El Rezogón. Robots y progreso. Grajos, grajuelas y otras aves

Por Carlos de Bustamante

( Pinar. Acuarela de F. Buendía. 35×50) (*)

Gran parte de los terrenos de la margen izquierda del río Duero son ligeros, limosos o arenosos No en vano desde tiempos inmemoriales el río arrastró gran cantidad de partículas muy finas (limo) a esta orilla de referencia. Suelos fértiles muy apropiados para cultivos hortofrutícolas. Por causas que se me escapan, la margen derecha contrariamente es sumamente compacta, arcillosa. Es un recreo para la vista observar cómo en las cortaduras donde se desploma el páramo sobre el río, se suceden los estratos de arcilla en un bellísimo arcoíris de colores: arcilla blanca, impoluta; verdosa como un reflejo de la arboleda frondosa y fértil en la otra margen; arcilla ocre como el de las cuasi infinitas llanuras del páramo, terrible estepa castellana y de pan llevar si recibe las bendiciones de la lluvia. Y de “polvo sudor y hierro por donde al destierro con doce de los suyos el Cid cabalga”. Naturaleza, sí, muy bella, castellana en estado puro donde parece juntarse el cielo con la tierra en reverberaciones lejanas, pero que nos aparta del título al que quiero referirme en este otro rezongón. Vuelvo, pues, sobre mis pasos de los terrenos arenosos:

Si los limosos son por lo general feraces, no se puede decir otro tanto de éstos. Algún que otro majuelo, sí, que con la austera fertilidad imprime carácter a uvas recias de las que se extraerán caldos tan exquisitos como los comentados días atrás en los vinos con denominación de origen Ribera del Duero.

Mas en grandes extensiones predominan los pinares inmensos que desde hace siglos dieron denominación de origen a Tierra de Pinares. Grandes manchas oscuras -pinos “negrales”-, que son -¡ay, eran!- cobijo de infinidad de especies de riquísima fauna: liebres encamadas al agrego del romero y tomillo que emergen olorosos entre el “tamujo” desprendido de los pinos. Familias de arrendajos que iluminan la oscuridad de las grandes manchas en sombra con el colorido de un plumaje sumamente bello. Y para acentuar la penumbra de los pinares, millares de grajos y grajuelas que en la paz del valle tienen un privilegiado dormitorio.

Aunque éste sea el “motivo”, cómo no hacer mención del portentoso ir y venir, (“idas y venidas”) y continuo movimiento (“vueltas y revueltas”) de nuestras “amigas” las ardillas.

Con toda propiedad, y suponiendo que se me haya permitido el anterior desahogo, voy al “grano”.

Sembrado el cereal en el terreno limoso del valle, despiertan por secular instinto las aves negras de la placidez silenciosa del dormitorio. En bandas que tachonaban de negro el cielo purísimo del alba, miles de grajos y grajuelas, similares excepto en el tamaño, caían como las escuadrillas de aviación que en vuelo picado se abatían sobre sus objetivos en guerra. Grajos y grajuelas, no atacaban a enemigo alguno, sino buscaban, simplemente el desayuno, comida, merienda o cena con que llenar el buche para subsistencia o alimentar a una prole numerosa, que esperaba impaciente en el nido. Perdonen que con la belleza de las escenas narradas y vividas, recuerde lo que en el gran poema de nuestro gran Calderón de la Barca –la vida es sueño- dijo referente a las aves: “Nace el ave, y con las galas que le dan belleza suma/,apenas es flor de pluma/o ramillete con alas/,cuando las etéreas salas/corta con velocidad/,negándose a la piedad/del nido que deja en calma/;¿y teniendo yo más alma/,tengo menos libertad”?… Pero vuelvo a la realidad:

Bien sabía el labrador, que en el cálculo de la cantidad de grano para sembradura, habría de añadir los estragos y merma de semilla devorad por las miríadas de estos pájaros, muy bellos, sí, pero de de mal agüero.

Lo mismo el grano sembrado a voleo y medio tapado con las púas de la grada, que el someramente enterrado por el progreso de la máquina sembradora, salían de la madre tierra al buche de los pajarracos. No, no fue eficaz el robot- sembradora contra la voracidad de grajos y grajuelas. “Sigún” ya nos dijera nuestro amigo “Cagaris” “que no lu hay como la mano del obrero”, se hizo realidad en persona del ancestral “grajero”. Normalmente un adolescente, cuasi niño a veces, que con una lata “de las del escabeche” en ristre y una baqueta o maza para “meter ruido”, golpeaba con estrépito para que las aves huyeran en desbandada. Si a esto acompañaba la voz con gritos estridentes como un grajo monstruoso, solía ser suficiente para espantar la plaga. Pero los muy granujas (los pájaros, claro), bien volvían cuando marchaba el grajero, bien levantaban el vuelo de un “cacho”, para posarse y cebar en otro.

El progreso de entonces, vino en su ayuda: como la caña que escupe fuego y muerte tras el estampido, nos “vinon” los cohetes de los fuegos artificiales. Provisto de un brazado de ellos el nuevo grajero –de más edad que el de la lata y maza,- se acercaba lo más posible a la bandada y con el propiamente denominado “mechero”, encendía el artilugio a cuyo estampido huían los pajarracos como alma que lleva el diablo. Cuando los muy puñeteros, con perdón, comprobaron que aquello era inofensivo, si como mucho hacían un amago de levantar el vuelo, pronto quedó en eso, un simple amago, para enseguida reanudar lo suyo: llenar la “andorga”. Ni les digo el robot –espantapájaros; tanto hacía el muñeco de “pelele”, que hasta se posaban en los brazos del “Tancredo”. Fue preciso recurrir a mayores progresos:

Nos lo “trajon” los químicos con el nombre terrible de ¡estricnina! Puestos a remojo los granos a remojo en el veneno fulminante, fueron el anzuelo de muerte de las bandadas de grajos y grajuelas.

¿Dónde están “áhura” los pajarracos…? Créanme que no lo sé. Sospecho, barrunto, que criando malvas en otros mundos para ellos, que también desconozco. Sé sólo, que en los mismos pinares “áhura” no duerme nadie o casi nadie. Alguna “quiotra” torcaza despistada, que no emigró -¡qué pena!- a los vertederos de basuras o a rebuscar migajas en la capital en competencia con las zuritas caseras, los gurriatos e incluso ¡urracas! (maricas) que, “muy listas las tías”, huyeron de una muerte segura. Y no, oigan, por el grano, que no es santo de su devoción, sino porque, carroñeras, la muerte se escondía para ellas, en los cadáveres de sus congéneres envenenados con la estricnina dentro. Lo que no les puedo decir, porque no lo sé, es dónde fueron las familias de arrendajos o “cabezotas”.

¿Por qué, mis amigos, también escasean las perdices, “cogornices” y otras especies cinegéticas…? ¿Por qué, otra especie cinegética y carroñera como es la liebre, s í, la libre he dicho, huyó de estos pinares a otros pagos y en número cada vez más escaso? : Otra vez los cadáveres con estricnina.

Con el mal sabor de boca de este artículo tan pesimista, pero real, me vuelvo, si Dios es servido, a los vinos y bodegas que “alegran el corazón del `hombre”. (¿Xenófobo que es uno..?). ¡Anda ya!

Nos vemos…


(*) Para ver la foto que ilustra este artículo en tamaño mayor (y Control/+):
http://c1.staticflickr.com/5/4213/34904754842_b73c0d8f50_b.jpg

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

Lo más leído