Tierra Santa. 2. El Jordán y Jericó

Por José María Arévalo


( Mapa de Tierra Santa como la conoció Nuestro Señor, con las fronteras actuales superpuestas. Ver el mapa completo en el link al final del artículo) (*)

Continúo la crónica de mi visita a Tierra Santa, que he recorrido viajando desde Saxum, Centro de Interpretación del camino de Emaús y residencia que ha abierto el Opus Dei recientemente. Les contaba en el artículo anterior el viaje, el primer día –el jueves 27 de septiembre- por la mañana, a Belén, con Misa en la Gruta de los Pastorcillos y posterior visita a la gruta donde nació el Niño Jesús en la Basílica de la Natividad, para acabar viendo la contigua iglesia de Santa Catalina y bajo ella la gruta de S. Jerónimo. Y dejaba para hoy el recorrido por la tarde, tras comer en el restaurante Sababa de Belén, hasta el enclave del río Jordán en el que bautizó San Juan al Señor, donde haríamos la renovación de las Promesas Bautismales, paso por Jericó y visita al desierto de Judá.

Belén, está a 9 kilómetros al sur de Jerusalén y Jericó a unos 27 kilómetros de esta. De modo que el viaje no fue muy largo, pero por carreteras sinuosas hasta pasar el desierto. Encabezo este artículo con una foto de Tierra Santa como la conoció Nuestro Señor, con las fronteras actuales superpuestas, parcial de la zona visitada este día y mapa completo en el link que doy al final del artículo para ver las fotos con que lo ilustro en tamaño mayor. Tomo el mapa de la guía –que ya mencioné en el artículo anterior- “Huellas de nuestra fe, Apuntes sobre Tierra Santa”, de Jesús y Eduardo Gil, que puede descargarse gratuitamente en www.saxum.org, y que así como tenía un capítulo completo sobre Belén, del que reproduje buena parte, no lo tiene de Jericó y el Jordán, por lo que he acudido a otras fuentes en la nube y a mi memoria, más de imágenes que de nombres.

A la ida, por la tarde, sin parar en Jericó, fuimos directamente al recodo del río Jordán donde se cree que fue bautizado el Señor por San Juan. Hacía un calor abrasador, y la sensación de secarral que ya comenté en general del país resultaba aquí más evidente, pues solo tienen vegetación en el río unos tres o cuatro metros de fondo en las orillas. Así que tuve que mojarme bien la cabeza en una fuentecita artificial cuando llegamos al enclave, donde hay una construcción sencilla para una tienda de recuerdos y bar, y unas pérgolas desnudas donde encontrar sombra. El Jordán tiene 360 kilómetros de longitud total, y ocupa el sector asiático del Gran Valle del Rift, fractura tectónica que separa la placa africana de la placa arábiga, desembocando en la costa norte del mar de Galilea. Desde este lago desagua cerca del kibutz Degania, en la costa meridional del mar, manteniendo su rumbo hacia el sur. En este trecho el Jordán se convierte en la frontera entre Jordania e Israel, y después entre Jordania y Palestina.

Jordán significa «el que baja», porque pasa de una altura en su nacimiento de 520 metros a una de 392 bajo el nivel del mar cuando desemboca en el mar Muerto. La característica principal del Jordán, sin embargo, es su progresivo aumento de salinidad conforme avanza en su curso hacia el mar Muerto. De hecho, penetra dulce en el lago Kineret pero se saliniza a partir de allí hasta ingresar en el mar Muerto que, con un 380 % de salinidad, es ocho veces más salino que los océanos. La anchura media del río es de 27 a 45 metros y su profundidad de 1,5 a 3,5 metros. Pero no llegamos, en nuestro recorrido, al mar Muerto, que vimos en el camino a Galilea del tercer día, a lo lejos.

