El Rezongón. Revisiones médicas

Por Carlos de Bustamante

( Anciano. Acuarela de José María García Fernández, “Castilviejo” ) (*)

Cuando uno llega a cierta edad –por no decir “a viejos” que suena peor, hemos de acudir con urgencia si es necesario y si no, periódicamente a consulta de médicos especialistas en riñones, bazo o espinazo. Eso si no nos avisan por correo de que tenemos día y hora para tal o cuál especialidad.

El caso es, que cuando hemos pasado parte de nuestra vida sin reparar siquiera que teníamos tantos órganos, ahora se nos multiplican como los hongos en su época. Muchas veces me he preguntado el porqué de la mayor longevidad actual que antaño. ¿Será, me dije, por la alimentación? Lo descarté, porque, aunque de buen yantar siempre este Rezongón no recuerda haber pasado hambre. Sin embargo, ninguno de nuestros mayores ha llegado a nuestra actual edad, ni con mucho. ¿Será porque la contaminación no es tan mala como dicen, sino todo lo contrario? Parece descabellada la idea, por mucho que las plantas necesiten co2.

Cuando para hoy tengo previstos una de las revisiones médicas cuasi o sin cuasi reglamentarias, pienso no sin algo de lo más parecido al miedo por más que lo disimule como “precaución”. Creo que ésta y no otra es la causa de la prórroga que, por lo general, disfrutamos… Con el inevitable recuerdo al portero del Alcoyano, me viene a la memoria lo sucedido a uno de los sénecas de un pueblo de Castilla. Con las normales dificultades debidas al funcionamiento defectuoso de un órgano desconocido durante más de medio siglo, al séneca “Engañabaldosas”, le obligaron a que lo revisase el urólogo. Sin él saber cómo y para qué tal revisión, se dejó llevar por “la Justina”, su esposa. Obediente, aunque mosqueado, se colocó como le ordenaron en la camilla con una postura un poco “rara”. Los codos y cabeza apoyados en el camastro y el trasero -pompis- “en pompa”(con perdón por la redundancia) .

Engañabaldosas por el momento permanecía mudo como oveja con los esquiladores. De pronto, retumbó hasta en la sala de espera: ¡¡¿Quién anda ahí…?!! Más de uno, y no por la deficiencia en próstata, hubo de ir corriendo al baño muerto de risa y de incontinencia por ella.

No; hoy no me toca ir al urólogo aunque la inevitable visita será no tardando. Me toca al dermatólogo; al podólogo luego y al proctólogo después.

Operado de hernia inguinal, de vesícula, de rotura de fémur y de… la “intemerata”, veremos qué parche será el que me pongan hoy. Eso si todavía me cabe alguno más en este cuerpazo que Dios me ha dado por medio de mis padres. Y es, que a estas edades, anda uno como la cámara de nuestra “bici” Orbea; que una para seis hermanos, cuando no se le pinchaba a uno, al de turno riguroso, se le pinchaba a otro… Y de los frenos, ni, les digo. Como parece que servidor tenía preferencia por el atropello de “viejas”, los frenazos frecuentes en el Paseo Central de Campo Grande –paseo de ancianos- suponían zapatas nuevas con desgaste total de las varias veces repuestas.

Cuando la bici decía hasta aquí hemos llegado, en el taller habían de poner hasta implantes en los dientes del piñón (uno sólo de éstos, porque no era “de carreras”).
Así `la Orbea´ duraba y duraba… hasta no tener nada original. Y por eso supongo que ahora duramos -a veces le cuadra mejor “durar que “vivir”- más. Con mi repuesto de titanio en el fémur… todavía funciono. Hecho un “adefesio” pero camino. Eso…, pero camino.

Evidentemente, `duramos´ más. Parche va, parche viene, pero con creces, rebasé el octogenariado.

Como las ciencias adelantan que es una barbaridad…, revisión va, revisión viene, operación va, operación viene… “vamos tirando”. Y es que hoy casi todo tiene arreglo, menos la muerte; y la muerte…, lo arregla todo. Como no sabemos cómo ni cuándo, digo, que a pesar de la ciencia, bueno será que tengamos las maletas preparadas. Y a buen entendedor, con pocas palabras basta. De lo que resulte de mi revisión de los posibles epiteliomas, les tendré al corriente. Y si Dios es servido y del “quién anda ahí”, también. Por el momento puedo rememorar lo del célebre personaje (de cuyo nombre no me acuerdo en tanto no vaya a la específica revisión), que dijo al pelotón de fusilamiento: “la vida me podréis quitar; pero lo que no podréis será quitarme el miedo que tengo”.

Volviendo, en fin, y ahora más en serio, al porqué de la mayor longevidad: ¿acaso no corrían ustedes por el pasillo de casa con el practicante detrás, jeringa en ristre, para vacunarles del tifus, viruela, tosferina, sarampión, difteria etc.? El Rezongón, sí, como alma que lleva el diablo. ¿Acaso no fueron millones de seres humanos los que, a lo largo de los siglos, murieron de alguna de estas `pestes´…? ¿Y qué me dicen de la tuberculosis y de la gangrena y de la “gota” y de, y de… antes de descubrirse la penicilina?

Hay sin embargo otras pestes que no tenemos – y ¡ay tantas veces no tenemos ni queremos!- en cuenta, que causan más estragos que los de las ¡dos guerras mundiales juntas! ¿Quién detendrá el genocidio, consentido y ¡alentado tantas veces!, del aborto de criaturas indefensas…? ¿Y de los miles de muertos en accidentes de tráfico…? ¿Y de la hambruna por la que mueren millones de personas que la padecen en el llamado do tercer mundo?

Como siempre que te revisan a estas edades, te encuentran algo, no iba el Rezongón a ser excepción: ¡¡epiteliomas en cantidad!! ¿Otro parche, o nuevamente intervención…? ¡Bah…! ¡Qué más da! En definitiva, un parche más.

¿Recuerdan…?: “Así, Teresa, trato yo a mis amigos”. R: “Por eso, Señor, tienes tan pocos”. Aún así, hoy, demás de decir, me permito aconsejar: Háganse con frecuencia revisiones médicas.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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