Tierra Santa. 3. La Vía Dolorosa

Por José María Arévalo

(Barrio viejo de Jerusalén, antes de la Vía Dolorosa) (*)

Tras la visita a Belén y Jericó del primer día de nuestra estancia en Tierra Santa, que recorrimos viajando desde Saxum, Centro de Interpretación del camino de Emaús y residencia que ha abierto el Opus Dei recientemente, el segundo día vivimos el plato fuerte del programa, el recorrido de la Vía Dolorosa con final en la Basílica del Santo Sepulcro. Aunque ya nos advirtió nuestra guía judía que el recorrido que realizó el Señor con la cruz a cuestas se encuentra doce metros más abajo de la Vía actual, como consecuencia de las sucesivas destrucciones y reconstrucciones de la ciudad – aunque el trazado de las calles data en líneas generales de la reconstrucción romana de Jerusalén realizada en tiempos de Adriano, en el año 135-, es extraordinaria la impresión de seguir tan cerca de donde tanto sufrió Jesús, reviviendo su camino hacia el Calvario.

El autobús nos dejó junto a la llamada puerta de Herodes el Grande –supongo que porque los cruzados que reconstruyeron la muralla de Jerusalén que hoy se ve, dejaron allí este vestigio-, la más cercana a la iglesia de la Flagelación, cercana al comienzo de la Vía Dolorosa. Estamos ya en los barrios antiguos de Jerusalén, con gran sabor medieval, calles sinuosas llenas de arcos y escalinatas a cielo abierto o bajo techados que unen las casas palestinas de uno y otro lado, con frecuencia de tiendas de recuerdos, frutas y refrescos moros, expuestos en la calle sin escaparates. En esta iglesia de la Flagelación oímos la Santa Misa, buena, la mejor preparación para el ejercicio del Vía Crucis.

“Quieres acompañar –nos recordaba en su homilía el sacerdote un texto de `Santo Rosario´, de San Josemaría- cerca, muy de cerca, a Jesús?… Abre el Santo Evangelio y lee la Pasión del Señor. Pero leer sólo, no: vivir. La diferencia es grande. Leer es recordar una cosa que pasó; vivir es hallarse presente en un acontecimiento que está sucediendo ahora mismo, ser uno más en aquellas escenas”. A lo largo de los siglos, así han contemplado los santos – y, con ellos, muchedumbres de cristianos – la muerte redentora de Jesús en la cruz y su resurrección: el misterio pascual, que está en el centro de nuestra fe. Con el paso del tiempo, la meditación de aquellos hechos ha cuajado en algunas devociones, entre las que destaca el vía crucis.

( Segunda estación de la Vía Dolorosa) (*)

La práctica del vía crucis – sigo ya el texto con el que explica la Vía Dolorosa la guía que ya mencioné en artículos anteriores “Huellas de nuestra fe, Apuntes sobre Tierra Santa”, de Jesús y Eduardo Gil, que puede descargarse gratuitamente en www.saxum.org- se fundamenta en la veneración por los Santos Lugares, donde no hacía falta imaginarse los escenarios de la Pasión, sino que se tenían a la vista y se recorrían físicamente.

Una leyenda piadosa –recogida en “De transitu Mariæ”, un apócrifo siriaco del siglo v– cuenta que la Santísima Virgen caminaba a diario por los sitios donde su Hijo había sufrido y derramado su sangre. Por mano de san Jerónimo, ha llegado hasta nosotros el testimonio de la peregrinación a Palestina que la noble santa Paula realizó entre los años 385 y 386: en Jerusalén, «con tanto fervor y empeño visitaba todos los lugares, que, de no haber tenido prisa por ver los otros, no se la hubiera arrancado de los primeros. Prosternada ante la cruz, adoraba al Señor como si lo estuviera viendo colgado de ella. Entró en el sepulcro de la Anástasis y besaba la piedra que el ángel había removido de aquel. El sitio mismo en que había yacido el Señor lo acariciaba, por su fe, con la boca, como un sediento que ha hallado las aguas deseadas. Qué de lágrimas derramara allí, qué de gemidos diera de dolor, testigo es toda Jerusalén, testigo es el Señor mismo a quien rogaba».

