Huellas de la caza en el campo del lenguaje. IV

Por Hilario Peraleda Navas. Introducción de José María Arévalo

( Zorro. Acuarela de Manuel Sosa en manuelsosa.com.) (*)

Continuamos con el libro de dichos y refranes de Hilario Peraleda, que nos ofrece la serie de expresiones que, tomando como base de partida algún elemento relacionado con la caza, nos envía a través de él, como metáforas, mensajes sobre nuestro comportamiento. Hoy dedica este espacio al alcaraván, las gangas y la zorra, con un pequeño repaso sobre estos actores que no está de más.

“El alcaraván –escribe Hilario Peraleda- es un ave de tamaño medio, 45 cm de longitud, 80 de envergadura y medio kg de peso; de aspecto desgarbado y costumbres crepusculares y nocturnas, sedentario y migrador. Frecuenta las zonas abiertas, áridas o esteparias de escasa o nula vegetación, eriales y otros lugares incultos, zonas llanas, arenosas y pedregosas; también campos de cultivo. Plumaje de color pardo ocre, patas largas y grandes ojos de iris amarillo, motivo que ocasiona el nombre que le dan en Italia, “occhione”, ojazos. El nombre de alcaraván ya se recoge en los libros de cetrería del siglo XIV; el infante D. Juan Manuel usa también “alcarán” y el canciller Pero López de Ayala escribe que los halcones baharíes y tagarotes son buenos para apresar el alcaraván, por su habitual vuelo bajo. Por su parte Martínez de Espinar (XVII) dice que se caza con el halcón “aleto”.

Su canto nocturno en forma de grito agudo: “currlií”, que suena como un ¡A dormir! ha hecho que, mezclado con sus otras voces, por onomatopeya y combinado con ciertas dosis de superstición, en ciertos lugares se le nombre (por si acaso) con “arrumir”, “dormir”, “dormilero” y “dormidero” y también “pedroluís” y “peroluí”.

La ganga es un ave parecida a la paloma, que vive en terrenos esteparios y semidesérticos, muy bien adaptada para afrontar con éxito la dureza de este hábitat. Muy arisca, vuela mucho y alto, a la vez que emite un áspero graznido de largo alcance, especie de gangueo, del que recibe el nombre. Anida en el suelo, como el alcaraván, con el que comparte colores miméticos de plumaje y en ocasiones, lugares comunes de residencia.

Sobre la zorra, poco o nada se puede decir por ser uno de los animales más conocidos y comunes de todos, tanto en su ámbito natural como en el legendario o fabuloso. Comencemos:

Alcaraván zancudo; para otros consejo, para sí ninguno. Forma abreviada de este otro: Es como alcaraván zancudo (sesudo), que para otros tiene consejo y para sí ninguno. En los siglos XIII y XIV se decía: El alcaraván fa de duro, que a todos da consejo e a sí non ninguno, y ya entonces se tenía por viejo en Castilla. Con esta expresión se reprende y moteja a quienes aconsejan, cuidan y velan en el provecho ajeno y son descuidados en el propio; por similitud con lo que se cuenta que hace esta ave, que es muy pronta en silbar ante cualquier ruido o movimiento que percibe, con cuyo aviso se cautelan las demás aves; pero ella, perezosa e indolente, se mantiene en el peligro. Lo comenta así Covarrubias: “Porque en viendo al cazador o al gavilán u otra ave de rapiña, da muchas voces o gritos, con que las demás aves toman aviso y procuran escaparse y él, delatándose, solo queda por presa y le cazan”. La forma que cita este autor es: “Alcaraván çancudo, da a los otros consejo, sin tomar para sí ninguno”.

