Con la música a otra parte

Por Javier Pardo de Santayana

( Acuarela de Paco Roldán de felicitación de la Navidad 2017) (*)

No me canso de decir a ustedes que cada vez entiendo menos lo que ocurre, y eso que siempre saqué buena nota en mis estudios. Ahora, por ejemplo, me cuesta entender a quienes votan en OT, pues en el último programa salvaron a un muchacho cuya intervención estaba por enésima vez entre las dos peores, y sin embargo eliminaron a quien, según los miembros del jurado, había presentado la mejor actuación del día y una de las más relevantes del programa.

Pensarán ustedes que el beneficiado sería un muchacho de personalidad brillante y destacado por su simpatía o su atractivo. Y sin embargo resulta ser todo lo contrario: sin ánimo de ofenderle en absoluto, diré que se distingue porque no encaja bien con quienes ha de compartir el escenario y siempre permanece silencioso y triste. Para que usted entienda, seguro que él mismo coincidiría conmigo en que da perfectamente el tipo del “cenizo”. Así comprenderán ustedes por qué me resulta difícil de entender la incomprensible seducción que ejerce.

Claro – aquí les hago partícipes de otra sorpresa mía – que el procedimiento establecido para calificar a los actuantes resulta sumamente complicado, pues además de los “expertos” del jurado,vota el público en general desde sus casas. Y aún interviene el cuadro de los profesores, que han de salvar a uno, de la misma forma que lo hacen también los propios aspirantes. Así acaban produciéndose contradicciones como la citada.

Mas no es ésta la sola causa de mi asombro, porque tanto los miembros del jurado como los propios profesores insisten a sus jóvenes alumnos en que la condición para lograr el éxito consiste sobre todo en transmitir la fuerza del mensaje cuando, curiosamente, la inmensa mayoría de las interpretaciones corresponde a canciones en un idioma inglés que resulta escasamente ininteligible. Tan inteligible que yo mismo no llego a entenderlo y eso que he estudiado en Estados Unidos varios años y trabajado diariamente en ese idioma.

También constato que no sólo han casi desaparecido las canciones españolas sino también las clásicas francesas e italianas. Y aun las inglesas y norteamericanas se convertirán en frases musitadas en susurros, o chilladas hasta que se partan las laringes. Por otra parte, cuando uno esperaría percibir alguna inspiración o algún hallazgo, llegamos al final sin habernos topado en el camino con nada interesante. Eso sí, veremos con frecuencia que la canción termina bruscamente como sin encontrar salida; no como solía antes con el do de pecho o con algún otro remate interesante. Eso sí, me parece advertir que ya se empieza a moderar el manierismo de los gorgoritos, tan excesivamente en boga hasta hace poco.

Sí, verdaderamente mucho hemos cambiado, como se puede ver, los españoles. Si nos atenemos a lo visto, adiós a las canciones dulces o desgarradas; que ahora se trata de montar el espectáculo. El aspirante a cantor tendrá que ser un verdadero “showman”, así que deberá ser capaz de moverse y de cantar al mismo tiempo por muy frenético que nos parezca el ritmo. No serán las palabras bien dichas ni las emociones musicales las que conmoverán al respetable público, y dará bastante igual lo que se diga.

Lo que sí, en cambio, me parece admirable aunque poca gente llegue a comentarlo, es la perfección técnica de los montajes, ya que no es fácil hacer fluir el desarrollo del concurso intercalando actuaciones en vivo de los concursantes con secuencias de los miembros del jurado y de los profesores de la escuela, o con la entrada y salida de parientes, la intercalación de vídeos y la inclusión de los “cameos” de artistas consagrados. Todo sin cometer un solo fallo.

Habría que imaginar la carga de trabajo de aprendizaje, de ensayos y de pruebas, de selección de cánticos y bailes, de movimiento de conjuntos y de músicos o de convocatorias y contratos hasta componer una producción en la que incluso surgen imprevistos, y así admirar el resultado conseguido. Pero, como se sabe, tampoco de esto debo entender nada, porque los jóvenes de hoy dan todo por supuesto: sólo la perfección será admitida.

Y sin embargo no parecerá importante eliminar de las conversaciones algunas expresiones soeces escuchadas de boca de sus ídolos por los cientos de miles de muchachos y muchachas que siguen el programa. Me refiero a palabrotas que incluso suenan a blasfemia. Creo que no estaría mal que se educara también en estas cosas, pero me temo que los educadores no tienen interés en esmerarse en ello quizá porque sean los primeros en utilizarlas.

PS: Hace ya unos cuantos años, desenganchado del programa tras haber seguido las dos primeras ediciones, conecté un día de nuevo justo en el momento en el que el presentador – ya no recuerdo ni con qué motivo – se refería a los sacerdotes como “cuervos”. Y, la verdad, poco me habría importado oír tal exabrupto si quienes lo escucharon hubieran abandonado de golpe sus asientos para dejarle literalmente solo. Mas, lamentablemente, nadie osó moverse.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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