( Un círculo metálico oscuro señala cada estación. El primero se encuentra
en el exterior de la escuela islámica de El-Omariye) (*)

Según otros testimonios posteriores, parece que fue precisándose poco a poco el camino por el que Jesús había pasado a través de las calles de Jerusalén, al mismo tiempo que se determinaban también las estaciones, es decir, los sitios donde los fieles se detenían para contemplar cada uno de los episodios de la Pasión. Los cruzados –en los siglos XI y XII– y los franciscanos –desde el XIV en adelante – contribuyeron en gran medida a fijar esas tradiciones. De esta forma, en la Ciudad Santa, durante el siglo XVI ya se seguía el mismo itinerario que se recorre actualmente, conocido como Vía Dolorosa, con la división en catorce estaciones.

En la primera estación -condenan a muerte a Jesús- cada viernes, a las tres de la tarde, comienza una procesión que recorre la Vía Dolorosa. La encabeza el Custodio de Tierra Santa o uno que le representa, acompañado por numerosos peregrinos, fieles residentes en Jerusalén y frailes franciscanos. El punto de partida es el patio de la escuela islámica de El-Omariye, situada en el ángulo noroccidental de la explanada del Templo. Puesto que en el siglo I se elevaba allí la torre Antonia, que acogía a la guarnición romana acuartelada en la ciudad, tradicionalmente se identifica con el pretorio donde se realizó el juicio de Jesús ante el gobernador Poncio Pilato.

( Fachada de la iglesia de la Flagelación, que se levanta junto a la segunda estación) (*)

Nosotros comenzamos el recorrido en la segunda estación -Jesús carga con la cruz-, junto al convento franciscano de la Flagelación. Se trata de un complejo construido en torno a un amplio claustro, con el Studium Biblicum Franciscanum en el frente y dos iglesias a los lados: a la derecha, la de la Flagelación, donde hemos dicho oímos misa, reconstruida en 1927 sobre las ruinas de otra del siglo XII; y a la izquierda, la de la Condenación, levantada en 1903. En el muro exterior de esta iglesia, en la calle, está señalada la segunda estación. Un poco más adelante, cruza la Vía Dolorosa un arco de medio punto con un corredor construido encima. Se conoce popularmente como el arco del Ecce homo, y recuerda el lugar donde Pilato presentó a Jesús al pueblo después de la flagelación y la coronación de espinas. En realidad, es el vano central de un arco de triunfo del que se conserva también la puerta del lado norte en el interior del convento de las Damas de Sión: hace las veces de retablo en la basílica del Ecce homo, terminada en el siglo XIX. Del mismo modo que ese elemento se consideraba perteneciente a la torre Antonia, varios enlosados de piedra en la misma zona solían identificarse con el lugar llamado Litóstrotos: sobre todo, son visibles en la iglesia de la Condenación y el convento de las Damas de Sión. En efecto, tanto el arco como los pavimentos son de origen romano, pero habría que datarlos algo más tarde, en la época de Adriano.

( En la tercera estación hay una capilla del Patriarcado Armenio católico. La escena que se contempla está representada tanto en el dintel como en el retablo) (*)

La Vía Dolorosa continúa en ligero descenso hasta cruzarse con una calle que viene de la puerta de Damasco; se llama El-Wad –el valle– y sigue el antiguo lecho del torrente Tiropeón. Girando a la izquierda, casi en la esquina, se encuentra una pequeña capilla, perteneciente al Patriarcado Armenio católico, con la tercera estación -cae Jesús por primera vez-

Ni que decir tiene que resulta imposible recorrer la Vía Dolorosa sin un guía que te conduzca a las distintas estaciones, no siempre seguidas, en las intrincadas callejuelas de la Jerusalén antigua.


( En el lugar de la cuarta estación también existe una iglesia) (*)

Avanzando pocos metros, se llega a la cuarta estación -Jesús encuentra a María, su Santísima Madre- donde existe una iglesia, también de los armenios, en cuya cripta hay adoración perpetua al Santísimo Sacramento. Enseguida se deja la calle de El-Wad y se gira a la derecha, para tomar de nuevo la Vía Dolorosa. Este tramo es muy característico de la Ciudad Vieja: estrecho y empinado, con escalones cada pocos pasos y numerosos arcos que cruzan la calle por arriba, uniendo los edificios de los dos lados. Justo en el arranque, a mano izquierda, hay una capilla que ya en el siglo XIII era de los franciscanos, donde se recuerda la quinta estación -Simón ayuda a llevar la cruz de Jesús-.