( Río Jordán desde la orilla de Betania de Transjordania) (*)

No he comentado hasta ahora la impresión que produce ver la multitud de peregrinos que siempre nos encontramos en los distintos lugares sagrados de Tierra Santa, entre ellos muchos grupos cantando temas religiosos -a veces casi se solapan-. En este punto del Jordán y a pesar del calor, no había menos, supongo que de diferentes confesiones, incluso judíos. Nos comentó nuestra guía que a veces se pueden ver grupos de judíos ortodoxos que, cubiertos por una fina capa blanca, van entrando en fila en las aguas del Jordán, donde son bautizados como lo hacía san Juan, por inmersión.

San Marcos relata en sus evangelios el bautizo de Jesús de la siguiente manera: «Y sucedió en aquellos días que Jesús vino de Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan el Bautista en el Jordán. E inmediatamente, al salir del agua, vio que los cielos se abrían, y que el Espíritu como paloma descendía sobre El; y vino una voz de los cielos, que decía: `Tú eres mi Hijo amado, en ti me he complacido´».

Según identifican los textos bizantinos medievales que se conservan, este enclave en Betania de Transjordania, muy cerca la otra orilla de Jericó, es el lugar donde Jesús recibió el Bautismo por parte de Juan Bautista. Se sitúa en la zona fronteriza entre Jordania e Israel, la cual está delimitada por el curso del río Jordán. Hasta el tratado de paz de 1994 entre Jordania e Israel, el área era una zona militar jordana. Después de despejar los campos de minas cercanos, el gobierno jordano ha hecho que el lugar sea accesible para arqueólogos, peregrinos y turistas. Los sitios arqueológicos descubiertos y los estudios asociados llevados a cabo recientemente muestran, en el lado jordano, los restos de cinco iglesias diseñadas y construidas de forma única desde el siglo V como memoriales del bautismo de Jesús.

Pero el curso del río Jordán en la actualidad no tiene ningún parecido a como era en la época de Jesús. Además de su diferente trazado, el caudal de agua es muy inferior, en gran medida por la construcción aguas arriba de una presa por parte de los israelitas, una de las razones, parece ser, por las que el Mar Muerto se está desecando a gran velocidad. Por ello, ahora no te encuentras un río ancho, sino estrechos canales por los que el agua discurre en parajes de frondosas cañas. Justo en el canal que separa la frontera actual entre Israel y Jordania, tras la ocupación de los territorios de Cisjordania en una de las guerras del pasado siglo, en la actualidad, frente a frente, con una distancia de no más de 10 metros, se encuentran dos plataformas que permiten acceder a las aguas del río Jordán. El enclave jordano se abrió a las visitas en el año 2000, y el papa Juan Pablo II asistió a su inauguración como muestra de reconocimiento por parte del Vaticano.

Un souvenir clásico de la zona es llevarse un poco de agua del Jordán en un pequeño envase. Los negocios locales la venden también. Yo no compré porque hace unos dos años me regalaron uno de estos, y lo voy mezclando con agua bendita para santiguarme antes de acostarme. Creo que en ocasiones esas muestras de agua se utilizan en los bautizos de personas queridas por los peregrinos una vez de vuelta a sus países.

Tras la renovación de las Promesas Bautismales, a la orilla del Jordán, retomamos el autobús en dirección a Jericó. A mi me sonaba sobre todo lo de “las murallas de Jericó”, que fueron abatidas como se describe en el Antiguo Testamento, en Josué 6,1-25. La embestida de los israelitas se calcula ocurrió alrededor del año 1240 a. de C. Sucesivamente sitiada por los israelitas, Jericó se rindió después de que sus murallas fueran milagrosamente derribadas por siete sacerdotes tocando unas trompetas. Los habitantes fueron asesinados y, según la historia, Josué maldijo y destruyó la ciudad.

Pero también en el Nuevo Testamento se menciona varias veces Jericó, porque era uno de los caminos habituales para ir de Galilea a Jerusalén. Aunque en los evangelios sinópticos se describe lo que parece un solo viaje del Señor, en el de san Juan se narran tres viajes de Jesús a Jerusalén, lo que es más acorde con la tradición judía de acudir a la ciudad santa en las fiestas anuales.

