Atención, españoles: al Gobierno no les gusta la lengua de Cervantes

Por Javier Pardo de Santayana

( Imagen de la cubierta del nuevo Diccionario de la Lengua Española) (*)

Pues anda que no hay problemas de los que ocuparse… Sin ir más lejos, el de unos delincuentes que está dispuestos a volar nuestra Constitución.

Pues bien, para resolverlo se empezó por admitir que su representante luciera el lacito amarillo en la solapa. Usted y yo se lo hemos visto como se lo vio nuestro presidente de gobierno, a quien, sin necesidad siquiera de palabras, se le estaba diciendo que su interlocutor se pasaba por el arco del triunfo nuestra legislación fundamental. Carne, pues, de presidio, a quien tan sólo falta un pequeño empujón para que acabe cumpliendo condena entre unas rejas. Y, sin embargo, a sabiendas de que la exhibición intencionada del lacito no era sino la reiteración de los insultos y descalificaciones que el individuo había ya lanzado con palabras concretas, el presidente lo admitió sin perturbarse. Con lo sencillo que habría sido no haber recibido al susodicho hasta que no se despojara de su ostensible símbolo de afrenta… Bastaba con decírselo al portero.

Y digo yo que tampoco habría que olvidarse, por poner un ejemplo, del problema de las jubilaciones, del que tanto se ha hablado pero del que por el momento ni se trata porque a nadie se le ocurre solución alguna salvo la ya consabida de aumentar impuestos. Y me entero de que a un general de división se le jubila a los cincuenta y ocho, cuando se encuentra en plenitud de facultades. Que no me digan que no es un desperdicio.

Pero qué les voy a decir que ustedes no conozcan: problemas los hay en todos los terrenos – y bien gordos – en un país sin pulso que pretende deshacerse de su fe y de su cultura. Y, sin embargo, quienes hoy nos gobiernan se dedican a matar el tiempo con estupideces y, sobre todo, hurgando en el pasado y procurando molestar de paso al personal.

Así, dando con ello parva evidencia de su preocupación por lo “social”, se nos anuncia que el gobierno da por consumado que el gasóleo está en vías de extinción. No les cansaré a ustedes recordándoles la “penalización” – así la llaman – que nos imponen en los aparcamientos madrileños; tan sólo les diré que los transportistas se han declarado en pie de guerra y anuncian que lo que dijo la ministra supondrá la pérdida de muchos, muchos, euros. Pues bonita manera de ir contra aquello de lo que presumen, porque la cosa no va contra los que ellos llaman “poderosos”, o sea contra las grandes empresas y la gente rica, sino contra los pequeños transportistas y los españoles de a pie que, como yo, carecen de “posibles” para comprarse un coche nuevo. Españoles que fueron engañados – ¿como lo son ahora? – cuando les cantaban las excelencias sociales del gasóleo.

Claro que antes de fastidiarnos de esta forma lo han hecho metiéndose a fondo con la Iglesia, que es lo primero que se les ocurre siempre; una tarea en que se ceban con unos reflejos admirables pero sin imaginación alguna. Esperemos que los genes no traicionen a algunos de nuestros gobernantes, y que la reivindicación de sus mayores no les lleve a imitarlos en sus prácticas de persecución ideológica en las versiones incendiaria y de exterminio físico.

El hecho es que por ahora su única idea original ha consistido en, siguiendo más que la moda una obsesión, proponerse el enmendar la plana a López de Vega y a Cervantes solicitando de la Real Academia Española un asesoramiento que favorezca la corrección política en materia de lo que llaman la “igualdad de géneros” (puesto que para ellos ya no existen propiamente sexos sino una colección de siglas que uno puede adoptar según le plazca). Así que se han propuesto arremeter sus fobias contra la gramática española, a la que consideran antifeminista, sin darse cuenta de que al intentar hacerlo ellos mismos se han armado tantos y tantos líos que la cosa ha terminado en el ridículo: les dio por diferenciar los “géneros” a ultranza y ya no saben qué hacer para salir del trance.

Supongo que mi improbable lector habrá ya oído verdaderas burradas gramaticales. Por ejemplo, quieren hablar de sus padres y se creen estar hablando en masculino, así que dirán mi padre y mi madre, pero al comentar que “son ancianos” evitarán que suene sólo a masculino, así que añadirán…”son ancianos y ancianas”. Momento en el cual se darán cuenta de que, además de sonar muy raro así en plural – por lo que convendría decir “son anciano y anciana respectivamente” – han puesto a su padre por delante de una madre postergada, de manera que buscarán ocasión inmediata para hablar de nuevo de ellos pero cambiando el orden de aparición en escena. O decir: “mi padre es anciano y mi madre también”, y esto no sería, en su opinión, correcto, porque su madre no sería “anciano” sino “anciana”. Y así sucesivamente.

Ya saben ustedes que propusieron cambiar el nombre del “Congreso de los Diputados” por “de los Diputados y las Diputadas” – que decirlo da hasta risa, y planteaban el problema de si decidir el orden de unos y otras o alternar este orden cada mes del año – cuando uno empezaría más bien a plantearse si no cambiar a ambos el nombre y sobre todo a las segundas, pues lo de “di-putadas” suena a una invitación a hacer maldades.

En fin, como no tienen otra cosa mejor en la que entretenerse, la han tomado ya decididamente contra los españoles y su lengua, incluido don Miguel de Cervantes, a quien no me extrañaría que desenterrasen para sacarle de su tumba y someterle a pública condena.

Ay, cómo nos carcajearíamos si aún estuvieran vivos don Camilo José Cela y don Jaime Capmany…


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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