Pueblos en fiesta

Por Javier Pardo de Santayana

( El Casar de Talamanca. Plaza del Ayuntamiento. Foto en panoramio.com)

La gente de la ciudad, que tiende a despreciar a la de pueblo, suele pensar que ésta es monocorde y aburrida. Pero los pueblos españoles, además de la ventaja que tienen a la hora de aparcar, suelen ofrecer algunos programas atractivos. Este es el caso de dos localidades que frecuento, donde las fiestas se suceden a lo la largo del año sin parar.

Tomemos El Casar, que antes se conocía como El Casar de Talamanca. Se halla al borde mismo de la separación entre Madrid y Guadalajara y tiene una marcha fabulosa: de entrada, sus calles se acotan cada dos por tres con talanqueras para encauzar a los toros que sueltan las autoridades con cualquier pretexto. A veces la fiesta incluye también a los caballos, y entonces veremos un aguerrido grupo de jinetes saliendo al campo abierto. Yo, por si acaso, tomo mis precauciones en prevención de que un desaprensivo astado decida visitarme y me aparezca en el jardín.

Por otra parte están los chicos y las chicas que se agrupan en pandillas de nombres que suelen hacer mención a su interés por armar bulla, o las asociaciones de interés deportivo, artístico o de cualquier otra tendencia o afición, que para todo hay. Cualquier motivo servirá para movilizarse y disfrutar del contacto social y de la vida. De sus actividades suelen dar fe los tres revistas gratuitas que nos permiten permanecer al tanto de la vida local de niños, jóvenes, adultos y hasta gentes pertenecientes a la tercera edad, que nadie queda sin la posibilidad de contacto con sus pares.

Y desde luego no han de faltar las cabalgatas de reyes, procesiones y movilizaciones varias con cualquier motivo. Además, las instalaciones ad-hoc tampoco faltan, y desde luego están a la altura de los tiempos. Si se organiza una carrera para los más atletas – yo he visto en una de ellas como reclamo a a un campeón olímpico – será porque además se cuenta con campos y con canchas a la altura. Y oiremos un coro de voces doblemente: cuando cruzamos la plaza del ayuntamiento y ellos ensayan en un piso alto, y más tarde en el escenario o en el coro de la iglesia, como también a los conjuntos locales de baile, rock y otras modalidades más modernas en el auditorio, que servirá también de templo al párroco mientras hacen obras en la iglesia. Quiero decir con esto que, aunque no siempre lo parezca, hoy existe en mucho pueblos nuestros una variopinta actividad que cubre una gama enormemente extensa de complementos a la simple vida en familia o escolar. (Que yo recuerde, hay por lo menos tres institutos a elegir)

Después de esto, ¿qué puedo decirles ahora de Santoña? Pues que es una verdadera caja de sorpresas. Pero si hasta un buen día me encontré por las calles con una pareja de soldados franceses patrullando… Y es que aquel día se celebraba la ocupación de nuestra villa por las tropas napoleónicas y su posterior recuperación por otras españolas. Así que ver algo semejante parecía una escena natural. También pudimos contemplar el espectáculo de los cañones emplazados en la explanada del campo de rugby que se extiende entre el fuerte de San Martín y los monumentos erigidos en recuerdo de dos de los grandes hombres oriundos de la villa. Ambos por cierto almirantes, que no en vano su lema es el de “Santoña, la mar”.

Pero en otras ocasiones se vería como un hidroavión amerizaba en las aguas de la ría para conmemorar un hecho de importancia histórica, o toparíamos con una goleta de la que emergería una curiosa procesión de cofrades de la Anchoa – ¡y del Hojaldre! – caminando hacia el teatro para entregar su título a Carlos Herrera… Allí asistiríamos a un acto de homenaje al que no faltaría una representación de italianos sucesores de quienes nos brindaron sus técnicas de manipulación de los bocartes. Y ni decir tiene que a la anchoa se la dedican también algunos días especialmente dedicados a exhibir sus distintas variedades, lo cual hace posible visitar los “stands” montados por las distintas marcas e incluso oír al presidente de la comunidad hablando ex-cátedra.

Pero no es esto todo, porque aun quedan por reseñar las fiestas marineras de la Virgen del Carmen y de la del Puerto que se paseanpor la ría, y yo que sé cuantos más festejos que se te meten por todos los sentidos. Y las ferias que se solían montar en el pasaje, al lado de la playa y del embarcadero del entrañable barquito del puntal; todo esto sin contar con el muy frecuentado mercadillo de los sábados; cuando ya no queda ni lugar para aparcar tranquilos, pues habrá que recordar que aquí se vuelca mucha gente procedente de un Bilbao ansioso de cambiar un poco de aires. Y aún quedan por reseñar los Carnavales, cuando usted puede ir un día por la calle sin acordarse de que es el tiempo propio para poder ver una pareja por su acera – él con sombrero de copa, ella con traje largo, perfectamente serio, camino del entierro del besugo.

Y aún debemos señalar que todos los jueves de verano, hacia las nueve de la noche, los hermanos Calvo abren la puerta de su peluquería* para interpretar con sus guitarras y unas voces de primera unas canciones que – les aseguro a ustedes – pondrían competir con las de los Panchos o las del famoso trío Calaveras. También a veces se trasladan a un restaurante y, como siempre, cantan por amor al arte.

Pero la cosa es todavía superable como espectáculo local. En efecto, hace tres años que para asistir a la primera comunión de una nieta mía se trasladó a Santoña una familia de escoceses amigos – el matrimonio y sus dos hijas, de la edad de nuestros nietos – así que habría que encontrarla alojamiento. Por lo cual al día siguiente los abuelos formulamos la clásica pregunta acerca de “qué tal habían dormido». “Pues bien”, nos contestaron cortésmente nuestros invitados, mas de tal forma que nos hizo dudar si la respuesta no encubrirían una realidad bastante diferente por no decir opuesta.

Así resultó, en efecto, porque – caramba, qué casualidad – alguien nos hizo saber que aquella noche fue precisamente la que el ayuntamiento llama nada menos que “ la del ruido”: una noche en la que el trompeteo, el repicar de los tambores y el golpeteo de cazuelas y sartenes causan tamaño estruendo que hace saltar los tímpanos y mantenerse insomne al vecindario.

* En Santoña ocurre algo
que no entiendo todavía
y es que los hermanos Cavo
pusieron peluquería

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Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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