Huellas de la caza XII. Otro más de perros

Por Hilario Peraleda Navas. Introducción de José María Arévalo

( Acuarela de Juan Agustín García Mateos en jagarciamateos. blogspot.com.es) (*)

Aunque titula Hilario Peraleda este artículo “Otro más de perros”, en realidad es el primero que dedica a ellos en general, pues el décimo fue específico, “De galgos y liebres”, y aunque como es lógico en temas de caza salen los perros a relucir con frecuencia -por ejemplo ya en el tercer artículo de esta serie comentaba Hilario el refrán a carne de lobo, diente de perro-, hasta ahora no había dedicado un artículo completo al que se dice mejor amigo del hombre. Sobre él van hoy los dichos y refranes que selecciona Hilario Peraleda de su libro, y que, tomando como base de partida algún elemento relacionado con la caza, nos envían, como metáforas, mensajes sobre nuestro comportamiento.

A caza perdida, jauría muda. Tomado de la actitud callada que adoptan los perros cuando, tras la encendida ladra de corrida, en persecución de las reses, estas les burlan y despistan. Señala decepción y pérdida de la esperanza y se emplea con ocasión de fracasar un proyecto iniciado con júbilo y alborozo del que se esperaba buen desarrollo y un final feliz.

A las veces, el mal perro roe buena coyunda. Afirma que, a menudo, personas de escasa valía disfrutan de posiciones privilegiadas y también que los gastos superfluos e innecesarios suelen resultar caros. Sacado de una estrofa del ‘Libro del arcipreste’ o ‘Libro de buen amor’: “Hurón, amigo, búscame una funda. /A la fe, diz, buscaré, aunque el mundo se funda, /e yo vos la traeré sin mucha varahúnda, /que a las veces mal perro roe buena coyunda’. Coyunda, correa ancha, fuerte y de buena calidad con la que se uncen los bueyes.

Al perro conejero, miradle el florín. Otros dicen ‘flobín’, ‘robín’ y ‘la ruin’. No he encontrado cazador que me diga qué entiende por florín. Lo que yo vi, cuando muchacho, en casa de mis deudos que siempre tenían podencos conejeros, fue que los bien enroscados de rabo eran los preferidos porque ello era señal de brío y lozanía y así entiendo por florín la flor que hacen con el rabo enroscado y más propiamente meneándolo aprisa cuando presienten la caza y van a la rastra y a este rabear ha de mirar y estar atento el cazador. Ayuda a entenderlo un verso de ‘La araucana’ de Alonso de Ercilla: ‘La gruesa y larga pica floreando’. Algunos opinan que quizá sea el hocico, que debe ser ancho y bien formado. Otros, que debe decir ‘el robín’, que algunos dicen ‘la ruin’, una especie de lombricilla que les nace debajo de la lengua y los enflaquece y se ha de advertir para quitársela.

A perro viejo, no hay tus-tus (cuz-cuz). En los refranes que recopiló el Marqués de Santillana se encuentran la primera forma y la explicación: ‘El que es platico no sufre lisonjas ni halagos’. La prudencia nace del escarmiento, y la vejez y la experiencia son madres de la sabiduría y cautela. Así, es muy difícil engañar al hombre maduro, juicioso y veterano, porque conoce al punto la mentira, la adulación y las zalamerías.

Tus-tus y cuz-cuz son voces que se usaban para llamar al perro, halagándolo, pero muchas veces era golpeado al acudir, así que el viejo, escamado, no hacía caso de tales llamadas o retusos, es decir, no se fiaba y no se dejaba engañar como el nuevo con halagos y pan. En este sentido se recoge en El Quijote de boca de Sancho (II, 33 y II, 69): ‘soy perro viejo y entiendo todo tus-tus’ y ‘que soy perro viejo y no hay conmigo tus-tus’ y en un romance de ‘La vida de Estebanillo González’: ‘Esa zalema, a los moros, /ese tus-tus, a otro can, /esas flores, a otro mayo, /esas chanzas, a otro Bras’.

