Huellas de la caza en el campo del lenguaje. V

Por Hilario Peraleda Navas. Introducción de José María Arévalo

( Perdices grises. Grabado Inglés, en ruizvernacci.es) (*)

Hilario Peraleda sigue desgranando su libro de dichos y refranes en el que nos ofrece la serie de expresiones que, tomando como base de partida algún elemento relacionado con la caza, nos envía mensajes sobre nuestro comportamiento. Busca refranes en los que, además de su glosa, siempre corta por definición, se pueda añadir algo más que los adorne y saque de su característica sobriedad. Hoy nos remite unos cuantos a los que ha vestido con más ropa de la que, por costumbre, vienen ataviados.

«A perdiz por barba, (y) caiga el que caiga. De procedencia aragonesa, en el dicho original rezaba “carnicera” en lugar de perdiz, con el que hoy se adorna. Carnicera era una cazuela en la que se podía guisar mucha carne y la libra carnicera, una unidad de peso equivalente a 36 onzas, tres veces más que la libra romana, común u ordinaria que pesaba 12 onzas. Había otras libras de peso diferente que se usaban en distintos lugares y regiones de España. Además de las dos citadas, en Castilla pesaban con una de 16 onzas y también se empleaba otra de 20.

Todo partía de una unidad superior que era el “quintal comercial”, usado también como medida de áridos y al que se le asignó un peso de 46 k que era el peso correspondiente a una fanega de trigo y al que dieron, por otra parte, la equivalencia de 100 libras o 4 arrobas, de donde a la arroba corresponden 25 libras o 11,5 k, resultando así la libra oficial a 460 g y a partir de aquí salen las otras tres mencionadas. De la Crónica General. Recop. lib. 5. tit. 13. l. 2: “Item que toda cosa que se vendiere por arroba en todos mis Reinos y Señoríos, que haya en cada arroba 25 libras y no más ni menos”. Concretando, si la corriente pesaba 460 g y la que nos ocupa era tres veces más pesada, esta alcanzaba 1,38 k.

La expresión se decía entre comensales de mucho apetito cuando alguno tomaba más que los demás y pretendía escotar lo mismo que los que apenas lo habían probado. Comerse una libra carnicera de carne es mucho comer, por lo que con la frase se alude a la glotonería y avidez de aquel de quien se dice que lo hace y se emplea cuando estamos decididos a hacer algo, aunque pueda resultar perjudicial. Igualmente indica que, en alguna ocasión, es conveniente comer algo entero con el fin de saborearlo y paladearlo con total satisfacción. A colación de esto vienen al pelo otros que relacionan el ave con la calidad y buen gusto de su carne, que no se alcanza bien si el bocado es menor de un ejemplar: “O perdiz o no comerla”, “O perdiz o no cenar” y “Para dos perdices, dos”, con que se significa que cuando se pretenden las cosas con razón, se debe poner la mira en lo más útil y ganancioso. Y relacionando el gusto y el sabor de las cosas con su precio, Quevedo en Las musas, escribe: Sabe a acíbar la perdiz, / que para comerla compro; / pero si me lo presentan, / sabe a perdiz cuanto como.

Como origen de la frase se cita el cuento en el que se narra la vida en un convento cuyos frailes eran unos insaciables glotones, hasta el punto de enfermar frecuentemente a causa de sus pantagruélicas comidas. El médico que les atendía les recomendó reducir la ración diaria de alimentos, entre ellos, la perdiz que cada uno comía; pues corrían el riesgo de quebrar y agravar su salud e incluso de morir. Los frailes se negaron haciendo frente común y, según se cuenta, un poco por el dolor que les causaría la “dieta” y otro por hacer ver que el convento era muy espléndido en asuntos del comer, respondieron con el dicho.

Otras versiones parecidas son: una que narra Romualdo Nogués, 1881, en “Cuentos, dichos, anécdotas y modismos”, fijando los hechos en el monasterio de Veruela, situado en el valle del mismo nombre, en la ladera del monte Moncayo y próximo a Tarazona, Zaragoza. En él estuvo Gustavo Adolfo Bécquer y allí escribió “Cartas desde mi celda”, adonde acudió a reponerse de su tuberculosis o tisis, enfermedad entonces mortal, que le apareció en 1857 y de las que se extraen las siguientes palabras: “…en un rincón veo la escopeta, compañera inseparable de mis filosóficas excursiones, con la cual he andado mucho, he pensado bastante y no he matado casi nada”. Allí los monjes no consumían una libra carnicera, sino tres de carne (es probable que fuera lo mismo, al considerar estas comunes) y queriendo el abad rebajarles la dieta a fin de que disminuyeran las enfermedades achacables a la gula, los monjes se opusieron a ello manifestando que no se daban por satisfechos con menos y rematando con el refrán.

