Los efectos de una mala educación

Por Javier Pardo de Santayana

( Viñeta de Nieto en ABC el pasado día 29 de abril) (*)

Hace tiempo que un laureado director de cine estrenó una película destinada a denigrar a los colegios religiosos; lo tituló “La mala educación”. Hay que decir que, durante “la movida”, el mencionado caballero había andado de pareja artística con otro individuo también del sexo masculino pero vestido de señora que, tal como me permití contar en este blog, acabaría experimentando un conmovedor proceso de conversión que no tendría empacho en confesar. Yo imaginé entonces un chiste con la imagen de nuestra lumbrera y el título de su película.

Y es que, efectivamente, existe un problema con la educación, pero éste no consiste siempre en lo que algunos intentan demostrarnos, sino precisamente en lo contrario. Ahí tienen ustedes a nuestras “señorías”: se las conoce como tales, y como tales reciben el protocolario trato que las caracteriza y que seguramente no rechazan porque las hace sentirse personas importantes, pero que muchas de ellas no merecen si tenemos en cuenta su comportamiento. Porque, ¿son nuestras “señorías” modelo de buena educación como sería propio de quienes admiten ser tratados de señores?

La respuesta no nos es desconocida. Basta con contemplar como, en el sacro recinto de nuestro Parlamento, que se presenta a la “ciudadanía” como lugar de culto cargado de recuerdos históricos y de significado democrático, proliferan variantes de la mala educación no sólo formal sino de fondo: en vez de una expresión de la verdad, en ellas vemos la tergiversación por no decir la más artera falsedad, los “postureos” barriobajeros, la chulería, y el desprecio a un reglamento que, aunque no fuera más que por coherencia debieran respetar. Veremos la exhibición de camisetas serigrafiadas con mensajes horteras o agresivos, la exhibición de objetos a modo de símbolos ridículos, y sobre todo el odio. Sí, el odio expresado en gestos, insultos y berridos. Todo menos la discreción, la corrección del trato y los signos de respeto para con el vecino y compañero de trabajo; es decir, todo lo contrario: la ausencia de cualquier muestra de la consideración debida entre personas que deben dar ejemplo a quienes se encuentren aún en proceso formativo. Verdaderamente, ante este ejemplo de incultura, ¿qué podemos esperar de las generaciones nuevas?

En el fondo de tan lamentable panorama está el fracaso educativo de la generación precedente, que es la mía y que tendría que entonar la “mea culpa”. Pues al entender la idea de democracia tan sólo como libertad, y la libertad sólo como derechos – al situar éstos muy por encima de deberes y responsabilidades – inculcaría a los educadores principales, es decir, a los padres, un miedo cerval a decir “no”. El resultado ha sido permitir que se tachara de ridículo cualquier esfuerzo por implantar el orden o cualquier obligación, con lo cual hoy ya nadie se atreve ni siquiera a matizar estos conceptos.

Se trata del maridaje del clásico lema del “laisser faire, laisser passer” con el dogma de la corrección política en su versión más cutre y desastrada; una combinación funesta que daría lugar al nacimiento de una generación impresentable de maleducados tanto en modales y comportamientos como en ideas y conceptos, y que acabaría por imponer en nuestros pagos una alicorta visión de la vida. Un panorama exento de profundidad y perspectiva en el que la virtud y los valores morales de nuestra cultura no parecen encontrar cabida. Éste es el caso de la caridad y de un bien entendido amor al prójimo, con sus frutos de generosidad y perdón, por sólo citar dos que se relacionan muy directamente con las actitudes deseables en nuestra relación con los demás. Así se perderá gradualmente la posibilidad de enfocar la convivencia hacia el entendimiento, y éste hacia la consecución de la paz.

No es de extrañar, por consiguiente, que hoy proliferen el odio, la mentira – a la que incluso ya denominamos “posverdad”-, la agresividad, el egoísmo en todos los sentidos, y las malas maneras que nuestros representantes en las instituciones nacionales exhiben ya sin miramientos. Tan es así que su maleducado ejemplo bien justificaría la oportuna advertencia de “no apto para menores” en la fachada del Congreso.

¡Ay la educación española! Mucha “puesta en común” y mucho “segmento lúdico”, y tan poco respeto y sentido común. Y tanto miedo compartido ante una más que probable reacción de los partidos y las redes sociales que jamás darán un paso atrás en su afán por destruir nuestra cultura.

Por todo ello, la obscena exhibición de mala educación que dan diariamente muchos de nuestros representantes públicos es cosa que debiera preocuparnos por encima de cualquier otra de las que normalmente nos ocupan. Un mal profundo que no sólo tiene reflejo en los escaños, donde contemplamos toda clase de muestras de falta de respeto al prójimo y de sustitución de la razón, la lógica y el buen criterio por gestos casi infantiles de niños mal criados que culminarán luego con el manejo sectario de las redes sociales, ese vertedero de inmundicia en el que se cultivan las actitudes y expresiones de descrédito y se exaltan aquellas diferencias que “justificarán” sus exabruptos. Todo esto – parece mentira tener que decirlo – cuando parecía haberse alcanzado un alto nivel de coincidencia – por no decir de acuerdo – en cuanto a la manera de asegurar una sociedad razonablemente justa y bien organizada: lo que llamamos en su día “Sociedad del Bienestar”; un logro histórico.

Que en una sociedad tan avanzada como la española, dotada de un sistema de salud como hay pocos en el mundo, con unas obras públicas de primer orden, con un nivel tecnológico que permite la proyección internacional de nuestros ingenieros y arquitectos, con un sistema social de todos conocido, con el atractivo que presenta el país por sus condiciones naturales, su cultura, su historia y la calidad de sus servicios, el deporte nacional consista en fomentar los insultos mutuos y el “no es no” como argumento que se pretende convincente, es cosa digna de ser analizada. Esto a pesar de ser conscientes de para que las cosas funcionen convenientemente resulta imprescindible trabajar en equipo, que eso no se nos cae de la boca ni para hablar de futbol.

Que en pleno siglo XXI, después de lo que vivimos el pasado – guerras, muertes y toda suerte de penalidades – no hayamos aprendido nada hasta el punto de pretender dilapidar lo conseguido, es materia hasta tal punto escandalosa que no soporta otra explicación que no sea la de la mala educación: un clamoroso fracaso educativo que nos pone en manos de gentes incultas e ignorantes y sobre todo muy mal educadas; algunas de ellas incluso incendiarias y en todo caso destructivas y retrógradas tanto en sus hechos como en sus intenciones.

La solución no puede ser otra, por tanto, que la de retomar lo que nos une y amalgama: una cultura común de la que ahora algunos pretenden olvidarse, una fe fraguada por los siglos y patente hasta en nuestras almas y paisajes y una historia común gloriosa. Sí: una historia común y gloriosa.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
http://c1.staticflickr.com/1/863/41779306892_a7a58f0651_b.jpg

MARCAS

TODAS LAS OFERTAS DE TU MARCA FAVORITA

Encuentra las mejores ofertas online de tu marca favorita

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

Lo más leído