Significado de un hecho sorprendente

Por Javier Pardo de Santayana

( Barcelona, Barrio gótico. Acuarela de Emile Romero en Facebook) (*)

Supongo que para cuando se publique este artículo en el blog ya habrá corrido la tinta a raudales “por las linotipias”, puesto que el tema lo merece. Mas no quiero dejar de comentarlo desde un punto de vista que no desea limitarse al inevitable círculo político. En efecto, no se trata simplemente de una acontecimiento curioso o llamativo, sino de un hecho real que saca a relucir algo tan importante como el trato que hemos de dar a los planteamientos que tienen que ver con la modernidad y con los signos de los tiempos: de que un español-catalán conocido por francés ha anunciado ya, parece ser que de forma decidida, que optará por el puesto de alcalde de la ciudad de Barcelona. Téngase en cuentan la circunstancia relevante de que en el país vecino ejerció de político y no de un político cualquiera, sino nada menos que de presidente del gobierno. ¿Hay quien pudiera darnos más? He aquí una situación extraordinaria en todos los sentidos pero que puede ser reveladora, sobre todo para un español en el momento actual.

En un momento en el que España se debate amenazada por un enfrentamiento interno y sobre todo por una especie de autodestrucción enloquecida, viene a saltar a la palestra, no un personaje ya implicado en el panorama de sobra conocido, sino otro muy diferente cuya figura, ya de por sí perturbadora, ofrece una situación tan especial e insólita que nos obligará a reflexionar sobre nosotros mismos, y a caer así en la cuenta de lo anticuado que es hablar de “los catalanes” como si se tratara de una raza aparte que vive en un hábitat distinto del de los demás ciudadanos españoles. Cosa difícil de admitir por las generaciones nuevas, que se saben situadas en pleno siglo XXI y que además están acostumbradas a salir fuera del terruño y vivir otros ambientes muy distintos, por cuanto desde hace ya bastante tiempo la movilidad de los españoles por razones de trabajo u otras circunstancias y las facilidades crecientes de las relaciones y las comunicaciones disponibles han paseado de tal forma a las familias que resulta a todas luces tan pueblerino como equívoco encasillar a nuestros compatriotas como si fueran seres confinados en sus barrios y limitados a sus usos y costumbres.

Yo mismo, que pertenezco a la generación saliente, soy montañés, castellano y aún gallego por mis raíces familiares, pero he vivido durante mucho tiempo en Madrid, Lisboa, Vitoria, Zaragoza, Jerez de la Frontera, Algeciras, El Aaiun, Las Palmas de Gran Canaria y, ahora, Guadalajara, amén de en Mons (Bélgica), Oklahoma, Kansas, y Alabama (un par de veces). Y he vivido en primera persona la puesta en marcha de la Unión Europea y de la integración de España en las instituciones internacionales. En cuanto a mis hijos, lo han hecho largamente en Londres y en varios países africanos: Ghana, República Sudafricana y Mozambique, y han recorrido medio mundo. En cuanto a mis nietos, tienen la doble nacionalidad española y británica aún siendo españoles por parte de padre y madre. Así que me pregunto:

¿Cuántos apellidos necesitaría un español para poder decir si es de acá o es de allá? Y aun podría traer a colación los efectos de las becas Erasmus y de los desplazamientos en el interior de España de tantas familias que por razones profesionales o económicas se han venido trasladando de una región a otra; por ejemplo, de Andalucía a Cataluña.

Sólo un pensamiento elemental y retrógrado podría justificar nacionalismos de campanario como los que ahora se enfrentan a una realidad como ésta: que un político europeo ex presidente del gobierno galo pretenda ser votado como alcalde de una ciudad española – Barcelona – a la que está ligado por haber nacido en ella y por razones de familia.

Este esquema, por poco frecuente que parezca es, sin embargo, perfectamente comprensible en nuestro siglo, caracterizado por la complejidad. Porque el hombre de nuestro tiempo no reacciona ante ésta aplicando soluciones de exclusión, sino de aceptación de un escenario de compatibilidades. Tan sólo añadirá el discernimiento para no caer en el relativismo y distinguir lo procedente de lo improcedente. Así la modernidad situará los afectos personales en un esquema de círculos concéntricos que no se cortan o interfieren. Con lo cual será perfectamente compatible sentir como propio el cariño al barrio en que nacimos con el que se pudiera sentir por la ciudad o el pueblo, y como es natural, por la región y sus costumbres y no digamos por el país de nacimiento, esa “patria” que no es otra cosa que “su patrimonio”, acumulado por los siglos y por la historia y la cultura. Naturalmente sin excluir su natural identificación con otros europeos y, sin mayor problema, quizá también su vocación de ciudadano del mundo en lo tocante a cuestiones como el mutuo entendimiento, los derechos humanos o la defensa de valores compartidos. Quiero decir con esto que en parte alguna se ve la necesidad o la exigencia natural de contraponer los afectos sentidos. De ahí que hacerlo sea prueba de un aldeanismo impropio del principal signo de los tiempos.

¡Qué bien se entiende, sin embargo, una Barcelona acogedora brillando en una Europa unida; una ciudad cosmopolita dentro de un España que se muestre orgullosa de su cultura y de su Historia: la que restituyó las fronteras de nuestro continente y las proyectó para alcanzar un nuevo mundo y hasta abrazar la redondez del orbe!

Y es que, en efecto, independientemente de lo insólito del hecho y de las consideraciones políticas y las polémicas que se plantearán sin duda por su causa, la sorprendente novedad que nos ocupa introduce en el panorama nacional un rasgo de apertura a la modernidad y a los signos de los tiempos que algunos intentaran de seguro soslayar adoptando las más rancias y costrosas actitudes como una retorno a la posición fetal con la que se tratará de encontrar refugio en los matices de una cultura compartida y en ensoñaciones fabricadas para marcar las diferencias. Mas ¿corresponde esto verdaderamente a nuestro siglo?

En tal sentido, la aparición de un personaje que personifica el cambio generacional de Europa en toda su complejidad y su apertura constituye, más que un acontecimiento surrealista, un símbolo de por donde van los caminos de la historia y de lo atrasados que están algunos compatriotas nuestros esclavizados por un nacionalismo cutre y trasnochado.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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