Mujeres fuertes

Por Javier Pardo de Santayana

( La española Joana Pastrana se proclama campeona mundial de boxeo el 22 de junio pasado)

La actualidad nos habla de una joven deportista española campeona mundial de su especialidad. Y si bien no descarto que en cualquier momento este hecho llegue a alcanzar alguna resonancia, ahora, en primera instancia, cuando escribo, veo que aún no ha obtenido ni siquiera la que obtuvo la derrota de Argentina ante Croacia; quedando así perfectamente claro que en España decir “deporte” es decir fútbol. Añadiré otro detalle significativo: que la modalidad de la española es el boxeo, y me parece que esto es sumamente significativo precisamente cuando un feminismo desatado se alza para denunciar que la mujer está discriminada hasta tal punto que, leyendo las pancartas se diría que en estamos como aún estaba la gente de color en Norteamérica en los años sesenta.

Así que yo quisiera echar mi cuarto a espadas, porque se da la curiosa circunstancia de que otra joven española deportista ha demostrado también ser la mejor del mundo, y no en gimnasia rítmica u otro deporte del estilo, sino en la halterofilia; actividad, según parece, esencialmente masculina como lo es la anteriormente reseñada del boxeo. Dándose en ambos casos la feliz coincidencia de que no hablamos, como alguien puede pensar, de mujeres de aspecto varonil, sino con decididos rasgos femeninos. Dígame usted, pues, improbable lector/a mío, si no es casi obligado resaltar el hecho de que dos féminas como ellas hayan dando imagen a España y su deporte contradiciendo a las pancartas en cuanto a la rigidez social que hoy se denuncia.

Mas lo que sobre todo quiero recordar a ustedes es la asombrosa falta de cultura y perspectiva histórica de que adolecen las generaciones nuevas, ya que, según parece, la idea que se inculca en las escuelas es que las generaciones anteriores estaban pobladas de ignorantes sin un criterio razonable y justo, cual demuestra – según dicen – el trato discriminatorio dispensado a la mujer por nuestros padres y por nosotros mismos.

Y lo hago porque estimo conveniente que niños y jóvenes sean conscientes de algo tan elemental como que el ser humano comenzó su historia en las cavernas, y que la alta tecnología que disfrutan es resultado del trabajo de nuestros ancestros. Que siendo yo niño no existía la línea del frío ni, desde luego, el frigorífico; y que el hielo se transportaba al hombro por la calle con cuidado por que no se deshiciera en el camino. Y no había prefabricados ni cocina eléctrica, y había que ir diariamente a los mercados, donde por supuesto se desconocía el código de rayas. Y lo primero que debía hacerse cada día era encender el fuego y mantenerlo encendido para tener agua caliente y así poder lavarse, desayunar, comer, cenar y calentar las camas, porque tampoco había calefacción eléctrica. Y no es que la gente fuera tan malvada y tan tonta como al parecer nos dicen: era que cada paso adelante en el progreso se apoya en el esfuerzo y en otro paso previo.

Así que, ya de entrada, nuestras abuelas y madres tuvieron que levantarse muy temprano y encender el fuego para que la casa funcionara; que alguien tendría que hacerlo necesariamente. Pero como las mujeres eran madres y casi siempre de familia numerosa, y esto exigía su permanencia en el hogar, se imponía un eficaz reparto de los “roles”. De ahí que, como ha ocurrido a todo lo largo de la historia, la mujer asumiera los trabajos del hogar mientras el hombre salía en busca del condumio. Planteamiento imprescindible y, a todas luces, lógico.

Pero hoy el fuego ya no es necesario y disponemos de frigoríficos en donde se conserva la comida, y utilizamos alimentos cuya preparación tan solo exige unos minutos. Además nuestros niños pueden ya comer en el colegio, y las familias tienen tan pocos hijos que según leí hace unos días, estamos en un proceso de “autoliquidación”. Mas no parece que seamos suficientemente listos como para no complicarnos la existencia a la hora de compaginar nuestros horarios laborales con los de entrada y salida de la escuela, los de las necesarias compras, los de la consulta de los médicos, y los de tantas otras actividades esenciales o complementarias de la vida como impone la sociedad moderna. Así que lo que ahora nos parece irrenunciable fue durante siglos imposible, y lo que ahora nos parece improcedente fue obligado y además funcionó bastante bien por cierto, cosa que en cambio no hemos aún conseguido totalmente al manejar la posibilidad que las mujeres tienen ya de “realizarse” en tareas antes asignadas a los hombres. Mas no se trata de que haya habido malas intenciones o desprecios como parece que pretende quien ignora lo que ha sido la historia de los hombres.

De donde deduzco que tanta gente lista como la que hoy se queja del pasado y criminaliza a sus progenitores por no haber aplicado las recetas del buenismo, no se da cuenta de que aquéllos no debieron ser tan tontos puesto que, aun con tantas dificultades como al parecer tenían, consiguieron poco a poco, y siempre con un loable esfuerzo, inventar el frigorífico y la cocina eléctrica además de los aviones y los automóviles, llegaron a la luna, desarrollaron las ciencias electrónicas, y hasta encontraron medicinas para casi todo . Y tantas y tantas otras cosas que nos llevaron al móvil y a la inteligencia artificial incluso. Así que a tanta gente como continuamente se lamenta de que nuestra sociedad no sea perfecta la plantearía esta pregunta: “señora mía, o señor mío, ¿es que por ventura ha inventado usted en su vida alguna cosa?”

Porque, efectivamente, la adaptación del mundo de nuestros padres y de muchos de nosotros en lo que concierne a la igualdad entre hombres y mujeres no puede por menos de tener que contemplarse desde una perspectiva histórica en la que juega el tiempo. Y ya ve usted por qué: porque partimos de un mundo diferente al de hoy en día, y porque el enfoque de aquel mundo de nuestros antepasados – que llegó hasta a quienes ahora peinamos canas – no se basaba en el desprecio del hombre a la mujer por ser mas fuerte o por maldad intrínseca, sino en una ordenación obligada de las cosas: una organización social que, por qué no decirlo, resultó bastante más eficaz que la organización actual, como sin duda reconocería – estoy seguro de ello – cualquier madre de ahora sin brazos ni tiempo suficiente para atender a todo cuanto la concierne. Lo que no quiere decir que no debamos hacer el esfuerzo necesario para organizar la sociedad de nuestros días de modo que la mujer encaje en el esquema de la forma más eficiente, justa y lógica; un esfuerzo que, naturalmente exige, cuando esto sea el caso, acabar con el hecho intolerable e incomprensible de que las mujeres cobren menos haciendo lo mismo que los hombres. Porque ahí si que debe jugar la igualdad entre ambos sexos, cosa que, por cierto, no ocurre con la halterofilia y el boxeo, donde por razones obvias hombres y mujeres cumplen su vocación por separado.

Hay que reconocer, por tanto, que la igualdad tiene también limitaciones y matices aunque de entrada haya ya un par de flamantes campeonas precisamente en los deportes que mejor representan la brillante incorporación del mal llamado “sexo débil” a la agresividad y la exhibición de fuerza, tan representativos del prototipo masculino.

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

Lo más leído