Pintura barroca vallisoletana

Por José María Arévalo

( Sagrada Familia. Óleo de Diego Valentin Diaz) (*)

Los profesores Jesús Urrea y Enrique Valdivieso han sacado a la luz este año la importante pintura barroca vallisoletana que también tuvo en Valladolid su propia escuela pictórica durante el barroco, y que ha quedado eclipsada en buena parte por la escultura de aquella época con aquellas grandes figuras de Gregorio Fernández y Juan de Juni, y a nivel nacional los Velázquez, Murillo y José de Ribera. En el libro “Pintura barroca vallisoletana”, que han editado las universidades de Valladolid y de Sevilla, presentan a dicha escuela con los autores más destacados y obras más significativas.

Jesús Urrea, catedrático del departamento de Historia del Arte de la Universidad de Valladolid, en su presentación en la Feria del Libro, expresó que la vallisoletana fue «una escuela muy meritoria» en los siglos XVII y XVIII, «igual que existe la madrileña, valenciana, sevillana y la de Zaragoza», con una serie de pintores que compartieron un estilo de identidad «reconocibles». Por su parte Enrique Valdivieso catedrático de Historia del Arte de la Universidad de Sevilla, resaltó entre las obras más destacadas de la pintura barroca vallisoletana, las de Valentín Díaz o Gil de Mena, «por citar dos ejemplos». Asimismo, expresó su deseo de que ‘Pintura barroca vallisoletana’ se convierta en «una aportación cultural importante para que los ciudadanos tengan idea de cómo fueron en el pasado y como se expresaron a través del arte», aseguró.

En la crónica de la presentación del libro recogía El Norte de Castilla que Valdivieso se remontó a la época en la que concluyó sus estudios y se puso en manos del profesor Martín González para que dirigiera su tesis doctoral. «Abrió un cajón, y me dijo ‘aquí tienes toda la pintura vallisoletana fotografiada, a por ella’. Y eso hice», recordó. Luego esa obra fue tomando mayor dimensión al formar pareja científica con Urrea, que durante décadas han continuado su labor de investigación hasta que el año pasado decidieron publicarlo. Vamos a resumir la trayectoria de estos dos principales pintores del barroco vallisoletano, Diego Valentín Díaz y su discípulo Felipe Gil de Mena.

Diego Valentín Díaz (1586 – 1660) fue un manierista rezagado, con una producción abundante pero escasamente evolucionada a pesar de su larga vida. Hombre culto y bien relacionado con los medios eclesiásticos, llegó a ser el pintor más prestigiado de Valladolid, donde nació, alcanzando su fama a Francisco Pacheco, con quien mantuvo correspondencia, y al propio Velázquez, que lo visitó en su casa de Valladolid poco antes de su muerte.

( Presentación de Jesús en el templo. Óleo de Diego Valentín Díaz.) (*)

Fue hijo de Pedro Díaz Minaya (fallecido en 1624), pintor en la actualidad apenas conocido pero que gozó de cierta reputación. Sus primeras obras conservadas, el retablo del convento de Santa Catalina de Valladolid (1608), y los cuadros del Martirio de San Sebastián y las Lágrimas de San Pedro del Hospital de la Encarnación de Zamora (1610), dejan ver la formación manierista adquirida en el taller paterno y continuada en el taller familiar, al que también pertenecieron sus hermanos, Francisco Díaz y Marcelo Martínez Díaz. Destacan también sus pinturas del retablo de la capilla del Cristo de la Luz en la iglesia de San Benito, y el retablo fingido que pintó para la iglesia del Colegio de Niñas Huérfanas, con una Sagrada Familia firmada en 1621, que ocupaba el centro del retablo (actualmente en el Museo Nacional de Escultura), copiada de una estampa de Rubens, y dos pequeños cuadros apaisados de la predela, con San Pedro penitente y la Magdalena.

