Un cambio radical de panorama

Por Javier Pardo de Santayana

( Viñeta de Sansón en El Norte de Castilla, el pasado día 9) (*)

Intento encontrar tema para el blog y advierto que se me acumulan sensaciones que quizás merezcan comentario. Para empezar señalaré cómo en mi circunstancia advierto una creciente sensación de confusión absurda. En varias ocasiones me he referido a la complejidad de nuestro entorno físico y mental como el más presente signo de los tiempos, y esto pudiera ser la causa principal de tal fenómeno: la incapacidad del hombre para ordenar sus pensamientos en un ambiente de constante cambio y la natural dificultad para gestionar la atosigante acumulación informativa, lo cual nos habría complicado la existencia hasta el extremo de sentir cada vez más la incómoda sensación de la impotencia.

Mas la cosa no pasaría de ahí si no fuera porque, en el terreno de las realidades que pudiéramos llamar históricas, y como consecuencia de las citadas circunstancias, se ha producido en poco tiempo un lamentable cambio en el paisaje. Describamos el antes y el después para entenderlo, ya que, cuando creíamos haber alcanzado aquel final de siglo con los deberes hechos, todo ha comenzado a irse al garete.

Recordemos cuál era nuestro estado de ánimo cuando tomamos las uvas de aquella significativa nochevieja con que cerramos el 99: tras de haber vivido en los últimos cien años dos guerras mundiales y una fría con el enfrentamiento entre dos bloques ideológicos y haber dejado atrás un escalofriante catálogo de sufrimientos y de muertes, la Humanidad parecía haber encontrado, junto con una decidida voluntad de paz, aquellos conceptos esenciales y aquellos mecanismos internacionales que facilitarían el mantenimiento de ésta. No era de extrañar, por tanto, que reinase un sentimiento general de euforia o, si ustedes prefieren, una esperanza razonable como fruto feliz de una experiencia amarga: un “nunca más” y la tranquilidad de partir de una situación de cierto orden y con visos de haber acumulado algunas lecciones importantes.

Pero si ahora – pasados sólo diecisiete años – nos preguntarnos dónde quedan aquellas ilusiones que en su día nos parecieron bien fundadas, la impresión será que la neblina del olvido cegó las mentes de la generación siguiente, mientras que quienes vivieron el pasado se refugian en lo que aún queda del mundo inteligible. Aquí, en España, tenemos un perfecto ejemplo: en una Cataluña que en su día acogió la Constitución con entusiasmo, aproximadamente la mitad de sus actuales habitantes está dispuesta a ignorar las leyes españolas.

Y empezamos a vivir el nuevo siglo con un mundo ya no partido en dos como soliera, sino globalizado e intercomunicado. Un mundo dotado de algunas instituciones clave que marcaban los jalones de un progreso que demandaba la ampliación de nuestras perspectivas. Parecíamos, pues, haber superado los peligros y estar en buen camino hacia un futuro más racional que el que dejábamos atrás. Pero lejos de asegurar lo conseguido y seguir construyendo sobre lo ya alcanzado con un sentido de continuidad basado en la experiencia, nos empeñarnos – o al menos eso parece – en echar ahora por tierra cuanto antes conseguimos con esfuerzo. Y lo hacemos traicionando incluso los signos de los tiempos. Así, mientras el ser humano alcanza en el espacio objetivos más y más lejanos y la ciencia abre nuevos caminos que mejoran nuestras vidas de mil maneras diferentes, lejos de ser capaces de mejor entendernos para alcanzar el desideratum de la Paz en nuestro siglo, abandonamos la senda del progreso y nos involucramos en un retorno a los antiguos vicios.

Así vemos malgastar el tiempo aún disponible para poder ponerse en condiciones de afrontar los futuros retos previsibles, y una involución hacia el pasado con actitudes revolucionarias desacreditadas por la Historia. De un ambiente de respeto mutuo en nuestras instituciones nacionales e internacionales pasamos al imperio de la expresión del odio como forma “normal” de convivencia; hecho en el que influye poderosamente una educación que acepta o prima maneras que debieran rechazarse mientras omite principios religiosos que sugerían perdón y amor fraterno. Adiós, por tanto, a los esfuerzos por mejorar el mundo, a quienes antes propugnaban la unión y el entendimiento; a quienes promovieron instituciones nacionales e internacionales diseñadas para el acuerdo y el encuentro.

Lo que antes era considerado propio y conveniente para todos se convertirá ahora en algo que uno deseará para sí mismo y que procurará sustraer del adversario cuando no enemigo; poco importará si se destruye un bien común aunque esto vaya contra los signos de los tiempos. ¿Qué importa ya el futuro de la Humanidad, esa entelequia?

Y tendremos que intentar seguir hacia adelante a garrotazos, como siempre. No veremos como inaceptable para un ciudadano del siglo XXI la parcelación de una Europa que nació impulsada por la esperanza compartida. Y aceptaremos como un suceso propio de los tiempos que la potencia que en su día aunara los esfuerzos de Occidente y fuera garantía última a la hora de “desfacer entuertos”, opte ahora por descolgarse de cualquier aventura solidaria y mire cada vez más hacia lo suyo.

Y no nos extrañará siquiera ver como se reconstruye poco a poco el viejo enfrentamiento de la Guerra Fría cuando ésta parecía superada y cómo se trazan o refuerzan otra vez viejas fronteras o se traman nuevos “frentes populares”. O cómo se persigue de nuevo a los cristianos. Nos dirán, claro está, que no en vano hubo una crisis económica que puso en tela de juicio las demostradas bondades del sistema, y que todavía quedan injusticias, y que gran parte del caos es atribuible al desconcierto causado por el terrorismo, y tantas y tantas otras razones diferentes.

Mas seguirá quedando sin respuesta la pregunta de por qué sociedades no sólo razonablemente estructuradas sino que alcanzaron altísimas cotas de progreso gracias a una organización bien conocida, en vez de mirar hacia un futuro razonable se permiten jugar a la ruleta rusa para, renunciando a los objetivos que se habían propuesto a largo plazo, crear la confusión y suicidarse.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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