25 años D.O. “Cigales”. 19. El arte hasta la caída del Antiguo Régimen. III

Por José María Arévalo

( Figura 7. Columna Santa, conservada en el Tesoro de la basílica de San Pedro del Vaticano) (*)

Recogemos hoy el tercer capítulo, que se centra en lo que fue la “columna salomónica”, del artículo “Ego sum vitis vera: vides, vino y cultura del vino en el arte del territorio de la Denominación de Origen Cigales hasta la caída del Antiguo Régimen”, de Fernando Gutiérrez Baños, Profesor del Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Valladolid, dentro del apartado III, “Arte, patrimonio y herencia vitivinícola” del libro conmemorativo “La comarca vitivinícola de Cigales: viñedos, bodegas y vinos. 25 años de la D.O. Cigales” que venimos reseñando.

UN RECUERDO DEL ARTE CRISTIANO PRIMITIVO EN EL ARTE BARROCO DE LOS SIGLOS XVII Y XVIII: LA COLUMNA SALOMÓNICA

“Las dinámicas de la presencia de la vid en el arte romano, de su asimilación en el arte cristiano primitivo y de su perduración en el arte de siglos posteriores que hemos tenido la ocasión de comentar ya a propósito de algunas de las obras de arte del territorio de la Denominación de Origen Cigales se manifiestan, asimismo, en el fenómeno que condujo a la mayor proliferación de vides con que nos vamos a encontrar en el periodo que aquí se analiza: el éxito arrollador de la columna salomónica en el arte barroco de los siglos XVII y XVIII, del que se encuentran ejemplos en Cigales, en San Martín de Valvení, en Trigueros del Valle y en Valoria la Buena.

Denominamos columna salomónica a aquella que tiene el fuste entorchado y, a menudo (aunque no necesariamente), decorado con tallos de vid con racimos de uvas (Tuzi -2002- les dedica un estudio de referencia que no he tenido la ocasión de consultar; eobre su difusión en el ámbito de la Monarquía Hispánica en el periodo barroco, incluyendo una síntesis sobre cuestiones generales de las mismas, y, de la misma autora, Tuzi –2016-). Para entender este tipo de columna, ciertamente singular, y su proliferación en el arte barroco, tenemos que marcharnos, nuevamente, a la lejana Roma y remontarnos muchos siglos atrás.

Cuando, a principios del siglo IV, se produjo el reconocimiento público del cristianismo por parte del Imperio Romano, Constantino, el emperador responsable de esta política, promovió en Roma la construcción de una gran basílica cementerial sobre el sepulcro de San Pedro, ocupándose de que este edificio, la basílica Vaticana que precedió a la actual basílica de San Pedro de los siglos XVI-XVII, recibiese un ornato acorde con el nuevo estatus oficial de la religión que tiene su raíz en Cristo. Entre los dones que realizó a la basílica, puntualmente registrados en el Liber Pontificalis (una especie de crónica de los pontificados de los primeros siglos del cristianismo), estaban «otras columnas con tallos de vid que trajo de Grecia» (LP 34, 16, v. Davis, 2010). Estas columnas (en número de seis), un exótico producto de la maestría de los escultores griegos de Asia Menor, eran piezas marmóreas monumentales de los siglos I-III d. C. producidas en un contexto romano pagano de acuerdo con la significación, anteriormente glosada, que el vino alcanzó en dicho contexto (Ward, 1952; Nobiloni, 1997). En efecto, su fuste entorchado estaba decorado con tallos de vid con racimos de uvas. Su altura se aproximaba a los 5 m. En la basílica Vaticana se emplearon para monumentalizar el sepulcro de San Pedro, enmarcado por el ábside del edificio, componiendo con ellas un baldaquino que albergaba el sepulcro conectándolo con la embocadura del ábside (Krautheimer, 2000; Brandenburg, 2013).

A finales del siglo VI San Gregorio Magno, papa entre 590 y 604, modificó la zona absidal de la basílica Vaticana. Para enfatizar el culto a San Pedro, elevó el pavimento del ábside, habilitando bajo este una cripta anular que permitiese a los peregrinos aproximarse al sepulcro del apóstol. Dispuso, además, el altar principal de la basílica, que hasta entonces había estado delante del sepulcro, en el extremo occidental de la nave central del edificio, encima del sepulcro (esto es, enmarcado por el ábside), monumentalizando el conjunto sepulcro/altar mediante un baldaquino fabricado en ese momento. En el contexto de estas reformas San Gregorio Magno reubicó las columnas torsas donadas por Constantino creando con ellas una especie de pantalla de separación entre la zona absidal recién remodelada y el resto del edificio (LP 66,4, v. Davis, 2010; Krautheimer, 2000; Brandenburg, 2013).

