Tierra Santa. Y 8. Gruta del Padre Nuestro, Monte de los Olivos y Ain Karim

Por José María Arévalo

( Jerusalén desde Dóminus flevit) (*)

El 2 de octubre, en que se celebraba el 90 Aniversario de la Fundación del Opus Dei. y quinto día de nuestra estancia en Tierra Santa – que, como venimos diciendo, recorrimos viajando desde Saxum, Centro de Interpretación del camino de Emaús y residencia que ha abierto el Opus Dei recientemente- fue nuestra despedida de la visita a los Santos lugares pues al día siguiente volvíamos al aeropuerto Ben Gurión a coger el avión de vuelta. Así que cambiamos un poco el plan y en vez de oir la Santa Misa en la Iglesia del Dominus Flevit y visitar por la tarde Ain Karim como estaba previsto, tuvimos meditación y Misa solemne en el propio Saxum, y apretamos el plan de la mañana para incluir Ain Karim antes de comer, y ver antes un poco más rápido la Gruta del Padre Nuestro, el Monte de los Olivos, la Basílica de la Agonía y la Basílica de la Asunción de la Virgen.

Una mañana llena de contenido y después unos minutos para ponernos de tiros largos para la comida en Saxum, casi de gala, espléndidamente preparada con todo detalle por la Administración, con música ambiental de canciones que gustaban a san Josemaría. Después tertulia y descanso –que agradecimos muchísimo después de tan intenso día y casi una semana de peregrinación- hasta el atardecer, en que tuvimos bendición con el Santísimo en el oratorio de la casa de convivencias de Saxum. Vamos al recorrido de la mañana, para lo que me apoyaré en lo que recuerdo de memoria y la magnífica guía “Huellas de nuestra fe, Apuntes sobre Tierra Santa”, de Jesús y Eduardo Gil, que les vengo diciendo ofrece la web de Saxum.

Gruta del Padre Nuestro

“De algunos sitios – leo en esta guía- solo hemos recibido noticias por las tradiciones locales, difundidas por los cristianos de Tierra Santa de generación en generación. Así ocurre con la enseñanza del Padrenuestro, que san Mateo incluye en el Sermón de la Montaña, mientras que es presentada por san Lucas en cierto lugar, en la subida del Señor a Jerusalén. En efecto, desde muy antiguo se veneraba una gruta junto al camino que lleva desde Betania y Betfagé hacia la Ciudad Santa, en la cima del monte de los Olivos, muy cerca del punto donde se recordaba la Ascensión. A aquella cueva se habría retirado Jesús con sus apóstoles con frecuencia, les habría instruido sobre muchos misterios –entre otros, los vaticinios sobre el fin del mundo y la destrucción de Jerusalén–, y les habría transmitido la oración del Padrenuestro. La memoria debía de ser fuerte para que santa Elena determinara la construcción de una basílica en el año 326. Se llamaba Eleona –como el paraje donde se alzaba–, tenía tres naves y estaba precedida de un gran atrio con cuatro pórticos. La gruta constituía la cripta bajo el presbiterio. Algunos decenios más tarde, a pocos metros se edificó el santuario conocido como Imbomon, que custodiaba la roca desde la que el Señor se habría elevado al cielo. La peregrina Egeria, que describe varias ceremonias que se celebraban allí a finales del siglo IV, testimonia: el martes de la Semana Santa, «todos van a la iglesia que está sobre el monte Eleona. Cuando se llega a la iglesia, el obispo entra en la gruta donde el Señor solía enseñar a los discípulos, toma el libro de los Evangelios y, permaneciendo en pie, él mismo lee las palabras del Señor escritas en el Evangelio según Mateo, allí donde dice: mirad que no os engañe nadie [Mt, 24, 4]; y el obispo lee hasta el final todo el discurso».

( Una escalera da acceso a la gruta del Padrenuestro. La cueva tiene un espacio restaurado y otro en ruinas.) (*)

La tradición del lugar del Padrenuestro, confirmada por otros testigos posteriores, se ha mantenido constante: el sitio no ha cambiado, aunque de los edificios antiguos y de las restauraciones medievales quedan solo ruinas. Durante el periodo otomano, en 1872, se estableció en la propiedad una comunidad de carmelitas de fundación francesa, que construyeron la iglesia actual y un convento anexo. Después de la I Guerra Mundial, en 1920, se empezaron las obras para levantar sobre la gruta una nueva basílica dedicada al Sagrado Corazón; sin embargo, los trabajos, cuando habían eliminado un ala del claustro y afectado a la cripta primitiva, debieron interrumpirse y ya no volvieron a retomarse.

