Crónicas de agosto: Montehano

Por Javier Pardo de Santayana

( Convento de Montehano en Escalante, Cantabria) (*)

Hoy, día 2 de agosto, acudimos – como todos los años en la misma fecha – a Montehano, en donde solemos coincidir con gran parte de nuestra familia. Como su propio nombre indica, Montehano es una altura singular, y añadiré que se alza en las proximidades de Santoña. A su pie, y al mismo borde de la ría, se halla un convento de frailes capuchinos al que se accede por la carretera que cruza la marisma. En los tiempos en los que el progreso suponía ganar terreno al mar se procuró desecar el terreno circundante mediante la construcción de un dique, actividad en la que los lugareños llegaron a adquirir particular destreza. Así el lugar perdería su condición de islote y alrededor del edificio crecería una arboleda que lo arropó durante muchos años. Hoy, como consecuencia del fervor ecologista, ésta ha desaparecido por completo y sólo quedan en pie los restos de los diques, utilizados por los pescadores para plantar sus cañas en la piedra. Además, de la falda del monte se ha retirado este año una molesta cementera, con lo cual ya se ha recuperado la esencia de este increíble paisaje natural.

Hay que decir que el acceso al pequeño lugar santo es toda una experiencia, pues se entra en él por una semisombra que desde el primer momento empieza a introducirnos en la magia de la oración y del recogimiento. En ella encontraremos una pequeña imagen de la Virgen dentro de una hornacina natural a la que mis nietos gustan de trepar en cariñoso homenaje a la Porciúncula.

Entramos en el templo del convento y oímos la misa del día de su fiesta. Tomo asiento, y a mi lado veo la sepultura de doña Bárbara de Blomberg, madre de don Juan de Austria, vencedor en Lepanto, e imagino a una mujer bellísima ya que sedujo nada menos que a un Emperador y Rey de España. Allí está ella, sí, puesto que están sus restos, y con ella está también la Historia, tan cercana a nosotros que me hace sentir una emoción intensa. Luego mi mirada se detiene en la figura de dos franciscanos recientemente declarados beatos por la Iglesia, que eso sí que se puede llamar “memoria histórica”: la de los hermanos capuchinos Miguel de Grajal y Diego de Guadilla, vilmente asesinados en la cercanía del convento, no en el siglo XVI como la dama a la que me he venido refiriendo, sino en tiempos de mi propia vida, cuando tenía ya tres años. Motivo: el odio a Cristo y a su Iglesia. No me extraña que digan que las piedras hablan…

Un buen ambiente para meditar: abajo, la Historia contando su verdad, y arriba, sobre el altar antiguo, la tierna imagen de la Virgen pastora, con los corderos acogidos a su cuidado tierno y amoroso; aquellos a los que yo siempre imaginé como una representación de mis dos hijos. Debajo, un bajorrelieve de San Sebastián atravesado por las flechas en una escena no por conocida menos significativa de que el cristiano no debe desechar de su horizonte: la posibilidad de ser martirizado. Tanta fue siempre, por mucho que intentemos olvidarlo, la inquina hacia la fe de Cristo.

En la misa comparto las lecturas con un joven seminarista sobrino mío y padrino del más pequeño de mis nietos, y la Historia que ahora vivo es la de mi familia, falta ya de quienes nos precedieron pero aún abundante en el mantenimiento de unos lazos fortalecidos por la fe. En cuanto al oficiante, un hombre de edad como sus compañeros de Montehano, habla sobre todo de la misericordia que emana de nuestra Reina de los Ángeles.

A la salida, una nube de parientes, no tantos como el año pasado porque la organización veraniega cambia bastante cuando ya hay muchos jóvenes viajeros y estudiantes, y varios de los cuales nos tienen rezando todo el santo día por estar aún pendientes de confirmar su ingreso en la Academia.

Luego, o sea esta tarde, a última hora, tendremos reunión familiar en torno a un marmitako en casa de uno de los tres hijos de mi hermano menor que rompiendo las normas de la progresía incrementaron la familia con la aportación de ocho niños por barba.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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