( Capilla de la quinta estación, que pertenece a los franciscanos) (*)

En la sexta estación se recuerda cómo una piadosa mujer enjugó el rostro de Jesús. Poco sabemos de esta mujer. Una tradición basada en textos apócrifos la identifica con la hemorroisa de Cafarnaún, llamada Berenice; al traducirse su nombre al latín, se convirtió en Verónica. En el medievo se sitúa su casa aquí, hacia la mitad de la calle, donde hoy existe una pequeña capilla con entrada directa desde la vía y encima una iglesia grecocatólica.

( La sexta estación está señalada junto a la puerta del oratorio que recuerda el gesto de la Verónica) (*)

Al final de la subida, la Vía Dolorosa desemboca en el Khan ez-Zait –el mercado del aceite–, el animado y concurrido zoco que viene de la puerta de Damasco. Delimita los barrios musulmán y cristiano, y coincide con el antiguo Cardo Massimo, la calle principal de la Jerusalén romana y bizantina. La séptima estación -cae Jesús por segunda vez- se encuentra en el cruce, donde hay una capillita propiedad de los franciscanos.

A pocos metros del lugar de la segunda caída, tomando la calle de San Francisco, que sube en dirección oeste y prolonga la Vía Dolorosa, se llega a la octava estación -Jesús consuela a las hijas de Jerusalén-. Para ir a la novena estación -Jesús cae por tercera vez-, quizá antiguamente había un modo más directo, pero hoy en día es necesario volver sobre los propios pasos hasta el zoco, seguirlo unos metros en dirección sur, y tomar una escalera que se abre en el lado derecho de la vía. Al final de un callejón, una columna señala la tercera caída. Está colocada en una esquina, entre un acceso a la terraza del convento etíope y la puerta de la iglesia copta de San Antonio. El sitio donde se recuerda la última caída del Señor queda a pocos metros de la basílica del Santo Sepulcro. De hecho, las últimas cinco estaciones de la Vía Dolorosa se encuentran en su interior. Para ir allí volvimos al zoco y recorrimos algunas calles hasta llegar a la plazoleta que se abre frente a la entrada, en la fachada sur.

( Capilla de la séptima estación, que es propiedad de la Custodia de Tierra Santa) (*)

Es muy difícil explicar la extraordinaria complejidad de la basílica del Santo Sepulcro, donde se venera el lugar en que fue levantada la cruz donde murió el Señor, el sepulcro en que fue enterrado y diversas estancias más de cierto valor histórico. Yo recordaba el Gólgota que reflejó la extraordinaria película de Mel Gibson sobre la Pasión, una cumbre más bien llana, pero enseguida nos explicó nuestra guía que en realidad se trataba de una enorme roca que recordaba una gran calavera. Como veremos ahora, los romanos, tratando de erradicar la devoción cristiana, levantaron en el lugar de la resurrección dos templos paganos, con una estatua de Júpiter en el sepulcro, y en la peña de la cruz una imagen de Venus de mármol, que es lo que debió encontrar Santa Elena en su investigación y hallazgo de la Santa Cruz. Para nuestra desgracia –aunque a lo mejor fue la única forma de conservar lo que todavía podemos ver hoy- la santa destruyó casi toda la gran piedra del Gólgota para construir encima un gran templo, y así desapareció buena parte del aspecto original del “locus Calvarii” o lugar de la calavera, junto al que sabemos había un cementerio y en él el sepulcro de José de Arimatea, donde se enterró al Señor. Vamos a seguir, para no perdernos, la descripción de la guía “Huellas de nuestra fe, Apuntes sobre Tierra Santa” en que nos estamos apoyando.

“Ahora nos encontramos ante el lugar central de nuestra fe, que podríamos considerar el más sagrado de Tierra Santa: el sitio donde Jesucristo «fue crucificado, muerto y sepultado», y «al tercer día resucitó de entre los muertos» ¹. Apenas unas decenas de metros separan el Calvario de la tumba del Señor. Toda la zona queda incluida dentro de la basílica del Santo Sepulcro, también llamada de la Resurrección por los cristianos orientales. A los ojos del peregrino, se presenta con una arquitectura singular, que puede considerarse incluso desordenada o caótica”.

