Por Carlos de Bustamante

( El abuelo Julián. Acuarela de José Manuel Pérez Peña en Hispacuarela de Facebook ) (*)

Decimos, porque es cierto, que la edad es implacable con el devenir de cada persona. Cuando el tiempo corre, y lo hace muy deprisa, poco va quedando progresivamente de lo que otrora fuimos. El deportista contempla no siempre resignado cómo las facultades físicas menguan año tras año. El literato, el artista, el profesor… han de sufrir en sus carnes o mentes cómo con o sin Parkinson, el pulso firme “ayer”, vibra, hoy y ahora, como cuerdas de guitarra pulsadas para componer una melodía. La memoria – aún sin enfermedad alguna de las que tantas veces se padecen al atardecer de la vida- deambula perdida en el laberinto del “no me acuerdo”. El albañil, el trabajador en el campo, hombres de toda profesión u oficio, han de pasar, como los otros, el testigo de sus facultades a la generación que llega al relevo.

Como si fuera hoy, recuerdo cómo siempre adelantado a la edad normal del uso de razón, lo fui tal vez en exceso para un precoz noviazgo. Posiblemente precoz en prevenir, enseguida fui consciente del “peligro” en el primer destino africano. Por aquel sabio consejo de que “mejor es casarse que abrasarse”, contraje matrimonio a poco de iniciar el período de juventud. No eran aquéllas las circunstancias óptimas para vivir varios años en “el séptimo cielo”; pero tampoco para cumplirse a la letra lo que el poeta entristecido cantó con maestría:

Jorge Manrique (1440-1479). Coplas por la muerte de su padre.

Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando,
cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,
cualquiera tiempo pasado
fue mejor….

Pues va a ser, digo, que sí y no, mi admirado Jorge Manrique. Desde la ancianidad de más aún que octogenario, sí, en “cómo se pasa la vida”. Y no rotundo a “tan callando”. ¿Cómo que tan callando si muy pronto –bendita edad- un hogar luminoso y alegre será de un continuo gorjeo de niños; tanto más alegre y sonoro cuanta mayor haya sido la generosidad de los progenitores. ¡Padre y madre! No “A y B”.

Pues si vemos lo presente
cómo en un punto se es ido
y acabado,
si juzgamos sabiamente,
daremos lo no venido
por pasado.
No se engañe nadie, no,
pensando que ha de durar
lo que espera,
más que duró lo que vio
porque todo ha de pasar
por tal manera.

Pues también va a ser que sí y no, mi admirado Jorge; Primero sí, porque realmente la vida es breve y nuestros días están contados, numerados, y pasan a velocidad de vértigo; y, no porque siendo verdad que nuestra vida se va como un soplo, hizo Dios tan bien la Creación, que para el relevo de los que finiquitan, los hijos, repito, toman el testigo de sus padres, tanto más y mejor cuanto más numerosos hayan sido: Generosidad.

Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar y consumir.
Allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
y más chicos,
y llegados, son iguales
los que viven por sus manos y los ricos.

¡Vaya don Jorge, que le ha salido un crítico rezongón! ¡Que no, mi gran poeta y señor! Que nosotros a diferencia de los ríos (sí, ya sé que lo dice en sentido poético y figurado) no “vamos al mar que es el morir”. Dirigimos cada uno la corriente-y en ella van nuestros amores con orden de preferencia- lo que con claridad dicen los Novísimos y que deberíamos recordar-aunque nos guste tan poco- en el mes de Noviembre, especialmente dedicado a los difuntos: Muerte, Juicio, Infierno y Gloria.
Así pues, no morimos en mar alguno, sino que nuestro final es la Vida según hayamos dirigido, libremente, el caudal recibido.

Dejó mi amor la orilla
Y en la corriente canta
No volvió a la ribera
Que su amor era el agua.
(Poema de Batolomé Llorens)

Y es que, mi buen amigo Jorge, con ese Amor, el mar, que no es tal, tampoco es el morir. Ni allegados todos son iguales, porque “la muerte no es el final”. Tolle lege, amigo, si aún no está convencido.

Tú nos dijiste que la muerte
no es el final del camino,
que aunque morimos no somos,
carne de un ciego destino.

Tú nos hiciste, tuyos somos,
nuestro destino es vivir,
siendo felices Contigo,
sin padecer ni morir.
Siendo felices Contigo,
sin padecer ni morir.

Por si lo dicho fuera poco la vida sigue y la humanidad se multiplica. Del árbol de los “Bustas” ha brotado un nuevo retoño: ¡¡SOY BISABUELO!!


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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