Virgen Guadalupana. 3

Por Carlos de Bustamante

( El Tepeyac era el centro del culto a la diosa de la tierra antes de la llegada de los españoles. En la imagen, la más famosa efigie de Coatlicue. Cultura mexica, Posclásico Tardío, ss. XII-XV) (*)

Bien sabido es por todos cuantos profesamos la fe católica trasmitida primero por nuestros mayores y ratificada luego en los diversos colegios o escuelas -¡ay de nuestro tiempo!- los asuntos que se presentan como sobrenaturales, y tal es el caso que vengo narrando ( y continúo ahora, el relato del bellísimo “Nicán mopohua”, siguiendo la misma fuente, José María Iraburu en Catholic.net), la Iglesia es sumamente cauta, o mejor, prudente, para admitirles como tales.

No es pues de extrañar que la máxima autoridad en tierras mejicanas -el obispo Zumárraga en este caso junto a los presbíteros dependientes de él- se mostraran escépticos de que un pobre indito les trajera una embajada de la mismísima Reina de cielos y tierra. Pensarían – y ésta es mi particular opinión- que a tal honor tal señor. ¿No tenían, digo, al señor obispo…? A qué ton, pues, recados de la Señora por medio de un cuasi analfabeto en cuestiones de la Iglesia. Desconfiaron todos. O si lo prefieren, extremaron la prudencia y exigieron pruebas. Además le siguieron vigilando sus pasos para ver –insensatos-, sin ser vistos.

Parecían desconocer o lo habían olvidado cómo el propio Cristo amaba a los niños y lo que al particular dijo sobre ellos: “Yo les aseguro que si no cambian y no se hacen como los niños, no entrarán en el Reino de los cielos. Así pues, quien se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el Reino de los cielos. Y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, me recibe a mí. Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque yo les digo que sus ángeles, en el cielo, ven continuamente el rostro de mi Padre, que está en el cielo”.

No obstante, obedecieron la norma, que confirmaría la veracidad de los hechos sucedidos al que, realmente, era como niño. El indito Juan Diego.

-Los espías del señor Obispo.

«Mandó inmediatamente a unas gentes de su casa, en quienes podía confiar, que le vinieran siguiendo y vigilando mucho a dónde iba y a quién veía y hablaba. Así se hizo. Juan Diego se vino derecho y caminó por la calzada; los que venían tras él, donde pasa la barranca, cerca del puente del Tepeyácac, le perdieron; y aunque más buscaron por todas partes, en ninguna le vieron.

«Así es que regresaron, no solamente porque se fastidiaron, sino también porque les estorbó su intento y les dio enojo. Eso fueron a informar al señor obispo, inclinándole a que no le creyera: le dijeron que nomás le engañaba; que nomás forjaba lo que venía a decir, o que únicamente soñaba lo que decía y pedía; y en suma discurrieron que si otra vez volvía, le habían de coger y castigar con dureza, para que nunca más mintiera ni engañara».

-En el Tepeyac, tarde

«Entre tanto, Juan Diego estaba con la Santísima Virgen, diciéndole la respuesta que traía del señor obispo; la que oída por la Señora, le dijo: “Bien está, hijito mío, volverás aquí mañana para que lleves al obispo la señal que te ha pedido; con eso te creerá y acerca de esto ya no dudará ni de ti sospechará; y sábete hijito mío, que yo te pagaré tu cuidado y el trabajo y cansancio que por mí has impendido. Ea, vete ahora; que mañana aquí te aguardo”».

Enfermedad de Juan Bernardino.

«Al día siguiente, lunes, cuando tenía que llevar Juan Diego alguna señal para ser creído, ya no volvió. Porque cuando llegó a su casa, a un tío que tenía, llamado Juan Bernardino, le había dado la enfermedad, y estaba muy grave. Primero fue a llamar a un médico y le auxilió; pero ya no era tiempo; estaba muy grave. Por la noche, le rogó su tío que de madrugara saliera y viniera a Tlatilolco a llamar un sacerdote, que fuera a confesarle y disponerle, porque estaba muy cierto de que era tiempo de morir y que ya no se levantaría ni sanaría».


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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