Se entra al santuario del Eleona por la carretera de Betfagé. A la derecha, donde crece un jardín frondoso, se hallaba el pórtico de la basílica bizantina; a la izquierda, descendiendo por unas escaleras, se accede al convento de las Carmelitas Descalzas, con la iglesia precedida del claustro; y en el centro, bajo el presbiterio de la construcción abandonada, está la gruta del Padrenuestro. Se trata de un espacio reducido, con un ingreso doble que recuerda a la basílica de la Natividad y se remonta a la época de los cruzados. Hay dos ambientes: uno restaurado y otro, al fondo, reducido a ruinas; allí se encontraron enterramientos que podrían datarse en los primeros siglos de nuestra era.

Los muros de todo el recinto están cubiertos por paneles de cerámica con el Padrenuestro escrito en más de setenta idiomas. Como sabemos, la formulación tradicional se inspira en las enseñanzas del Señor que recogió san Mateo: Al orar no empleéis muchas palabras como los gentiles, que piensan que por su locuacidad van a ser escuchados. Así pues, no seáis como ellos, porque bien sabe vuestro Padre de qué tenéis necesidad antes de que se lo pidáis. Vosotros, en cambio, orad así: Padre nuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu voluntad, como en el cielo, también en la tierra; danos hoy nuestro pan cotidiano; y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores; y no nos pongas en tentación, sino líbranos del mal ( Mt 6, 7-13)

Dóminus flevit: Jesús lloró por Jerusalén

Cuando Jesús se dispone a cumplir su entrada mesiánica en la ciudad de David, llegando por el camino de Betania y Betfagé, narran los evangelistas que envió a dos discípulos a una aldea cercana, y allí tomaron un borrico, sobre el que hicieron montar al Señor. Y mientras descendía la ladera del monte de los Olivos, entre las alabanzas que la multitud dirigía a Dios, al ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: –¡Si conocieras también tú en este día lo que te lleva a la paz! Sin embargo, ahora está oculto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti en que no solo te rodearán tus enemigos con vallas, y te cercarán y te estrecharán por todas partes, sino que te aplastarán contra el suelo a ti y a tus hijos que están dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de la visita que se te ha hecho (Lc 19, 41-44.).

( Panorámica del torrente Cedrón y el monte de los Olivos desde la explanada de las mezquitas, en Jerusalén) (*)

Aquel llanto de Cristo se recuerda en el santuario del Dominus Flevit, situado en la falda occidental del monte de los Olivos. Se trata de una pequeña capilla construida por la Custodia de Tierra Santa en 1955, sobre un terreno que pertenecía a las religiosas benedictinas que tienen su convento en la cima. Aunque no existe una ubicación tradicional segura relacionada con el hecho evangélico –pues fue cambiando con las épocas-, el lugar actual conserva vestigios de la presencia cristiana desde los primeros siglos: las excavaciones arqueológicas realizadas entre 1953 y 1955 condujeron al hallazgo de una necrópolis con cien tumbas –que van desde la edad de bronce hasta los periodos romano, herodiano y bizantino– y los restos de una capilla y un monasterio que, por algunos pavimentos de mosaico, podrían datarse hacia el siglo VII.

Se llega al Dominus Flevit por una carretera bastante empinada que comunica Getsemaní y la cumbre del monte de los Olivos. La mayor parte de esa ladera –que correspondería al valle de Josafat bíblico– está ocupada por cementerios judíos. Al entrar en la propiedad franciscana, un camino flanqueado de cipreses, olivos y palmeras conduce hasta la iglesia. Alrededor, pueden apreciarse los descubrimientos arqueológicos. El edificio, con planta de cruz griega y cerrado con una cúpula de arcos apuntados, se orienta al oeste y tiene un gran ventanal en el ábside, abierto hacia la Ciudad Santa: muestra al peregrino la misma panorámica que vería Jesús cuando descendió desde Betfagé. En las paredes, cuatro relieves representan escenas relacionadas con la entrada mesiánica de Cristo.

