Por Javier Pardo de Santayana

( Acuarela de Slawa Prischedko) (*)

Leo en el periódico un reportaje sobre el acoso femenino, y en él aparece el piropo como muestra de un “micromachismo” que será necesario extirpar definitivamente. ”No queremos piropos, sino respeto”. Oye, pues suena bien, yo diría que perfecto, pero a mí me parece que se pasan catalogándolo como expresión del predominio masculino. Vamos a ver: en principio es una muestra de admiración por la belleza, y eso no parece ser tan malo. sino más bien todo lo contrario. Y para mí oír hablar del piropo es imaginarme a Toni Leblanc diciendo con su gracia madrileña aquello de “eso es andar y lo demás destrozar el pavimento” o cualquier otra cosa parecida. Claro que ahora, desde que nos olvidamos del pecado, todo nos da miedo, y si alguien suelta un piropo, en vez de evocar al recordado actor imaginamos a un violador múltiple intentando hacerse con su presa.

Mas si hay un tiempo en el que se mostrara a todas horas la perfección y el atractivo sexual del cuerpo femenino éste es precisamente el que vivimos, cuando revistas, videos y películas – y no digamos anuncios de cualquier producto comercial – se recrean en exhibirla cada día poniendo en mal lugar, por fuerza de una comparación inevitable, al 95 por ciento de la población del mal llamado sexo débil. Por otra parte, la mujer, como tradicionalmente ha sucedido, se esfuerza por convertirse en objetivo del requiebro aunque éste no se explicite como otrora, de tal modo que acentúa como nunca sus encantos, mientras – aunque sea forzando la situación abiertamente – el feminismo hace bandera de que hombres y mujeres somos iguales en todos los aspectos; así que cualquier comentario, aunque sea inocente, tenderá a ser interpretado como muestra de una funesta incorrección política. Y quien lo exprese correrá el peligro de la exclusión social o del degüello.

Cierto es que mientras existió el piropo sólo lo practicábamos los hombres. Bueno, lo de “practicábamos” es falso, puesto que a mí ni se me ocurría hacerlo. Pero de entrada hay que considerar no sólo que se trataba de otros tiempos sino que si existiera ahora lo utilizarían también probablemente las mujeres. Estoy convencido de que dado el estilo de la relación actual entre los sexos, cuando hay tanto achuchón y tanto roce y a las primeras de cambio chicos y chicas se meten en la cama tal como se ve en casi todas las películas – en el, ambiente, por ejemplo, del mundo de la noche – más de una se atrevería a endilgarnos un “¡Macizo!”, un “¡Tío bueno!”, o cualquier otra exclamación por el estilo. ¿No se atreve ahora hasta la prensa a alabar el trasero de fulano o de mengano, y afirmar, así, sobre la marcha, que zutanito es “el hombre más deseado del planeta”? Y es que se hila muy fino en cosas nimias y demasiado grueso en otras importantes, y así no hay ya quien entienda el trato que procede dar a la sensible relación entre uno y otro sexo. Eso que en este caso ni tan siquiera considero las mil y una variantes diferentes que se han sacado de la manga nuestros actuales “influencers”.

Quizá llegado a este punto mi improbable lector piense que estoy hablando de cosas que dada mi avanzada edad ya no me atañen, y que sería mejor que me ocupara de otros asuntos más propios de mis años. Pues bien, para que usted se entere, le revelaré una experiencia personal que demuestra abiertamente que el piropo existe todavía y que la mujer de hoy también se atreve. Además de que la edad tampoco importa.

Era hace de esto tan sólo cuatro o cinco años, o sea andando ya cercano a los ochenta, cuando, yendo con mi mujer al pueblo, se nos ocurrió entrar en el antiguo silo cuyas dependencias estaban aquellos días dedicadas a albergar un mercadillo navideño regentado por una asociación caritativa de señoras que harían uso de las ganancias obtenidas para atender a los necesitados. Atendían el lugar un par de damas a las que acompañaba, sentada en una silla, otra de más edad que bien pudiera ser la madre de una de ellas. “La habrán traído – dije yo – para que pase la tarde entretenida”.

El caso es que después de elegir un par de cosas y pagarlas salíamos ya del recinto para seguir nuestro paseo, cuando observé que la abuela me miraba de forma fija e insistente como queriéndome decir alguna cosa. Así que, desconcertado, me acerqué prudentemente a ella para indagar lo que quería. “¡Que está usté muy bien, coño!” me contestó la anciana. Así que la besé la mano, agradecido.

Para que ustedes vean cómo está la cosa.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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