Enviudó de su primera esposa, Ana de la Serna, en 1617, contrayendo nuevo matrimonio un año más tarde con Jacinta Gallego. Posteriormente casó con María de la Calzada. De sus dos primeros matrimonios tuvo dos hijas monjas profesas en San Salvador del Moral (Palencia). Hombre piadoso, familiar del Santo Oficio y relacionado con algunos de los sucesivos obispos vallisoletanos, a los que retrató, a partir de 1647 desempeñó el patronato del Colegio de Niñas Huérfanas de Valladolid. Ocupado también en labores de dorado de retablos y policromado de esculturas, y reclamado desde Burgos a Santiago de Compostela, su producción en estos años centrales fue muy abundante y para ella contó con discípulos y ayudantes, el mejor conocido de ellos Felipe Gil de Mena, el otro gran representante de la pintura barroca vallisoletana, que veremos a continuación.

En 1641 hizo entrega de tres lienzos para el retablo mayor de la iglesia del monasterio benedictino de Santa María de la Corte en Oviedo, el central, de grandes dimensiones (514 x 292 cm), representando el Martirio de San Vicente y los laterales con San Benito y Santa Escolástica. Para el abad del monasterio, en carta al pintor fechada en 23 de marzo de 1641 acusando recibo de su llegada, eran «lo mejor que vi en mi vida». Pero siendo, probablemente, sus obras de mayor empeño, anteriormente atribuidas a fray Juan Ricci, permiten comprobar también las limitaciones del pintor, como ha señalado Alfonso E. Pérez Sánchez, quien encuentra en ellas reminiscencias de lo escurialense notablemente arcaicas ya en la fecha en que se pintaron.

( Retablo de Sta Catalina, Valladolid. Óleos de Diego Valentin Diaz. Foto Alberto Totxo ) (*)

Diego Valentín Díaz falleció en Valladolid el 1 de diciembre de 1660. En su testamento dejaba todos sus bienes al Colegio de Niñas Huérfanas, comprendiendo entre ellos doscientas sesenta pinturas, alguna inacabada y no todas de su mano, pues entre ellas se cita un retrato que le hizo Juan Carreño de Miranda. Las pinturas devotas eran, por descontado, las más abundantes, pero no escaseaban los floreros (de los que alguna muestra de su mano se conserva en la catedral de Valladolid), bodegones, paisajes y cabezas –«de ombre», «de viejo», «de la barbuda»-, que en algún caso serían estudios tomados del natural. Además figuraban entre ellas también dos pinturas de género mitológico, una que representaba a Ganimedes, «moço con un águila pintado en papel», y la otra un «lienço de benus y cupido y adonis».

Pintor erudito, corresponsal de Francisco Pacheco, a quien proporcionó los retratos de Alonso Berruguete, Felipe de Liaño y Gregorio Martínez para que le sirviesen de modelos para su Libro de retratos, él mismo preparaba un libro sobre cuestiones iconográficas que le preocupaban. El inventario de los bienes dejados a su muerte permite conocer también su rica y variada biblioteca, formada por más de quinientos volúmenes, incluyendo ciento cincuenta de dibujos y estampas encuadernados algunos en pergamino, entre los que había uno de «estampas de fábulas» y otro «de las transformaciones de Ovidio en romance con estampas», junto con los consabidos repertorios de Durero, Miguel Ángel o Tempesta y la Anatomía de Valverde de Hamusco, adecuado complemento a los estudios del natural practicados en la Academia con modelo vivo que él mismo mantuvo durante algún tiempo.

( Sta Bárbara, Igl. San Isidoro, Oviedo. Óleo de Diego Valentin Diaz) (*)

Como ya apuntó Isidoro Bosarte en 1804 –recoge Domuspucelae-, inexplicablemente su biografía no fue recogida por el pintor y tratadista cordobés Antonio Palomino (1655-1726) en su obra «Museo Pictórico y Escala Óptica», tratado de tres volúmenes, publicados entre 1715 y 1724, que son una fuente principal para la historia de la pintura barroca española. Curiosamente esta recopilación, que llegaría a ser traducida al inglés, francés y alemán, sí recoge una pequeña biografía del palentino Felipe Gil de Mena, discípulo y seguidor de Diego Valentín Díaz, de méritos sensiblemente inferiores, pero no del maestro vallisoletano, hecho que ha contribuido al desconocimiento y valoración artística de su importante obra, que ha permanecido sumida en un injusto anonimato hasta que fuera rehabilitada primero por Antonio Ponz en 1788 en su «Viage de España», después por José Martí y Monsó en sus «Estudios Histórico-Artísticos relativos a Valladolid» (1898-1901), y finalmente por los estudios de Enrique Valdivieso González en «La pintura en Valladolid en el siglo XVII» (1971), y de Jesús Urrea en «La pintura en Valladolid en el siglo XVII» (1982), que también se ocupó de la publicación, junto a José Carlos Brasas Egido, del «Epistolario del pintor Diego Valentín Díaz» (BSAA, 1980) y de una exposición monográfica sobre el pintor en abril de 1986.

