Amnesia histórica

Por Javier Pardo de Santayana

( Aspecto de la Plaza de San Pedro en Roma en la beatificación de los mártires españoles del siglo XX el 28 de octubre de 2007 )

Una tarde cualquiera de noviembre en la misa vespertina. El párroco del pueblo nos recuerda que, siendo este mes el dedicado a rezar por nuestros muertos, hoy corresponde recordar a nuestros mártires: a los cristianos españoles martirizados el pasado siglo. Y de pronto, en la rutina diaria, en la continuidad de unos días caracterizados por el conflicto catalán – cuando nos preguntamos qué nos está pasando – me viene al pensamiento un hecho que me parece digno de mayor consideración de la que habitualmente dedicamos a estas cosas: que no estamos hablando de la época de las cavernas, ni de la Edad Media, ni de los cristianos destrozados por las fieras en los circos de Roma; que estamos hablando de españoles – hombres, mujeres, jóvenes – de nuestro propio tiempo. Que las matanzas de cristianos que estamos recordando tuvieron lugar cuando mis padres tenían treinta y tantos años y yo ya había nacido. Asesinatos que probablemente son un récord en el contexto histórico (1).

Así que cuando vemos pisando moqueta a una muchacha que alardea de haber profanado una capilla desnudando sus senos y profiriendo lemas como aquel que yo he visto repetido en los muros de la misma iglesia a la que me refiero en estas líneas – aquellos que decían que “la mejor Iglesia es la que arde” – no puedo por menos de suponer que de haber vivido cuando sus abuelos, es decir, sin retroceder a tiempos más lejanos que esos, ella misma habría, como mínimo, participado también en la quema de los templos como mínimo. O sea, que lo que estamos viendo ahora es tan sólo la revancha de los nietos de aquellos incendiarios y asesinos. De quienes eliminaron al líder de la oposición política, establecieron un sistema soviético de checas, y falsificaron, como recientemente se ha llegado a demostrar, las elecciones que les permitirían instaurar tales burradas. Todo esto en plena efervescencia de la amenaza comunista.

Se ve que, lejos de considerar superados unos acontecimientos que nunca debieran haber sucedido, lejos de intentar olvidar aquellos tiempos y comprender la reacción que sus ancestros provocaron; lejos de valorar la paz interior y exterior que España fue capaz de mantener en tiempos de una guerra mundial y que permitiría el establecimiento de un sistema político avanzado y a la vez encajado en la continuidad histórica de una Monarquía secular; en vez de sentirse solidarios con una Europa convertida en proyecto de paz y de progreso, han aprovechado los tejemanejes de una política movida por el odio y el sectarismo más brutal para imponer un clima de rechazo a todo lo existente, incluida nuestra ancestral cultura.

Cualquiera podría suponer que el recuerdo de este impresionante episodio de la Historia – el haber marcado un récord de asesinatos de creyentes en la fe católica, de hombres, mujeres y muchachos que simplemente no abjuraban de su esperanza en Dios – merecería al menos que la horda de vociferantes e indignados que hoy maneja nuestros fondos públicos se comportara más discretamente y no se permitiera alardear de su curriculum. Y sin embargo, cada día lo hace de mil maneras diferentes ante el asombro de los sabios y de la gente que aún conserva una noción de la justicia.

Se trata de una situación kafkiana que no ha mucho habríamos considerado poco menos que imposible por no ir sólo contra nosotros mismos, sino apuntar a una desconexión con nuestro propio entorno; a una decidida marcha atrás en el camino hacia la paz y hacia el progreso de una Europa que decidió evitar la desunión que nos conduciría al estallido de dos guerras mundiales nada menos. Se trata de algo tan estúpido y tan zafio como volver a las antiguas fórmulas del odio; el odio que hoy asoma en los rostros y también en las palabras de muchos de nuestros políticos actuales; de aquellos que han hecho de nuestros parlamentos un execrable patio de vecinos malcriados que se insultan aun antes de exponer cualquier razonamiento. Son los rufianes y los chafines, las mujeres de los hijos sin padre y educados por una comuna, los de los chistecitos contra quienes perdonaron a los que mancos y cojos les dejaron, los que mienten y ofenden impunemente; aquellos supuestos indignados cuyo placer supremo es ver como revientan a un policía la cabeza.

Y frente a éstos, una sociedad que ya sólo se indigna por la guinda del pastel; una sociedad avanzada en todos los aspectos que ofrece unas leyes elegidas y no impuestas y que sigue perfeccionándose en busca de un mayor confort y una mayor justicia pero que ya alcanzó el máximo histórico de articulación y de inclusión social de cualquier otro periodo de la Historia. Una sociedad ya en trance, incluso, de erradicar la corrupción política y hasta las corruptelas de toda la vida: hecho del que debiéramos sentirnos orgullosos. Una sociedad capaz de ejercer su propia crítica, pero no necesariamente de este modo, es decir, sin volver a lo peor del siglo XX y sin mostrarnos como ejemplo a quienes de una manera u otra fueron responsables de lo que esta tarde noche celebramos en la antigua parroquia de mi pueblo: el martirio de cientos y cientos de cristianos.

(1) Sin ir más lejos, un tío de mi yerno, sacerdote coadjutor de su parroquia, sería fusilado y arrojado a la cuneta en una operación de exterminio contra el clero. Pero aquello no fue todo, pues la familia resultó materialmente aniquilada incluso con disparos de ametralladora realizados desde la contigua torre de la iglesia. La abuela, entonces joven y en estado, se refugiaría en el cuarto de calderas y perdería al hijo que esperaba. De todo ello da constancia el expediente de concesión de una Cruz Laureada al último caído.

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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