Ya se armó el lío

Por Javier Pardo de Santayana

( Viñeta de Ricardo publicada en El Mundo el pasado día 22) (*)

Se veía venir. El ritmo de evolución de la economía y sobre todo de la comunicación, acelerada por la competencia comercial, tenía que producir antes o después un desbarajuste difícilmente controlable.

Ahora se trata de la utilización, sin contar con el consentimiento expreso de los ciudadanos, de los datos personales acumulados por la red social “Facebook”. Suman del orden de los 50 millones de perfiles. Y a uno no le extraña, no tanto que esto ocurra, como que hasta ahora no hubiera ocurrido, pues ya se intuía que los muchos datos personales del sistema servían para orientar la publicidad personal y colectiva. Trabajo éste que, aunque parezca mentira, es posible gracias a la capacidad inmensa de manejo que ofrecen los sistemas informáticos.

Puede decirse, en efecto, que prácticamente nada es ya imposible en este campo, en cuyo desarrollo ha entrado ya hace tiempo el concepto de la “inteligencia artificial”: una entelequia que a pesar de ser creada por el hombre parece pensar por cuenta propia gracias a que hemos sido capaces de materializarla en forma de circuitos electrónicos que responden a las consideraciones que guían nuestro pensamiento. Y lo hacen relevándonos en el esfuerzo diario de argumentarlas y con la ventaja añadida de actuar con total inmediatez y autonomía. Interesante novedad para la raza humana que se alcanzó hace tiempo – una simple instante si lo comparamos con la historia del hombre – y que permite a éste centrarse en otras cosas y singularmente en los procesos creativos, mientras deja que la tecnología desarrolle los procesos por su cuenta con escasa o nula intervención por nuestra parte.

Pero tantas respuestas automáticas marcan un ritmo trepidante al que se suma el del progreso tecnológico, avivado a su vez por la influyente competencia comercial. En efecto, el tremendo coste del progreso sólo puede ser sufragado apelando a nuevos adelantos que cada poco tiempo convierten en objetos de museo lo que aún era considerado novedoso. Y uno de los frutos indeseables del progreso es la dificultad casi insalvable que se nos presenta a la hora de intentar controlar algunos de sus efectos: algo parecido a lo que nos sucede con la facilidad que los sistemas informáticos ofrecen a los “perturbadores” de oficio y a quienes pretenden alcanzar con ellos objetivos espurios. Me refiero, como ustedes pueden comprender, a la vulnerabilidad que estos sistemas ofrecen al delincuente para cometer delitos de índole económica o política y a quienes buscan crear conflictos en el ámbito social.

La realidad es que hasta ahora esto se había dejado hacer y sólo se habían formulado algunas preocupaciones en cuanto a los aspectos comerciales. Así que a pocos extrañó que nuestros comentarios, declaraciones y perfiles vitales fueran aprovechados para orientar mensajes publicitarios, pues ésta nos parecía sencillamente una forma de pagar por unos simpáticos servicios que nos permitían relacionarnos con nuestros amigos y parientes. Y ciertamente de ahí surgieron realidades luminosas como la recuperación de viejos compañeros de bachillerato o la ocasión de afianzar y vitalizar algunos lazos familiares. Se trataba, sí, de hacer más o menos públicos algunos de nuestros datos esenciales y a veces incluso íntimos, como nuestro currículo vital y profesional o nuestros gustos y preferencias. Hasta plasmamos repetidamente los menús elegidos en los restaurantes. En esta línea siempre me llamó la atención que los señores que tenían la gentileza de proveernos de un espacio así con la mayor facilidad del mundo y sin que mediasen pagos evidentes hubieran acabado acumulando tantos millones en sus cuentas corrientes: ingenuo de mí, que, ignorante de las cuestiones económicas, llegué a creer que tanto dinero provenía sencillamente de la inserción de la publicidad en las pantallas de nuestros ordenadores personales.

Ahora ya sabemos que la firma y su creador – el casi imberbe representante de la imaginación norteamericana – encontraron su gallina de los huevos de oro en la simple posibilidad de utilizar nuestros datos personales para orientarlos sabia y oportunamente en beneficio propio. Y de ahí a orientar muestras voluntades en otros campos, como la política, en beneficio de determinados partidos, personajes o países, no hay más que un sencillo paso. Así que ahora parece haberse descubierto que alguien pudo haberlos utilizado incluso para desarrollar su “agit-prop” con vistas a hacer valer lo que ahora llamamos “posverdad”, o sea, un mentira bien urdida. China y Rusia, por poner un ejemplo, han decidido crear sus “facebooks” por separado y lo utilizan para influir no sólo en casa ajena, sino también en la opinión que tienen de las cosas sus propios ciudadanos.

O sea que al fin nos caímos del guindo y hemos empezado a preocuparnos por estos usos pecaminosos de lo que empezó como una posibilidad ocurrente para relacionarnos con un grupo reducido de amigos y familiares entre los que no veíamos mal el expresarnos con cierta confianza. Pero ahora, a estas alturas de la historia, evitarlo se nos antoja complicado, porque los recovecos existentes en un sistema de ámbito global y tan dinámico como éste de la comunicación por internet son poco menos que infinitos. Y porque si sus astutos creadores e impulsores son capaces de encontrar soluciones temporales para evitar cualquier exceso, también habrá quienes – de ello estoy seguro – serán capaces de tramar nuevos engaños. Además de que el ritmo de los cambios creativos acabará por superar cualquier fórmula estable.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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