Tierra Santa. 1. Belén

Por José María Arévalo


( La puerta de la basílica de la Natividad, en Belén, mide apenas un metro y medio de alto) (*)

En el post que incluí el 2 de octubre pasado, prometiendo dedicar una serie de artículos a este viaje, les contaba que ese día estaría en Tierra Santa, y celebrando el 90 aniversario de la fundación del Opus Dei precisamente en su centro Saxum, que ha empezado a funcionar recientemente al comienzo del camino de Emaús, donde he residido una semana viajando desde él por toda Tierra Santa. De este centro les contaré más adelante, pues lo visitamos al tercer día. El primero nos fuimos a Belén, así que empezaré por esta visita, muy emocionante.

La primera impresión de Judea fue lo abrupto de su orografía, que me recordaba a nuestras regiones del norte pero en seco, porque allí no llueve, y el verde que se ve es análogo al de los vallisoletanos cerros testigos, que no se sabe como sobrevive. Así que pregunté a nuestra guía judía cómo de la tierra prometida podía decirse que “manaba leche y miel”, a lo que me respondió que indudablemente tenía un significado espiritual, pero que en nuestros días queda demostrado que es una tierra de abundancia.

Belén está, tras la ocupación israelí en la guerra de los Seis Días, transferida como parte del territorio autónomo administrado por la Autoridad Nacional Palestina desde 1995. Nos advirtieron de que al cruzar la frontera podían registrarnos, pero no hubo tal, pasamos sin detenernos. Yo esperaba ver diferencias con el territorio judío y solo observé un poco menos de limpieza; me asombró ver muchísimos coches de alta gama y las mejores marcas europeas hasta que me explicaron que los alemanes les venden sus vehículos usados a los palestinos. Por lo demás la construcción es igual, de casas sin tejado y fachadas de una piedra parecida al granito, un poco más clara, que da a las poblaciones un aspecto grisáceo no muy atractivo. Menos mal que antes no se construía con esta piedra, los monumentos –incluidas las murallas de Jerusalén, que reconstruyeron los cruzados- son casi todos de piedra cálida, como los nuestros.

( Vista de un barrio céntrico de Belén) (*)

Belén, que se calcula fue fundada por los cananeos hacia el año 3000 antes de Cristo, contaba en la Primera Guerra Mundial con 6.658 habitantes, ahora tiene más de 25 mil y en el siglo I era una aldea que no contaría con más de un millar de habitantes. En la Sagrada Escritura, se alude por primera vez a Belén –que por entonces se llamaba también Éfrata: la fértil– en el libro del Génesis, cuando se relata la muerte y sepultura de Raquel, la segunda esposa del patriarca Jacob. Más adelante, cuando se hizo el reparto de las tierras entre las tribus del pueblo elegido, Belén quedó asignada a la de Judá y fue cuna de David, el pastorcillo elegido por Dios como segundo rey de Israel. A partir de entonces, Belén quedó unida a la dinastía davídica, y como es sabido el profeta Miqueas anunció que allí, en esa localidad insignificante a los ojos humanos, nacería el Mesías.

Como no tomé apuntes ni casi fotos, dedicado a lo que iba, voy a seguir una estupenda guía, “Huellas de nuestra fe, Apuntes sobre Tierra Santa”, de Jesús y Eduardo Gil, que puede descargarse gratuitamente en www.saxum.org, que incluye referencias al viaje que realizó el beato Álvaro del Portillo, sucesor de san Josemaría, a los Santos Lugares del 14 al 22 de marzo de 1994, tras el cual falleció, en la madrugada del día 23, tan solo unas horas después de haber regresado a Roma, habiendo celebrado por última vez la Santa Misa en la iglesia del Cenáculo. A su interés se debe la construcción de Saxum.

Doy por conocida la historia evangélica. “Unos ciento cincuenta kilómetros separaban Nazaret de Belén –tomo de “Huellas de nuestra fe”-. El viaje resultaría especialmente duro para María, en el estado en que se encontraba. Las casas de Belén eran humildes y, como en otros lugares de Palestina, los vecinos aprovechaban las cuevas naturales como almacenes y establos, o bien las excavaban en la ladera. En una de estas grutas nació Jesús: `Y sucedió que, estando allí, le llegó la hora del parto, y dio a luz a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el aposento´. La Providencia de Dios había dispuesto los acontecimientos para que Jesús –el Verbo hecho carne, el Rey del mundo y el Señor de la historia– naciera rodeado de una pobreza total. Ni siquiera pudo gozar del mínimo de comodidades que una familia humilde podría haber preparado con afecto para el nacimiento de su hijo primogénito: solamente contó con unos pañales y un pesebre.”