( Imagen panorámica de Jericó) (*)

San Lucas narra en el capítulo 19, seguidos, dos sucedidos en Jericó, la conversión de Zaqueo y la curación del ciego Bartimeo. De ésta última, la más completa es la versión de san Marcos, en el capítulo 10, 46-52. Sobre ella hay un estupendo texto de San Josemaría en “Amigos de Dios”. El ciego Bartimeo oye decir que pasa Jesus cerca y le llama a gritos. El Señor le había oído la primera vez, pero quiso que Bartimeo nos diese un ejemplo de insistencia en la oración. Ahora, arrojado su manto, ya está delante de Él. «E inmediatamente –escribe san Josemaría- comienza un diálogo divino, un diálogo de maravilla, que conmueve, que enciende, porque tú y yo somos ahora Bartimeo. Abre Cristo la boca divina y pregunta: `quid tibi vis faciam?´, ¿qué quieres que te conceda? Y el ciego: Maestro, que vea (Mc 10, 51). ¡Qué cosa más lógica! Y tú, ¿ves? ¿No te ha sucedido, en alguna ocasión, lo mismo que a ese ciego de Jericó? Yo no puedo dejar de recordar que, al meditar este pasaje muchos años atrás, al comprobar que Jesús esperaba algo de mí –¡algo que yo no sabía qué era!–, hice mis jaculatorias. Señor, ¿qué quieres?, ¿qué me pides? Presentía que me buscaba para algo nuevo y el `Rabboni, ut videam´ -Maestro, que vea- me movió a suplicar a Cristo, en una continua oración: Señor, que eso que Tú quieres, se cumpla (…). Ahora es a ti, a quien habla Cristo. Te dice: ¿qué quieres de Mí? ¡Que vea, Señor, que vea! Y Jesús: anda, que tu fe te ha salvado. E inmediatamente vio y le iba siguiendo por el camino (Mc 10, 52). Seguirle en el camino. Tú has conocido lo que el Señor te proponía, y has decidido acompañarle en el camino. Tú intentas pisar sobre sus pisadas, vestirte de la vestidura de Cristo, ser el mismo Cristo: pues tu fe, fe en esa luz que el Señor te va dando, ha de ser operativa y sacrificada. No te hagas ilusiones, no pienses en descubrir modos nuevos. La fe que Él nos reclama es así: hemos de andar a su ritmo con obras llenas de generosidad, arrancando y soltando lo que estorba»

El otro sucedido, el del bajito Zaqueo que se subió a un sicomoro para ver a Jesús, que pasaba, dio pié a nuestra guía a parar el autobús a las afueras de Jericó, para que viéramos un sicomoro enorme. Nos aclaró que a veces se traduce sicomoro por higuera, y no es lo mismo, la higuera tiene las ramas más endebles, no se puede subir un hombre porque las partiría. El sicomoro da unos higos más pequeños, pero es un árbol mucho más fuerte. Es propio de Israel y de Egipto, precisamente en éste hay un viejo sicomoro al que llaman «El árbol de la Virgen», que se encuentra en El-Matariya, El Cairo, sobre el que la tradición recoge que en él la Virgen María descansó durante su huida a Egipto.

( Sicomoro en Israel) (*)

Veamos la conversión de Zaqueo en Lucas 19. “Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad. Allí vivía un hombre muy rico llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos. El quería ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la multitud, porque era de baja estatura. Entonces se adelantó y subió a un sicomoro para poder verlo, porque iba a pasar por allí. Al llegar a ese lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo: «Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa». Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: «Se ha ido a alojar en casa de un pecador». Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor: «Señor, ahora mismo voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más». Y Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombre es un hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido».

