Crónicas de agosto: “Famileando”

Por Javier Pardo de Santayana

( Vista parcial de Cicero) (*)

Ayer, fiesta infantil y tertulia de padres y mayores. No se lo creerán ustedes, pero fue organizada por mi nieto de cinco años. Persona que veía, persona que era invitada por él a merendar al día siguiente. Así que, dándolo por bueno, congregamos a una legión de primos, tíos y amigos. La cosa no resultaría difícil teniendo en cuenta que, de entrada, varios de mis sobrinos veranean aquí cerca y sólo dos de ellos reúnen ya dieciséis hijos. Por ora parte, el tiempo cumplió con las expectativas y, si bien amaneció nublado, permaneció toda la tarde sin llover.

Hoy, todavía en un intervalo entre buenos días de playa, nos preguntaron que qué nos parecía la idea de hacer una visita a la Casona. Y allá se desplazó una buena representación de la familia. ”La Casona”, conocida por las guías de la región como “El Palacio de Rugama” fue la vivienda familiar en la que se crió mi abuela materna con sus ocho hermanos cuando su madre quedó viuda. Y como mi abuela también enviudó temprano, vivió toda la vida con nosotros. Así pasó a forma parte de mi propia historia para siempre.

Encontramos el lugar muy limpio y muy cuidado. Algunos muebles sí cambiaron de emplazamiento, mas si lo hicieron fue para mejorar el aspecto general de las estancias. Siguen también las viejas fotos de mis abuelas y mis tíos, así como los dibujos y los óleos de quien fue mi padrino, y también – agradable sorpresa – de su hijo, aficionado igualmente a hacer dibujos y retratos. Muchos recuerdos con sabor a antiguo, como el de aquellos dormitorios en los que de joven pasé más de una noche, o el sitio cercano a una ventana de la entrada donde una de mis tías, casi ciega, hacía solitarios…

En el carrejo que conecta los salones con la capilla de la Virgen del Carmen, he vuelto a ver aquella colección de libros más que antiguos antiquísimos, con sus sabias recopilaciones y sus vidas de santos; libros que siendo joven hojeaba con respeto. Y aquella trampilla que siempre supusimos destinada a esconder los objetos sagrados durante la famosa “Francesada”.

Luego, la visita del coro para seguir la misa desde la planta noble de la casa. Yo bajo para ver – y admirar – la efigie del señor de Rugama y la colección de primorosos bordados exhibidos por las casullas filipinas. Me sorprende no encontrar el menor vestigio de polilla. Como en el mantel del altar, confeccionado a partir del vestido de boda de una de mis tatarabuelas… Y, naturalmente, la impresionante verja de Amberes que ocupa la mayor parte del fondo.

Así surgen detalles y anécdotas curiosas. En la visita al jardín se me recuerda cómo habiendo desaparecido en una visita familiar en plena guerra me encontraron escondido en las hortensias…

Por la tarde el acontecimiento familiar ha sido la acostumbrada misa que cada verano se celebra en la “casa grande” de nuestros padres en Cicero y en torno a la imagen de nuestra patrona Santa Bárbara. Aquí la capilla está instalada permanentemente en la propia casa y con acceso desde el despacho de mi padre, con su panoplia y los interesantes recuerdos de su brillante ejecutoria militar. El despacho amplía espacios a los fieles y aún así queda desbordado por el gentío que ha de albergar en esta tarde. El oficiante, párroco del pueblo – o mejor de los cuatro pueblos más cercanos, Cicero, Treto, Gama y Ambrosero – se emociona al constatar la fe de una familia interminable que aporta hasta la música de una guitarra y las voces de todos: mayores, jóvenes y niños. No falta el cálido recuerdo a los abuelos y a quienes, no siendo viejos, se unieron prematuramente a ellos.

Completará el programa una chocolatada propiciadora de tertulias que reunirá armoniosamente diferentes círculos: el de los abuelos y mayores, algunos en silla de ruedas, el de los padres, el de los más o menos jóvenes, y el de los niños, también según edades. Unos entrarán dentro de la casa, otros se instalarán en la terraza y otros se esparcirán por el jardín.

Y aún aparecerá un antiguo amigo que en este tiempo de evocaciones familiares revivirá en nuestro recuerdo los felices y añorados tiempos en que bajo la sombra de los viejos árboles aún reinaba la paz de nuestros padres.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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