( Basílica del Santo Sepulcro) (*)

En el exterior, está formada por varios volúmenes superpuestos y añadidos, entre los que destaca un campanario truncado; sobre ese cúmulo de edificaciones y terrazas, se levantan dos cúpulas, una mayor que la otra, que caracterizan el perfil de Jerusalén. El interior está configurado como un conjunto complejo de altares y capillas, grandes y pequeñas, cerradas con muros o abiertas, dispuestas en diferentes niveles comunicados por escaleras. Esa apariencia sorprendente no es más que el resultado de su afanosa historia: quizá ningún otro lugar del mundo ha pasado por tantas edificaciones, demoliciones, reconstrucciones, incendios, terremotos, restauraciones… A esto hay que sumar que la propiedad de la basílica es compartida entre la Iglesia católica –representada por los franciscanos, que custodian los Santos Lugares desde 1342– y las Iglesias ortodoxas griega, armenia, copta, siria y etíope, que gozan de diferentes derechos.

Los Evangelios nos han transmitido que sacaron a Jesús y le condujeron al lugar del Gólgota, que significa “lugar de la Calavera”. Allí le crucificaron con otros dos, uno a cada lado y Jesús en medio. Ese sitio se hallaba cerca de la ciudad; por tanto, fuera del recinto amurallado. En el lugar donde fue crucificado había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo en el que todavía no había sido colocado nadie. Cuando Cristo murió, como era la Parasceve de los judíos y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús. Las investigaciones arqueológicas han encontrado otras tumbas de la misma época en las proximidades del Calvario, a las que se puede acceder desde la basílica. Este dato confirma que entonces todo aquel paraje se encontraba fuera de Jerusalén, pues la ley judía prohibía los enterramientos dentro de sus muros. Algunos estudiosos también han identificado la zona con una antigua cantera abandonada, de la que el Gólgota sería el punto más alto: esto concordaría con varios testimonios primitivos, que describen un terreno rocoso con numerosos fragmentos de piedra.

En resumen, aunque hoy el Santo Sepulcro ocupe casi el centro de la Ciudad Vieja, debemos imaginar el lugar de la crucifixión en las afueras, teniendo a la vista las murallas y un camino transitado, sobre un peñasco que se elevaba varios metros del suelo, entre otros riscos más pequeños, huertos cerrados con tapias y sepulcros. Los cristianos de Jerusalén conservaron la memoria del sitio, de forma que no se perdió a pesar de las dificultades. En el año 135, tras haber sofocado la segunda rebelión de los judíos contra Roma, el emperador Adriano ordenó que la ciudad fuera arrasada y construyó encima una nueva: la Aelia Capitolina. El área del Calvario y el Santo Sepulcro, incluida en la nueva superficie urbana, fue cubierta con un terraplén y se levantó allí un templo pagano.

Relata san Jerónimo en el año 395, recogiendo una tradición anterior: «Desde los tiempos de Adriano hasta el imperio de Constantino, por espacio de unos ciento ochenta años, en el lugar de la resurrección se daba culto a una estatua de Júpiter, y en la peña de la cruz a una imagen de Venus de mármol, puesta allí por los gentiles. Sin duda se imaginaban los autores de la persecución que, si contaminaban los lugares sagrados por medio de los ídolos, nos iban a quitar la fe en la resurrección y en la cruz». La misma construcción que ocultó el Gólgota a la veneración cristiana contribuyó a preservarlo hasta el siglo IV. En el año 325, el obispo de Jerusalén Macario pidió y obtuvo el permiso de Constantino para derribar los templos paganos levantados en los Santos Lugares. Sobre el Sepulcro de Jesús y el Calvario, una vez descubiertos, se proyectó una magnífica obra: «Conviene por tanto –escribió el emperador a Macario– que tu prudencia disponga y prevea todo lo necesario, de modo que no solo se realice una basílica mejor que cualquier otra, sino que también el resto sea tal que todos los monumentos más bellos de todas la ciudades sean superados por este edificio».