Otra sitúa los hechos en tierras de Estella, donde el abad de Irache suprimió la carne en el convento porque se morían algunos frailes y más tarde restableció, porque el régimen vegetariano causaba también víctimas.

En el uso actual de la primera parte del dicho, se entiende por cabeza o por persona. Sin salirnos del terreno de la perdiz y sus guisos (hay muchos más) os presento otro curioso:

Siempre perdiz, cansa; de vez en cuando le gusta al Rey el rancho. Con él se quiere expresar que una persona o cosa, a pesar de sus excelentes cualidades, acaba por aburrir en su reiteración o excesiva presencia. La frase se suele atribuir a Enrique IV de Francia (1553.1610) de quien se cuenta también que fue el autor de la otra famosa: “París bien vale una misa”. Cuentan que cuando su confesor le recriminaba sus continuas infidelidades conyugales mientras ensalzaba la belleza de la soberana Margarita de Valois y las virtudes que la adornaban, el rey le contestó: Siempre perdiz, cansa. Algunos le añaden un poco más de salsa y aseguran que, cansado de las constantes broncas del confesor y sabiendo que la perdiz era su plato favorito, el monarca ordenó al cocinero que le sirviera todos los días una.

Transcurrido un tiempo el rey preguntó al confesor por la comida de los últimos días y le respondió: Majestad, siempre perdiz cansa y aquel le replicó: Monseñor, siempre reina cansa. El dicho original se limitaba a la primera parte y tiene que entenderse que, por buena que esté una cosa, se hace fastidiosa cuando es muy repetida o se abusa de ella. Suele emplearse para aludir a la desgana del hombre que, sin cesar, ha de permanecer en compañía de la misma mujer y como pretexto de la infidelidad. Por extensión se usa también para cualquier otra cosa que, por cotidiana, produzca hartura o hastío. De este mismo tenor son: Siempre perdiz, cansa; guísame unas habas, Siempre perdiz, hasta al obispo (rey) cansó y un gazpacho apeteció y Todo hartazgo es malo; pero el de perdices malísimo. “Omnis saturatio mala, perdicis autem pessima”. Hipócrates. Lo menciona Cervantes por boca del doctor Pedro Recio, sustituyendo perdices por pan (que es lo que dijo el célebre médico de Cos), al dirigirse a Sancho cuando este gobernaba la Ínsula Barataria; aunque emplea el término “hartazga”, hoy en desuso. Sin embargo, Francisco Rodríguez Marín en uno de sus libros de refranes señala que no van por ahí los tiros y apunta que el refrán no significa lo que suena su letra, sino que está en la línea de lo que expresan otros como: A un pobre harto de pan no se le puede aguantar o Cuando el villano tiene dos camisas, Dios me asista.

A tu tierra, grulla; aunque sea con una pata. Después de recorrer algo del mundo se desea regresar al nuestro, porque se echa en falta la tierra de donde cada uno procede; que, aunque sea con dificultades, se está mejor entre las personas adictas y apegadas, que entre las ajenas o extrañas. Es la auténtica morriña y saudade. Ovidio escribió: “No sé por qué encanto nos atrae todo lo de nuestra patria nativa y nos lo imprime en nuestra memoria”. Ni el tiempo ni la distancia pueden desarraigar los atractivos que sentimos por el lugar que nos ha dado el ser.

El dicho se aplica a las personas que abandonan sus pueblos o países creyendo que van a mejorar su vida cuando suele ocurrir lo contrario. Recuerda la costumbre de las grullas de sostenerse sobre una sola pata; pero nada más, como hacen otras especies de aves zancudas. Otra cosa es lo que cuentan Aristóteles y algunos de sus seguidores, Plutarco, Plinio el Viejo, etcétera, sobre la manera de dormir (mejor, de velar) de las grullas. Según ellos, entre las grullas que duermen en las lagunas siempre hay una que monta guardia con una pata en el agua y la otra, plegada bajo el vientre, sosteniendo un canto o guijarro que le avisaría, al caer, de que se estaba durmiendo. Es otro de los muchos disparates que, sobre animales, cometen esos genios; pues de las 15 especies de grullas que hay en la Tierra, ninguna tiene capacidad prensil, lo que echa por tierra su bonita teoría. Hasta Góngora escribió un poema sobre el sueño de las grullas, basado en ese error. También Luis Vélez de Guevara en El diablo cojuelo, describe a este velando sobre un solo pie (era cojo): “como cuentan de la grulla que, en efecto, duerme con un pie levantado y añaden que la que está de centinela para avisar a las demás de cualquier peligro, tiene una piedra sujeta en ese pie, a fin de no dormirse”. Mateo Alemán en Guzmán de Alfarache: “No hay duda de que siempre continuaba velando su honestidad, como la grulla, la piedra del amor de Dios levantada del suelo…”. Fray Luis de León: “Ya el ave vengadora / del Íbico navega los nublados / y con voz ronca llora”. Se refiere a las grullas que fueron testigos de la muerte del poeta Íbico y gracias a su testimonio se descubrió al asesino. “Escucha con atención el graznido de la grulla que todos los años chilla desde lo alto de las nubes. Da la señal de la labor y anuncia el tiempo lluvioso”. Hesíodo. Los trabajos y los días.

