25 años D.O. “Cigales”. 13. San Isidoro de Dueñas y la repoblación

Por José María Arévalo

( Portada románica del monasterio de San Isidoro de Dueñas) (*)

Continuamos con el libro conmemorativo “La comarca vitivinícola de Cigales: viñedos, bodegas y vinos. 25 años de la D.O. Cigales” que venimos reseñando, ahora con el artículo “El papel del monacato en la repoblación y el cultivo del viñedo en la comarca de Cigales: el ejemplo del monasterio benedictino de San Isidoro de Dueñas” de Álvaro Pajares Conzález, investigador del Departamento de Historia Moderna de la Universidad de Valladolid, y Julio Femández Portela Profesor del Departamento de Didáctica de la Facultad de Educación, Campus Universitario Duques de Soria, también de la UVA, trabajo que se enmarca dentro del proyecto titulado Cartografía y catastro de los sitios reales españoles y sus entornos (siglos XVI-XIX). Estamos siguiendo el segundo capítulo del libro, capítulo que se titula “La comarca vitivinícola de Cigales a lo largo de la historia”, del que este es el tercer artículo.

Comienza con una Introducción, que titula “Orígenes y papel repoblador”, explicando que “La repoblación de la región comprendida por la Denominación de Origen Cigales tuvo lugar de forma temprana gracias al importante avance repoblador del monarca asturleonés Alfono III el Magno a finales del siglo IX d.C., tal y como constata la Crónica de Sampiro (recopilada en el siglo XVIII por Juan de Ferreras en los Apéndices de su obra Historia de España, parte XVI, p. 35: «Ac triennio peracto sub era DCCCCXIII, urbes desertas ab antiquibus, populari Rex iussit; hec sunt Zemora, Septimancas et Domnas vel omnes Campi Gotorum»).

Según el obispo asturicense, este monarca habría repoblado tres ciudades abandonadas desde antiguo, entre ellas Dueñas, que rápidamente adquirió gran importancia gracias a su posición estratégica en uno de los vados del Pisuerga, muy cerca ae su confluencia con el Carrión, y esencial, por tanto, para el control de las comunicaciones desde el Duero medio hacia el norte y el sur peninsular, y es que, según Valdeón (2006: 56) «[…] la Cuenca del Duero pasó a ser, a raíz de aquellas campañas, una zona intermedia entre al-Ándalus y el incipiente reino Astur.». Alfonso III organizaba así la línea defensiva del Duero encargada de proteger los principales vados del río frente a las razzias musulmanas con plazas fortificadas como Zamora, Simancas y Dueñas, reforzadas poco después por Tordesillas y Toro.

En estas primeras fases de la repoblación peninsular desempeñó un papel fundamental la nobleza, tanto laica como eclesiástica. Nos centraremos aquí en la fundación de pequeños monasterios por iniciativa tanto del monarca como de las principales familias aristocráticas del reino, propietarias también de villas y heredades con el fin de impulsar su repoblación. El objetivo de estas primitivas fundaciones religiosas era facilitar la articulación y control del territorio, así como la roturación y explotación de las nuevas tierras conquistadas a través de la formación de un amplio patrimonio dependiente de estas comunidades religiosas. Estos incipientes señoríos monacales estarían formados no sólo por tierras de cultivo, sino también por cabañas ganaderas, montes y pastos, molinos, aceñas, y como no, por viñedos, pues este cultivo permitía un asentamiento más estable de la población debido a que había que esperar al menos tres años para obtener una cosecha, situación que obligaba a permanecer más tiempo en el mismo territorio para poder rentabilizar la inversión inicial, por lo que, según Casado (2008: 174), el cultivo de la vid indica la intención de crear asentamientos estables: «las plantaciones de vid eran uno de los recursos más estimulantes por los repobladores para fijar las poblaciones en determinados territorios; el que plantaba viñas tenía la intención de recoger sus frutos y para ello tenían que esperar varios años». La productividad de estos cultivos y recursos dependía no sólo de la propia comunidad de monjes sino también de colonos libres, favoreciendo la fijación de población así como la organización y control de la producción de un área geográfica determinada (Martínez, 1985; Sánchez, 1994; Díez, 2006). A pesar del predominio de las instituciones monásticas en la documentación, Carzolio (1988) ya advirtió que este hecho no debería conducirnos a minusvalorar el esfuerzo repoblador de los colonos laicos, que aparecen más tardíamente en la documentación y del que en Palencia contamos también con un destacado ejemplo a través del fuero otorgado en el 824 d.C., durante el reinado de Alfonso II «el Casto», por el conde Munio Núñez a las cinco familias que fueron a poblar el término de Brañosera, en la montaña palentina, convirtiéndose así en la primera constancia documental de este tipo de repoblación en la Península Ibérica.

