Noche de fiesta en Santander

Por Javier Pardo de Santayana

( Playa de la Magdalena, Santander. Acuarela de Javier Zorrilla en acuarelasjavierzorrilla. blogspot.com.es) (*)

¡Vamos a ver las luces! Es la fiesta de la Inmaculada, mas se supone que la ciudad de Santander ya está metida en Navidad, así que nos llevamos a los pequeños a ver las iluminaciones. Nuestra sorpresa fue constatar que el meollo de la ciudad estaba a tope. Imposible encontrar aparcamiento. Conectamos con los del segundo coche, y nos dicen lo mismo: que no hay manera de encontrar un hueco. Por fin, un buen tiempo después y cada uno por su lado, hallamos el que debía ser el único.

La primera impresión de la ciudad es favorable, pues la iluminación urbana responde al estilo que siempre tuvo ésta: en la calle de entrada, unos ramos de estrellas repetidos y luego, como leitmotiv, en otras partes un trazo como de oleaje sobre un fondo azulado que recuerda la proximidad del agua. Ni una sola evocación del anciano gruñón y de sus renos, como tampoco de otros recursos de culturas foráneas como los arbolitos o la flor del hielo. Sólo, a lo largo de todo el paseo de Pereda, la efigie de Melchor, Gaspar y Baltasar, a los que nuestros nietos identificarían fácilmente.

Es ya de noche, pero todas las terrazas se encuentran ocupadas y sin un solo asiento libre, como lo están las aceras recorridas. Y – aunque no es aún tarde – también los restaurantes y los puestos de helados. Les recuerdo: un ocho de diciembre.

Se ve que la combinación de un largo puente con la proximidad de las apetecibles fiestas navideñas ha disparado una bulliciosa ocasión para irse a la calle a disfrutar simplemente de la vida. Nadie diría que el ambiente de la nación es el que es; que nadie parece estar conforme con su suerte y que la mitad de España está en contra de la otra media. Por el contrario, transmite la impresión de que los españoles somos gentes felices que disfrutan de un ambiente tan acogedor como simpático.

Así que lo aprovechamos recorriendo un mercadillo perfectamente organizado y atractivo en el que los ojos de los niños encuentran atractivos a su altura. Sólo un fallo importante: no se ve más que un puesto en el que vendan figuras de nacimiento, que es lo que es propio de estas fechas. Luego, en la oscuridad, nos surgirá la maravilla de un tiovivo de aquellos antiguos de dos pisos. Un mamotreto impresionante, majestuoso, cuajado de colores y de luces. Es decir, un tiovivo como no había vuelto a ver visto otro desde que dejamos Bélgica. Alrededor, un cúmulo de atracciones infantiles de las que parecen haber sido inventadas para que los niños se maten de distintas formas diferentes pero que deben ser divertidísimas.

Por fin, después de probar todo no sin sufrir algún que otro rasponazo, recalamos ante la egregia estatua de Velarde y en la proximidad de un puesto de comidas en que pudimos disfrutar de un abundante refrigerio justo en la entrada de la famosa “Plaza Porticada”, hoy convertida en animada y bulliciosa pista de patinaje sobre hielo. Y no sin sorprender a nuestros acompañantes más maduros al saber que el prestigioso Festival de Santander, que hoy se celebra en un lugar ad hoc que mira al mar desde su altura, tuvo lugar durante mucho tiempo en ella. Allí tuve ocasión de ver precisamente como Ataulfo Argenta completaba su interpretación de las nueve sinfonías de Beethoven: un hecho que quedará para la historia en una lápida.

Así se cumplirían las expectativas de una noche que reunió los ingredientes necesarios para quedar ya para siempre en la memoria de unos niños acostumbrados a la magia por los programas de la televisión y de los cines. Una experiencia de sonidos, luces y misterios que culminarían con nuestro mayor asombro cuando, al dudar respecto al numero en el que dejamos aparcado el coche, nuestro nieto, de cinco años, dio solución a la cuestión al informarnos con la mayor seguridad del mundo que era el “dos, siete, uno”. Es decir, exactamente el del lugar en el que el susodicho trasto se encontraba.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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