( Los ocho olivos milenarios que quedan en el Monte de los Olivos) (*)

La vista de la ciudad antigua desde el extremo del recinto es magnífica, en particular por la mañana, cuando los rayos del sol iluminan la piedra de los edificios: a los pies, el Cedrón, que separa Jerusalén del monte de los Olivos; en la vertiente oriental del torrente, los cementerios judíos, y en la occidental, junto a la muralla, los musulmanes; enfrente, la explanada del antiguo Templo, hoy de las mezquitas, con la dorada Cúpula de la Roca en el centro y la de Al-Aqsa a la izquierda; detrás, las cúpulas de la basílica del Santo Sepulcro y, algo más lejos, a la derecha, la torre espigada del convento franciscano de San Salvador, sede de la Custodia de Tierra Santa; al sur de la muralla, las excavaciones arqueológicas en la colina del Ofel y la antigua Ciudad de David; más allá, entre algunos árboles, la iglesia de San Pedro in Gallicantu; y al fondo, en la línea del horizonte, la basílica y la abadía benedictina de la Dormición, en el monte Sión.

Monte de los Olivos

Gracias a la peregrina Egeria, sabemos que en la segunda mitad del siglo IV se celebraba una liturgia durante el Jueves Santo «en el lugar donde rezó el Señor», y que allí había «una iglesia elegante ». Los fieles entraban en el templo, oraban, cantaban himnos y escuchaban los relatos evangélicos sobre la agonía de Jesús en el huerto. Después, en procesión, se dirigían a otro sitio de Getsemaní donde se recordaba el prendimiento.

( El beato Álvaro se inclinó para besar la roca sobre la que, según la tradición, Jesús oró en Getsemaní) (*)

Siguiendo esta tradición y otras igualmente antiguas, en la actualidad se veneran tres lugares relacionados con los acontecimientos de aquella noche: la roca sobre la que oró el Señor, un jardín que custodia ocho olivos milenarios con algunos de sus retoños, y la gruta donde se habría producido el prendimiento. Apenas unas decenas de metros los separan, en la zona más baja del monte de los Olivos, casi en el fondo del Cedrón, en medio de un paisaje muy sugestivo: este torrente, como la mayoría de los wadis palestinos, es un valle seco y recibe agua solo con las lluvias de invierno; la falda del monte, al contrario que la cima, está poco habitada, porque grandes extensiones del terreno se han destinado a cementerios; abundan los olivares, dispuestos en terrazas, y también los cipreses, en los bordes de los caminos.

La basílica de la Agonía

La roca sobre la que, según la tradición, rezó el Señor se encuentra en el interior de la basílica de la Agonía o de Todas las Naciones. Recibe este nombre porque dieciséis países colaboraron en su construcción, llevada a cabo entre 1922 y 1924. Sigue la planta de la iglesia bizantina, de la que poco más que los cimientos ha llegado hasta nosotros, pues un incendio la destruyó, posiblemente antes del siglo VII. Medía 25 por 16 metros, tenía tres naves y tres ábsides, y disponía de pavimentos adornados con mosaicos; algunos fragmentos de estos se conservan, protegidos por vidrios, junto a los actuales. Al edificar el santuario moderno, también se hallaron vestigios de otro de época medieval. Fue erigido por los cruzados en el mismo lugar que la basílica primitiva, pero de un tamaño mayor y con una orientación diversa, hacia el sudeste, lo que hace pensar que no advirtieron los restos precedentes. Quedó abandonado tras la toma de Jerusalén por Saladino.

( Los mosaicos de las cúpulas de la basílica de la Agonía sugieren un cielo estrellado visto a través de las ramas de los olivos) (*)

Desde el Cedrón, destaca el amplio atrio de la basílica, con tres arcos sostenidos por pilastras y columnas adosadas. La fachada está rematada con un frontón. En el tímpano, decorado con mosaico, se representa a Cristo como Mediador entre Dios y la humanidad. Los días soleados, la luminosidad en el exterior contrasta con la penumbra del interior: las ventanas filtran la luz con tonos azulados, lilas y violetas, que recuerdan las horas de agonía de Jesús y disponen al peregrino al silencio, el recogimiento y la contemplación. Las doce cúpulas, sostenidas en el centro de la iglesia por seis esbeltas columnas, refuerzan esta sensación por medio de unos mosaicos que sugieren el cielo estrellado.

En el presbiterio, delante del altar, sobresale del pavimento la roca venerada. La rodea una artística corona de espinas. Detrás, en el ábside central, está representada la agonía de Jesús en el huerto; en los laterales, también en mosaico, figuran la traición de Judas y el prendimiento.

