Nadie se fía ya de nadie

Por Javier Pardo de Santayana

( Acuarela de Lola Catalá en lolacatalá.com) (*)

Hospital de la Moncloa: Pregunto el número de la habitación de un hermano mío que ha sido operado allí. Normal. Ya lo hecho muchas veces; tantas como ocasiones he tenido a lo largo de mis ochenta y cuatro – casi ochenta y cinco – años de visitar a enfermos conocidos. A menos, claro está, de que alguien me lo comunicara previamente.

La operadora me dice que eso no es posible; que no puede vulnerar “la intimidad” del susodicho enfermo. Utilizamos entonces el teléfono para conectar con él o con su hija, pero por alguna circunstancia no contestan. Entonces se me ocurre enseñar mi documento nacional de identidad donde, además de mi nombre y de otros datos, figuran mis dos primeros apellidos. Y la cosa funciona: evidentemente: sería una casualidad poco frecuente la coincidencia de ambos.

El hecho no tiene gran importancia si para mí no fuera totalmente nuevo. Porque a lo largo de mi extensa vida siempre me supusieron buena voluntad al pretender acompañar a otra persona. Al fin y al cabo, visitar a los enfermos es obra de misericordia tanto según Astete como según Ripalda. Y esto antes se daba por sabido por cualquiera que hubiera aprendido el catecismo.

Cierto es que, pese a dar la impresión de buena gente, un matrimonio de octogenario con septuagenaria puede haber incubado el odio hacia alguien de la familia – imaginemos que con motivo de una herencia – así que podría tratarse de un dúo insoportable dedicado a dar la vara a los parientes; cierto es que incluso podría haber llevado debajo del abrigo un cuchillo con la intención de clavárselo a alguien en cualquier descuido… Cualquier cosa es en realidad posible. Pero hasta este nuevo siglo nunca se habría negado dar la información a la que me refiero, quizá porque estos casos no son naturales ni corrientes, y en la duda parece razonable confiar en un prójimo aparentemente inocuo.

Pero veamos la actitud hacia su prójimo que tiene el español de nuestro tiempo. Y ojo, porque ahora se piensa que en la duda cualquier vecino es sospechoso mientras no nos demuestre lo contrario, tal como se deduce de esta anécdota expresiva como indicio de un cambio que nos preocupa vivamente. Porque el día anterior al que me he referido oí una frase significativa que me llegó a congelar hasta la sangre. La escena de la noticia era un aula infantil en la que se celebraba una clase dirigida a dar consejo a los pequeños para que no cayeran en manos de los desaprensivos. Pretendían los profesores hacer ver a los más jóvenes que deberán negarse a obedecer las demandas de cualquier desconocido, norma ésta habitualmente precautoria pero que debe haber evolucionado hacia un mayor detalle en nuestros días, por cuanto uno de los diminutos escolares llegó a decir con gesto de espanto ante las cámaras: “Yo no sabía – dijo, y en las venas se me estremeció la sangre – que hubiera tantos pederastas en España”.

En efecto, los educadores no le habían rebajado la dureza de la imagen puesto que el niño habló de “pederastas”, no de un señor malo o algo parecido, y además lo hizo en plural, cual si tratara de una raza de seres humanos existente; de una casta oculta y amenazadora. Se notaba que les habían hablado como si dijeran estas cosas a un adulto. Y me dio mucha pena, pues aún comprendiendo que les hablaran de una realidad sangrante y que intentaran ponerles sobre aviso para evitar males mayores, no pude dejar de suponer que aquel descubrimiento que hizo el niño aquel día concreto, a aquella hora precisa, le marcaría de por vida. No puedo dejar de imaginar a aquel enano pensando en la Humanidad como una especie de cloaca y que cualquiera puede ser un asesino de inocentes disfrazado de señor normal. Que desde la niñez ese pequeño habrá perdido así, de golpe, cualquier brizna de fe en el ser humano.

Para terminar añadiré a guisa de ejemplo que las noticias que nos llegan por todas las vías hablan estos mismos días de una suerte de “revolución social” que plantea una nueva relación entre los sexos. Una revolución generadora de tales sospechas hacia el hombre que amenaza con atenazarle socialmente en su relación con las mujeres. Así que empiecen ya a temblar los prestigiosos académicos, pues nos intentarán cambiar hasta el idioma.

La sensación actual es que hemos ido bastante más allá de lo que parece razonable en el camino hacia una mayor y más justa situación social y laboral del sexo femenino. Y que, si Dios no lo remedia, pronto los hombres estaremos jugándonos la dignidad ante los jueces sea cual sea aquello que podamos haber dicho o hecho.

Porque ya nadie se fía de nadie aquí en España, y el hombre será ya siempre el culpable.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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