Como el perro de Alcibíades. El famoso estadista y general ateniense (450-404 a.C.), educado por Pericles y amigo de Sócrates, tenía un perro excelente que, igualmente, era muy conocido, además de por su belleza, por el precio (una fortuna) que por él había pagado, considerado como el más caro. Le costó 60 minas, unas seis mil dracmas de oro.

Tras su fama y encumbramiento, el general fue cuestionado y no se hablaba de otra cosa. Un cierto día cortó el rabo al perro, con la consiguiente sorpresa de vecinos y enfado de amigos ante los que confesó: “Esto es lo que yo buscaba, que me critiquéis por ello; pues mientras esto ocurra no habéis de acusarme de cosas peores”. Así, el general se hizo un hueco en la leyenda con su famoso can al lado y la frase se convirtió en la muletilla con que se designan los actos de apariencia irregular cuya finalidad es desviar de forma interesada la atención pública. Otras veces se habla solo de ‘La cola o el rabo del perro de Alcibíades’, con el mismo fin. Alcibíades falleció en la Arginusa del Asia Menor (nombre de tres islotes al sur de Lesbos, frente a la costa asiática).

Como el perro de Bécquer, que en todas partes se mete. Se dice de los individuos entrometidos y curiosos en exceso. Alude al perro que acompañaba siempre a todas partes a los hermanos Bécquer, Valeriano y Gustavo Adolfo, cuando vivían en Toledo, adonde se trasladó Gustavo tras la separación de su mujer Casta Esteban y juntos comenzaron una disipada y alocada vida, yendo a parar poco después a Madrid. Valeriano fue pintor, siguiendo la tradición familiar, por ser hijos de pintores.

Como el perro de muchas bodas que, en ninguna come por comer en todas. Pedía celos una dama a un gentilhombre diciéndole: ‘Andad que sois perrillo de todas bodas’ y le respondió él: ‘Y vos, boda de todos los perrillos’. Se dice de quienes tienen por costumbre acudir a todos los actos sociales, por lo general, con la intención de conseguir algún beneficio y expresa que no es bueno atender a muchas cosas a un tiempo, porque al final se desatienden todas. Quizá tenga que ver con los perros que en los banquetes se colocaban debajo de las mesas en demanda de las sobras.

Como el perro de Olías. Se recurre a este cuando uno queda chasqueado por pretender asistir a un tiempo a dos sitios de provecho; es decir, del que, siendo muy ansioso, se queda sin nada. Olías es un pueblo de Toledo y según la opinión mayoritaria, más que de un can, se trataría de un mendigo o de cualquier otro individuo. En Olías se oficiaba una boda. El sujeto en cuestión, sin embargo, partió del pueblo en dirección a Cabañas, donde también había otra, con el fin de comer en esta primero y, con tiempo suficiente, tornar a Olías y repetir en la de aquí, pero cuando llegó a Cabañas, el banquete había terminado. Así pues, regresó a Olías y cuando entró en este lugar le ocurrió de igual manera, el banquete concluido. De modo que, por quererlo todo se quedó sin nada.

Como los perros de Zorita, que cuando no tenían qué comer, uno a otro se mordían. Se dice de los maldicientes y de genio avieso, que no teniendo de quien hablar, de sí mismo lo hacen. Zorita de los canes es una pequeña y pintoresca localidad de la Alcarria, de unos cien habitantes y conocida hoy por su ya clausurada central nuclear. Su origen data del siglo IX, de la antigua Madinat Zorita de los árabes. Su castillo vivió el máximo esplendor desde el s.XII hasta mediados del XVI (1576), cuando perteneció a la Orden de Calatrava. Su primer alcaide fue sobrino del Cid, Alvar Fáñez Minaya y cuentan que fueron los perros alanos que los calatravos usaban para custodiar el castillo los que, ante la escasez de alimentos, dieron lugar al dicho y el apellido al pueblo.