La definitiva configuración del presbiterio de la basílica Vaticana se produjo con San Gregorio III, papa entre 731 y 741, quien recibió como regalo seis nuevas columnas torsas de características similares a las donadas por Constantino de parte de Eutiquio, exarca de Rávena (esto es, gobernador de Rávena, la ciudad desde la cual el Imperio Bizantino ejercía su presunta autoridad sobre Italia), según registra el Liber Pontificalis: «el exarca Eutiquio le regaló seis columnas torsas de ónice (sic); [Gregorio III] las trajo a la basílica de San Pedro y las colocó delante del presbyterium, frente a la confessio, tres a la derecha y tres a la izquierda, cerca de las otras seis columnas antiguas conforme en cuanto a su diseño» (LP 92, 5, v. Davis, 2007). Con ellas, como se desprende de este texto, San Gregorio III creó una segunda pantalla de separación antepuesta a la de San Gregorio Magno, lo cual generó entre ambas un espacio (vestibulum altaris) a manera de coro (Krautheimer, 2000; Brandenburg, 2013; McClendon, 2013). Esta sistematización del presbiterio de la basílica Vaticana subsistirá hasta la demolición de esta para dar paso a la moderna basílica de San Pedro, por lo que los testimonios gráficos, más o menos fieles, que tenemos de ella son numerosos, permitiendo, junto a la exploración arqueológica, ofrecer una restitución fiable del conjunto (Figura 6). Lo que nos interesa ahora es comprobar cómo estas columnas singulares, llamativas por su monumentalidad, por su maestría, por su calidad material, por su exuberancia ornamental… cautivaron el imaginario medieval, que pensó que provenían del Templo de Salomón (creencia documentada, cuando menos, desde el siglo XI), arquetipo arquitectónico por excelencia, de manera que estas columnas habrían formado parte del escenario de varios episodios importantes de la vida de Cristo. De hecho, una de ellas (la del extremo de la derecha de la pantalla de San Gregorio III) empezó a ser venerada como «Columna Santa» por antonomasia (VV.AA., 2015), pues se pensaba que Cristo en persona se habría apoyado en ella mientras predicaba en el Templo (Figura 7).

Poco importaban para la devoción medieval aspectos críticos como los hechos bien conocidos de que el Templo de Salomón había sido destruido en el siglo VI a. C. y de que su sucesor, el Templo que Cristo, en efecto, vio y vivió, había sido destruido en 70 d. c., siendo, por otra parte, las columnas producciones romanas posteriores a esta fecha. Las columnas torsas (empleadas, ciertamente, en contextos judíos como evocaciones del Templo, v. Tuzi, 2016) comenzaron a ser conocidas como columnas salomónicas y, con mejor o peor fortuna, empezaron a ser imitadas en algunos edificios medievales. En los albores del Renacimiento artistas que viajaban/peregrinaban a Roma o que vivían en Roma las estudiaban con auténtica admiración, habiéndonos dejado testimonios espectaculares de ellas: el pintor y miniaturista francés Jean Fouquet recurrió a ellas para evocar el Templo en varias de las miniaturas de la copia manuscrita de las Antigüedades judaicas de Flavio Josefo cuya iluminación completó ca. 1465 o 1470-75 (Bibliotheque nationale de France, mss. fr. 247 y nouv. acq. fr. 21013) Y el gran Rafael recurrió a ellas para ambientar ciertos pasajes de los Hechos de los Apóstoles acaecidos en el Templo en su celebérrima serie de cartones para los tapices destinados a la Capilla Sixtina (un encargo de 1515 del papa León X), conservados, los subsistentes, en el Victoria and Albert Museum de Londres. La tratadística arquitectónica del siglo XVI se ocupó de analizarlas, especulando sobre su significado mientras intentaba desentrañar su compleja estereotomía, pero, cuando parecía que su propia complejidad, unida al destino que las aguardaba de manera inexorable (pues, en efecto, estaban llamadas a ser desmanteladas en el proceso de sustitución del edificio paleocristiano de la basílica Vaticana por el nuevo edificio de la basílica de San Pedro), no iba a permitir que las columnas salomónicas salieran del campo del uso pictórico, retórico, especulativo y decorativo en que se encontraban confinadas en el siglo XVI, un golpe del destino cambió su suerte, dotándolas de un renovado protagonismo que las conduciría a ser abundantemente empleadas, a escala monumental, por toda la cristiandad, incluyendo, por supuesto, el territorio de la Denominación de Origen Cigales.