( A la derecha de la puerta una escalera muy empinada conduce al Calvario. Enfrente, la Piedra de la Unción, donde pusieron el cuerpo de Jesús antes de sepultarle) (*)

Gracias a las fuentes documentales y a las excavaciones arqueológicas –realizadas sobre todo en el siglo XX–, sabemos que el complejo tenía tres partes, dispuestas de oeste a este: un mausoleo circular con la tumba en el centro, llamado Anástasis –resurrección–; un patio cuadrangular con pórticos en tres de los cuatro lados, a cielo abierto, donde estaba la roca del Calvario; y una basílica para celebrar la Eucaristía, con cinco naves y atrio, conocida como Martyrion –testimonio–. La iglesia fue dedicada en el año 336. De ese antiguo esplendor constantiniano queda bien poco: dañado por los persas en el 614 y restaurado por el monje Modesto, el complejo sufrió terremotos e incendios hasta que finalmente fue destruido en 1009 por orden del sultán El-Hakim; la forma actual se debe a la restauración del emperador bizantino Constantino Monómaco –en el siglo XI–, a la obra de los cruzados –en el siglo XII– y a otras transformaciones posteriores.

Como ya indicamos, la décima estación del Vía Crucis -despojan a Jesús de sus vestiduras- se reza en el propio templo. Nada más entrar en el Santo Sepulcro, a la derecha, dos escaleras de piedra muy empinadas suben a las capillas del Gólgota, el lugar del suplicio. Unos pasos separan la décima de la undécima estación -Jesús es clavado en la Cruz-, recordada con un altar. Se encuentran a unos cinco metros de altura sobre el nivel de la basílica. La escena de la crucifixión figura encima, en un mosaico. La capilla pertenece a los franciscanos de la Custodia de Tierra Santa.

( Capilla del Calvario; debajo del altar, un círculo de plata señala el sitio donde se
alzó la Cruz; la roca también es visible a los lados) (*)

A la izquierda de la capilla de la Crucifixión, encontramos la capilla del Calvario –donde se reza la duodécima estación: muerte de Jesús en la Cruz-, propiedad de la Iglesia ortodoxa griega. Se levanta sobre la roca venerada, visible a los lados del altar a través de un vidrio. Debajo, un disco de plata abierto en el centro señala el orificio donde fue erguida la Cruz. La hendidura también puede verse en otra capilla inmediatamente inferior, dedicada a Adán. Según una piadosa tradición a la que ya Orígenes hace referencia en el siglo III, allí se ubicaría la tumba del primer hombre; al abrirse la tierra, la sangre del Señor habría llegado hasta sus restos, convirtiéndolo en el primer redimido. En la iconografía cristiana, esta leyenda inspiró la costumbre de poner una calavera a los pies de la Cruz. La decimotercera estación -desclavan a Jesús y lo entregan a su Madre- se reza entre la capilla de la Crucifixión y la del Calvario, en un altar dedicado a Nuestra Señora de los Dolores.

( Capilla del Santo Sepulcro, en el centro de la Anástasis. Se accede a las dos
cámaras de la tumba a través de una puerta baja) (*)

Bajando del Calvario y regresando al atrio de la basílica, encontramos la Piedra de la Unción, que es muy venerada por los cristianos ortodoxos –se ve, bajo muchos incensarios suspendidos sobre ella, en la fotografía de la primera entrada al templo con que ilustramos el artículo-. Se trata de una losa de piedra rojiza con vetas blancas, que recuerda los cuidados que José de Arimatea y Nicodemo dedicaron al cuerpo de Jesús. Continuando hacia el oeste, se llega a la Rotonda o Anástasis, el monumento circular cerrado con una cúpula, en cuyo centro se levanta la capilla con la tumba del Señor. Y aquí se reza la última estación: dan sepultura al cuerpo de Jesús.

( Interior de la tumba del Señor ) (*)

La entrada en la Capilla del Santo Sepulcro, en el centro de la Anástasis, nos llevó casi una hora de hacer cola, lo que suele ser habitual -por cierto tuve una pequeña discusión con uno de los bedeles que, justo delante de mí, dejó pasar a una pareja que se saltó así toda la larga fila-. Se accede a las dos cámaras de la tumba a través de una puerta baja, y en la primera se encuentra un lecho forrado de mármol –se ve bien en la última foto con que ilustramos este artículo-, donde la tradición asegura fue depositado el cuerpo del Señor. Besé con devoción el mármol y pasé por él algún rosario, en los pocos segundos que se nos permitía estar.

En fin, una mañana muy aprovechada, el plato fuerte, ya digo, del programa por Tierra Santa.


(*) Para ver las fotos que ilustran este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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