Como divertida anécdota, se cuenta que Juan de Ayala, Señor de la villa de Cebolla, Toledo, “voló” una grulla y su cocinero la guisó, regalando una pierna de ella a su esposa. Al servirla a la mesa, preguntó Juan de Ayala por la pierna que faltaba y le respondió el cocinero que no tenía más que una, porque todas las grullas no tienen sino una. Otro día Juan de Ayala mandó salir de caza al cocinero y hallando un bando de grullas, estaban todas de pie. Dijo el cocinero: Vea vuestra merced si es verdad lo que le dije. Juan de Ayala avanzó con su caballo diciendo: ¡ox, ox! Y las grullas, alzando el vuelo, extendieron sus patas y gritó: Bellaco, mira si tienen dos piernas o solo una. El cocinero respondió: Cuerpo de Dios, señor, dijérale ox, ox a la que tenía en el plato y entonces ella extendiera la pierna que tenía encogida.

El Arcipreste de Hita mejoró la fábula de Esopo cuando contó que, a un lobo que se comía una cabra se le atravesó un hueso y, estando a punto de ahogarse, solicitó ayuda a una grulla que le extrajo el hueso del gaznate. Ella pidió que le pagase y él le contestó que se diera por pagada; porque la tuvo entre sus dientes y no la mató. De ahí el proverbio: El bien al malo, en nada te aprovecha.

En algunas naciones la grulla es ave de augurios; en Oriente simboliza la paz, lo que la paloma en Occidente. No suelen superar los 50 años de vida, aunque una tradición oriental concede a las grullas 10 siglos de vida y por ello, junto a las tortugas, se las tiene como símbolos de longevidad. Los asiáticos creen que causar daño a una grulla trae mala suerte y que, si se mata a uno de los miembros de la pareja, el otro muere de pena. En esas culturas orientales, por esas razones, se le tiene como símbolo de la felicidad y de la longevidad matrimonial.

Otros detalles curiosos, y quizá poco conocidos, de esta elegante y majestuosa ave que hoy nos ha servido para recordar nuestro amor a la patria, se exponen a continuación. El origen de su nombre proviene del latín “grus-gruis”, onomatopeya de su poderosa y profunda voz “grus-grus” que figura entre las más sonoras de todas las especies de aves, dándole el nombre con el que se conoce en el mundo científico y del que surge el verbo gruir (gritar las grullas). Pedigrí, (incorporado así a nuestro Diccionario) procede del inglés “pedigree” y este, quizá, del francés “pied de grue”, pie de grulla (ambos del latín “pedís” y del griego “podós”). De este modo, la genealogía de un animal y también la Carta de Origen o documento en que consta, tiene su fundamento en la huella o impresión que deja el ave al pisar en terreno blando o embarrado. Grulla es una alteración del antiguo gruya o grúa que ya se encuentra así en época medieval. Pero Grullo (verdades de Pero Grullo o perogrulladas). En un refrán de El Comendador se habla de Pero Grullo. Todo lo cual se explica por la inmovilidad y los movimientos tardos de la grulla, parada en una pata que, por antítesis, ha dado lugar a la aparición en nuestro idioma de otras expresiones como: En un pie como grulla o como las grullas, con el significado de hacer las cosas con diligencia y presteza.

Al modo de volar en bandadas en forma de “Y” se debe la figura de la letra ípsilon del alfabeto griego que inspiró a Palamedes su invención y, por esta razón, llamó Marcial a la grulla, ave de Palamedes. Durante sus vuelos migratorios tienen lugar los relevos de las aves punteras, que se gastan más, por las zagueras que van más descansadas y de aquí nació este dicho: Grulla trasera pasa a la delantera, que enseña que no por la precipitación y celeridad, se llega antes a la meta.

A perro viejo, no hay cuz-cuz (tus-tus) . En los refranes que recopiló el Marqués de Santillana se encuentra la forma: A perro viejo, no tus-tus; la explicación que de él da: “El que es platico no sufre lisonjas ni halagos”. La prudencia nace del escarmiento. La vejez y la experiencia son madres de la sabiduría y prudencia. Así, es muy difícil engañar al hombre maduro, juicioso y experimentado; porque conoce al punto la mentira, la adulación y las lisonjas.