( Figura 8 Baldaquino de la Basílica de San Pedro, de Gian Lorenzo Bernini) (*)

En 1624 el papa Urbano VIII encargó a Gianlorenzo Bcrnini la construcción de un gran baldaquino que monumentalizase el sepulcro de San Pedro y el altar mayor de la nueva basílica dedicada al príncipe de los apóstoles. Para sustentar su grandiosa estructura, acorde con las dimensiones del edificio, el genio del barroco recurrió a la magnificación de las venerandas columnas salomónicas, trasladándolas, además, para aumentar su alarde, a bronce. Se permitió modificar sus motivos ornamentales, sustituyendo las vides por hojas de laurel, con una doble connotación: signo, por una parte, de victoria (en este caso, de San Pedro sobre la muerte a través de su martirio), a la manera de las coronas de laurel con que se tocaba a los campeones en la Antigüedad, y emblema personal, por otra parte, de Urbano VIII, que pudo ser testigo de su inauguración en 1633. Bernini, además, no desechó las viejas columnas salomónicas regaladas por Constantino y por Eutiquio, de manera que, entre 1633 y 1640, creó, con ocho de ellas, unos edículos en los pilares que, por encima del baldaquino, sostienen la cúpula de la basílica de San Pedro (Wittkower, 1990; Tuzi, 2016), pilares convertidos en contenedores de las más prestigiosas reliquias de la pasión de Cristo custodiadas en la basílica Vaticana desde tiempo inmemorial: las viejas columnas salomónicas, conservadas, ellas mismas, como reliquias, servían ahora para dar realce a las genuinas reliquias (que, en ocasiones especiales, podían ser exhibidas desde los edículos), manteniendo vivo, en el nuevo y grandioso edificio, el prestigio y la antigüedad de la demolida basílica constantiniana (Figura 8).

Las empresas berninianas aseguraron a las columnas salomónicas un éxito arrollador que caló, especialmente, a partir de la década de 1630, en el retablo barroco español, tras una primera incursión estructural en el desaparecido retablo de la capilla de las Reliquias de la catedral de Santiago de Compostela (1625), deudor, aún, de las viejas pantallas columnadas de la basílica paleocristiana (Martín, 1993). En muchas ocasiones se recuperó para estas columnas salomónicas su genuina decoración vitácea, entendida, por supuesto, en clave cristiana (a menudo ya indiscriminadamente eucarística), pero, según se indicaba al inicio de este apartado, se emplearon, asimismo, otras decoraciones (hojas de laurel, hojas de acanto… e, incluso, en el contexto del barroco hispanoamericano, aves y plantas autóctonas).

