¿Olvidamos o no olvidamos?

Por Javier Pardo de Santayana

( El presidente Kennedy con su esposa, Jacqueline, y el gobernador de Texas John Connally en la limusina presidencial, minutos antes del asesinato del presidente. Foto en Wikipedia) (*)

La supresión de las limitaciones existentes a la hora de revelar las circunstancias de la muerte del presidente John Fitzgerald Kennedy ha despertado la curiosidad de aquella gente que siempre estuvo interesada en descubrir una verdad que para muchos permanece oculta. Las cábalas y las suposiciones se han centrado en la duda suscitada por la muerte ante las cámaras del único que fue considerado sospechoso, lo que dio lugar a que surgieran diversas teorías relacionadas con supuestas tramas más o menos subterráneas. Esta posibilidad de aclaración de un hecho histórico que en el recuerdo de la gente nunca llegó a archivarse totalmente ha removido mis recuerdos y ha llegado a traer a mi memoria un significativo gazapo periodístico.

Sitúense a muy poco más de un año después del magnicidio, ocurrido en noviembre del 63. Tras un viaje atravesando los desiertos de Tejas, Arizona y Nuevo Méjico para alcanzar las costas del Pacífico, y realizado ya el regreso a la ciudad de El Paso después de disfrutar de una mañana en el Gran Cañón del Colorado y de una noche entre las luces de Las Vegas, me he despedido de mis acompañantes y he subido al avión que ha de llevarme a Huntsville, Alabama, a la sazón mi lugar de residencia. En el camino, la consabida escala en Dallas, y un capricho: como la escala durará dos horas, bien podría aprovechar esta ocasión para coger un taxi y pedir al taxista que, puesto que parto del mismo aeropuerto al que los los Kennedy llegaron – el de Love – me haga seguir el recorrido que éstos hicieron aquel día nefasto.

La mañana es igualmente luminosa y la hora viene a ser la misma. Paso exactamente por delante del almacén de libros, e identifico la ventana desde la que, según parece, disparó Lee Harvey Oswald, presunto asesino. Luego, al seguir hacia el Hospital de Parkland donde se certificó la muerte, observo también el monumento erigido en memoria del suceso, En él leo este lema: ”Lest we forget”. Es enero del 65, recién inaugurado el año.

Pero, a lo que voy; el caso es que el 67, o sea dos años más tarde de lo que estoy contándoles, tropiezo un buen domingo con un anexo del “Arriba” encabezado por un enorme titular. Se trata de un gran reportaje que lleva la firma de un destacado periodista que más tarde sería designado corresponsal de la televisión en un país europeo. Sus cuatro páginas – espléndidas – hablan de la ciudad de Dallas y de la muerte del presidente Kennedy. El reportaje ocupa cuatro páginas y muestra un gran titular y varias fotografías; una de ella una fotografía aérea para situar el recorrido y el lugar del suceso; otras tres con detalles del monumento erigido en su recuerdo.

Muy poco tuve que esperar; me bastó leer el comienzo para advertir la presencia de un monumental gazapo: el reportaje entero estaba dedicado a comentar la actitud de la ciudad tejana; “Dallas quiere olvidar” era su tesis, basada en esa frase repetida. Al menos así lo pretendía hacer ver el periodista basándose en el lema que ostentaba el monumento allí erigido. Pero nuestro bien intencionado amigo, en su imperfecto conocimiento del idioma, había confundido dos cosas totalmente diferentes: “Lest we forget”, que es lo que el lema decía realmente y cuyo significado es “Para que no olvidemos”, y el más corriente y profusamente utilizado “Let´s forget”, cuyo significado es “Olvidemos”. Así que su brillante tesis en el sentido de que la ciudad, horrorizada, ya no quería saber nada del suceso, no sólo difería del deseo formulado por la ciudad de Dallas, sino que expresaba exactamente lo contrario.

No; Dallas no quería olvidar la muerte del desgraciado presidente Kennedy, sino lo opuesto exactamente: lo que Dallas deseaba y supongo que aún desea, era que nadie olvidase la espantosa muerte del primer presidente católico de la historia de los Estados Unidos, sucedida allí mismo, junto al monumento, a manos según parece de Lee Harvey Oswald, americano ganado por la causa comunista; un hombre extraño que tras de vivir en Rusia, regresaría a Texas e, impulsado quizá por el destino, acabaría siendo un asesino histórico. Naturalmente, hasta que los nuevos documentos revelados le conviertan en un mártir si es el caso.

En fin, lo que si es cierto es que el monumental gazapo de nuestro bien intencionado reportero demuestra que a veces hacer periodismo es como diseñar uno de esos logos hoy de moda que representan lo que uno quiera ver en ellos; esto es, tanto una cosa como la contraria.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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