Tiene su origen en una fábula oriental de las que componen el libro Calila e Dimna, que se tradujo del árabe al latín y de este al romance hispano por mandato del infante D. Alfonso (Alfonso X el Sabio), a los nueve años de edad. El título de Calila e Dimna lo toma del nombre de dos de sus personajes fabulosos, una pareja de lobos cervales, chacales en este caso, (lobo cerval para nosotros sería el lince), hermanos y macho y hembra. La fábula, en el capítulo XVIII, cierra el libro. En resumen, cuenta que una paloma tenía el nido en una palmera y cuando sacaba sus pollos, una zorra se los pedía para comérselos, amenazándola, si no los echase, con subir y matar a la madre y a los hijos. La paloma echábaselos “por amor de vevir”. Un día estaba llorando sus cuitas en ocasión en que un alcaraván se posó en la palma y al escuchar la historia aconsejó a la pobre madre que no hiciera caso de las amenazas de la zorra. Llega esta poco después y por su diálogo con la paloma comprende que alguien le dio consejo y averigua que fue el alcaraván; lo buscó y lo encontró junto al río: “Dios te salve amigo, le saludó la vulpeja ¿qué haces aquí? ¿sabes por qué vine a buscarte? Porque me dijeron que sabes muchos bienes para se guardar home de los accidentes de los aires del cielo et vine a ti para decoger algunt bien de ti” y dijo el alcaraván: ¿Y qué quieres de mí? Dijo la vulpeja: “Cuando has frío en los pies ¿qué es lo que haces? Alzo un pie y le meto a corona de mi vientre y cuando está caliente le quito, alzo el otro y así me arreglo”, dijo el alcaraván. Le preguntó a continuación qué hacía con la cabeza cuando recibía el viento de la derecha, a lo que contestó que la volvía al lado izquierdo y al derecho si le soplaba por la izquierda. Y cuando recibes el viento de todas las partes ¿dónde pones la cabeza? Póngola so mi ala. Dijo ella ¿cómo la puedes poner así si parece que no puede hacerse? Por Dios, muy bien, respondió él. Enséñame cómo lo haces; pues es verdad que en esto las aves nos tomáis ventaja y sabéis en una hora lo que nosotros no sabemos en un año y aun así metéis vuestra cabeza bajo el ala cuando arrecia el viento o hace frío, le dijo la zorra. El alcaraván metió su cabeza bajo el ala, saltó la zorra sobre él y lo mató. Le dijo: “Enemigo de Dios, mostraste carrera como te matasen, ca diste consejo a la paloma para que estorciera de la cuita en que estaba”.

El relato que hace el Comendador, anterior al de Covarrubias, es muy parecido; aunque quizás más claro y desde luego, más breve: Una paloma tenía su nido en un árbol, la vulpeja amenazola que la comería si no le daba parte de sus hijos. La paloma, de miedo, dábasela. El alcaraván, se compadeció de ella y le dio consejo que no le diese nada, porque el árbol era tan alto que no podría subir la zorra. Y así, no le dio en adelante nada y dijo el porqué. Preguntó la zorra quien le había dado aquel consejo. Respondió que el alcaraván. Después, trabando pláticas la vulpeja con el alcaraván, alabole de sabio en la gobernación de su vida y, entre otras cosas, le preguntó qué hacía cuando quería dormir. Respondió el alcaraván que metía la cabeza debajo del ala y diciéndolo y haciéndolo, la metió. Entonces arremetió la zorra contra el ave y se la comió. Y así hizo la vulpeja verdadera la sentencia de Eurípides: “Reniego del sabio que para sí no lo es”. Derivado de este, nos encontramos con el siguiente:

Alcaraván comí. A otro tonto que no a mí, que procede de otra fabulilla sacada de la anterior y en la que ya el alcaraván y toda su descendencia, enterados de lo que al otro había sucedido, nunca más fueron lerdos para sí mismo. Otros le ponen origen en una fábula de la zorra y el alcaraván en la que el ave, en un descuido, es atrapada por la raposa y ante esta penosa y desesperada situación, suplica se le conceda antes de comerla, su última voluntad que consistía en gritar la zorra tres veces seguidas, lo más fuerte que pudiese: !Alcaraván comí! Para que su familia supiese lo ocurrido y no le buscase, a lo que la zorra asintió y comenzó a gritar la frase. A la segunda vez que la pronunció, el ave, librándose de sus dientes, escapó y voló feliz, al tiempo que contestó con la segunda parte del dicho.

