El Rezongón. Acuífero contaminado

Por Carlos de Bustamante

( Canal del Duero a su entrada en Valladolid. Acuarela de José Mª Arévalo. 36×43) (*)

¿Pero es que no te cansas de rezongar?, dirán mis amigos seguramente únicos e improbables lectores. Pues bien quisiera, contesto a todos; pero no me dirán que es algo tan extraño, cuando en tertulias y foros sucede, de palabra, claro, lo que al Rezongón por escrito desde hace qué sé yo el tiempo. Porque díganme ustedes, ¿es que acaso no hay motivos para corregir tanto desvarío como nos enteramos cada día que sucede en este mundo nuestro y época que nos ha tocado vivir?, o ¿será tal vez mejor callar, y otorgar por nuestro silencio, los disparates que, verdaderas piedras de molino con las que quieren que comulguemos?

Y no me refiero sólo a cuestiones políticas, que también -porque hay que roerse ¿eh?- aunque no sean santo de mi devoción y que además no son de incumbencia para los que hemos dedicado ilusiones y proyectos en servir a la Patria; me refiero, como creyente en la religión mayoritaria en España, a las leyes y decretos que van contra la ley divina y/o ¡la ley natural! La que pese a la libertad religiosa, todos llevamos inculcada hasta en los entresijos más recónditos de la propia naturaleza.

Alguien importante- mandato divino aparte, que no es moco de pavo, de que el hombre “trabajara y custodiase la tierra”, – dijo en un largo escrito reciente, cómo todo ser humano, por el mero hecho de serlo, tiene el deber ineludible de hacer más y mejor habitable nuestro planeta azul; (palabras que no entrecomillo, porque está claro que no son textuales). Pues, héteme aquí que éste es, aun sin queriendo, el motivo del rezongón de hoy.

Sabrán, y si no el Rezongón se lo dice y no miente, que, al menos la zona del valle del Duero entre Tudela de idem y Peñafiel, guarda en sus entrañas un impresionante caudal de aguas que “vinon de quisió ande”. Tal es así, que en el término de Villabañez que ocupa la Dehesa de Peñalba, en cualquier lugar de él en que se horaden no más de cinco metros, brota un broncho de agua , si se le hace aflorar, es capaz de convertir en regadío “quisió” las hectáreas de secano. “Nadie me lo ha dicho, nadie, pero yo lo sé”. De secarrales a vergel cuasi paradisiaco.

El “grano” es, que convertida la labranza en urbanización, en principio desordenada en todo, cada cual hizo las necesarias tomas de agua a su antojo y de fácil instalación por ser éste el cuasi meollo del acuífero. Como tan necesario es comer y acompañar la comida y sed dentro o fuera de ella, cada perforación suministraba el líquido elemento en calidad y cantidad envidiables.

Mas, como bien es sabido que no siendo el hombre (¿xenófobo el Rezongón…?) espíritu puro, tanto necesita comer como descomer. Lo que fue solución de un problema, no por arte de birlibirloque sino por imperativo humano, pasó a ser un problema. Pasó y lo fue.

Si en principio no hubo más “pozos negros” que los del caserío, según se convertía el terreno de labor en urbanización desordenada, no surgían, sino todo lo contrario, infinidad de pozos negros. Tantos, como nuevas edificaciones, que éstas sí, emergían de las que fueran tierras feraces, “de mucho pan”. Agua potable y pozos negros tan próximos, que de aguas cristalinas, progresiva e implacablemente, pasaron a ser criadero de bichos. En cada vivienda construida al albur, surgieron serios problemas de salud para los moradores, niños y mayores, hasta el presente felices.

En proceso imparable –tal era y es la belleza del lugar- que las viviendas camperas (¿) emergían como los hongos cuando es tiempo de ellos.

Los primeros pozos de purísimas aguas potables fueron pronto caldo de bichos en los límites de cada propiedad; pronto, en la suma de no menos de quinientas viviendas, el caldo de bichos se multiplicó como la peste. Hasta las fuentes cristalinas y potables, cuando no medicinales, que había y hay a cientos –y no exagero- siguieron cristalinas, pero gravemente perjudiciales para la salud. Prohibitivas para consumo.

Tarde, pero mejor que nunca, la urbanización tomó forma: asfaltado de calles, iluminación en paseos y canalización de aguas residuales con un buen alcantarillado. Y para agua potable, un eficaz sistema depurativo de aguas procedentes del río Duero o del canal del Duero.

¿Y los pozos negros…?, que el rezongón sepa, se abandonaron tal y como estaban. La tierra continuó la labor de filtro. ¿Y el acuífero? La respuesta exacta no la sé, puesto que hace quince años que aquello no quiero, ni casi puedo, verlo; pero según me dice quien aún habita en el caserío, toda el agua para consumo ha de ser embotellada con garantía de calidad.

No es, pues, arriesgado suponer que todo el inmenso acuífero esté contaminado. Indudable que hubo negligencia en cumplir el mandato divino de “trabajar y custodiar la tierra”. Y cuanto en ella, digo, se contiene.

Imborrable ahora el recuerdo de cuando tras horas –de sol a sol- de intenso trabajo o de caminatas sin fin en el deporte de la caza, bebíamos “a morro” y de bruces de cualquier fuente, de cualquier lugar de este bello rincón cabe el padre Duero.
Rezongo sin robots y progreso, porque si esto lo es (progreso), ¡me vuelvo al pueblo! Y si el robot es la urbanización, insisto: ¡me vuelvo al pueblo! Siento llevar la contraria al Carpanta de nuestra niñez o adolescencia: “Si las ciudades estuvieran hechas en el campo, otro gallo nos cantara y otra gallina nos cacareara”.


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
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Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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