Negándose a sí mismos

Por Javier Pardo de Santayana

( La Antigua, Valladolid. Plumilla de Fredesvinto Ortiz, de felicitación de las Navidades) (*)

Con esta sociedad nuestra, que como avanzada debiera estar bien informada, ya no es acorde una visión estrecha. O mejor, no debiera ser posible, puesto que la realidad es que cada vez entiende menos lo que ocurre. Se diría que cuanto más sabemos de pequeñas cosas menos sabemos del conjunto, o sea que perdemos perspectiva.

De esto se inferirán muchos derechos pero muy pocos deberes. Por ejemplo, vemos como desaparece la tradición como deber moral e incluso como sustancia intelectual pese a que casi nada de lo que tenemos procede de nosotros mismos, ya que es legado de nuestra cultura. Vivimos, sí, de lo que otros hicieron y pensaron: de la inteligencia, del trabajo y del tesón de nuestros padres y nuestros abuelos. Y así de generación en generación hasta perdernos en el tiempo. Si ahora podemos relacionarnos con cualquier persona de cualquier parte del mundo es porque antecesores nuestros se propusieron avanzar en el camino aunque así corrieran riesgos, como viajar por el espacio o conocer las hieles del fracaso. Si en este siglo XXI disponemos de un medicamento para cada enfermedad posible es porque nuestros predecesores – y no nosotros mismos – se esforzaron en buscarlo y fueron capaces de montar un sistema complejísimo de atención sanitaria combinado con otro de investigación, fabricación, distribución, y aún enseñanza, que asegurase tan espectacular evolución a lo largo de generaciones. Esto tan sólo por poner un ejemplo significativo.

Se trata de un patrimonio al que solemos llamar “Patria” – patrimonio al fin y al cabo – que reúne el territorio en que vivimos – el país – y su cultura, que comprende religión y estilo de vida, la lengua, el arte, las costumbres y tantas y tantas otras cosas que conforman nuestra circunstancia. Lo cual demuestra que quienes vivieron antes que nosotros se esforzaron por progresar en las diferentes facetas de la vida.

Pero desde hace unos años, curiosamente, la nueva generación, si bien afortunadamente no toda ella, desea vivir “su turno” sin contar con eso, o más bien actuando contra eso. Quizá no se dé cuenta de la imposibilidad de partir totalmente de cero, o sea de la nada. Y es que nadie puede quitarse de encima sus genes y su historia; nadie puede renunciar a ser él mismo. Por eso quienes despotrican de lo que les legaron sus mayores e intentan hacer algo que les suene a nuevo, acaban buscando inspiración entre los trastos viejos de su casa.

No es extraño, por tanto, que los nuevos bárbaros acaben haciendo el ridículo: niegan a sus abuelos y sus padres y luego no hagan sino repetir lo que de destructivo hicieron éstos. Creen ser actores de algo novedoso y a lo que en realidad se atreven es a aprovechar lo que es más rancio y doloroso de su propia historia. A veces sus apellidos les delatan, como ocurre con esos “rufianes” que pretenden imitar las malas artes de sus antecesores y creen estar en línea con quienes en su día se dedicaron a quemar los templos y conventos (recuerden aquello de “la mejor iglesia es la que arde”, lema patrocinado por algunos de nuestros actuales “gobernantes”).

Hasta tal punto abjuran de su condición de miembros de una sociedad que se forjó a sí misma, que acaban por ser una caricatura de sí mismos. Con la añadida torpeza de revestirse de odio hacia lo que simplemente desean ignorar. Lo vemos diariamente en las noticias cuando estos elementos entre indignados y nihilistas sufren erisipela ante la simple exhibición de un símbolo que en realidad les representa a ellos tanto como a sus adversarios.

Mal estamos cuando para un sector de nuestros compatriotas romper con la cultura propia es la gran novedad y lo avanzado. Hace unos días un “ideólogo” de estos bárbaros de pacotilla, tras insultar a un caballero por usar unos tirantes rojo y gualda propinó a éste un tremendo golpe en la cabeza. El resultado fue de muerte. Claro que antes el mismo vándalo había dejado tetrapléjico a pedradas a un policía urbano, motivo por el que permaneció en el trullo unos escasos años – tan sólo dos de cinco – que por lo que se ve sirvieron de bien poco.

Esta es la tónica de la generación de indeseables que hoy enturbia la política española. Porque conviene recordar que el presidente de uno de los partidos más votados se solidarizó en su día con la familia de este animal hoy ya reincidente. Como lo había ya hecho antes con un mequetrefe al que pillaron con una bolsa repleta de explosivos y metralla, que hasta montaron manifestaciones en su apoyo. Y con aquel que acostumbraba a asaltar supermercados y vapuleó a un edil que reprochaba su comportamiento.

Pero, puesto que me he referido al asesinato de un ciudadano sólo por la razón de usar unos tirantes con los colores de nuestra bandera, les contaré – supongo que ustedes ya habrán oído hablar del caso – que mientras suceden estas cosas nos enteramos de que los jueces están interrogando a quien en connivencia con la dirección del club de fútbol Barcelona (¿qué pensarán a este respecto el divino argentino y el ínclito señor Iniesta, de Albacete?) organizó un tinglado de reparto de pitos y banderas para silbar a la enseña de la Patria y a su Majestad el Rey de España, silbando así también a tantos y tantos españoles que a todo lo largo de la Historia perderían su vida defendiéndonos .

Claro que, pobre animalito, con ese gesto se silbó a sí mismo como lo hicieron sus estúpidos acólitos.

PS: Y vuelvo a lo de siempre: a preguntarme por qué antes no sucedían estas cosas y ahora sí.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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