Los cazadores recurren a este refrán en alusión a que estas aves no se dejan acercar a distancia de tiro, por ser muy desconfiadas, dando así a entender que en esta vida no debemos dejar que nos engañen con mentiras y patrañas. Un tercero que tiene como protagonista a esta misma ave es:

Alcaraván zancudo, abre el ojo que asan carne. Es una variante bastarda del primero y en el fondo supone otro aviso o señal de alerta y peligro que le envían para prevenirlo y nos advierte que el que está próximo a caer en ese peligro, debe procurar huir de él. En un sentido positivo y práctico podría interpretarse como una invitación a permanecer atentos y andar con cuidado para no dejar pasar las buenas ocasiones, aprovechándolas cuando se presenten.

En cuanto a la sustitución de zancudo, que le es propio, por sesudo, que mantiene la consonancia es obvio que se trata de una ironía. Otros similares son: Sabios conocí, sabios para otros y necios para sí; Consejos vendo y para mí no tengo y Quien a sí mismo no se dirige, no podría dirigir a otros.

Andar a caza de gangas. Las gangas son tenidas por aves difíciles de cazar, duras de pelar y de comer y, por tanto, de carne poco estimada. Por esta razón se le llama “corteza” en Extremadura y por la misma, escribe Góngora: “no debe conocer V. quién es Armuña, su Deán, ‘ganga’ tan dura de pelar como de comer” y Castillo Solórzano (1637) pinta así a un tacaño: “el que admite en su bufete / (si tal vez suele muquir) / a la ganga por ser dura / y aborrece al francolín”. Uno a quien le proponen algo que no quiere hacer, replica “no se me entre de manga, / que es dura la ganga, / pueblos en Francia quererla pelar”. Notas sacadas del Diccionario C.E. de J. Corominas. Por ello, figuradamente, se aplicó ‘ganga’ a las cosas sin provecho; pero empleándose muchas veces con ironía, ha acabado por significar más bien las cosas apreciables que se adquieren con poco esfuerzo y costo. Después la imaginación popular, con la palabra ganga, dio lugar a la formación de varias frases y derivados de sentido figurado. La más antigua parece ser la que encabeza el párrafo.

Gonzalo Correas, tras confirmar las características citadas del ave y de su carne, añade: “y por el sonsonete del vocablo se entiende por mujercillas ruines y por cosas baladíes, así que debe entenderse como andar en busca de cosas de escasa entidad y procurar proporcionarse utilidades y ventajas con poco trabajo y a escasa costa”.

Covarrubias en su Tesoro…, afirma que la frase se usaba con el significado de “perder el tiempo pensando en conseguir alguna cosa que cuando tenemos ya en las manos, se nos desbarata…” Es lo que le sucedía al cazador que, creyendo tener una ganga a tiro, acababa burlado. Viene a ser lo contrario de lo que preconiza el otro que dice: “Porfía mata venado, que no cazador cansado”; porque el cazador, fracasando en un intento y en otro y en muchos, no acaba de desengañarse. Para ello, continúa Covarrubias, la ganga es “ave que espera al cazador, hasta que se encuentra a tiro y entonces se levanta y da un corto vuelo y vuelve a sentarse y el cazador continúa el seguirla, haciendo lo mismo que antes esta y las demás veces que se ve en peligro, le trae todo el día cansado y perdido”. En este sentido habría que interpretarlo como empeñarse en conseguir una cosa de difícil alcance, aun a riesgo de salir burlado. Que la caza de la ganga es conocida popularmente por tales percances lo comprueba el derivado portugués ‘ir de gangâo’, de corrida, sin parar.

