Anatomía del silencio

Por Javier Pardo de Santayana

( En el Pushkin. Acuarela de Thomas W. Schaller en twschaller. blogspot.com) (*)

Rompo con mis letras esta página como el sonido de la voz rompe el silencio. Y pienso que éste es uno de los dones que, junto con el tiempo, recibe de Dios gratuitamente el ser humano. Que, así como un papel en blanco reúne todos los colores pero no es de ninguno en tanto que no brote la caligrafía o la explosión del dibujo o la pintura, así el silencio es un espacio limpio en que se insertan el caudal de la palabra, el trallazo del trueno, la melodía de la música, y hasta el lamento del viento entre las ramas.

También es el silencio un potencial generador de sensaciones, fuente de inspiración para el poeta y para el sabio; incluso un desafío para el niño, que empezará a llenarlo de vagidos y más tarde de sonidos balbucientes para luego, hecho ya un hombre, transformarlo en pensamientos y en imágenes que volarán como palomas mensajeras convertidas por nosotros en palabras.

Nada hay, en efecto, tan fiel y permanente como él cuando nos acompaña hasta el postrer segundo, cuando su abrazo nos funde con él definitivamente.

Pero además de permitirnos la palabra, el silencio es fundamento de la música; en realidad, su componente básico. Sin él ella ni tan siquiera existiría. Porque él es, en efecto, quien la hace real y la marca su ritmo y sus matices. Sin su contraste con la melodía ésta carecería de sentido; es, pues, un elemento sustancial para el disfrute. Como lo es también para la idea y la emoción, y, naturalmente para la poesía, a la que marca el ritmo. Sin olvidar la oración, que en el silencio encontrará su principal aliado, pues como la caracola que nos trae el murmullo del océano, el silencio permitirá que oigamos los sonidos del alma. Porque, ¿no dice a veces bastante más que las palabras? Recuerden que hasta encontramos silencios elocuentes.

En greguería el silencio será la voz del tiempo. Y su vitola de ausencia se esfumará cuando caigamos en la cuenta del potencial de influencia que acarrea. Una influencia que se manifiesta incluso en sus efectos terapéuticos, tan ostensibles que le harán ser recomendado por los médicos. Nosotros mismos lo buscaremos intuitivamente para sentirnos bien: he aquí la prueba de que no es sólo la negación de los sonidos, pues todos tenemos la experiencia de su capacidad para producir sensaciones tan concretas como la de añadir eficacia a la palabra o amplificar las emociones de la música como venimos sosteniendo. O simplemente crear un entorno favorable a los ensueños y a la profundidad del pensamiento. ¡Cuántas veces lo habremos buscado ansiosamente para favorecer la búsqueda de ideas!

Estoy seguro de que cualquier hombre sensible habrá notado muchas veces su presencia a la manera de un abrigo o de un abrazo; como algo casi puramente físico. Y que usted mismo, improbable lector mío, habrá gozado de él algún momento con sus cinco sentidos. Sí; estoy seguro de que lo habrá notado en su cerebro y en su piel, y se habrá dejado inundar por su presencia como si de una caricia se tratara. Hasta habrá dejado que corriera el tiempo para poder disfrutarlo plenamente.

Lo cual me conduce a preguntar qué diferencia hay entre los dos – el tiempo y el silencio – que avanzan juntos sin detenerse nunca. Porque el silencio está ahí siempre por mucho que lo borre el bullicio de las voces y los ruidos: esas manifestaciones de vida que lo esmaltan.

Ambos avanzan, en efecto, inexorablemente, siempre fieles a una realidad que nos supera. ¿No es el tiempo en sí puro silencio? ¿No siente el hombre, para seguir viviendo, la necesidad de respirarlo a la manera de lo que hace él mismo con el aire?

Es, pues, el silencio – esa aparente nada – una realidad intelectual y física, algo así como el papel pautado donde se inscribe el ritmo de la vida; un alfa y omega del que se parte siempre y al que, indefectiblemente, siempre se acaba retornando; que al fin y al cabo todo sonido comienza en él y en él acaba como fondo natural del escenario humano en el que se encuentra siempre en mayoría.

Pues como bien refleja la estadística, usted y yo podremos hablar mucho, incluso demasiado, mas permanecemos en silencio la mayor parte de nuestras propias vidas. Y no digamos luego.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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