En este momento nos interesan los retablos barrocos del territorio de la Denominación de Origen Cigales que emplean columnas salomónicas decoradas de vid con racimos de uvas. Retablos de estas características se encuentran en Cigales, en San Martín de Valvení y en Valoria la Buena (El retablo mayor de la ermita de Santa María del Castillo de Trigueros del Valle, realizado en 1732 y dorado en 1734 -Urrea, 2003-, presenta columnas salomónicas, pero, en su decoración, estas carecen de vides). Por desgracia, todos ellos son retablos pequeños, sin documentar, de cualidades estructurales y formales limitadas, sujetos, finalmente, a transformaciones que afectan a su disposición ya las imágenes que albergan. Sin embargo, todos ellos son dignos representantes de un género retablístico que gozó de gran popularidad en el barroco español, brindando, en un territorio vitivinícola como el de la Denominación de Origen Cigales, las mejores imágenes históricas de la vid y de su fruto. Emblemáticas han de ser, necesariamente, las vides de las columnas salomónicas que se encuentran en un retablo de la iglesia parroquial de Santiago de Cigales por ser esta localidad la que confiere su nombre a la Denominación de Origen (Figura 9). Desde 1986 este retablo se encuentra ubicado a los pies del edificio, en el primer tramo de la nave del Evangelio (en su muro septentrional), mostrándose como una estructura de un único cuerpo que aloja una pintura de temática carmelitana del pintor activo en Valladolid en el siglo XVII Diego Díez Ferreras (Urrea, 2003; San José, 1992). No está claro si este retablo es el primitivo retablo de Nuestra Señora de la Advocación (que era una imagen de bulto), realizado, acaso, en 1685 por el ensamblador Blas Martínez de Obregón, el cual presidió la capilla absidal del lado del Evangelio hasta su sustitución a finales del siglo XVIII por el retablo de Santo Domingo, siendo instalado entonces en el baptisterio, momento en que se modificó su estructura, o si este retablo procede, acaso, de algún convento carmelitano desamortizado ( Urrea Fernández lo analiza aún en la capilla alojada en el hueco de la torre del lado de la Epístola, que era, en efecto, el baptisterio -función que acaba de recuperar recientemente-, con características algo diferentes de las que presenta en la actualidad. No está claro que el retablo contratado en 1685 por el ensamblador Blas Martínez de Obregón fuera el retablo de Nuestra Señora de la Advocación, trasladado a finales del siglo XVIII al baptisterio y en 1986 a su emplazamiento actual e identificable, por tanto, aparentemente, con el retablo que nos ocupa (a no ser.:que ese retablo desapareciera en algún momento del siglo XIX y fuera sustituido por un retablo procedente de algún convento carmelitano desamortizado, como sugiere Urrea Fernández ). El retablo quedó sin dorar, lo que permite apreciar
especialmente bien las cualidades de la talla.

( Figura 10. Retablo colateral del Evangelio de la iglesia del Salvador de San Martín de Valvení. Fuente: Fotografía propia.) (*)

En la iglesia parroquial del Salvador de San Martín de Valvení encontramos dos retablos salomónicos cuyas columnas se decoran con tallos de vid con racimos uvas sirviendo de retablos colaterales (Urrea, 2003; Carda, 2002). El del lado del Evangelio (Figura 10), de finales del siglo XVII, está presidido, en la actualidad, por una imagen moderna de San Isidro Labrador, pero, según Urrea Fernández, debió de estar presidido, en origen, por una Sagrada Familia de bulto, parte de cuyas imágenes se encuentran, desplazadas, en la parte superior del retablo. El del .lado de la Epístola está presidido por una imagen de vestir de la Virgen del Rosario. Parece realizado en fecha avanzada para armonizar con el retablo anterior, para, de esta manera, poder contar con una pareja de retablos colaterales, por lo que sus motivos vitáceos resultan parcos y planos en comparación con los de su compañera, de más genuino barroquismo.

( Figura 11. Retablo lateral de la iglesia de San Pedro de Valoria la Buena. Fuente: Fotografía propia) (*)

En la iglesia parroquial de San Pedro de Valoria la Buena, reconstruida, en su integridad, a finales del siglo XVIII, encontraron acomodo un par de retablos salomónicos, dispares entre sí, procedentes, probablemente, del edificio precedente. Sus columnas se decoran con tallos de vid con racimos de uvas. Se dispusieron hacia la parte de los pies de este singular edificio de plan central hexagonal, reservando, de esta manera, la parte de la cabecera para dos retablos colaterales más conformes con el momento de la construcción del actual edificio. El del lado del Evangelio está presidido por una buena imagen de San Juan Bautista del siglo XVIII. El del lado de la Epístola está presidido por una imagen moderna de la Virgen del Carmen (Figura 11). La policromía de este no se limita al dorado plano que encontramos tanto en su compañero como en los retablos colaterales de San Martín de Valvení, pues da cabida a pigmentos que dotan de un intenso colorido a sus hojas de vid”.

Continuaremos en otro artículo los dos últimos capítulos, “Imágenes eucarísticas: la última cena y la misa de San Gregorio” y “Epílogo: donde se vierte el vino de Cigales”, con los que concluye su artículo “Ego sum vitis vera: vides, vino y cultura del vino en el arte del territorio de la Denominación de Origen Cigales hasta la caída del Antiguo Régimen” el profesor de la Universidad de Valladolid Fernando Gutiérrez Baños.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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