El Diccionario de Autoridades lo explica así: “Vale andar empeñado inútilmente en conseguir alguna cosa y se toma también en sentido contrario, esto es, pretendiendo conseguir o hallar algo sin trabajo o sin costa, como quien se lo halla”. También se extrae del texto citado, lo que sigue: “Frase con que se da a entender que alguno se emplea inútilmente y pierde el tiempo. Se aplica a los que andan en alguna negociación de la que ni se espera fruto, ni efecto. Y por antífrasis se usa cuando consigue sin trabajo, por alguna casualidad, lo que no lograría a costa de mucha diligencia”.

En una jácara de Quevedo, Carta de Escarramán a la Méndez, se encuentra de este modo: “Ya está guardado en la trena / tu querido Escarramán, / que unos alfileres vivos / me prendieron sin pensar. / Andaba a caza de gangas / y grillos vine a cazar…”, en la que conviven los tres sentidos mencionados: ejercicio de la caza, perder el tiempo y buscar prostitutas.

Andar a caza de grillos. Buscar cosa incierta. Porque cuando se llega al lugar donde parece que el grillo canta, ya no se oye allí y lo hace él u otro, más adelante y esto trae desatinado al que pretende atraparlo. También debe entenderse como emplear el tiempo en hacer cosas inútiles o sin importancia, de las que no se saca ningún beneficio. Como la raposa que, cuando no halla qué comer, busca grillos para paliar un poquito su hambre y teniendo que abandonar, harta de perseguirlos inútilmente.

Covarrubias lo explica así: “Perder tiempo en procurar cosa que, pareciendo fácil de alcanzar, se va entre las manos y nunca se cumple nuestro deseo” y el maestro Correas: “La raposa cuando no halla qué comer, busca grillos y, por metáfora, es ocuparse en cosas rateras y tener sin necesidad y andar sin pro”. Otros similares y probablemente, con origen en este, zorra y grillos incluidos, se exponen a continuación:

Cuando la zorra anda a grillos, el sacristán a cardillos y el cura pregunta a qué día estamos del mes, con mal andan todos tres. Que en tierras manchegas se cambia por esta otra forma: Cuando la zorra anda a grillos, el sacristán a cardillos, el monecillo a las chirles y el cura pregunta a cuántos estamos, ‘malismos’ andan los cuartos. Dan a entender, no sin cierta ironía, que las cosas no marchan bien por correr tiempos de escasez, distrayéndose y ocupándose el personal ocioso en asuntos inútiles o baladíes. Chirle o sirle es cagarruta de oveja y de otros animales, como el conejo. Con los ‘cuartos’, el dicho juega con el tiempo (cuartos de hora) y los dineros. Del mismo tenor es el siguiente: Si el cura anda a peces, qué no harán los feligreses. Nos dice que cuando alguien se dedica a menesteres ajenos a su oficio, es porque en él no puede medrar.

Cuando la zorra anda a grillos, mal para ella y (peor) para sus hijillos. Recomienda ocuparse de cosas prácticas y no de fantasías o quimeras que nada dan y roban mucho tiempo. Se debe trabajar por el bien público y por el de la familia. Evidencia las malas consecuencias que se siguen de llevar a cabo cosas que se apartan del deber y de las propias obligaciones, ocupándose en cosas inútiles o estériles que, en primer instante, parecen fáciles de obtener; pero que después revelan su verdadera dificultad y que, en general, además resultan un fracaso. La expresión quizá provenga de una antigua fábula que cuenta las desventuras de una zorra que por escasez de alimentos o por falta de experiencia cazadora y teniéndose por muy astuta, considerándolos una presa fácil, salió a cazar grillos con los que alimentarse ella y su camada y como los oía por todas partes, no solo perdió el tiempo y no consiguió atrapar ninguno, sino que gastó sus energías en su persecución, comprendiendo que la empresa no era tan fácil, porque cada vez que creía tener localizado el lugar donde se encontraba uno, sonaba en otro lado y encima se volvió loca con tanto cri-cri. Cuando la necesidad y el hambre aprietan, se recurre a cualquier remedio, con tal de salir del apuro; aunque no siempre se consiga.


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Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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