Jericó es, dicen, la ciudad más antigua del mundo. Los hallazgos arqueológicos demuestran que se edificó hace más de diez mil años. Sus habitantes originarios fueron los cananeos. Jericó está mencionada en los textos bíblicos como situada a orillas del río Jordán, ubicada en la parte inferior de la cuesta que conduce a la montañosa meseta de Judá, a unos 8 km de la costa septentrional de la cuenca seca del mar Muerto, a casi 240 metros por debajo del nivel del mar Mediterráneo.

En la tradición judeocristiana, la ciudad es conocida como el lugar donde los israelitas retornaron de la esclavitud en Egipto, dirigidos por Josué, el sucesor de Moisés. Durante 400 años fue parte del Imperio otomano hasta 1917, luego estuvo bajo el Mandato Británico de Palestina, pasando a control jordano entre 1948 y 1967 y luego fue conquistada por Israel durante la Guerra de los Seis Días, permaneciendo desde entonces bajo ocupación militar israelí. Desde 1994, después de los Acuerdos de Oslo, pasó a estar bajo la administración de la Autoridad Palestina.

Jericó ha sido derruida y reconstruida hasta 23 veces, según los historiadores, con el paso de grandes figuras como Alejandro Magno, Herodes El Grande o los grandes califas árabes o turcos. Permaneció deshabitada desde el final del siglo XV a.C. hasta el X o IX a.C., momento en el que la ciudad fue reconstruida. De esta nueva ciudad no quedan otros restos aparte de una casa de cuatro habitaciones en la ladera oriental. Hacia el siglo VII a.C. Jericó se había convertido en una gran ciudad, pero fue destruida durante la conquista babilónica del Reino de Judá a finales del siglo VI a.C.

( Monte de la Tentación, en Jericó) (*)

En el año 333, un peregrino cristiano dejó constancia de sus impresiones sobre Jericó. Poco después, se abandonaron las edificaciones de la ciudad y se construyó una nueva Jericó bizantina (Ericha) a un kilómetro y medio de distancia hacia el este, en el lugar en el que la ciudad moderna sigue a día de hoy. Durante el periodo bizantino, el cristianismo se asentó en la ciudad y la zona comenzó a poblarse densamente. En aquella época se construyeron una serie de monasterios e iglesias, incluidos el monasterio de San Jorge de Coziba en el año 340 d.C. y una iglesia abovedada dedicada a San Eliseo, aunque los monasterios fueron abandonados tras la invasión persa del año 614 d.C. También se construyeron al menos dos sinagogas en el siglo VI d.C. Una de ellas fue descubierta en 1936 y se la bautizó como Shalom Al Yisrael, o «Paz en Israel,» en honor al lema central escrito en hebreo que aparece en el mosaico de su suelo. La sinagoga Na’aran, otra construcción de época bizantina, fue descubierta en 1918 a las afueras de Jericó; aunque es menos conocida que la sinagoga Shalom Al Yisrael, tiene un mosaico más grande y se encuentra en similares condiciones.

( Desierto de Judá) (*)

El turismo cristiano es una de las mayores fuentes de ingresos de Jericó. Hay varios destinos turísticos importantes para los peregrinos cristianos en la propia Jericó o en sus alrededores, como el Monte de la Tentación, en cuya cima se encuentra un monasterio griego ortodoxo con vistas panorámicas de la región. Hay un teleférico que lleva hasta el monasterio. Pero ya se nos echaba la tarde y no nos animamos a subir.

Finalmente, en el regreso a Saxum, paramos para disfrutar una vista espléndida del desierto de Judá, que no se parece nada a la imagen de dunas suaves y arenal inmenso que tenemos de un desierto, sino que se trata de abruptas colinas sucesivas que forman un paisaje seco pero muy bello también, con sus ondulados cerros que forman un mosaico de ocres variados.

En la jornada siguiente nos fuimos a Jerusalén, a recorrer la Vía Dolorosa y visitar el templo del Santo Sepulcro, como les narraré en próximo artículo.


(*) Para ver las fotos que ilustran este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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