Antaño y hogaño. VI. 12. Período de la juventud

Por Carlos de Bustamante

( Las Moreras. 2011. Acuarela de Emilio Tejeda en emiliotejeda.blogspot.com. 60,7 x 45,7.) (*)

Con el medio ingreso en la Academia en el bolsillo, regresó nuestro joven precoz con la alegría de comunicar a los seres más queridos la buena nueva del no tan pequeño éxito inicial obtenido. Y con él, parte de los planes de futuro con uno e importante de los seres queridos.

El encuentro fue en el lugar de costumbre para las despedidas tras el paseo. Ella estaba vigilante en el mirador de su casa en una interminable labor de bordado en el bastidor. La espera de pocos minutos, se hizo como de siglos; o sea, no tanto, pero se le antojó eterna al perdidamente enamorado. La natural atracción con la que celebrar el reencuentro, hubo de contenderse a duras penas por parte del joven. El sólo roce con la mano al mostrar a Graciela el resultado del examen fue sobrada compensación a la que le pedía tanto amor. Como las alegrías aquí duran poco, la sombra de la marcha al campo para todo el verano, ensombreció la alegría desbordante. Las Moreras junto al Pisuerga, de poder oír, hubieran escuchado la máxima expresión de ternura en la feliz pareja.

Como si fueran adultos, trazaron planes y más planes de un futuro ilusionado. Si la belleza tuviera cuerpo, la feliz pareja sería la más perfecta definición de ella. Concretaron, muy en serio, varios propósitos: abrir una cuenta común donde depositarían semana tras semana las propinas que recibieran durante la forzosa separación del verano y la más dolorosa del internado en la misma ciudad y ¡sin poder verse! Esta contrariedad, quedó mitigada, por la determinación concretada del máximo esfuerzo para el total aprobado del grupo de ciencias de complicada preparación por la casi total falta de base, que ¡ay! le pesaba ahora como el plomo.

-¿Y no podrás venir algún día desde la Dehesa, preguntó Graciela al tiempo que un bendito rubor coloreaba sus mejillas de nieve y carmín.

-Vendré, fue la escueta respuesta mientras, con gran esfuerzo contenía las ansias de lo que le pedía el cuerpo y el alma; porque del cuerpo, nunca quisieron nada que enturbiase los limpios amores. Con los ojos se lo dijeron todo. Nada extraordinario antaño, porque la barrera entre el noviazgo -que oficialmente aún éste no lo era – no solía traspasarse como esto y más hogaño. Pues qué pena hogaño, dice el relator, porque la ilusión como la belleza se hacía más intensa antaño a su debido tiempo y con mayor conocimiento entre ambos. Pensaba nuestro joven que se ama más cuanto mejor se conocen; pero sólo, claro –aunque hogaño no tan claro-, con el trato. Mucho más cuando desde el principio de estos amores, se ponen a los pies de la Señora que visitaban cada día que podían acudir juntos a la Santa Misa.

No pasaba inadvertida la pareja a vecinos, amigos y conocidos del mismo entorno a sus viviendas. Sin serlo aún oficialmente, ya se les conocía como “los novios del barrio”. Sin embargo lo que antaño se denominaba “declaración”, aún no se había producido. El joven enamorado, se preguntaba ¿porqué declararme de por vida (ésa era su intención) si aún no tengo porvenir alguno que ofrecerla? Aunque a duras penas, se contuvo.

Y llegó el verano. Los impulsos que sintieron, tan naturales como de haberlos puesto así el Creador y que sólo se podrían concretar ahora en el beso de despedida, también fueron contenidos.

Pero como había dicho, el perdidamente enamorado, con mil y una peripecias, que el posible amigo lector ya conoce en “Buscando mis amores”, vino varias veces a la capital. Alegría inmensa a cada llegada y tristeza sin mitigar en las despedidas.

Esta vez, y no como el que “marchó a Flandes y no volvía”, el enamorado volvió… de la Dehesa. Pero tras breves días de ensueño, al joven lo recibió el Colegio Santiago para preparación al ingreso en la Academia. El propósito de tener algún porvenir que ofrecer a Graciela, para poder así dar adecuado cumplimiento a los planes de futuro, mitigó la pena de una nueva ausencia. No fue ésta total, porque domingos y festivos no laborables, tuvieron la alegría “in crescendo” de verse y comunicarse. Con una notable y peligrosa diferencia: se veían y trataban sin “carabina”. Los novios del barrio, paseaban a solas por las Moreras, por los lugares de paseo habituales y por los jardines del Campo Grande. Si antes y durante el verano el joven amó a la naturaleza “salvaje”, ahora, con la unión del amor a su Graciela, se incrementaron aunque esta naturaleza fuera civilizada. Cuando oían el arrullo o veían más que arrullo de las tórtolas en las frondosidades cuidadas o en las cautivas en la “pajarera”, un rubor bellísimo inundaba de encanto el rostro de Graciela. El joven, ¡qué bárbaro! junto al ensimismamiento, sentía también el tirón de la caza. Con más venturas que desventuras, pasaban los días hasta la proximidad de la gran prueba. Ilusión y normalidad juntas, salvo la preocupación de Graciela por la acusada mayor delgadez de “su joven”, que denotaba noches y noches de insomnio por los estudios. Verán si Dios es servido si no el desenlace sí la sucesión de acontecimientos. Nos vemos…


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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