Baltasar Lobo en la Casa del Sol

Por José María Arévalo

( El Sena. 1975. Bronce de Baltasar Lobo) (*)

La talla directa y la palpitación clásica de Baltasar Lobo, uno de los referentes más «significativos y grandes del siglo XX» –en titular de La Vanguardia-, entran en diálogo con las reproducciones de los clásicos que el Museo Nacional de Escultura de Valladolid tiene en la Casa del Sol, a través de 35 obras del escultor zamorano que se pondrán ver hasta el próximo 28 de octubre en el centro expositivo.

Es la primera exposición temporal de la Casa del Sol, y en ella las esculturas y yesos del artista zamorano se integran en la colección de reproducciones clásicas en “Un moderno entre los antiguos”, como se ha titulado la muestra. Lobo esculpió maternidades, desnudos, atletas, bustos, centauros, “midiéndose –dice Victoria Niño en El Norte- en los retos de los clásicos, repitió sus técnicas y los conectó con el lenguaje del siglo XX”. Por ello tiene más sentido que ahora figure al lado de las reproducciones de esculturas grecolatinas de los fondos del Prado que se custodian en la vallisoletana Casa del sol, anexo del Museo Nacional de Escultura.

Hijo de carpintero, el primer material con el que se familiarizó Baltasar Lobo (Zamora, 1910-París, 1993) fue la madera. De temprana inclinación artística, estudió dibujo en Benavente, y en Valladolid trabajó en el taller del imaginero Ramón Núñez. La directora del Museo Nacional, María Bolaños, ha reconocido lo oportuno de esta exposición ya que, pese a que nació en Zamora, fue en Valladolid, en 1922 y con doce años, cuando «aprendió el oficio». «Pronto ingresó en el taller que el imaginario Ramón Núñez tenía en la calle Juan Mambrilla para asistir a la Escuela de Arte», ha recordado. Allí, ha matizado, que aprendió esos «contrapostos berrugueterianos» que se puede ver en su obra. Recibió algunas clases en la Escuela de Artes y Oficios antes de irse a Madrid en 1927, donde abre los ojos a la vanguardia. Cuando termina la Guerra Civil, se exilió a París y allí realizará el grueso de su obra.

La muestra “Baltasar Lobo. Un moderno entre los antiguos” supone un «resumen metafórico» de su trabajo con esculturas en bronce, mármol y escaloya, alguna de ellas «inacabadas» lo que supone un «encanto añadido» a la exposición, según ha señalado también María Bolaños en la inauguración.

( Vista de la exposición de Baltasar Lobo en la Casa del Sol) (*)

Las reproducciones clásicas de la muestra permanente se verán acompañadas, desde hoy, de un «intruso del siglo XX» que recreó en sus esculturas los mitos griegos, tratando de descubrir sus aspectos más anti-clásicos e insólitos. De ahí que la exposición haya querido poner de manifiesto ese aspecto singular, «la palpitación clásica», que subyace en sus Ledas, Centaruresas y Torsos femeninos que dialogan en la Casa del Sol con Afrodita, Dionisos o las estatuas del Panteón.

‘Baltasar Lobo. Un moderno entre los antiguos’ ha sido posible gracias al préstamo de los fondos que posee del Ayuntamiento de Zamora y la Fundación Baltasar León, en colaboración con el Museo de Zamora, que alberga en depósito más de 650 obras del legado del escultor.

Bolaños ha reconocido que el escultor «restaura» la talla directa que recupera la «parte más física de la creación» y que fue una constante en los artistas del 20 después de que cayera en desuso desde «épocas de Miguel Ángel».

La selección de esas 35 obras, con la «peculiaridad» de que son figuras femeninas menos un boceto que el artista quería que presidiera su tumba, responde, en palabras de Bolaños, a esa faceta «experimental» y a la relación de Lobo con los mitos griegos con los que «mostró mucha simpatía». «Mantiene su esencia, nunca se guió por las imitaciones y, sobre todo, le apasiona la fuerza de la violencia animal, de ahí sus centauros», continúa Bolaños que resalta su escultura «atómica», donde la vida «sale del mármol, el bronce o la piedra» de las que se nutren sus esculturas.

( Cabeza de caballo. Sin fecha. Mármol (inacabado) de Baltasar Lobo) (*)

Las obras, alguna de ellas nunca han sido expuestas, abarcan toda su vida creativa, desde su llegada a París, adonde se exilió en 1939, hasta sus años finales.