( En el ábside de la Gruta de la Natividad, el lugar del nacimiento de Cristo está señalado por una estrella de plata) (*)

Cuando lleguemos a la Vía Dolorosa veremos que el recorrido actual está nada menos que doce metros por encima de la que pisó Jesús con la cruz a cuestas, debido a las sucesivas destrucciones y reconstrucciones de la ciudad. En Tierra Santa se pregunta uno continuamente si realmente estuvo el Señor donde ahora hay un templo que conmemora los distintos momentos que describen los Evangelios. Por eso es muy importante la tradición transmitida entre los cristianos de generación en generación, que unas veces es más precisa que otras. Vamos a ver la referida al lugar del nacimiento del Señor, en la Basílica de la Natividad.

“A mediados del siglo II –explica “Huellas de nuestra fe”-, san Justino, que era natural de Palestina, se hacía eco de los recuerdos que se transmitieron de padres a hijos los habitantes de la aldea sobre la gruta, usada como establo, en que había nacido Jesús. En los primeros decenios del siglo siguiente, Orígenes atestigua que el lugar donde nació el Señor era perfectamente conocido en la localidad, incluso entre quienes no eran cristianos: «En armonía con lo que en los evangelios se cuenta, en Belén se muestra la cueva en que nació [Jesús] y, dentro de la cueva, el pesebre en que fue reclinado envuelto en pañales. Y lo que en aquellos lugares se muestra es famoso aun entre gentes ajenas a la fe; en esta cueva, se dice, nació aquel Jesús a quien admiran y adoran los cristianos».

En tiempos del emperador Adriano, las autoridades del Imperio edificaron templos paganos en varios enclaves –por ejemplo, el Santo Sepulcro y el Calvario– venerados por los primeros cristianos, con el propósito de borrar los vestigios del paso de nuestro Señor por la tierra: «Desde los tiempos de Adriano hasta el imperio de Constantino, por espacio de unos ciento ochenta años, en el lugar de la resurrección se daba culto a una estatua de Júpiter, y en la peña de la cruz a una imagen de Venus de mármol, puesta allí por los gentiles. Sin duda se imaginaban los autores de la persecución que, si contaminaban los lugares sagrados por medio de los ídolos, nos iban a quitar la fe en la resurrección y en la cruz» (San Jerónimo, Cartas, 58, 3). Algo análogo pudo suceder en Belén, ya que el lugar donde nació Jesús fue convertido en un bosque sagrado en honor del dios Adonis.

San Cirilo de Jerusalén vio los terrenos donde se encontraba la gruta cubiertos de árboles, y san Jerónimo también se refiere al fallido intento de paganizar esta memoria cristiana con palabras no exentas de cierta ironía: «Belén, que es ahora nuestra, el lugar más augusto del orbe, aquel del que dijo el salmista: de la tierra ha germinado la Verdad (Sal 84, 12), estuvo bajo la sombra de un bosque de Thamuz, es decir, de Adonis, y en la cueva donde antaño dio Cristo sus primeros vagidos se lloraba al querido de Venus».

( Cuadro en el Santuario del Gloria in excelsis Deo) (*)

Apoyándose en esta tradición, continuada y unánime, el emperador Constantino mandó construir una gran basílica sobre la gruta: fue consagrada el 31 de mayo del año 339, y en la ceremonia estuvo presente santa Elena, que había impulsado decididamente esta empresa. No es mucho lo que se conserva de la primitiva basílica, que fue saqueada y destruida durante una sublevación de los samaritanos, en el año 529. Cuando se restableció la paz, Belén fue fortificada, y el emperador Justiniano mandó construir una nueva basílica, que se edificó en el mismo lugar de la primera, pero con mayores proporciones. Es la que ha llegado hasta nosotros, salvándose durante las diversas invasiones en las que fueron destruidos los otros templos de época constantiniana o bizantina.

Se cuenta que los persas, que en el año 614 asolaron casi todas las iglesias y monasterios de Palestina, respetaron la basílica de Belén al encontrar en su interior un mosaico donde los Reyes Magos estaban representados vestidos a la usanza de su país. Igualmente, el templo salió casi incólume de la violenta incursión en Tierra Santa del califa egipcio El Hakim, en el año 1009, así como de los furiosos combates que siguieron a la llegada de los Cruzados en 1099. Después de varias vicisitudes históricas que sería prolijo relatar, en 1347 se concedió a los franciscanos la custodia de la Gruta y la basílica. Actualmente siguen allí, aunque también detentan derechos sobre este lugar santo los ortodoxos griegos, sirios y armenos.