Por lo que respecta a la región que nos ocupa, podemos destacar la labor de dos importantes cenobios: uno benedictino, adscrito posteriormente a Cluny, San Isidoro de Dueñas, cuyas propiedades se extendían no sólo en torno al monasterio y villas aledañas, sino también por los territorios de algunos municipios pertenecientes a la Denominación de Origen como Cubillas de Santa Marta y Corcos de Aguiralejo, y otro cisterciense, Santa María de Palazuelos, en Corcos de Aguiralejo, fundado por Alfonso Téllez de Meneses en el primer cuarto del siglo XIII con monjes procedentes del cercano monasterio de San Martín de Valvení, convirtiéndose posteriormente en la cabeza del Císter en Castilla y con numerosas propiedades también por el Valle de Trigueros como Cubillas, Quintanilla, Trigueros, etc., objeto de análisis ya en otro de los apartados de esta publicación. Reglero (1993) documenta, además, en el valle de Trigueros en el siglo XI otros monasterios actualmente desaparecidos como San Pedro, San Tirso o San Cebrián que acabaron siendo absorbidos por otros cenobios más importantes en un proceso, como veremos, de centralización eclesiástica.

En cuanto al monasterio eldanense, los primeros documentos referentes a Dueñas en el siglo X d.C., en los que se hace referencia a la existencia ya de un castillo fortaleza, se tratan de privilegios concedidos al monasterio benedictino de San Isidoro de Dueñas. El primero de ellos, datado en el 911 d.C., corresponde al reinado de García I, hijo de Alfonso III, delimitándose en él ya el término que pasa a depender del monasterio, germen como veremos del llamado Coto de San Isidro, confirmado y ampliado por su hijo y sucesor Ordoño II entre los años 915 y 919 (Reglero, 2005).

( Planta del monasterio de San Isidoro de Dueñas. Fuente: Yañez, 1969) (*)

Existe, no obstante, un intenso debate historiográfico sobre el origen de este monasterio, aunque parece probable que existiera en la misma ubicación ya antes de la invasión musulmana del 711, en época visigoda, un monasterio femenino bajo la advocación de San Martín de Tours (Yáñez, 1969), llegándose a proponer incluso que se tratara de un monasterio dúplice junto con el cercano convento de San Juan de Baños (López, 2009). Sin embargo, la vida monástica se vería alterada por la invasión sarracena, existiendo sobre este acontecimiento un relato de carácter más legendario que histórico, transmitido por el monje benedictino del siglo XVII Gregorio de Argaiz, al que se le encomendó la continuación de las crónicas de su orden iniciadas por Yepes (1960): «la Abadesa Esmaragda y sus monjas que estaban en el Monasterio de San Ysidoro de Dueñas, fueron presas y muertas por los Moros Y sus cuerpos arrojados en el río Pisuerga, día último de Março» (Argaiz,1668, tomo 1, segunda parte: 655).

Dejando al margen los relatos legendarios, los primeros datos históricos sobre el monasterio se tratan de los dos documentos más arriba reseñados y, aunque el primero de ellos pertenece a Carcía I, el texto nos permite intuir que el monasterio existía ya, probablemente reconstruido por su padre Alfonso III al mismo tiempo que repobló Dueñas, entregándoselo ahora, según algunos autores, a unos monjes mozárabes benedictinos procedentes de Córdoba, práctica habitual gracias al flujo cada vez mayor de mozárabes procedentes del sur peninsular sobre todo a partir del incremento de la intolerancia religiosa y las persecuciones a los cristianos en AI-Ándalus con el emir Abd AI-Rahman II, dando lugar al fenómeno conocido como los mártires de Córdoba. Otros autores, sin embargo, rechazan el origen visigodo y la posterior repoblación mozárabe, y Bishko (1977) considera que se trata de una fundación de nueva planta de en torno al año 900 a través de monjes procedentes de las Asturias de Santillana o Liébana que habrían mantenido contactos con Cascuña y Aquitania, regiones por las que se había difundido el culto a San Isidoro.

El primer documento de Carcía I de 911 d.C. nos permite también constatar que es este monarca el que dona al monasterio las reliquias del mártir alejandrino San Isidoro de Quíos, lo que supuso el cambio de titularidad del cenobio ya que, al parecer, se trataba del cuerpo íntegro del santo, generando rápidamente una fuerte devoción en la región sobre todo por sus propiedades milagrosas frente a las plagas que asolaban los campos y viñedos. A pesar de ello, durante las primeras décadas se mantuvo también la antigua advocación a San Martín hasta que se impuso definitivamente la advocación isidoriana (López, 2011-2012), convirtiéndose en uno de los principales difusores en la Península del culto de este mártir de origen oriental procedente de Egipto como ya han estudiado López Serra (2009) y Luis Tarracó (1992).

Nos encontramos, por tanto, con que el propio monarca, Alfonso III, restaura la vida monástica entregándoselo a monjes de la orden de San Benito cuando repuebla toda esta zona, incluida Dueñas, a finales del siglo IX, cobrando rápidamente importancia gracias al amparo y protección de la casa real asturleonesa tanto por la llegada de unas importantes reliquias (Carcía de Cortázar, 2004), como por las numerosas donaciones realizadas por la propia familia real y por los linajes aristocráticos más importantes del reino durante los primeros siglos de su andadura, sobre todo en los siglos XI y XII.”

Concluye así la introducción del artículo, y a continuación pasa a tratar, en un nuevo apartado “La configuración del patrimonio monacal de san Isidoro de Dueñas: la importancia del viñedo”, que recogeremos en nuestro próximo artículo.


(*) Para ver las fotos que ilustran este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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