En la inauguración, el pasado 5 de mayo, también ha estado presente el alcalde de Zamora, Francisco Guarido, que se ha mostrado satisfecho al asegurar que esta exposición «responde» al mandato que ya comenzaron las corporaciones de Antonio Vázquez y Rosa Valdeón de «llevar por todo el mundo» el legado del escultor Zamorano que falleció en París en 1993. Además, ha avazado que, junto con la Asociación de Amigos de Baltasar Lobo, están trabajando para crear un centro expositivo propio del escultor que recoja todo el legado depositado en el Museo de Zamora.

«Siempre he admirado la inteligencia y la pasión que se adivinan en la escultura griega», sostenía Lobo. Y ahora entre ellos están sus mujeres, sin proporciones naturales, sin rasgos realistas en la cara, una síntesis de depuradas formas redondas, de pulido acabado. Las piezas de Lobo descansan sobre bases cúbicas de DM. «Todas ellas, menos tres que están expuestas en la Casa de los Gigantes en Zamora, son un préstamo de su Museo de Zamora. Lobo donó al Ayuntamiento su obra y este la depositó en el museo, pero muchas piezas están en el almacén. La dificultad en la organización de la muestra radica en que ese museo es gestionado por la Junta. Tres instituciones nos hemos tenido que poner de acuerdo», explica Ana Gil, del Museo. Las tres piezas de la Casa de los Gigantes son ‘Mujer incorporándose’, ‘Contemplativa’ y ‘En la playa’. Todas las cartelas respetan el título en francés.

( Impulso, con el Laoconte clásico al fondo. 1977. Bronce de Baltasar Lobo) (*)

Custodian –añade Victoria Niño- el sueño de Ariadna los ‘lobo’ “En la playa” y “El Sena”. Entre los bajorrelieves de diosas sugerentes en sus túnicas mojadas se alza su torso femenino que, como Magritte, reza «no es un desnudo», aunque invite a tocar la piel broncínea. Un poco más adelante, yesos como ‘La vendedora de pescados’ o ‘Mujer sentada’ muestran una forma más tosca, realista, casi costumbrista, un Lobo menos sofisticado que el que emparenta con Brancusi, Modigliani o Julio González.

Una Venus desnuda clásica posa junto a la de Lobo, con únicas hendiduras en la coleta suspendida sobre su espalda. Un jugador de baloncesto compite con la verticalidad del atleta clásico y un centauro, con la cabeza de caballo de Lobo. La galería de bustos ha dejado dos huecos para dos rostros esculpidos por el zamorano.

A pesar de haber sido distinguido internacionalmente como un gran escultor del siglo XX, Baltasar Lobo ha sido durante décadas un artista ausente de las historias del arte e ignorado por sus compatriotas. Un hecho que se debe, como en tantos casos, al exilio que emprendió, cuando, en 1939, atravesó la frontera, para instalarse en París, ciudad en la que maduró como escultor. Allí, y como les sucedió a tantos contemporáneos suyos -Brancusi, Giacometti, Moore-, desarrolló una obra obsesiva, sin rupturas llamativas ni cambios insospechados. Su vida fue marcadamente silenciosa. Vivió siempre en la misma casa, llevó siempre la misma gabardina, quiso siempre a la misma mujer y, en el fondo, esculpió siempre el mismo desnudo.

( La vendedora de pescados. 1942-1943. Yeso de Baltasar Lobo) (*)

La web de Museo de Escultura da una buena información de esta muestra e incluye un cronología de Lobo y una explicación de las secciones de la exposición que reproducimos.

CRONOLOGÍA DE BALTASAR LOBO
(Zamora, 1910 – París, 1993)

1910-1926.

“Nace Baltasar Lobo en la localidad zamorana de Cerecinos de Campos. Fue su padre, un carpintero de afán ilustrado y mentalidad liberal, quien le inculcó el placer por el saber y la cultura. Pronto se afirma en él una tempranísima afición artística, hasta imponer a su familia su propósito de ser escultor. En 1922, y tras estudiar dibujo en Benavente, se instala en Valladolid, donde trabaja como aprendiz en el taller del imaginero Ramón Núñez. Su asistencia a clases en la Escuela de Artes y Oficios (entonces en el Museo Provincial de Bellas Artes), le permite apreciar la obra de grandes maestros de la escultura castellana, particularmente Berruguete y Juan de Juni. 1927-1936.