Echar los perros a alguien. Es sinónimo de acosar u hostigar a alguien, vituperarlo o echarle una bronca y también de reñir o enfrentarse a él. La expresión puede recordar a quien en un cortijo azuza a sus perros para defenderse de algún intruso, pero su origen viene de la antigüedad en que se tenía por costumbre soltar unos perros pequeños y de patas cortas a los toros de lidia para rendirlos y sujetarlos y así poderlos devolver a toriles con mayor facilidad. Si el toro era cobarde, pronto sonaba en la plaza el grito unánime de: ¡perros, perros! Quizá sea reminiscencia de las luchas que se entablaban en los anfiteatros romanos entre perros y otros grandes animales, como osos o leones. Otros creen que puede derivarse de la práctica brutal de algunos conquistadores (encomenderos) españoles que llevaban jaurías para acosar a los indígenas.

El can con rabia, de su dueño traba. Y su análogo ‘El perro con rabia, a su dueño muerde’. Es decir, rabioso, también muerde a su amo; porque no lo reconoce y, ofuscado, teme que le haga daño y por eso le ataca. Nos indican también, en sentido figurado, que los empleados o subordinados cuando se sienten maltratados, se enfadan y se vuelven contra sus patronos o jefes o bien contra sus intereses; porque, apurada su paciencia con las vejaciones que han sufrido, disponen la venganza con indignación, sin saber por qué, ni cómo, ni contra quien. Dan a entender que, a veces, el deseo de venganza nos conduce a hacer cosas que nos perjudican. Aconsejan que no se apure al que está encolerizado o airado, por ser muy expuesto; pues, al hallarse fuera de razón, no conoce ni respeta a nadie, ni siquiera a los suyos. Dos proverbios así lo expresan: ‘De aquel señor que se pierde/por los suyos maltratar/que el can que hacen rabiar/a su mismo dueño muerde’ y ‘Bien miran aquel primor/de aquella sentencia sabia/que el perro a veces con rabia/arremete a su señor’. Nº 402 y 77 de la Letanía de prov. de fray Luis de Escobar.

En la misma línea se encuentran los tres siguientes, que en realidad son uno solo al que dan distinta interpretación por cambio de alguna palabra de no muy fácil comprensión. Aclarémoslo:

El can congosto, a su amo vuelve el rostro. Y su similar ‘El can congosto, a su dueño se torna al rostro’. “Congosto como adjetivo vale estrecho (desfiladero), trasijado, extenuado de hambre. Por no haberse entendido bien, anda este refrán estragado en varios lugares”. Rodríguez Marín. La Academia, con Correas, dice ‘con agosto’ y lo mismo en la colección de Vallés. Sbarbi, ‘con gran agosto’. En el Diálogo de la lengua, de Valdés, ‘el can gosto’, se cita tal como viene en el texto principal. Todo lo que antecede son interpretaciones diversas derivadas del más antiguo de Juan Ruiz, Arcipreste de Hita: “Porque suelen dezir que el can con grand angosto/e con ravia de la muerte a su dueño trava al rostro, / ¡si yo toviese al arçobispo en otro tal angosto, /yo le daría tal vuelta que nunca viese al agosto!”. El tercero en cuestión es: ‘El can en (con) agosto, a su dueño se vuelve al rostro’. Es decir, es propenso a la rabia, puede rabiar, porque en aquel tiempo está gordo. ‘Con agosto’, porque con el calor se le enciende la cólera y, de sed, rabia (esto se creía). Y lo mismo del tiempo muy frío, porque se hielan las aguas y no puede beber y rabia por la sequedad, como en agosto.
Después de todo lo anterior debe concluirse que el texto correcto es: “El can congosto, a su amo vuelve el rostro” y el sentido del mismo hay que interpretarlo así: cualquier perro con hambre se queja; aunque en silencio, a veces, ante el que considera responsable, mirándolo y como si le pidiera un ‘cacho’. Así que nada de rabia y mucho de necesidad. Es cierto que también, en un sentido más amplio, cabe la posibilidad de que señale que nadie queda a salvo de la persona que está cegada por la ira.

Como el perro de Escoriza, que se iba del pueblo la víspera de carnaval y volvía el Miércoles de Ceniza. Un hombre apellidado Escoriza tenía un perro tan sagaz y avisado, sin duda, que sabedor, por experiencia, de lo que en esos días se cocía en el pueblo, ponía tierra por medio antes de los festejos y no regresaba hasta pasados los mismos. El dicho tiene un claro sentido precautorio y así se utiliza.