Algunos autores han atribuido a Diego Valentín Díaz, posiblemente apoyándose en sus relaciones personales, el Retrato de Gregorio Fernández que conserva el Museo Nacional Colegio de San Gregorio (ilustración 9), procedente del convento del Carmen Calzado, donde originariamente fue colocado sobre la sepultura del escultor.

Diego Valentín Díaz – concluye Domuspucelae en resumen de J. M. Travieso- pasaría a la historia como un excelente pintor cuya obra quedaría ensombrecida por las prodigiosas creaciones realizadas en su tiempo por la genial paleta de pintores como Pacheco, Zurbarán, Velázquez, Alonso Cano, Murillo o Valdés Leal, pero en Valladolid quedó la impronta de un pintor que marcó por mucho tiempo las directrices del arte, un culto caballero que practicaba la ortodoxia católica y favoreció a la ciudad a través de la institución benéfica por él fundada, cúmulo de circunstancias por las que en vida fue estimado y reverenciado por los vallisoletanos.

( La Verónica. Óleo de Felipe Gil de Mena.) (*)

En cuanto a Felipe Gil de Mena (1603- 1673), nació en Antigüedad (Palencia), y de él Antonio Palomino, que podría haber visto algún bodegón de su mano, afirma que se formó como pintor en Madrid, en el taller de Juan van der Hamen, pero consta que su formación tuvo lugar en Valladolid con Diego Valentín Díaz, a cuyo taller seguía vinculado en 1626 cuando trabajaba para él en calidad de oficial asalariado. La relación con su maestro no debió de interrumpirse nunca, sabiéndose que a la muerte de éste (1660) compró su casa en la calle de San Lorenzo, con todos sus instrumentos y útiles para la pintura, de donde procedía el «estudio tan célebre», al decir de Palomino, de «papeles, borroncillos, modelos, y otras cosas del arte, que por su muerte se apreció en tres mil ducados». En 1640 casó con Ana de Muga, con quien tuvo dos hijos, Felipe y Manuel, que continuaron con suma modestia el oficio paterno.

Las buenas relaciones que Diego Valentín Díaz tenía con los medios eclesiásticos debieron de facilitarle la contratación de numerosos trabajos, tanto de pintura como de dorado de retablos, para conventos e iglesias de Valladolid y su entorno. Así trabajó, entre otros, para los conventos franciscanos de Valladolid (1644), para el que realizó ocho pinturas de la Vida de san Francisco destinadas al claustro, Medina de Rioseco y Segovia, donde según Palomino también eran suyas las pinturas que se encontraban en el claustro. Finalmente, y procedentes de una donación de la Casa de Alburquerque, en el claustro del monasterio de San Francisco de Cuéllar se localizaba una colección de obras suyas dedicadas al fundador de la Orden. Del mismo modo trabajó para los carmelitas de Medina del Campo y Medina de Rioseco, donde son suyos los lienzos del altar mayor. Entre 1657 y 1658 realizó las pinturas de los retablos mayores de las iglesias de Santa María y San Antolín en Tordesillas, y puede ser suyo el retablo de San Millán en la parroquial de Baltanás (Palencia). De otro género son el Auto de Fe de 1623, pintado para el Consejo de la Suprema, del que Palomino dice que quedó una copia en el tribunal de la Inquisición de Valladolid, donde aún lo vio Isidoro Bosarte, y las Vistas de la Plaza Mayor de Valladolid y de la calle de Platerías, engalanadas con ocasión de las fiestas celebradas por la Cofradía de la Vera Cruz en 1656.