Tus-tus y cuz-cuz son voces que se usaban para llamar al perro, halagándolo; pero muchas veces era golpeado al acudir, así que el viejo, escamado, no hacía caso de tales llamadas o tusos, es decir, no se fiaba y no se dejaba engañar, como el nuevo, con halagos y pan. En este sentido se recoge en el Quijote de boca de Sancho (II, 33 y 69): “soy perro viejo y entiendo todo tus-tus” y “que soy perro viejo y no hay conmigo tus-tus” y en un romance de La vida de Estebanillo González: “Esa zalema, a los moros; / ese tus-tus, a otro can; / esas flores, a otro mayo; / esas chanzas, a otro Bras.

Otros con variantes cercanas son: A perro viejo no hay quien le enseñe trucos nuevos. A perro viejo, nunca cuz-cuz; porque se va tras su dueño y no es menester llamarlo como al nuevo, que se pierde si no lo llaman. Da a entender que al que tiene práctica y experiencia de las cosas no es fácil engañarle con halagos o apariencias de utilidad. En línea parecida encontramos el siguiente: A otro perro con ese hueso, que este ya está roído. Se usa para rechazar algo que, por abusivo, engañoso o improcedente es causa de enfado o para mostrar incredulidad a la persona que cuenta algo y que, claramente, es increíble. Los sabios no se dejan engañar por los cautelosos. También se emplea cuando se quiere dar a entender a nuestro interlocutor que no puede engañarnos o convencernos con sus trucos o argumentos, como inútil resulta, a veces, engatusar a un perro, ya escarmentado, ofreciéndole un hueso. Otra forma de este: A otro perro con ese hueso, que yo roído lo tengo. Es una expresión familiar con la que se da a entender a quien pretende engañar, no estar dispuesto a permitirlo, despidiéndole del intento.

Arco de tejo y cureña de serbal, cuando disparan, hecho han el mal. Porque lo quebradizo de sus maderas provoca que reciba el daño el que dispara, antes que hiera al objetivo contra el que se dirigen. La cureña es el palo de la ballesta y tejo y serbal, árboles. La madera de este, junto a la de la sabina, cuentan con un elevado poder fungicida que les proporciona más inmunidad que otras ante el ataque de insectos y hongos. Se trata de dos especies de larga vida que crecen en zonas en donde otras no lo hacen. Con ellas se han repoblado montes y tierras de labor de algunos pueblos abandonados, que se han protegido contra planes de tala. Entre las especies de serbal hay una: el serbal de los cazadores, “Sorbus aucuparia”, que recibe este nombre por haber servido sus frutos (serbas) de cebo para atraer y cazar a determinados pájaros, que gustan mucho de ellos. Por esto, la especie recibió el nombre latino de aucuparia, de “aucupor”, cazar aves. Parece ser que en la dispersión del serbal juegan un papel de gran importancia los estorninos y los mirlos, consumidores habituales de estos frutos y que, al expulsar sus semillas junto a las heces, siembran los campos que recorren.

Otros similares o relacionados con este son los siguientes: Arco de tejo, recio de armar y flojo de dejo. En lo material denota que su madera no es la más conveniente para elaborar esta arma, porque es dura, así como poco resistente y flexible y, por tanto, recuerda que toda tarea debe ser realizada con materiales y herramientas adecuadas. En lo ejemplar da a entender que para que una cosa sea oportuna y propia para el fin a que se destina ha de tener las calidades convenientes y necesarias para su logro. Dejo, descuido, flojedad. Viene a ser una redundancia Dejo (dexo) se toma por el remate y fin de alguna cosa, en este caso el arco de tejo. D A. Otro: Arco que mucho brega, o él o la cuerda. Bregar el arco es lo mismo que tensarlo, porque flechándolo muchas veces, ha de quebrar una de las dos cosas. Acomódase a los que trabajan sin descanso, que por fuerza han de flaquear y decaer, porque el exceso de trabajo disminuye su calidad y quebranta la salud. Recomienda el trabajo considerado y el uso prudente de todas las cosas. Arco que mucho trabaja, o él se rompe o la cuerda salta. Análogo al anterior. Arco siempre armado, o flojo o quebrado. Advierte sobre las medidas de opresión. No se han de apretar mucho las cosas. Da a entender que, así como el arco que está siempre tirante, o se rompe o pierde la fuerza, así también las cosas humanas no pueden mantenerse por mucho tiempo en estado violento; porque así resultan de poca duración y firmeza y que para que haya estabilidad, no debe estar siempre tensa la cuerda. En línea parecida a los anteriores inmediatos se encuentran: Arco siempre flechado, cuéntalo por quebrado. Arco siempre tenso, pronto se rompe. Así como tirar con violencia de la cuerda del arco, lo rompe; la relajación, al contrario, destruye el ánimo. De la afirmación latina: Arcum intencio frangit, animum remisio.


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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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