El huerto de los Olivos

El terreno en el que se levanta la basílica es propiedad de la Custodia de Tierra Santa desde la segunda mitad del siglo XVII. Cuando fue adquirido, lo más notable que conservaba, además de las ruinas medievales y bizantinas, era el llamado jardín de las flores: un área no cultivada, cercada por un muro, donde crecían ocho olivos que las tradiciones locales databan de la época de Cristo. Mientras los franciscanos esperaban el momento oportuno de reconstruir la iglesia, protegieron aquellos olivos milenarios, ligados sin duda a la tradición cristiana del lugar, de forma que han llegado vivos hasta nosotros. Impresiona el aspecto añejo que tienen. Los botánicos que los han estudiado no han llegado a un acuerdo para fijar su edad: algunos sostienen que fueron plantados en el siglo XI y que provienen de una misma rama, y otros que su enorme grosor permite aventurar que se remonten al primer milenio. Sean más o menos antiguos, eso no resta interés por preservarlos como testimonios silenciosos que perpetúan el recuerdo de Jesús y de la última noche de su paso por la tierra.

( Gruta del Prendimiento, en la que se encontraron vestigios de una veneración ininterrumpida) (*)

La gruta del Prendimiento

El recinto de la basílica de la Agonía y del huerto de Getsemaní incluye también un convento franciscano. Fuera de la propiedad, unas decenas de metros hacia el norte, está la gruta del Prendimiento, que también pertenece a la Custodia de Tierra Santa.

La gruta mide unos 19 metros de largo por unos 10 de ancho. Algunos vestigios arqueológicos permiten pensar que era utilizada como vivienda temporal o como almacén por el dueño del huerto. Aquí se cree que los ocho apóstoles descansaban la noche del prendimiento de Jesús. Después de las horas en agonía y oración, cuando el Señor notó la llegada de Judas, habría ido ahí con los otros tres apóstoles para advertirles de lo que iba a suceder. Por tanto, desde esa parte de Getsemaní salió al encuentro del tropel de guardias.

Numerosos grafitos, incididos por los peregrinos en diversas lenguas y épocas sobre los revoques de las paredes y el techo, son el testimonio de una veneración casi ininterrumpida: en el siglo IV, la cueva se utilizaba ya como capilla y su pavimento se había adornado con mosaicos; del V al VIII, acogió enterramientos cristianos; en época de los cruzados, fue decorada con frescos; desde el siglo XIV, los franciscanos obtuvieron algunos derechos de culto sobre el lugar, hasta que finalmente pudieron adquirirlo. Una restauración realizada en 1956 sacó a la luz la estructura primitiva, con un lagar y una cisterna; encima de la gruta, en la misma propiedad, se descubrieron los restos de una antigua prensa de aceite.

( Iglesia de la Tumba de la Virgen) (*)

A la gruta del Prendimiento se accede a través de un estrecho pasillo, que parte desde el patio de entrada a la Tumba de la Virgen o Basílica de la Asunción de la Virgen. Ya les conté algo de este santuario mariano cuando expliqué la visita a la basílica de la Dormición, en el monte Sión, próxima al Cenáculo. Según algunas tradiciones, allí –en la zona del Monte de los Olivos, que es lugar de enterramientos- habría sido trasladado, para ser enterrado, el cuerpo de Nuestra Señora desde el barrio del Cenáculo, antes de la Asunción, que se habría producido desde aquí. Ya expliqué que el dogma de la Asunción no incluye si la Virgen solo se durmió o realmente falleció, sólo que fue elevada al cielo en cuerpo y alma. La iglesia es compartida por las comunidades griega, armenia, siria y copta.

Tras visitar brevemente la gruta del Prendimiento y la Tumba de la Virgen, volvimos al autobús para acercarnos al pueblo de la prima de la Virgen, Santa Isabel, donde nació San Juan Bautista.

Ain Karim

Ain Karim es un pueblecito situado unos seis kilómetros al oeste de la Ciudad Vieja, en las afueras de la Jerusalén actual. Sus edificios de piedra clara se arraciman en las laderas de unas colinas frondosas, donde los bosques de pinos y cipreses se alternan con los cultivos de vides y olivos, dispuestos en terrazas. Parece que en tiempos del Señor era una ciudad reservada a los sacerdotes y levitas; la proximidad al Templo facilitaba que se desplazasen para cumplir el turno que tenían cada seis meses.

Según antiguas tradiciones, en esta localidad se hallaba la casa de Zacarías e Isabel: aquí se habría encaminado Santa María cuando, una vez recibido el anuncio del ángel Gabriel en Nazaret, se levantó y marchó deprisa a la montaña, a una ciudad de Judá y tres meses después, cuando le llegó a Isabel el tiempo del parto, aquí habría nacido san Juan Bautista.

