Crónicas de agosto: Una cosecha extraordinaria

Por Javier Pardo de Santayana

( Acuarela de Fabio Cembranelli en fcembranelli. blogspot.com) (*)

Confesaré que cuando llego a mi casa montañesa – una vez aparcado el coche y aun antes de descargarlo de maletas – mi primera mirada se dirige hacia la huerta que cultivo; más aún este año, pues como ya pude constatar hace unos meses todo ha crecido prodigiosamente.

El hecho – esto lo comprenderá bien mi compañero Carlos como avezado agricultor que ha sido – es que hace tiempo que ya no me ocupaba de abonar la tierra convenientemente: encargaba a distancia al jardinero que me preparara el terreno por abril o mayo, y cuando regresaba a verla era para permanecer tan solo tres o cuatro días, así que no encontraba tiempo sino para comprar plantones y semillas y luego hundirlos en la tierra.

Hubo una época, sí, en la que conservaba un gran saco de abono granulado que repartía cada año generosamente entre los surcos, mas hace tiempo que me vi forzado a utilizar otro sistema: añadir tierra procedente del montón de césped y de hierba acumulado por la siega, lo cual requiere, como ustedes imaginan, una paciencia infinita y un esfuerzo excesivo para mis ochenta y cinco años. Quiero decir con esto que extraer lo que realmente necesito, y cargar con ello unas insuficientes cinco o seis carretillas, ya se me hacía bastante trabajoso y además chocaba frontalmente con mi habitual impaciencia en el trabajo. Así que las plantas crecían, sí, pero bastante menos de lo conveniente.

Que se produjera el cambio necesario me fue por fin posible gracias a que mi hijo tuvo ocasión de pasar aquí unos días entre visita y visita de sus padres, y porque, además, puesto a trabajar es una máquina. O sea, que en una mañana es capaz de sacar adelante lo que no llegaría a hacer una cuadrilla en dos o tres jornadas de trabajo; por ejemplo, podar un par de sauces imponentes subiéndose a lo alto, trocear luego las gruesas ramas obtenidas, repasar los setos de cabo a rabo, eliminar los excesos de la hiedra y además quemar los resultados de su esfuerzo – para lo cual por cierto, hay que pedir autorización por escrito a las instancias del ayuntamiento además de refrendar la posibilidad de utilizar este permiso justo antes de encender el fuego; una operación que dejará el jardín tan limpio y tan lustroso como si nada hubiera sucedido.

Pues bien, en este caso él quiso extender un generoso complemento alimenticio del llamado “compost” a la tierra en la que yo luego plantaría mis calabacines y pepìnos y mis berenjenas, acelgas, alubias y lechugas. Por no mencionar un par de berzas cuyo destino sería el típico cocido montañés, y, sobre todo, pimientos y pimientos de diversas clases, incluidos a petición suya y con la indicación de que no faltaran los llamados “de Padrón”, que por cierto han salido bien picantes: según me han dicho, como para hacer saltar las lagrimas en el más exacto sentido de lo dicho.

Así que al final se produciría la sorpresa: todo creció de forma tan exuberante que la huerta es hoy algo así como una selva. Y eso que todo lo planté según un riguroso esquema de filas alineadas y espacios sencillos, dobles y aun más amplios entre los plantones, utilizando plásticos negros agujereados ya de fábrica con los que se evita el crecimiento de las mal llamadas “malas hierbas”. Sí; todo creció desmesuradamente pese a que se colaron algunos caracoles de gran talla salvando mi previo riego de un poderoso anti-limacos.

Con este panorama por delante no quisimos recoger los frutos demasiado pronto y esperamos a que se uniera a nosotros nuestro hijo que, esclavo de su trabajo habitual, sólo pudo permitirse un fin de semana puro y duro incluidos los viajes de ida y de vuelta. Tiempo que tendría que aprovechar a fondo para compaginar estos trabajos con la playa, el mar y la familia.

Afortunadamente la mañana fue de sol: perfecta para la cosecha. Luego se buscarían unas cajas para hacer lotes y repartir a toda la familia. Y aún quedaría la huerta en condiciones de concedernos más y más frutos como éstos que crecieron a distancia de nosotros. Porque aquí, en lo que hoy se conoce por Cantabria, sigue vigente este milagro de la naturaleza que nos permite ver crecer el campo sin reclamar los cuidados que requieren muchas otras huertas españolas.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
http://c2.staticflickr.com/2/1793/29060488207_1e46fd9f9e_o.jpg

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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