosas son posibles gracias a la presencia de un satélite, porque el creería que usted está como una cabra o es un maldito mentiroso, amigo mío. Y ni se le ocurra, por supuesto, hablarle de inteligencia artificial o de robótica.

Seguro que le costará admitir también que un artefacto tan mínimo y tan plano pueda servir de cualquier cosa: así de linterna y de guía personal en los viajes, de centro de correos, de cámara y de mapa y también de bloc de notas, de fonógrafo o de calendario, o de despertador y de otras muchas cosas más. Y el abuelo dirá que usted exagera; que por mucho que la humanidad avance tal cosa no será jamás posible.

En cuanto a la televisión, tenga cuidado, porque el hombre no creerá por mucho que lo vea que aquella imagen le llega en tiempo real de cualquier parte del mundo o del espacio. Así que si quiere usted presumir de ordenador mejor será que no lo toque so pena de ser tachado de chalado o de desconsiderado embaucador. Y él no podrá comprender que usted pueda escribir y grabar y menos dar respuesta en el instante a cualquier cosa que se tercie. Tampoco se le ocurrirá a usted hacerse un “selfie”, porque el abuelo lo tomará por obra del demonio. Y mucho cuidado con la forma en que le hable, ya que él no le entenderá seguramente; así que nada de decir que está flipando. Y procure no sacar a colación las cosas de las que hoy habla la gente que presume de ilustrada, como de la adrenalina o del orgasmo, pues en su tiempo no creo que existieran.

Y conviene que no le cuente usted que hace cincuenta años que llegó el hombre a la Luna y que estamos pensando en irnos a vivir a Marte, o que un artefacto humano esta ya tan alejado de nosotros que se ha salido del sistema. O que conseguimos subirnos a un cometa en marcha. O que a pesar de la distancia somos capaces de enviar órdenes a miles y miles de kilómetros. Pero, sobre todo, que el abuelo no se entere de que hemos vivido dos guerras mundiales y sin embargo aún seguimos sin ponernos de acuerdo entre nosotros.

Luego dicen que no es posible creer lo que no vimos.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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