( Subida escalonada hasta la iglesia de la Visitación. Al fondo, la de San Juan Bautista, considerada el sitio de su alumbramiento) (*)

El recuerdo de estos hechos narrados por san Lucas se conserva actualmente en dos iglesias: la de la Visitación, que se encuentra en un paraje alto, saliendo del pueblo hacia el sur, más allá de una fuente que ha abastecido a sus habitantes desde tiempo inmemorial; y la de San Juan Bautista, considerada el sitio de su alumbramiento, que se alza en el centro de la localidad. Las dos pertenecen desde el siglo XVII a la Custodia de Tierra Santa.

La iglesia de la Visitación

“María entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y cuando oyó Isabel el saludo de María, el niño saltó en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando en voz alta, dijo: –Bendita tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. ¿De dónde a mí tanto bien, que venga la madre de mi Señor a visitarme? Pues en cuanto llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno; y bienaventurada tú, que has creído, porque se cumplirán las cosas que se te han dicho de parte del Señor”.

Se llega hasta la iglesia de la Visitación por una subida escalonada –muy pendiente, sudamos lo indecible a aquella hora del mediodía-, desde la que se domina Ain Karim y sus alrededores. Al final de la cuesta, el recinto está delimitado por una artística verja, que da entrada a un patio alargado: a la izquierda, en una pared del santuario, un mosaico representa a Santa María en viaje desde Nazaret, a lomos de un burro y rodeada de ángeles; a la derecha, junto a la puerta, un conjunto escultórico muestra el saludo de las dos mujeres; detrás, el muro está cubierto por el Magníficat, el himno que María exclamó, escrito en numerosos idiomas.

Las excavaciones arqueológicas han demostrado que el culto cristiano en el lugar se remonta al período bizantino; al mismo tiempo, parece que hasta la llegada de los cruzados se habría recordado aquí un suceso posterior a la Visitación relatado por el Protoevangelio de Santiago, un escrito apócrifo del siglo II: la huida de santa Isabel con su hijo, para salvarlo de la matanza de niños ordenada por Herodes en Belén y toda su comarca. La memoria de esta tradición se conserva en la cripta de la iglesia, a la que se accede desde el patio. Se trata de una capilla rectangular con una antigua gruta adaptada al culto, que está cerrada con una bóveda de piedra y tiene en el fondo un pozo alimentado por una fuente. A la derecha de la galería, en un nicho, se custodia una roca venerada como el escondite de san Juan Bautista.

La iglesia de la Visitación, terminada en 1940, se levanta sobre la cripta, en el mismo espacio que ocupó la construida por los cruzados en el siglo XII. La entrada habitual es a través de una escalera exterior que arranca en el patio y pasa por una zona ajardinada. En el interior, los motivos pictóricos muestran la exaltación de Nuestra Señora a lo largo de los siglos: María mediadora en las bodas de Caná; la Santísima Virgen, nuestro refugio, acogiendo bajo su manto a los fieles; la proclamación de su maternidad divina en el concilio de Éfeso; la defensa de la Inmaculada Concepción por el beato Duns Scoto; y la intercesión en auxilio de los cristianos en la batalla de Lepanto.

La iglesia de San Juan Bautista

La iglesia de San Juan Bautista está construida en el lugar que la tradición identifica como la casa de Zacarías e Isabel y, por tanto, donde habría nacido el Precursor. Al igual que en el santuario de la Visitación, los muros del recinto están cubiertos por un himno que resonó aquí por primera vez, el Benedictus, escrito en diversos idiomas.

( Al fondo de la nave norte de la iglesia de San Juan Bautista, una gruta excavada en la roca conserva la memoria del nacimiento del Precursor) (*)

El actual santuario ha mantenido la estructura de la construcción cruzada del siglo XII, que a su vez debió de respetar otra precedente, de origen bizantino. Las restauraciones requeridas entre los siglos XVII y XX, además de consolidar el edificio, sirvieron para enriquecerlo y llevar a cabo valiosos estudios arqueológicos. Se trata de una iglesia de tres naves y cúpula en el crucero, con una gruta excavada en el ábside del lado norte. Sin duda, formaba parte de una vivienda hebrea del siglo I: según la tradición, la casa de Zacarías; debajo del altar, una inscripción en latín indica que allí nació san Juan Bautista: Hic Præcursor Domini natus est.

Y con ello cerramos esta serie de nuestro recorrido por Tierra Santa, que ha sido una de las experiencias más serias y provechosas de mi vida. Se lo recomiendo a todos encarecidamente.


(*) Para ver las fotos que ilustran este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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