Por lo visto, a nadie importa ya lo que suceda

Por Javier Pardo de Santayana

( Viñeta de Esteban en La Razón el pasado día 10) (*)

Hoy me detendré un momento para apuntar un hecho trascendente pero que raramente se analiza: la pérdida general de perspectiva histórica, problema que observamos sin concederle apenas importancia. ¿Quién podría imaginar que tal cosa ocurriría cuando Occidente parecía ya embalado en una ilusionante empresa convertida entonces en un hecho orientado hacia el futuro? En pocos años ¡cómo hemos cambiado todos en nuestra visión del mundo en que vivimos y de lo que el futuro podría depararnos!

Porque no ha tanto que nuestro ánimo se mostraba bien distinto; había entonces ilusión y la satisfacción de haber vivido cambios prometedores que abrían camino a tiempos nuevos y mejores que dejarían atrás las pesadillas del pasado. Se tenía, de entrada, la experiencia histórica y se miraba con interés hacia el futuro con la voluntad de consolidar lo conseguido y mejorarlo ya definitivamente. Era, naturalmente, una visión sin concretar del todo pero bastante clara, que generaba una intención eminentemente constructiva para lo que aún quedaba por hacer.

No habiendo ya razón para cualquier guerra civil entre europeos, se percibía una conciencia cierta de que se abrían nuevas posibilidades de progreso en un mundo caracterizado por una globalización que nos brindaba la perspectiva de una visión menos cerrada, más amplia y generosa de relación y de intercambio entre culturas. Situación ésta en la que lo “correcto” tendería a traducir el pensamiento de lo que vino en llamarse la “civilización occidental”, es decir, precisamente aquélla que al final del siglo XX había alcanzado un desarrollo más acorde con el ideal de paz, de justicia y de progreso que anhelaba una humanidad doliente. Era ésta una visión constructiva que iba camino de plasmarse en una realidad beneficiosa. Por fin la paz era posible con tal de que no nos descuidáramos como hicimos otras veces; además disponíamos ya de organizaciones internacionales y de modelos caracterizados por el éxito. Una idea de “paz protegida” era posible y ni siquiera se dudaba de que en el nuevo ordenamiento existía ya una conciencia de “corrección política” contenida en los principios heredados de nuestra cultura y refinados con el tiempo a costa de demasiado sufrimiento; unos principios deseables que nadie se atrevió a poner en duda tras el fracaso de ciertas fórmulas espurias.

Todo iba entonces según el programa establecido. Un franco optimismo y la ilusión de un esfuerzo constructivo nos hicieron desarrollar planes basados en reforzar la unión y en respetar determinadas convicciones, en nuestro caso formuladas por los visionarios padres del proyecto.

Los atentados del 11 de septiembre del año 2001 y el surgimiento de una nueva amenaza que afectaría a todos rompieron cualquier esquema de continuidad y en nuestro caso dieron la primera prueba de que uno de sus resultados más funestos sería su aprovechamiento, no para cerrar filas y seguir trabajando, sino para fomentar la división interna en Occidente, tanto en el ámbito de la relación entre países miembros como en la de éstos con sus parientes norteamericanos. O, como en España, también en un plano más doméstico: mala señal que desde entonces ha seguido propiciando el politiqueo más suicida, egoísta y rastrero. Así que aquella actitud de “alto nivel” de nuestros gobernantes, que partía de una visión geoestratégica, sería arrumbada para propiciar la regresión hacia un aldeanismo carente de perspectiva. Fue como si se nos borrara el objetivo y volviéramos a mirarnos el ombligo: la gran política se diluyó entre dimes y diretes y con la nueva pasamos de la generosidad al egoísmo perdiendo así definitivamente la esperanza. Por lo que se ve, el futuro ya dejaba de importarnos.

Lo sucedido es algo así como si un rayo nos hubiera cegado la mirada. Porque ya nadie parece mirar hacia el futuro, nadie se pone a trabajar para forjarlo y para prevenir con tiempo los inciertos tiempos que se acercan. Y, sin embargo, ahí – cada vez más diversos y cercanos – siguen estando los peligros.

Hace unos años que estudié el asunto: de los análisis realizados por las instituciones más solventes de Europa y de la OTAN se deducía la necesidad de empezar cuanto antes a desarrollar los programas necesarios para hacer frente a las futuras amenazas. Mas ahora no veo que esto importe a la “ciudadania” ni, por lo que parece, tampoco a los gobiernos. Ya de entrada, aquel aliado cuya posible intervención en caso extremo nos tranquilizaba como si de un seguro se tratara ya está en sus cosas e incluso se entretiene descabalando acuerdos y planteando guerras comerciales, mientras la propia Unión, disminuida y en ocasiones mal amalgamada, encuentra también el enemigo en casa en forma de movimientos disolventes y profundamente insolidarios. Filoterroristas y alborotadores callejeros pisan ahora moqueta en los despachos y se desenvuelven en los parlamentos con la mayor desfachatez y desvergüenza, mientras los gobernantes, enzarzados en pequeñas luchas de exterminio mutuo, no encuentran tiempo – ni razones, por lo visto – para ocuparse de los grandes temas y procurar frenar estos motivos de debilidad evidente. Algunos ven incluso cómo se reviven los viejos tiempos de la “agitprop”, solo que ahora utilizando los sofisticados avances tecnológicos. Nadie mira ya, al parecer, hacia el futuro, si no es en aquello que concierne a sus propias ambiciones. En una sociedad de descreídos tan solo importa servirse del vecino.

Así que, por lo que se ve, quienes aún tienen un nivel de preparación e inteligencia que les permitiría otear el devenir y tomar las medidas necesarias callan vencidos e impotentes ante la incomprensión de una “ciudadanía” cada vez más confusa y que demuestra estar desinformada sobre lo que verdaderamente importa.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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