Antaño y hogaño (VI).10. Período de la juventud

Por Carlos de Bustamante

( Casa del Principe, Valladolid. Acuarela de F. Buendía. 36×27) (*)

Como creo haberles dicho mucho de lo que sigue en alguno -que si yo ya me pierdo, no les digo ustedes mis amigos y únicos probables lectores- de mis artículos de este blog, los numerosos avatares del joven (“Buscando mis amores”, que ya es novela), y tal vez también en el de los períodos anteriores, lo podrán haber visto o leído en artículos de este blog hace “quisió” el tiempo. Motivo por lo que pueden ser de sobra conocidos. No obstante y por seguir el ritmo de los períodos de cualquier ser humano, matizo alguno de ellos.

He de hacerles notar- si me lo permiten, claro- que quien protagoniza estos relatos fue un ser humano “normal” en todas sus etapas. Si en algo pudo haber alguna diferencia sería sin duda en una “sensibilidad”, creo, que fuera de lo común, o no tanto. La que junto a grandes satisfacciones, le llevó a vivir, azarosamente, grandes contrariedades. Ésas que por lo general no tienen manifestaciones exteriores, pero que son de tal intensidad que sólo es consciente quien interiormente las sufre. Va, pues, de amores.

Si primero le llamó la atención la niña de las piernas torcidas de las que enseñó villancicos, fueron luego sucesivas las que también le “gustaron…”: la vecina de la galería en sus viviendas respectivas; la colegia la de las carmelitas del Campo Grande; la más rubia que el oro con la que se cruzaba una y otra vez por la Acera de Recoletos y calle Santiago; la encantadora niña del colegio de las Francesas que gorjeaba como un jilguero a su paso por delante de las escalinatas del colegio; las primas de Córdoba y Sevilla que visitaban con sus padres a cuñada, sobrinos y primos en la Dehesa…. Amor, amores a diestro y siniestro. Pero hubo uno que fue por completo distinto a los demás. Si es que realmente lo fueron, que lo dudo. Una que según la cursilada infumable de un poeta novel decía: “Tienes tú niña preciosa/una boquita de rosa/ mas son tus ojos, recelo/ las dos estrellas más bellas del cielo”//. Ésta, le parecía así.

Con la recién estrenada juventud -de la que ya les dije era precoz, puesto que se la atribuyo cuando sólo tenía diez y seis años- se preparaba en casa para presentarse al ingreso en la Academia General Militar. Y saben que por una real disposición lo hizo cursando aún el sexto curso de bachillerato.

Desde nuestro “cuarto de estudio» veía el joven sensible pasar una colegiala con el uniforme del colegio de la Enseñanza, que le hizo verdaderamente “tilín”. Era de un pelirrojo en el pelo tan subido, que bien se le podía denominar cobrizo pulido y abrillantado. Ella a lo suyo, jamás miraba al observatorio que lo era así puntualmente un día tras otro. Por más ruidos que hacía en él – balcón-, la niña, ¡ni caso! Cuando semiofendido más deseaba que por lo menos mirase, la ignorancia hacia el observatorio era más patente.

Armándose no sé porqué (que se lo pregunten a él) de valor, decidió un día verla de cerca y en la calle. ¡Jorobar con la niña! Es que ni siquiera miraba al cada vez más inquieto admirador. No fue en el trayecto a su cole, no; porque como si le hubieran puesto alas caminaba por la vallisoletana Acera de Recoletos tan “apriesa” y ajena, que al joven se le antojó llamar “Polvorilla”.

Fue un monólogo de besugo (sobra el plural, porque la niña no dijo ni esta boca es mía. ¡Ni “mu”!). Lejos de molestarle, el jovenzuelo se sentía cada vez más… atraído. Y de la intriga inicial, pasó a una intriga muy especial, que el inexperto nunca había experimentado, ni sabía siquiera qué podía ser aquello. Lo descubrió más tarde. Lo verán.

Cuando supo el lugar por donde acostumbraba pasear los días no laborables, el intrigado cuasi desgasta la suela de los zapatos por tanto paseo –acompañado de un amigo- abajo y arriba de la Acera y aledaños. Ella solía ir acompañada de dos amigas de su “clase” en el cole que también eran auténticos bellezones. Pero como iba siempre en medio, casi que no le llegaban ni las miradas de carnero degollado que el joven la dirigía ignorando a las otras. El cabreo –quién sabe si inducido por esta maniobra- fue en aumento progresivo. Un cabreo tan especial como el nunca sentido.

En los cada vez más frecuentes pausas en el estudio… incluso escribía lo que quisiera decirle, si alguna vez fuera esto posible. Llegó el día…: con gripe u otro mal propio del tiempo… falló una de las tres amigas. Ésta es la mía, se dijo el jovenzuelo… y se puso a su lado. Como con un repentino azoramiento se le quedó la mente “cual tabula rasa qui nihil est escriptum”. Obnubilado. En blanco. Y, ¡cosa rara!, con un tembleque en las piernas, que ni los “rileros” del monte. Cuando entrecortado logró articular alguna palabra, obtuvo… el más absoluto silencio. Cerca ya de la Plaza Mayor – calle Santiago- por donde continuaba el paseo, las campanadas del reloj del Ayuntamiento dando las diez, fueron como un toque de generala. Como gacelas preciosas huyeron las dos cada una a su casa. Como el trayecto era precisamente el suyo y la hora coincidía para lo previsto en su casa, corrió también. Mayores las zancadas de nuestro joven, sin queriendo “le dio (con perdón) a la caza alcance”.

Una sensación nueva obró el milagro: jilguero, oropéndola… ni la más bella música de la mejor ave canora llegó a los oídos atónitos del imberbe… en amores. Porque resultó ser amor lo que tanto azoraba al joven. Una atracción tan especial y tan bella como jamás había sentido.

Como en volandas de no sabía qué brisa tan suave, susurro, se dejó llevar hasta las inmediaciones de su casa, cerca de la suya. El adiós se lo llevó el joven hasta el amanecer del siguiente día. En el que ¡oh sorpresa! la niña miró al observatorio. Siguen, siguen amores en el próximo si Dios es servido. Tal vez les interesen.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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