Carnaval, Antruejo y Carnestolendas son las palabras con que se designa el período de los tres ‘días de carne’ que preceden al Miércoles de Ceniza, en los que se celebran las fiestas populares consistentes en bailes, mascaradas, disfraces y otros regocijos bulliciosos entre los que se encuentra la costumbre de atar objetos (maza), como palos, huesos, latas, vejigas, etc., al rabo de los perros callejeros y perseguirlos, produciendo el mayor ruido posible. Como ejemplo, este: ‘Venía un perro corriendo/con un estruendo notable/un gato traía por maza/más negro que un azabache’. Se aplica al cauto y advertido en huir de su daño y a los que huyen del peligro, como San Telmo. Indica la desazón y disgusto que se experimenta por una determinada circunstancia, especialmente si se trata de burlas y persecuciones. Así se refleja en el pasaje de El Quijote: ‘…y allí, puesto Sancho en mitad de la manta, comenzaron a levantarle en alto y a holgarse con él como perro por Carnestolendas’.

El perro del hortelano, ni come las berzas, ni las deja comer al extraño. Parecer, ser o ser como. Expresa la censura que, de acuerdo con la fábula, se hace a quienes, por envidia, ni hacen ni dejan hacer, como las personas molestas que no hacen lo que deben ni permiten a los demás realizar sus tareas. Dicha fábula es muy antigua, de Esopo (s. VI a.C.), ‘El perro en el pesebre’. Tenía por costumbre dormir en un pesebre repleto de heno y cuando los bueyes llegaban les mostraba los dientes y no les permitía comer. Un día un buey se armó de valor y le dijo: ¡Bestia envidiosa y malvada! Ni comes el heno ni dejas que yo lo haga. La moraleja afirma que hay muchos que envidian lo que ellos no pueden tener y, aunque de nada les sirva, entorpecen a los otros.

Una referencia al dicho se encuentra en el aviso nº 337 de la lista antes mencionada: ‘Del que apretando la mano/del bien hacer no se paga/ni quiere que otro lo haga. Líbranos Señor. No les niegues a los demás lo que no puedas disfrutar. Con frecuencia se dice solo la primera parte y se da por sobreentendida la segunda. Otras veces suele hacerse una mera alusión comparativa: ‘Es como el perro del hortelano’. Variantes del mismo, con más o menos acierto, oportunidad y gracia, son los siguientes: Como el perro del hortelano, que ni come las berzas ni las deja comer a nadie, ni amigo ni extraño. El perro del hortelano, ni come ni deja comer al amo. El perro del hortelano, ni comerlo, ni darlo. El perro del hortelano, ni hambriento ni harto (deja de ladrar). El perro del hortelano, ni quiere las manzanas para sí, ni para el amo. El perro del hortelano, que ni las berzas come, ni quiere que otro las tome. El perro del hortelano, que no roe el hueso, ni lo deja roer al extraño.

El perro viejo no ladra a tocón. Dicho muy antiguo que encontramos en el Libro del Arcipreste: “Como face venir el señuelo al falcón/así fizo venir Urraca la dueña al rincón; /ca dizvos, amigo, que las fablas verdat son, /sé que el perro viejo non ladra a tocón”. Hoy se sustituye por sus equivalentes ‘Ladrar a la luna’ o ‘Hacer algo en balde’. Indica que todo perro de guarda y custodia experimentado sabe reconocer el peligro y, en consecuencia, reacciona en cuanto lo intuye. Por extensión se emplea para denotar que cuando una persona con experiencia se decide a dar su opinión es porque tiene un motivo serio y justificado para ello, porque sabe reconocer el peligro y no se deja engatusar por falsas alarmas ni por apariencias de seguridad. De igual forma se afirma también, como ocurre con los perros, que las personas sensatas, de acumulados conocimientos, no hacen las cosas sin una razón concreta, ni pierden el tiempo, ni se paran en minucias como tampoco se determinan a hablar u obrar, sino cuando de ello se sigue alguna utilidad. Con igual intención pondera cuán útiles son las advertencias, las reprimendas y los consejos de nuestros mayores.”


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
http://c1.staticflickr.com/1/951/41800787241_952348767d_o.png

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

Lo más leído