Desde la plaza que hay delante de la basílica, el visitante tiene la impresión de hallarse frente a una fortaleza medieval: gruesos, muros y contrafuertes, con escasas y pequeñas ventanas. Se entra por una puerta tan diminuta que obliga a pasar de uno en uno, y aun así con dificultad: es preciso inclinarse bastante. En su homilía durante la Santa Misa de la Nochebuena de 2011, Benedicto XVI se refirió a este acceso al templo: –«Quien quiere entrar hoy en la iglesia de la Natividad de Jesús, en Belén, descubre que el portal, que un tiempo tenía cinco metros y medio de altura, y por el que los emperadores y califas entraban al edificio, ha sido en gran parte tapiado. Ha quedado solamente una pequeña abertura de un metro y medio. La intención fue probablemente proteger mejor la iglesia contra eventuales asaltos pero, sobre todo, evitar que se entrara a caballo en la casa de Dios. Quien desea entrar en el lugar del nacimiento de Jesús, tiene que inclinarse. Me parece que en eso se manifiesta una cercanía más profunda, de la cual queremos dejarnos conmover en esta Noche santa: si queremos encontrar al Dios que ha aparecido como niño, hemos de apearnos del caballo de nuestra razón “ilustrada”. Debemos deponer nuestras falsas certezas, nuestra soberbia intelectual, que nos impide percibir la proximidad de Dios».

La basílica –con planta de cruz latina y cinco naves– tiene una longitud de 54 metros. Las cuatro filas de columnas, de color rosáceo, le dan un aspecto armonioso. En algunos lugares, es posible contemplar los mosaicos que adornaban el pavimento de la primitiva iglesia constantiniana; en las paredes, también se han conservado fragmentos de otros mosaicos que datan de los tiempos de las Cruzadas.

Pero el centro de esta gran iglesia es la Gruta de la Natividad, que se encuentra bajo el presbiterio: tiene la forma de una capilla de reducidas dimensiones, con un pequeño ábside en el lado oriental. El humo de los cirios, que la piedad popular ha puesto durante generaciones y generaciones, ha ennegrecido las paredes y el techo. Allí hay un altar y, debajo, una estrella de plata que señala el lugar donde Cristo nació de la Virgen María. La acompaña una inscripción, que reza: Hic de Virgine Maria Iesus Christus natus est.

El pesebre donde María acostó al Niño, tras envolverlo en pañales, se encuentra en una capillita aneja. En realidad es un hueco en la roca, aunque hoy está recubierto de mármol y anteriormente lo estuvo de plata. Enfrente, hay un altar llamado de los Reyes Magos, porque tiene un retablo con la escena de la Epifanía. El beato Álvaro celebró allí la Santa Misa el 19 de marzo de 1994, y en la homilía se refirió a la pobreza extrema en que nació Jesús.”

( En Belén hay varias grutas naturales, que en los tiempos de Jesús podían servir para guardar el ganado. La más grande ha sido convertida en capilla, y allí oímos Misa) (*)

Después de dos horas y pico de espera, pude besar la estrella de plata bajo la que está el lugar en que nació Jesús. Resulta que aquel día los ortodoxos celebraban la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, y abrieron más tarde de lo normal. Entre tanto nos fuimos a ver la gruta donde dicen que estaban los pastores cuando se les apareció el ángel que anunció el nacimiento del Señor, y en ella nos dijo Misa el sacerdote que viajaba con nosotros. Junto a ella se ha construido en nuestros días el Santuario del Gloria in excelsis Deo.

Pegada a la Iglesia de la Natividad que construyera Justiniano y que ya hemos dicho se salvó del saqueo y la destrucción en la invasión de los persas en el 614, se encuentra la iglesia de Santa Catalina, construida en la Edad Media al igual que su claustro. Viendo éste me di cuenta de que, metido en los misterios de la fe que estaba viviendo, no apreciaba lo suficiente las maravillas artísticas que tenía delante. Es un claustro del primer románico, construido por los cruzados, que me recordaba a los de nuestro más antiguo románico, los de las colegiatas cántabras.

Hoy en día es la iglesia parroquial de la comunidad católica de rito latino, y aquí se celebra cada año la misa solemne de la Vigilia de Navidad. En 1880 fue ampliada hacia el oeste, reduciéndose el tamaño del claustro de estilo cruzado dedicado a San Jerónimo.

Debajo del patio hay una serie de cuevas que conectan a Santa Catalina con la Gruta de la Natividad: una fue la vivienda de San Jerónimo mientras traducía la Biblia al latín y la otra tiene una capilla dedicada a los Niños Inocentes.

Comimos en un restaurante de Belén y por la tarde nos fuimos a ver Jericó, a lo que dedicaré el segundo capítulo de esta serie, dentro de unos días.


(*) Para ver las fotos que ilustran este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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