En 1927 llega a Madrid para ingresar en la Academia de Bellas Artes de San Fernando (que pronto abandonará decepcionado) y sumergirse en el clima cultural de la capital. Lobo descubre a Picasso y a la vanguardia internacional, se interesa por el cine soviético y visita exposiciones y museos —el Prado, siempre presente, y el Museo Arqueológico Nacional, donde quedó fascinado por el primitivismo de la escultura ibérica—. En 1932 conoce a Mercedes Comaposada, una barcelonesa de ideas avanzadas, con la que compartió su vida, sus ideas políticas y la pasión por el arte.

( Leda. 1945. Yeso de Baltasar Lobo) (*)

1936-1939. En 1936, Baltasar y Mercedes se trasladan a Barcelona donde pasan toda la guerra. Lobo, simpatizante del anarquismo, se enrola como «miliciano de la cultura», un servicio destinado a enseñar a leer y escribir a los combatientes. De su actividad artística en esos años sólo conocemos su actividad gráfica, pues la escultura se perdió en el asedio a Madrid. Desde 1938, realiza ilustraciones para revistas libertarias; la más destacada fue Mujeres Libres, órgano de una asociación feminista con más de 30.000 miembros, entre cuyas fundadoras se encontraba Mercedes. El balance de esos años de guerra y derrota social será trágicamente imborrable. La lección aprendida en el Guernica de Picasso (1937) cumplirá un papel trascendental en su modo de entender el arte. 1939-1944.

Baltasar Lobo y su compañera emprenden el camino del exilio —primero, en el campo de concentración de Argelês-sur-Mer, luego en París, la ciudad «todo descubrimiento»—: nunca regresarán a España. Se sumerge con entusiasmo en el universo artístico de Montparnasse, frecuenta exposiciones y museos. Picasso les introduce en su círculo y le presenta a Henri Laurens, un escultor cubista de gran sensibilidad, que comprende el talento del joven español, le enseña los secretos del oficio y tutela sus primeros pasos. En estos oscuros años de la Ocupación alemana se gesta lo esencial de su universo plástico y se gana una pequeña y clandestina reputación. El influjo de la llamada escuela de París es evidente: las formas ovoides de Brancusi, el organicismo de Arp, los arabescos de Matisse despiertan en él un mundo fascinante lleno de lecciones.

( Maternidad. 1946. Yeso de Baltasar Lobode Baltasar Lobo) (*)

1944-1957.

El fin de la II Guerra Mundial supone el arranque de su maduración como escultor. Participa activamente en la euforia artística con que París celebra su liberación y en el afán pacificador de la posguerra. Se da a conocer en las primeras exposiciones de la posguerra, en las que comparte espacio con los maestros —Bonnard, Modigliani, Matisse, Braque, Léger—; colabora en el proyecto del Salón de Mayo, del que fue fundador; y da a conocer su obra en el extranjero —en Suecia, Noruega, Bélgica, Alemania, Japón, Suiza o Venezuela, país al que le unió una especial relación—. Desde estas fechas, su biografía personal pierde relevancia. Desde ahora llevará una existencia modesta y silenciosa.”

SECCIONES DE LA EXPOSICIÓN

“Un ojo primitivo, una mente moderna «Siempre he admirado la inteligencia y la pasión que se adivinan en la escultura griega». Lobo mantuvo siempre un secreto interés por los mitos helénicos, tratando de descubrir sus aspectos más marginales e insólitos. Esta simpatía por la estatuaria mediterránea estaba en el ambiente de la época y forma parte del espíritu heterodoxo con que los escultores de mediados del siglo XX afrontaron su ruptura con la tradición. Sin perder de vista la inspiración antigua, nuestro autor, mediante un salto en el vacío, prescinde de las proporciones naturales, olvida la anatomía y sintetiza el rostro, de modo que los ojos, la nariz o la boca no imitan rasgos reales, sino que los designan como un ideograma, según un sistema de signos sucintos: el rostro plano, el ojo cilíndrico, la breve hendidura de la boca, el tronco rectangular de la nariz. En la adopción de estos recursos, Lobo demuestra poseer, al igual que sus contemporáneos, un ojo primitivo y una mente moderna.

