Antaño y hogaño. (VI). 7. Período de la juventud

Por Carlos de Bustamante

( Plaza Mayor. Acuarela de José M. Arévalo) (*)

¿Por qué, se preguntarán, hablar de nacionalismo en el período de la juventud? Les aclaro que si por entonces (el período de nuestro joven) no existía o estaba sólo latente este problema -secesionista se entiende-, en España, sí hubo en nuestra juventud un acendrado sentimiento de nacionalismo integrador y de probada bondad. No hacía mucho que, vencido el comunismo con ansias de convertir a España en una más de las repúblicas socialistas soviéticas, nuestro joven como la mayoría – que visto lo visto no era total- entendió “divinamente” el porqué de tan minuciosa preparación para la defensa de la Patria y el lema de fácil traducción que junto a otros muchos valores (virtudes militares y ciudadanas) se nos inculcaban en actos de la diaria y ajetreada vida en el mayor y mejor Centro Castrense.

Algo les dije en (VI) sobre dos amenazas que sin ser por el momento inminentes explicaba a la perfección nuestro foramontano Javier en una de sus numerosas conferencias a generaciones jóvenes de Caballeros Cadetes. Recordarán cómo, caballero cristiano de ya alta graduación formaban parte las susodichas conferencias del formidable programa en el Apostolado Castrense.

Se refería, recuerden, al peligro del nacionalismo incipiente en España y del peligro presente del terrorismo con fines criminales de independentismo pretendido por la banda eta. Como posible preludio de peligros mayores para el conjunto de España, el entonces pleno de ardorosa juventud, comprendió -dado el carácter marxista del nacionalismo y terrorismo- del lema: “si vis pacem para bellum”. Y esta preparación, también comprendió que no sería posible sin la debida asimilación de valores y virtudes vividas en el Centro académico: lo hizo primero y luego enseñó, que para misiones de alto riego para cumplir el juramento hecho a Dios en la jura de Bandera, eran imprescindibles la disciplina, obediencia y subordinación. Nombradas sin el orden por importancia, experimentó día tras día, que las tres unidas hacían del soldado, cadete, oficial, jefe o general los pilares en los que se sustenta el lema imprescindible.

Vividas, digo, en los casi cinco años de la carrera en las Academias (la General primero, en la de cada Arma luego con final juntos de nuevo en la General de Zaragoza), esas mismas virtudes, y cada cual con estilo propio trataron-nuestro joven por supuesto incluido- de transmitirlas a los soldados de reemplazo que, quinta tras quinta, llegaban en gran número a las Unidades.

Al formar buenos soldados para el combate, si fuera preciso para la defensa de España, “se conseguía a la vez formar excelentes ciudadanos”. Son tantas las experiencias que confirman lo dicho, que de comentárselas a ustedes mis amigos y probables únicos lectores, les redactaría un verdadero tratado, sin excesivo interés –o sí- para los ajenos a esta profesión. Hay sin embargo enseñanzas que son imprescindibles para cualquier otra sin relación alguna con la milicia. Citada la primera: disciplina. ¿Alguno me podrá negar la necesidad de ella en la vida ordinaria de toda sociedad que se precie?

¿Acaso no se necesita disciplina en la familia, célula básica de la sociedad? Si damos por sabido que la buena “salud” de una sociedad proviene de la buena salud de las familias, seguro que coinciden con la apreciación de que la salud de las familias de hoy, por lo general no es buena. ¿Puede ser bueno que por ejemplo el divorcio cree graves problemas de convivencia en los hijos? Creo oír una respuesta unánime. Pero hay más: ¿puede ser buena la salud de una sociedad cuando en las familias cada cual hace lo que le pete, sin el debido respeto a los padres? Oigo respuesta clamorosa. Citada la palabra “respeto” aún recuerda nuestro joven precoz cómo “juró a Dios besando con unción la bandera, `obedecer y respetar´ siempre a vuestros jefes…”. Así pues, no creo disparatada la sustitución de “jefes por padres”. Héteme aquí entonces, que, además de lo que le es propio a la milicia como es fundamental la preparación del soldado para el combate por si la Patria lo necesitase, también lo es para las familias con el fundamental respeto a los padres. El que perdónenme que les diga, no me parece que hogaño pase por su mejor momento. ¿No les parece mis amigos y probables únicos lectores, que el respeto a los progenitores como el que, merecidamente se les tuvo antaño hoy, por lo general brilla por su ausencia?

Aún recuerda el joven cuando antaño en su período de adolescencia precoz “corría que se las pelaba” al oír, junto a Graciela, las fatídicas campanadas de las diez de la noche en el reloj de la Plaza Mayor vallisoletana. ¿Se podrá afirmar que hogaño y por lo general se respeta así el horario que los progenitores desean que se cumpla? No griten tanto, por favor, que la respuesta ha llegado con exceso evidente de decibelios. Pues eso mis amigos…etc…, se vive a diario en los centros castrenses ¡y ni les digo en las Academias! : Respeto y obediencia, válidos, e incluso imprescindibles en cualquiera de las familias y profesiones. Sí, podrán alegar algunos que durante su formación militar como soldados, oficiales o suboficiales, tuvieron la mala fortuna de tener mandos que no respondían a lo dicho. Aparte de que en todas las familias humanas hay algún garbanzo negro, los oficiales procedentes de la A.G.M. sí suelen impartir educación militar y ciudadana ejemplares.

Para terminar, aunque materia hay cantidad, tratamos de subordinación: por si lo referido anteriormente no fuera suficiente, añadiré la subordinación que, vivida antaño se echa de menos hogaño. Y puesto que de la milicia que vivió nuestro joven escribimos, bueno será informarles de cómo vivió y entendió esta nueva virtud imprescindible para militares, y más que válida para la juventud en general.
Se me podría alegar ¿y si el superior, padre, madre, oficial o jefe dejasen mucho que desear para estos menesteres, también habrá de cumplirse la subordinación con ellos? Les contestos que es con éstos con los que principalmente se adquiere esta virtud; que lo es para todos en grado sumo.

Sucede, mis amigos y probables únicos lectores que las virtudes o cualidades referidas, van todas encadenadas por un sutil hilo de oro con el que si se rompe la hebra por alguna lo padecen todas. Por si hiciera falta digo, que si no se obedece al superior, sea padre, madre, autoridad oficial, suboficial o jefe referidos éstos a la milicia, por poca preparación, falta de conocimientos, o inferiores éstos a los del subordinado, se resienten y se incumplen los anteriores. Paganos los educandos; ya sean ciudadanos, hijos o soldados.

En conclusión el que otrora fuera (¿) Rezongón y que no pretende aconsejar, dice nada más, y nada menos , que hogaño más que antaño son imprescindibles el respeto, la disciplina, obediencia y subordinación, que nada tienen que ver con la sumisión de la esclavitud. Como aún queda más materia propia de este período, continuará si Dios es servido.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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