Por Javier Pardo de Santayana
( Viñeta de Peridis en El País el 28 de agosto) (*)
Penoso. Penoso que un acto que debiera proclamar “todos unidos contra el terrorismo” dijera cobardemente un “no tenemos miedo” que es como decir “estamos aterrados” (ya saben ustedes: “dime de qué presumes y te diré de qué careces”). Porque el “no tenemos miedo” suena a ganas de ocultar la realidad aprovechando un momento en el que habrá fotografías. Nada, pues, de dar la impresión de que adoptamos una actitud beligerante contra el mal, de que iremos contra los atacantes para quitárnoslos de encima; para decirles que aquí no pintan nada.
Penoso es también ver como algunos – y no algunos cualesquiera, porque los tejemanejes les han situado en el poder – aprovecharon vilmente la ocasión para hacer que aparecieran por doquier banderas independentistas, o sea en contra de la unión de todos. Y penosos también, para regodeo del hipócrita, los silbidos al gobierno y a su Majestad el Rey, tan generoso y valiente como siempre a la hora de la entrega y del servicio.
Penosa, también, la falta de respeto a quienes nos representan en sus funciones de gobierno dentro de un acto de tanta importancia como éste; como penoso sería el subterfugio de poner en cabeza de la manifestación a quienes se distinguieron por su abnegación ante la amenaza de la muerte, no tanto para premiar a éstos como para evitar que ese puesto lo ocupara Su Majestad en representación de todos. Menos mal que la presidencia siempre estará en él allá donde él se encuentre, y que él nunca pasará inadvertido porque a todos les saca la cabeza.
Penoso es que el Presidente de la “Geneneralitat”, que por lo menos debiera ser preciso en sus palabras, subrayara que su “no tenemos miedo” se refería nada menos que… ¡a la paz! Así como se oye. Porque uno, naturalmente, se pregunta qué quiso decir ese señor en las presentes circunstancias.
Penoso fue también, por no decir algo más gordo, que el consejero de seguridad de la correspondiente autonomía hiciera distinción entre los muertos catalanes y españoles, como si los primeros no fueran igual que los segundos. Penoso digo, además de ruin por no decir estúpido, por cuanto si hubiera alguna duda a tal respecto, al señor consejero le habría bastado simplemente con una consulta a su propio pasaporte o a su Documento Nacional de Identidad. Y es que seguramente se diría: “Todo sea por hacer que mi procés no se vea perturbado ni tan siquiera por la solidaridad debida con quienes sufrieron un espantoso ataque terrorista”.
Penoso resultó indudablemente el oír a un supongo que bien intencionado pero incongruente musulmán recordar que, según las palabras del profeta, “matar a una persona es como matar a la Humanidad entera”. Porque uno se pregunta cómo es que él mismo o cualquiera de sus compañeros no avisan a la policía del comportamiento de los correligionarios con los que conviven; cómo es que no hacen el vacío a quienes nos amenazan con la muerte: cómo es que ellos mismos no se esfuerzan en perseguir a los futuros asesinos y a predicar entre sus deudos la paz de que presumen. ¿O es que ellos sí que tienen miedo? También oigo decir a una angélica joven con la cabeza cubierta por un velo que los asesinos “no son musulmanes”… ¿Pues qué serán entones? ¿No mueren gritando aquello de “Alá es grande”?
A mí me parece que lo normal sería que los musulmanes que por propia decisión disfrutan de nuestra acogida hicieran cuando menos “algo”. Digo yo que en este caso podrían haber denunciado al imán que adoctrinaba a su hijos y sobrinos; que al fin y al cabo los terroristas viven en su ambiente y algunas cosas se sabrían o sospecharían en el barrio; que algunos conocerían al famoso imán. Que algunos tendrán alguna cosa que decir también a ese muchacho cordobés que se nos muestra amenazante con la recuperación del califato…
Del despiste generalizado también juzgo penosos los chistes fáciles y las gracietas que circularon respecto a la eventual ausencia del Ministro de Hacienda por un supuesto temor a la rechifla y a los probables silbidos – silbidos, sí, aunque aquí fuera una ocasión de duelo – porque si hay alguien que se ha portado como de libro con los catalanes, tan maltratados por sus propios administradores autonómicos, ha sido él precisamente, que sacó a la despilfarradora Cataluña del hondo pozo de sus deudas y permitió que las farmacias catalanas cobraran lo que les debían.
Luego me parece ver que en esa cabecera con quienes actuaron en favor de las víctimas no figuraban ni policías ni guardias civiles. Y, como sí que me pareció oír citados a los mossos aquello me pareció también penoso, muy penoso, como me lo parecería aunque fuera norma obligada para los primeros el no integrarse en las manifestaciones. Y conste que en esto estoy dispuesto a retractarme si fuera de otra manera y se tratara de un error del reportero.
En fin, que en una ocasión pintiparada para demostrar el temple de los españoles y nuestra decisión para enfrentarnos a la amenaza vil del terrorismo, en lugar de invocar la solidaridad con los caídos y reclamar el apoyo de quienes por haberles acogido de vecinos y conocer bien el percal debieran poner algo de su parte, nos dedicamos a exhibir con cualquier motivo y circunstancia nuestra tendencia a la autodestrucción aprovechando los errores de un permisivo sistema selectivo que nos obliga a soportar a malcriados y desgarramantas – cuando no malvados – en demasiados puestos de gobierno. Penoso ¿verdad? Más que penoso, trágico.
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(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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