( Pensativa. 1954. Bronce de Baltasar Lobo) (*)

De entre todas las deidades clásicas, Lobo siempre manifestó su simpatía por las divinidades animalescas, por las uniones carnales entre bestias y diosas, por los hombres cuadrúpedos y las diosas-cisne. Frente a Apolo o a Afrodita, él preferirá siempre a la faunesa, a Leda o a Selene, la diosa luna; o a esos monstruos enamoradizos, como el minotauro o el centauro, derrotados pero indomables. Para él no son perversiones del canon, sino seres humanos que recuperan su vitalidad animal perdida, y por los que no oculta su simpatía compasiva.

Esta predilección no es extraña al orígen de Lobo, nacido en el seno de una sociedad agrícola arcaica, en la que las acciones cotidianas o la vida sensorial están entretejidas con los ritos de la vegetación, con la solidaridad con la Tierra, como revela este comentario a un amigo a quien invita a viajar a Tierra de Campos: «Allí, en otoño, con suerte, se pueden ver centauros desbocados de alegría en el horizonte».

Esto no es un desnudo

En el París de la posguerra bullía un pequeño grupo de artistas ansiosos por innovar el lenguaje de la escultura: Brancusi, Lipchitz, Laurens, Modigliani, Julio González, Miró, Arp….Y también Lobo. Encontraron su camino inspirándose en las formas elementales de la naturaleza, en una escultura cargada de vida orgánica. Su objeto predilecto será el cuerpo humano, plasmado en su «plenitud», es decir, como un bloque henchido, como una masa unitaria y pletórica.

Lobo recrea un universo de redondeces y disimetrías, de esquematismos y torsiones deformadoras. No se entretiene en los accidentes de la carne pero tampoco franquea la puerta de la abstracción. A veces somete su estilo a una extrema reducción y da vida a cuerpos primarios y ovulares, como si fuesen un núcleo que crece, al estilo de los átomos del filósofo Demócrito, una lectura que le causa admiración: «Nunca había entendido como ahora lo que es un átomo».

Métodos ancestrales

A comienzos del siglo, Brancusi y otros escultores recuperaron una técnica olvidada, la talla directa, como una de las banderas de la vanguardia. El método consiste en desbastar la piedra e ir eliminando materia hasta obtener la forma final. Es un método que requiere cautela, fuerza física y delicadeza extrema.

( Sur la plage. 1954. Bronce de Baltasar Lobo) (*)

Centauros, faunesas, diosas-cisne

Lobo la adoptó con entusiasmo. Visitaba las canteras, Carrara o Novelda, para elegir los bloques. Trabajaba con lentitud y con precisión, pues poseía esa cualidad de «tener un compás en el ojo». También cuando, a partir de vaciados en yeso, trasladaba sus esculturas al bronce, seguía su fundición día a día, retocando el modelo en cera y cuidando exquisitamente las pátinas, hasta lograr una piel palpitante. Un amigo describió así su trabajo: «Desbasta, araña, afina; pule el mármol francés, gris y duro; o el del Pentélico, blanco y dócil; repasa la articulación de los planos mediante la curva de un contorno; lima, adelgaza un volumen hasta que no queda más que un leve abultamiento; o se entretiene en transmitir

Lobo vivió toda su vida afincado en un tema predilecto: la mujer, el desnudo, la naturaleza de lo femenino. Diosas, pescadoras, bañistas, centauresas, madres que besuquean y arrullan, encarnaciones de la Luna o de la coquetería urbana. «Bellas y exactas», pero siempre elementales, fragmentarias. Su talento plástico se revela de una manera espléndida en los torsos, que explora en todos sus gestos y registros, en todos los materiales y posturas, especialmente entre 1965 y 1980. Para él, el torso no es, una anatomía inacabada, sino una abreviatura que encierra la esencia de la humanidad. Siempre sensuales e interesantes, estos troncos femeninos se presentan bajo todas las variantes imaginables: mujeres-tallo, mujeres-río, mujeres-luna; torsos que flamean al viento como la vela de un barco, o que, por el contrario, son orondos y pesadamente estáticos. Otros, ya casi abstractos, forman un triángulo reducido a una ondulada carnación elemental. Algunos resultan impetuosos, casi ingrávidos, mientras que otros, carnosos y fecundos, sestean, perezosos, en la playa, o, fatigados, se han quedado en un rincón. Por último, están los torsos fluyentes como un río, cuyo perfil anatómico se confunde con la ondulación de las aguas del Sena.”


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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