( Plaza Mayor. 4º día de fiesta. Cofradía de la Vera Cruz. 1656. Óleo de Felipe Gil de Mena. Col. Ayuntº Valladolid) (*)

Gil de Mena, según Bosarte, dibujaba mejor que pintaba y, añadía, por esa debilidad en el manejo del color, de sus grandes composiciones únicamente llamaban la atención los detalles pequeños. La supuesta formación al lado de Van der Hamen se manifestaría precisamente en esos elementos de naturaleza muerta «pintados con extraordinaria habilidad», según Pérez Sánchez, destacando dentro de sus composiciones religiosas, por lo demás notablemente arcaicas. Buen ejemplo de ese modo de hacer, y quizá su obra más destacada, es el San Francisco de Asís con Santo Domingo de Guzmán en el refectorio, procedente del convento franciscano de Medina de Rioseco y conservado actualmente en el Museo Nacional Colegio de San Gregorio (Valladolid). Pintado con una gama de colores fríos y unos tipos angélicos femeninos característicos del pintor, lo que en él atrae poderosamente la atención es precisamente la mesa cubierta con un mantel blanco, donde los pliegues del planchado y los objetos sobre ella han sido tratados con la visión minuciosa y detallista propia de un bodegonista.

( San Francisco de Asís y Santo Domingo en el refectorio. Óleo sobre lienzo de Felipe Gil de Mena, en el Museo Nacional Colegio de San Gregorio. 248 x 368) (*)

En el panorama pictórico del Valladolid del siglo XVII la figura de Felipe Gil de Mena (1600-1673) tiene una presencia destacada, hasta el punto de convertirse en uno de los artistas más brillantes de su entorno, con un abultado catálogo, fácilmente identificable y de una notable calidad. Discípulo de Diego Valentín Díaz, a quien se puede considerar como el gran pintor de la centuria en la ciudad, Gil de Mena se convierte en uno de los abastecedores de pintura de temática religiosa que disfrutaron de más predicamento en un amplio radio geográfico, que tenía a Valladolid como centro imprescindible y referencial.

La deuda con la tradición pictórica de raigambre manierista, heredada de su maestro, unida al uso recurrente de la estampa como fuente certera de inspiración, forman parte necesaria del bagaje que le acompañó y que terminó por formar su personalidad artística. A ello se une el gusto por unas composiciones ampulosas, con soluciones escenográficas y rompimientos de gloria que encajan a la perfección con los modelos requeridos por las necesidades religiosas del tiempo en que le tocó vivir.

En el Museo Nacional de Escultura se conservan, procedentes del acervo inicial de la colección, un buen número de cuadros de su autoría, que tuvieron su origen en los conventos desamortizados de Valladolid, y que han permitido profundizar en el estudio de sus valores estéticos, ayudando a considerar con más argumentos su figura en el ambiente local del siglo XVII.

(Cuadro de ánimas con calvario y santos óleos, de Felipe Gil de Mena ) (*)

La Iglesia de San Miguel recuperó en 2014 un retablo-mural de Gil de Mena que integra uno de los muros de la sacristía y combina la pintura sobre mural, sobre lienzo y la escultura de madera policromada. Se trata de un conjunto pictórico herencia de la Compañía de Jesús que ocupa un frontal de la sacristía. Casi todo el mural está pintado en la pared con una perspectiva ilusionista simulando que es un retablo real de madera y de mármoles que construyen hornacinas, arcos, columnas. El tabernáculo central es la única parte pintada sobre lienzo y madera donde está representada la Inmaculada Concepción. En la parte superior la pared se rasga para abrir una ventana, un hueco sobre el cual se sitúa una escultura de madera policromada de San Miguel, patrono del templo. A este retablo se le denomina como “la puerta del cielo”, donde se muestra a la Virgen, que preside el retablo en el templete central con dos ángeles que simulan que descorren un velo a la imagen mariana y, a los lados, varios nichos con vistosos adornos florales presentados a la Virgen. El trampantojo destaca también porque María está acompañada de sus padres, San Joaquín y Santa Ana, en sendas hornacinas laterales. Asimismo, el Padre está presente en el centro del tabernáculo. En cuanto a la imagen de la Virgen, está representada según la iconografía del libro del Apocalipsis, es decir, mirando al cielo, manos en posición de oración y la luna como pedestal.

Muy oportuno, pues, este libro de Jesús Urrea y Enrique Valdivieso, que nos da a conocer en detalle la historia e importancia de la escuela barroca vallisoletana de pintura, un tanto eclipsada por la extraordinaria de escultura, pero valiosa también.


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Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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